Rachel Anette
Parker. Ese fue el nombre con el que el reverendo Jack mojó mis pequeños y
castaños rizos al bautizarme en la parroquia de mi barrio, en mi ciudad natal
de Long Beach, hacía ya 18 años. Y la estampa de aquel día bien podría resumir
mi vida hasta entonces. Una gran reunión de familiares y amigos organizada por
un solo hombre, mi padre. Alguien que apenas necesitaba un brindis para tener
una buena excusa y poder montar decenas de barbacoas domingueras en casa. Y
aquel día no iba a ser menos, pues la vida les había regalado a mi madre y a
él, su único bebe: yo.
Y así crecí,
sin hermanos pero con una decena de primos de poco más o poco menos mi edad.
Siempre en el mismo colegio y siempre los mismos amigos. Jamás mi vida había
virado más de 10 grados. Nunca... hasta entonces.
Era miércoles,
10 de octubre. Apenas había amanecido y ya estaba totalmente desvelada. Hubiese
culpado de mi insomnio a la ilusión por mi cumpleaños si hubiese sido años
antes y si no llevara ya varios días durmiendo fatal. Hacía unos meses que
había recibido la carta de aceptación para la universidad de Riverside, un
Campus joven que crecía a pasos agigantados y en el que tenía puestas todas mis
expectativas de futuro. Pero también era motivo de todas mis preocupaciones en
ese momento. Un curso entero fuera de casa, viviendo sola y sin conocer a
nadie. Obligada a vencer mi timidez y hacer nuevos amigos. Afrontar mi etapa
más dura como estudiante y hacerlo de la mejor manera posible, puesto que la
meta de aquel viaje era convertirme en periodista, el sueño que tenía desde que
era una niña y solía escribir todos lo que sucedía a mi alrededor, alucinando
más con las peripecias de Lois Lane que con las heroicidades de Superman.
Había oído ya
miles de experiencias y me habían dado un sin fin de consejos, sin embargo,
nadie había conseguido calmarme, más bien todo lo contrario.
No pude evitar
dar un bote cuando el despertador me sacó de mis preocupaciones con un quejido
de lo más irritable. Lo apagué con rabia y apunto estuve de lanzarlo contra la
pared cuando recordé por qué lo había activado. Di un salto de la cama como si
quemara y una sonrisa de oreja a oreja se instaló en mi cara mientras corría
hacia la ventana. La claridad del día al retirar la cortina me cegó y tuve que
apretar fuertemente los ojos varias veces hasta acostumbrarme a ella.
Mi habitación
estaba en la planta más alta de la casa, la buhardilla. Desde pequeña tenía muy
claro que aquel lugar sería mi dormitorio cuando ya fuera adolescente y
necesitara un poquito de intimidad. La había elegido por muchos motivos, pero
sobretodo, me encantaba la amplia visión que tenía de mi calle desde allí. En
ese momento estaba casi desierta, sólo mi vecino Henry y sus patadas al pedal
de arranque de su anaranjada Fischer MRX 650 perturbaban tanta calma.
Vivía en un
barrio muy tranquilo, a pocos metros de la playa. Las parcelas de las casas
eran todas del mismo tamaño, sin embargo, cada vecino había decidido a su gusto
el diseño de sus viviendas y sus jardines. Algo que le daba un colorido
especial a aquel residencial. Mis padres habían elegido la madera y la pintura
blanca para la nuestra. A la derecha construyeron el garaje y justo en la
entrada, un pequeño porche donde mi madre solía dar rienda suelta a sus prodigiosas
manos y pasar tardes y tardes pintando. En la parte trasera de la casa hicieron
un amplio jardín totalmente acondicionado para el disfrute de esas continuas
reuniones multitudinarias que adoraba mi padre. Y para terminar, justo debajo
de mi ventana, estaba el balcón lleno de macetas que daba a la habitación de
mis padres. Mi madre amaba las plantas y aquella terracita fue un requisito
imprescindible en el proyecto del arquitecto que se ocupó de nuestra humilde
morada.
El rugido
atronador de la moto de Henry al arrancar llamó mi atención y observé como se
montaba sobre ella y tomaba dirección norte. Imaginé que iba hacía el polígono
industrial donde trabajaba como ingeniero y sentí un hormigueo en el estómago
cuando lo vi desaparecer al final de la carretera. Aquello sólo significaba una
cosa, el motivo de mi vigilancia estaba a punto de aparecer. Apoyé mi hombro
derecho sobre la pared, ocultándome lo máximo posible y miré casi de reojo a la
casa de enfrente. Me encogí involuntariamente cuando, un par de minutos más
tarde, la puerta comenzó a abrirse y aquel inexplicable nerviosismo me azotó
como siempre en cuanto lo vi.
Allí estaba,
ataviado con pantalones cortos oscuros y sudadera blanca, estirando los
músculos de sus piernas y preparándose para correr por la playa como hacía cada
mañana. Sonreí tontamente al ver su cara adormilada y su alborotado pelo
castaño. Sentí que mis rodillas se aflojaban. Aquello era algo que ni yo misma
podía entender. Un extraño sentimiento de torpeza y debilidad que se apoderaba
de mí sin que pudiera controlarlo.
Mi criptonita
se llamaba Matthew Hurley. Un joven de 19 años que se había mudado con su madre
y su hermana a la casa de enfrente hacía ya un tiempo. La primera vez que lo vi
fue mientras trasportaba un par de sillas desde el camión de mudanzas hasta la
entrada de su nueva vivienda. Nuestras miradas se cruzaron y él me sonrió
amablemente. Yo tropecé cuando intenté darle la bienvenida y casi me caigo en
sus narices. Desde entonces, esos profundos ojos verdes no me dejaron volver a
sentirme normal. Me ponía tan nerviosa cuando lo tenía cerca que siempre me
pasaba algo que me hacía sentir totalmente inepta.
Aquel chico me
gustaba, eso estaba claro. Y lo sabía porque alguien tan despreocupada como yo,
no hacía cosas como madrugar para verlo, instar a mi madre a sacarle
información a la suya o pasar más tiempo soñando despierta que dormida por su
culpa. No, definitivamente, esas cosas no eran normales en mí. Yo pasaba de los
chicos. Me había gustado alguno que otro y había salido con un par de ellos,
aunque nunca me lo tomé en serio. Pero con él era distinto. Mi madre siempre me
decía que estaba enamorada pero yo sabía que eso era imposible. ¡Si ni siquiera
había hablado con él! Cosa lógica a sabiendas que mi lengua se trababa sólo con
pensarlo. No quería ni imaginar qué sucedería si me atreviera a conversar con
él.
-
¿Ya estás espiándolo otra
vez? – preguntó mi madre entrando en mi habitación con un montón de ropa
doblada en las manos.
-
Sabes que no lo espío, sólo…
lo admiro – le contesté sin desviar la vista de mi vecino.
-
Pero Rachel... – soltó la
ropa en una silla y me miró - ¿No crees que deberías decirle algo ya?
-
Ya sabes lo que me pasa
cuando intento acercarme a él. – observé como Matt empezaba a correr dirección
a la playa.
-
Eso sólo es inseguridad.
Supérala y habla con él de una vez. Estoy convencida de que no muerde.
-
Ojalá mordiera. Al menos
tendría una razón lógica para mi estúpida actitud.
-
El amor es lo que tiene. –
sonrió burlona – Tu problema es que no quieres aceptarlo. – me recriminó aún en
tono de broma – Y ahora, arregla toda esta jungla que seguro que aquí, sí hay
cosas que muerden.
-
Está bien mamá. – acepté a
regañadientes apartando la vista de mi ventana. Ya no alcanzaba a verle. - ¿A
qué hora vienen todos?
-
Vienen después de comer. He
convencido a papá para que modere el número de invitados y no monte mucho
jaleo. Lo típico, la tarta, las velas y los regalitos. Ya sabe que esta noche
sales con tus amigos. Así que puedes estar tranquila.
¿Tranquila?
Con mi padre eso era ser demasiado optimista. Digamos que me mantendría a la
expectativa y simplemente usaría la paciencia. Porque preparar, seguro que
estaba preparando algo. A veces, seguían tratándome como una cría, pero era el
precio que tenía que pagar por ser hija única.
Mi madre me dejó
a solas y procuré dejar mi leonera lo más decente posible. Al terminar fui
directa a darme una ducha. Unos vaqueros y una camiseta roja fue lo que elegí
para el día de mi cumpleaños. No era nada especial, más bien todo lo contrario.
La comodidad y la naturalidad eran mi estilo propio. La moda no era algo que me
obsesionara. Y aunque siempre iba bien conjuntada, tenía claro que no perdería
demasiado tiempo delante de un espejo o un estuche de maquillaje. Mi modelo
estaba en casa. Mi madre, guapa y con estilo, seguía teniendo un cutis
envidiable y jamás había dedicado más de media hora a arreglarse. Yo tenía
claro que seguiría sus pasos.
Bajé las
estrechas escaleras de casa con tranquilidad para dirigirme a la cocina, me
moría de hambre. Había conseguido despejarme y dejar mi mente en blanco por
unos instantes. Sin embargo, mi padre tardó muy poco en volver a ponerme de los
nervios. Aunque esta vez no tuvo nada que ver con la Universidad.
-
¿Con quién sales esta noche,
Rach? – me preguntó con recelo mientras se untaba la mantequilla en su bollo.
-
Con mis amigos, papá. ¿Con
quién si no?
-
¿Amigos? – acentuó la última
sílaba – ¿Qué clase de amigos?
-
Sí, también van chicos. –
contesté tranquilamente – pero no te preocupes. Los conoces a todos y no me
gusta ninguno.
-
¿Seguro? – frunció el ceño.
-
Déjala en paz de una vez,
John. – interrumpió mi madre – Ve a tirar la basura cariño. – me dijo
terminando de atar las bolsas.
-
Gracias mamá. – resoplé
burlándome de mi padre.
Sujeté una
bolsa con cada mano y me dirigí a la puerta mientras oía a mi madre sermonear a
mi padre
- Ya no es ninguna niña. Es normal que salga con gente de su edad. No sé qué va a ser de ti cuando se vaya a la universidad. Voy a tener que llevarte al psiquiatra. – No pude evitar reír entre dientes.
La puerta se
cerró a mi espalda y llegué hasta el cubo de la basura sonriendo, con la vista
puesta en el suelo. Justo antes de soltar una de las bolsas para poder abrirlo,
una mano amable apareció de la nada y sujetó la tapa a media altura.
Complacida, levanté la mirada para agradecer el gesto. Mi sonrisa se borró de
repente y sentí como mis músculos se engarrotaban. Era él. Se había atado la
sudadera a la cintura, llevaba el pelo y la camiseta humedecidos por el
ejercicio y aún respiraba aceleradamente. Me miró como si supiera que aquella
sonrisa me hacía tambalearme. Mamá tiene razón. Ya es hora de que hable con él. Mi mente intentaba convencer al resto de mi cuerpo. Pero fue
inútil. El pulso se me aceleró y noté como la sequedad se apoderaba de mi boca.
Conseguí articular a duras penas un – Gracias. – apenas audible, me di media
vuelta y entre en casa a paso ligero. Una vez dentro corrí hasta el salón y
miré disimuladamente entre las cortinas. Seguía allí, apoyando su codo en el
buzón y mirando mi casa con extrañeza. Seguro que piensa que soy rara. Y lo peor es
que no va a volver a acercarse a mí en su vida. ¿Qué has hecho? Mientras me auto condenaba mentalmente, Matt giró su cabeza
hacia la ventana. Cerré de golpe la cortina y pegué la espalda a la pared. Rachel Parker. Te estás
comportando como una histérica. Así que, tranquilízate, sal ahí fuera y entabla
una conversación normal con ese chico ahora mismo. No sabía si aquellas
palabras salían de mi conciencia o estaba volviéndome esquizofrénica, pero
fuera lo que fuera, les hice caso. Respiré profundamente un par de veces.
-
Puedes hacerlo, puedes
hacerlo.- me auto convencía en voz alta de camino a la entrada. Sujeté el pomo
con decisión y abrí. Allí ya no había nadie. Sólo tuve tiempo de ver como se
cerraba la puerta de su casa. – ¡Idiota! ¡Eres idiota! – me lamenté cerrando de
un portazo.
-
¿A quién le hablas? –
preguntó mi madre desde las escaleras.
-
A mí misma – me llevé una
mano a la frente – él estaba ahí, yo estaba aquí y de repente… no había nadie.
Y todo por este maldito shock. Sabía lo que tenía que hacer, pero sus ojos
estaban ahí, mirándome y…
-
Espera, espera Rach. No me
estoy enterando de nada – llegó hasta mí con cara de póker – Relájate y
cuéntamelo todo desde el principio.
Quité la mano
de mi cabeza y anduve hasta el sofá respirando lentamente. Mi madre me siguió y
se sentó a mi lado. Le conté mi encuentro con Matt, entre la rabia y la
tristeza. Ella se echó a reír a carcajadas.
-
¿Qué te hace tanta gracia? –
pregunté indignada.
-
Estoy imaginándome la cara
de ese chico.
-
¡Mamá! – quise recriminarla,
pero terminé riendo yo también al recordarle mirando mi casa como si fuera un
ovni. – La verdad es que parecía descolocado.
-
Normal, no parece el típico
chico del que suelan pasar las chicas.
-
¿Sabes mamá? No me ayudas
nada – fruncí el ceño y ella volvió a reír – Es que no lo entiendo ¿qué puedo
hacer para controlar este estúpido bloqueo?
-
Te lo he explicado muchas
veces, hija, solo es inseguridad. – se puso seria – Cuando miras a ese chico es
como si vieras a un ser divino e inalcanzable. Debes convencerte de que es un
chico de tu edad, normal y corriente. Bastante mono, sí, pero Rachel, ni que
fuera George Clooney.
-
Podríamos discutir eso si
quieres. – sonreímos las dos – En serio mamá, yo no pienso que sea un Dios. Lo
único que quiero es poder comportarme como una persona normal cuando estoy
delante de él.
-
Pues hazme caso. La próxima
vez que se acerque a ti, si es que lo hace – hizo una breve pausa para burlarse
– cuentas hasta tres y te imaginas que es cualquier amigo tuyo con el que
hablas normalmente. Verás como no es tan difícil.
-
Si tú lo dices…
-
Lo digo. Y como tu problema
está en la mente, deberías olvidarte de todo e ir a tu habitación. A lo mejor allí
hay una sorpresita para ti que te ayuda a despejarte un poco. – Terminó la
frase en tono misterioso. Se levantó, besó mi frente y se fue.
¿Un regalo?
Subí a toda prisa las escaleras y entré en mi cuarto rápidamente. Había un
enorme paquete sobre mi cama envuelto en papel granate oscuro. Justo encima
había una nota “Ábrelo en el porche”. Lo cogí con ansias y lo levanté. Empecé a
moverlo de un lado a otro intentando adivinar el contenido por su sonido. No
pesaba casi nada y el ruido que hacía no era demasiado sugerente.
Me rendí y
tomé dirección a la entrada. Cuando salí de casa, vi a mis padres sentados en
el banco del porche, mirándome sonrientes.
- ¡Vamos! ¡Ábrelo ya! – dijo mi madre entusiasmada.
Dejé el
paquete en el suelo y lo abrí lentamente. Levanté la tapa de la caja y encontré
un pequeño estuche pegado en el fondo. Comprendí que mi madre lo había hecho para
evitar que pudiera hacer cábalas con el sonido. La miré y nos sonreímos. Estaba claro que me conocía
perfectamente. Arranqué la cajita con cuidado y la abrí. Dentro había unas llaves.
-
¿Las llaves del coche de
papá? – me sorprendí.
-
No – mi padre sacó unas
llaves de su bolsillo y me las mostró. – Estas son las mías, y aquel de allí. –
señaló hacia un Chevrolet Captiva plateado que había aparcado en la puerta de
casa. – Es el resultado de ahorrar tantos años para cumplir mi sueño de
conducir un flamante todoterreno como ese. Así que, ya que mi antiguo Cadillac
se ha quedado sin dueño…
-
¡¿Lo dices en serio?! – No
le dejé terminar la frase - ¡¿Me regaláis el coche?!
-
Está algo arañado y
evidentemente no es el último modelo del mercado, pero te servirá para ir y
venir de Riverside de vez en cuando y ver a tus solitarios padres.
Mi padre puso
cara de pena y aunque sabía que estaba bromeando, también tenía la certeza de
que ambos me echarían tanto de menos como yo a ellos. Miré las llaves una vez
más y corrí a abrazarlos.
-
Muchas gracias. Vendré a
veros cada vez que pueda. Lo prometo.
-
No te despidas aún que
todavía te queda mucho por aguantarme. Así que, ve dándome la lista de tus
invitados de esta noche.
-
¡Papá! No empieces otra vez.
-
Es broma – empezó a reír –
ven, vamos a dar una vuelta. A ver como lo llevas.
Conocía
perfectamente como conducía. Todos los fines de semana, me dejaba llevar el
coche hasta casa de mis tíos para no perder la práctica. Pero sabía que le
hacía ilusión verme disfrutar de su regalo, así que acepté encantada.
Mi “nuevo”
Cadillac SLS que contaba pocos años menos que yo no era nada del otro mundo. De
color champán tostado y asientos beige, hacían de él todo un clásico americano.
Y aunque mi padre quisiera restarme responsabilidad tachándolo de chatarra por
los años que tenía, sabía que para él era una reliquia y lo mantenía en un
estado impecable. Mientras lo admirábamos antes de montar, me prometí a mí
misma que intentaría seguir dándole una larga vida. Al montarnos y arrancar el
motor sentí que nunca me había gustado tanto su sonido.
El primer capítulo y ya estoy impresionada. Eres muy buena Sofi. De verdad. Con tu permiso voy a presentarte en sociedad.
ResponderEliminarUn besazo
Muchas gracias Ana.
EliminarBueno yo no me considero nada del otro mundo, pero no sólo escribo con imaginación sino con todo mi sentimiento. Espero que enganche y gracias por toda la ayuda!
ENHORABUENA!!
ResponderEliminarDeseando estoy de leer el siguiente capítulo! ;)
Muchas gracias!!
EliminarEspero que te guste todo!
Hola ¡¡¡ Felicidades!!! Bienvenida al mundo de los blogs, seguro que te gustara pertenecer a este mundillo, y seguro que tus letras gustaran a todos/as, como me han gustado a mí. Adelante te sigo. Un beso.
ResponderEliminarHola lola. Gracias por la felicitación y la bienvenida.
EliminarSoy muy nueva en esto y aún no me manejo muy bien en el mundo bloguero.
Me alegro que te haya gustado, espero que siga haciéndolo!
Un beso!