La tarde había sido dura.
Mi familia en una celebración era como pasar el día en un parque de
atracciones. Gente por todas partes, mucho ruido y un agotamiento total. La
frase estrella fue “Cuidado con lo que haces ahora, que ya eres mayor de edad.”
Sonreí cada vez que lo dijeron pero realmente no le veía la gracia. Ni que
fuera a volverme una delincuente… La fiesta no tuvo mucho más. Besos, abrazos,
regalos, chistes y tarta. Lo típico. Aunque por supuesto, fue un momento ideal
para despedirme. Con casi toda seguridad no los vería en al menos unos meses.
Sentí alivio cuando oí a
mi madre despedir al último invitado. Yo ya estaba preparándome para la gran
noche. Mis amigos habían reservado una zona privada de un pub cerca de la
playa. Sabían que después de lo de casa no estaría muy a gusto en un sitio
cerrado con mucha gente, así que eligieron
aquel lugar porque era al aire libre y se podía aspirar mi olor
favorito, la brisa del mar. Adoraba mi ciudad. Su gente, sus costumbres, todo.
Pero estaba enamorada de la costa, de la arena, el océano y el sol. Todo lo que
tuviera que ver con la playa tenía que ver conmigo. Y ese fue uno de mis
principales motivos para elegir Riverside como universidad, estaba a tan solo
una hora de casa y de la playa.
Al igual que con mi
familia, la fiesta con mis amigos también serviría de despedida. Pero esta vez
de forma conjunta. No era la única que empezaba la universidad aquel año. Había
otros cinco amigos que emprendían el mismo camino que yo pero en distintos campus.
Otros dos se iban a trabajar fuera y los demás seguían sus vidas en Long Beach.
Mary, la chica con la que mejor me llevaba de todos, se iba a Sacramento, a
estudiar arte dramático en el American River College. Soñaba con ser actriz de
teatro desde que éramos niñas, y estaba segura de que algún día lo conseguiría.
Vivíamos a treinta metros y prácticamente nos habíamos criado juntas.
Extrovertida y muy divertida. Tanto, que no podías parar de reír cuando estabas
a su lado. Alguien que no dejaba que estuvieras triste ni un solo segundo. Sin
embargo, no era capaz de tomarse nada en serio y huía de todo tipo de
problemas, tanto ajenos como propios. Por eso, nunca llegué a poder decir que
era mi mejor amiga. Ese honor recaía en mi madre. Aun así, Mary lo sabía todo
de mí.
Desde que vi su cara al
subirme al coche cuando vino a recogerme, supe que ella sentía la misma
tristeza que yo. Pero no lo demostraría más allá de su mirada.
- ¡Felicidades, vieja! – me gritó mientras
tiraba de mi cinturón y me lo abrochaba con las prisas de una madre que llega
tarde al cole de sus hijos. – Próximo destino: Fiesta de cumpleaños. – Puso en
marcha el coche imitando el saludo de un capitán de barco.
-
Gracias Mary. Pero por favor, no más chistes
sobre la mayoría de edad. Ya tengo el cupo completo de los que puedo soportar
hoy. – resoplé fingiendo agobio.
- Un día duro en casa de los Parker ¿eh? –
sonrió y agarró mi muñeca izquierda con fuerza – No te preocupes, esta noche va
a ser especial, lo presiento. ¡Vamos a pasarlo genial!
-
¡Claro que sí! – me contagié de su humor.
- Por cierto, me han contado que te han visto
hablando con tu queridísimo Matt. ¿Cuándo pensabas contármelo?
-
Ahora – me reí – Aunque eso de hablando…
Aproveché el camino para
contarle mi fallido intento de ser normal delante de mi vecino. Ella se río
tanto o más que mi madre.
- Eres digna de estudio – se burló. No pude evitar reírme yo también.
Habían pasado unas horas de lo ocurrido y ya con todo más
frío en mi cabeza, sonaba tan cómico… Quizás era lo último que le contaría a
Mary sobre Matt, aunque pensándolo bien, quizás era lo último que tendría que
contar de él en mucho tiempo. No quería ponerme triste, me negaba en rotundo a
ello, así que cambié de tema e intenté absorber todo el positivismo de mi
amiga.
Cuando llegamos al pub, todos
estaban esperando dentro. Mary y yo cruzamos la zona cubierta del local y
llegamos a la terraza trasera. Inspiré profundamente aquel aire, cerré los ojos y
sonreí. Aquel lugar era perfecto. Mis amigos habían decorado el reservado con
guirnaldas de cumpleaños y algunos globos. Di gracias a Dios porque a cinco
metros de nosotros hubiese un chico muy revoltoso nacido el mismo día que yo,
celebrándolo por todo lo alto. Odiaba ser el centro de atención. Mi timidez iba
más allá de mi vecino. Pero aquella noche tenía que soportarlo. Todo lo habían
hecho por mí y debía ser lo más agradecida posible. Saludé a todos uno por uno.
Compartimos risas, anécdotas y algún que otro baile un buen rato, hasta que
empecé a ver cuchicheos entre ellos y supe que algo estaban tramando.
- Rach, ¿podrías ir a por un par de botellas de agua, por favor? Estoy seca. – Acepté la petición de mi amiga Jamie de buena gana. Me apetecía despejarme un poco y así dejarles tiempo para que terminasen de preparar lo que estuvieran ideando. Me deslicé entre la gente y llegué como pude a un lugar despejado de la barra. La música estaba altísima.
-
¿Qué te pongo guapa? – preguntó a grito
limpio el barman.
-
¡Dos botellas de agua y una coca cola! – le
respondí en el mismo tono.
-
Enseguida chica Light – sonrió y cogió las
bebidas de la nevera que había a sus pies. – Aquí tienes. – soltó las botellas
delante de mí y empezó a servirme el refresco.
-
¡Gracias! – saqué la cartera para pagarle
pero alguien se me adelantó y le dio un billete al camarero.
- A esta invito yo. – dijo Matt apoyado en la
barra mirándome igual de sonriente que por la mañana.
- Eh… - Iba a pasarme otra vez – Yo… - tragué
con fuerza y conté hasta tres recordando lo que me dijo mi madre. – Gracias.
Pero no tienes por qué molestarte. – conseguí decir una frase completa sin
tartamudear.
-
¡Ah! ¿no? – preguntó sorprendido. - ¿Hoy no
es tu cumpleaños?
-
Pues… Sí, sí lo es. – me estaba muriendo de
vergüenza.
- Entonces la invitación está bien hecha. –
sonrió de nuevo – aunque me gustaría que te la tomaras conmigo.
- ¿Yo? – Oh Dios mío, no me hagas esto. – lo
siento mis amigos me están esperando y …
-
Te caigo mal ¿verdad? – dijo con media
sonrisa.
-
¿Qué? ¡No! – no podía permitir que pensara
eso.
- Entonces… ¿Por qué me evitas siempre? –
arrugó la frente. – No se me ocurre otra explicación para que llevemos tanto
tiempo viviendo uno enfrente del otro y apenas nos saludemos.
- Es que… - Rachel
Parker, ahora o nunca. - Está bien. Me tomaré esta contigo. – Alcé el vaso.
-
Gracias – otra vez esa sonrisa. - ¡Camarero!
Otra coca cola por favor.
-
¿Otro Light? – el barman se río y le puso el
refresco.
-
Hay que respetar la ley. – bromeó con el
camarero – Ahora sí – repitió mi gesto con su vaso. – Feliz Cumpleaños Rachel.
-
Gracias de nuevo – dije sorprendida. ¡Sabía
mi nombre!
- No hay de qué. Si esta mañana no hubieras
salido corriendo te habría felicitado antes. Tu madre vino hace un par de días
a casa para pedirnos un poco de levadura y dejó bien claro que era para tu
pastel de cumpleaños.
- ¿En serio? – él asintió – la verdad es que no
me extraña. Ella estaba más emocionada que yo – Sonreí por fin – siento lo de
esta mañana. A veces soy demasiado tímida.
- No te preocupes, está olvidado. – Bebió un
poco. – Aunque para ser tan tímida, tus amigos te han formado una buena ahí
fuera.
- Sí, ¿a qué es genial? – ironicé y él se río.
– En serio, les estoy muy agradecida. Sé que de vez en cuando no está mal
soltarse el pelo pero, no me hubiese importado algo más íntimo y sin tanta
gente extraña pendiente de nosotros.
- Bueno, míralo de otro modo. Si no lo hubiesen
hecho así, yo no podría haberte invitado y aún creería que me ves como al
idiota de la casa de enfrente.
-
Yo jamás pensaría eso de ti. – dije rápida y
espontáneamente.
-
¿Ah no? ¿Por qué? – entrecerró los ojos.
-
Porque… - ¡dí
algo coherente! - ¿cómo podría juzgarte sin conocerte?
- Ni que eso fuera tan raro – su rostro se
ensombreció – no serías la primera que lo hace. A la gente le gusta mucho eso
de juzgar sin conocer. Deben encontrarlo divertido.
Matt bajó la mirada y la
clavó en el suelo. Noté como se tensaban sus músculos bajo su jersey azul.
Apretó tan fuerte su puño alrededor del vaso que creí que estallaría en
cualquier momento.
-
¿Te encuentras bien? – Le pregunté
tímidamente.
- ¿Qué? – reaccionó y se volvió hacia mí –
perdona, estoy bien, no te preocupes – sonrió ampliamente más relajado –
simplemente es que no todo el mundo es tan objetivo como piensas.
-
Ya, bueno… A veces hay que hacer oídos
sordos.
- Sí, pero hay casos que es imposible. – Apretó
la mandíbula. – De todas formas, no sé por qué te he soltado todo ese rollo, Lo
siento, sólo quería felicitarte y hablar contigo un poco y me pongo a quejarme.
- Tranquilo. Después de invitarme, tienes todo
el derecho a protestar lo que quieras. – Bromeé.
-
Gracias. ¿Empezamos con la subida de
impuestos?
Los dos reímos y sentí una
agradable sensación de complicidad con él. Mi madre me había pedido que lo
tratara como a cualquier amigo y yo pensé que sería imposible. Sin embargo,
conseguí conversar con él como lo que éramos, dos vecinos de más o menos la
misma edad que acababan de conocerse. Aunque en mi caso podría decirse que
hacía mucho que lo conocía. Llevaba tanto tiempo observándole que me sentí algo
culpable.
De repente, noté como
alguien agarraba mi brazo con fuerza y tiraba de mí.
-
¿Dónde te habías metido? Todos te están
esperando – Mary me arrastraba con una llave de muñeca infranqueable. Cuando me
di cuenta, mi vecino estaba ya a unos 5 metros.
-
¡Lo siento! ¡Me secuestran! – le grité desde
lejos.
- No te preocupes ¡Pásalo bien! – me contestó
mientras le perdía de vista entre la gente.
-
Mary ¿Sabes quién era ese? – Pregunté
malhumorada. Ella se encogió de hombros y negó con la cabeza indiferente. Se
paró en seco al llegar a la terraza, se puso detrás de mí y me sujetó por los
hombros.
-
Cumpleaños feliz… - empezó a cantar tan fuerte que dolían los
oídos. Menos mal que se calló en cuanto mis otros amigos aparecieron con una
tarta llena de velas encendidas coreando la misma canción.
-
¡Pide un deseo Rach!- me pidió Benjamin al
terminar.
Cerré los ojos y me concentré. Deseo ser feliz dije para mí antes de apagar
todas las velas. Hacía mucho que pedía lo mismo.
Aquel deseo englobaba todo
lo que quería. La felicidad sólo significaba una
cosa, que todo lo importante,
iba bien.
Los chicos me hicieron algunos regalos y una tarjeta firmada por todos que rezaba: “HAY MUCHAS COSAS QUE HACER EN LA UNIVERSIDAD, PERO SÓLO UNA IMPRESCINDIBLE: DIVERTIRSE”. Sonreí y les prometí que lo haría, pero aquel mensaje sonaba a despedida y el ambiente se cargó de melancolía. Abrazos, besos y buenos deseos para la nueva etapa. Por supuesto, Mary no dejó que aquello se volviera triste, Ideó la manera de acortarlo y darle un toque de humor.
Los chicos me hicieron algunos regalos y una tarjeta firmada por todos que rezaba: “HAY MUCHAS COSAS QUE HACER EN LA UNIVERSIDAD, PERO SÓLO UNA IMPRESCINDIBLE: DIVERTIRSE”. Sonreí y les prometí que lo haría, pero aquel mensaje sonaba a despedida y el ambiente se cargó de melancolía. Abrazos, besos y buenos deseos para la nueva etapa. Por supuesto, Mary no dejó que aquello se volviera triste, Ideó la manera de acortarlo y darle un toque de humor.
-
Venga chicos que esto es un cumpleaños no un
velatorio. Deberíamos recoger y salir de aquí. Mamá y papá seguro que os
esperan levantados. Que os vaya bien a todos y tened cuidado con la senectud,
dicen que llega sin avisar, y cuanto menos te diviertas antes la tienes encima.
– Cogió su último trago y lo alzó – ¡Brindemos por nosotros! – gritó.
-
¡Por nosotros!- Repetimos todos y bebimos
alegremente.
La fiesta dio a su fin no mucho más tarde. Cuando Mary y yo nos dirigíamos
al coche, eché un último vistazo al local por si tenía la suerte de volver a ver
aquella sonrisa. No pudo ser, pero tampoco podía quejarme de aquel día.
La fiesta dio a su fin no mucho más tarde. Cuando Mary y yo nos dirigíamos
al coche, eché un último vistazo al local por si tenía la suerte de volver a ver
aquella sonrisa. No pudo ser, pero tampoco podía quejarme de aquel día.
La delicadeza que estaba
empleando mi padre al untar la mermelada en el pan me hacía sospechar que
atacaría de un momento a otro. Y así fue.
-
¿Qué tal anoche?
-
Bien. – le contesté desganada. Había dormido
poquísimo.
-
¿Algún chico? – Entrecerró los ojos.
-
Claro, papá. Hubo unos cuantos.
-
Ya sabes a lo que me refiero.
-
Lo sé. Me refería a que me ligué unos
cuantos. – bromeé.
-
¿Acaso no has visto a ese chico salir de casa
hace un rato? – le preguntó mi madre en tono jocoso.
-
¿¡Qué!? – Mi padre se alarmó de tal modo que
mamá y yo no pudimos evitar reír a carcajadas. – No me deis esos sustos. – nos
pidió con la mano en el pecho.
Los 3 reímos. Aquello me
sirvió para despejarme un poco, pero aún necesitaba una buena ducha fría.
Además, así haría tiempo para quedarme a solas con mi madre y poder contarle
todo.
Mientras el agua caía por
mi pelo, cerré los ojos y me relajé. Sonreí al revivir en mi mente su sonrisa.
Allí, apoyado en la barra del bar con su copa alzada.
Al cerrar el grifo, pude
oír como mi padre arrancaba el motor de su nuevo todoterreno. Se iba al trabajo
y mamá y yo teníamos media hora antes de que ella tuviera que irse también. Me
sequé y me vestí lo más rápido que pude y aún con la toalla en forma de
turbante en mi cabeza, bajé los escalones de dos en dos para encontrarme con
ella en el salón.
-
¿Ya se ha ido? – Pregunté con una sonrisa de
oreja a oreja.
- Sí. Vamos, cuéntamelo todo. – Me dijo a la vez que con su mano
me invitaba a sentarme a su lado. Salté sobre el sofá y empecé a hablar como si
fuera un juguete al que le dan cuerda. Apenas tardé unos minutos.
-
¿Matt te invitó a un refresco? – sus ojos
brillaban como si fueran los míos.
-
Sí, ¡fue tan simpático! Y eso que yo me había
comportado como un bicho raro. - me avergoncé al recordarlo.
-
Bueno, pero lo que cuenta es que terminaste
controlándolo.
-
Menos mal.
-
Ahora lo que deberías hacer es intentar
hablar todo lo posible con él. Intenta ser su amiga.
-
Mamá, me voy a la universidad en 2 días. – me
desanimé.
-
¿Y qué? Tiempo suficiente, - dijo
despreocupada. – en la cocina tienes una lista de cosas que hacen falta para la
barbacoa de mañana que celebran tu padre y sus amigos. Ve al mercado y así de
paso echas una ojeada por el barrio por si da la casualidad que os encontráis
y… - sonrió pícara, como si acabara de explicarme un plan maestro. – Tengo que
irme. Prepárate lo que quieras de comer y no olvides la salsa especial. La
tienda sólo abre hasta el mediodía.
-
No te preocupes, mamá.
-
No me preocupo.- besó mi frente y recogió sus
cosas. – ¡Hasta la tarde!
-
¡No te canses mucho!
La puerta se cerró
suavemente y a los pocos segundos dejé de oír los tacones de mamá. Subí arriba
a arreglarme y yo misma me sorprendí intentando que mi pelo y mi ropa
estuvieran perfectos. Qué tontería Rach. Ni que de verdad te lo fueras a encontrar. Cuando dejé de pelearme con mi reflejo, bajé a la
cocina y me puse manos a la obra. Tenía que ir al mercado y no podía olvidarme
de la tienda de alimentación de la señora Frinch. Vendía la mejor salsa casera
para carnes del mundo. Al menos del mundo de la familia Parker. Estaba cerca
del mercado y el mercado sólo estaba a unas manzanas de casa, pero como tenía
tiempo de sobra, decidí ir por la playa. Necesitaba respirar aquel aire todo lo
posible antes de irme a la universidad.
El paseo marítimo siempre
era impresionante. Amplio y bullicioso. Aunque a aquellas horas no había apenas
gente. Pero a mí me ganaba el mar. No dudé en quitarme las zapatillas y pisar
aquella blanca arena para seguir mi camino mojándome los pies en esa agua
cristalina que bañaba toda la costa. Cerraba los ojos y respiraba profundamente
cada pocos minutos. Adoraba aquello. Iba tan despacio que casi no había
avanzado. Me demoraba a conciencia porque sabía que no volvería a estar allí en
una larga temporada. Miré la hora en mi móvil y decidí que tenía tiempo
suficiente de relajarme un poquito. El sol no quemaba demasiado pero aun así no
quise arriesgarme. Me senté sobre la arena y apoyé mi espalda en la pared del
paseo. Allí estaba más resguardada del calor. Miré a mi alrededor e intenté
dejar grabado en mi mente todo aquello, La textura de la arena entre mis dedos,
el olor del mar, el sonido de las olas… Cerré los ojos y me concentré…
-
¿Rachel? – la voz sonaba lejos - ¿Rachel, te
encuentras bien? – Esta vez sonó muy cerca. - ¿Me oyes?- conocía esa voz… -
Rachel, despierta, Vas a quemarte con el sol – ¿Despierta? Pero si yo no estoy… De repente me di cuenta. ¡Me había
quedado dormida! Abrí los ojos y me levanté tan rápido que sentí un mareo.
Alguien me agarró por los hombros y me mantuvo de pie.
-
¿Estás bien? – Preguntó Matt.
-
Sí, sólo me he mareado al levantarme deprisa
– sin embargo seguía mareada - ¿Puedes ayudarme a sentarme? – Miré hacia él y
lo vi algo borroso.
-
Por supuesto – Mi vecino me ayudó a llegar el
paseo y a sentarme en un banco - ¿Mejor?
-
Creo que sí. – Todo empezó a dejar de dar
vueltas.
-
Espera aquí. – Matt se alejó unos segundos y
volvió con una botella de agua fría. – Toma un poco. Te sentará bien.
-
Gracias – Tragué el agua como si se me fuera
la vida en ello. – Lo necesitaba.
-
Normal. – sonrió. – Te has quedado dormida a
pleno sol. Estabas empezando a deshidratarte. – Me quitó la botella y se echó
la poca agua que quedaba en las manos. Luego me levantó el pelo por detrás y me
puso una en la nuca y otra en la frente. Sentí un escalofrío y me tensé. No
sabía muy bien si por la temperatura del agua o por sus manos, pero la verdad es que me sentí
mejor. – Esto es bueno para el mareo. – Dijo sonriente.
-
Muchas gracias.
-
No hay de qué, pero dame una buena razón por
la que te has echado a dormir a pleno sol.
-
No me he echado a dormir, me he quedado
dormida sin querer. Además estaba a la sombra pero el sol ha cambiado de
posición – dije casi indignada con la estrella.
-
¡Que malvado! – mi vecino empezó a reír. –
Pero deberías saber que es lo que suele suceder con el paso del tiempo. –
bromeó.
-
No te rías de mí – dije simulando inocencia.
– Es que anoche terminamos tarde y esta mañana me he levantado temprano.
-
Y en la playa el tiempo pasa sin darnos
cuenta ¿verdad?
-
Pues sí… - entonces me di cuenta - ¡Oh no!
¡Mierda! – Me puse la mano en la frente y me levanté.
-
¡Ten cuidado! – dio un salto del asiento y se
puso a mi lado rodeándome con su brazo para que no me tambaleara. - ¿Qué es lo
que pasa?
-
Tenía que comprar unas cosas para mañana. –
miré el móvil – Y están a punto de cerrar. Mi padre me va a matar.
-
¿Dónde?
-
Cerca del mercado. En la tienda de la señora
Frinch.
-
Bueno, si te fías de mí…
-
¿Qué? – le miré extrañada.
-
Que si te fías de mí – volvió a repetir –
puede que nos de tiempo. – Matt dejó de sujetarme casi con recelo y señaló con
la mano hacia una motocicleta negra y vieja con pegatinas del Speedy Chicken,
un bar de comida para llevar situado cerca del mercado. – Además, me coge de camino.
-
¿Speedy Chicken? – Arrugué la frente.
-
¿Qué? De alguna manera tengo que pagarme los
estudios. – sonrió mientras encogía los hombros.
-
Está bien. No soy muy amiga de esos
cacharros, pero prefiero eso a ser hija muerta.
-
Estupendo – dijo abriendo el maletero donde
se lleva la comida. – Ponte esto. – Me acercó un casco.- Quiero dejarle a tu
padre el honor de matarte.
Me reí mientras me
colocaba aquel trasto en la cabeza. Matt se abrocho su casco y se subió a la
moto para arrancarla. Llevaba pantalones gris oscuro, unas zapatillas y una camiseta roja sin dibujos. Solía ser su estilo, desenfadado, igual que su peinado. Era algo que
me encantaba.
-
¡Vamos, sube! No tenemos mucho tiempo. – Mi
vecino me dejó el máximo espacio posible entre el portacomida y él, pero aun
así, el hueco era tan estrecho que me obligaba a ir más pegada a él de lo que
mi vergüenza creía soportar. - ¡Agárrate que nos vamos! – Dijo como si se
sintiera Indiana Jones. Sujetó con firmeza el puño y lo giró con brusquedad. La
moto salió disparada y el miedo me hizo agarrarme a su cuerpo como una
garrapata. – Lo siento – dijo contra el viento. – Si no es así, se cala al
acelerar.
Afirmé con la cabeza, para
disculparlo. No me atrevía ni a hablar. Sin embargo, aparte de la salida, lo
cierto era que Matt conducía bastante bien aquel bicho. Con suavidad y sin
locuras. Poco a poco fui relajándome hasta darme cuenta que mis brazos estaban
rodeando su atlético torso y que mi cara estaba a centímetros de la suya. Podía
oler perfectamente su colonia, incluso cuando hablaba, su voz retumbaba en mi
pecho a través de su espalda. Había soñado muchas escenas con él pero jamás
había imaginado nada así. Cerré los ojos y sonreí.
-
¿Qué? ¿Disfrutando del paseo? – preguntó al
verme por el retrovisor. – Ves como tampoco está tan mal. – soltó una mano del
manillar y señaló al vehículo.
- No. La verdad es que no está nada mal. – volví
a sonreír e intenté disfrutar de la manera a la que él se refería. Brisa
marítima en la cara, sensación de libertad y velocidad. Tenía razón, aquello
también tenía su punto.
Pocos minutos después
habíamos llegado. La señora Frinch estaba en la puerta con las llaves en la
mano pero fue muy amable con nosotros y nos atendió con una sonrisa.
-
Muchas gracias señora. – le dije alegremente.
-
De nada, muchacha. Sé que tu padre mata por
esa salsa. – contestó mientras nos acompañaba hasta la puerta para terminar de
cerrar.
-
¡Vaya! Parece que es verdad lo de hija
muerta – me comentó Matt al salir.
-
¿Lo dudabas? – bromeé y él sonrió. – Ahora
sólo me queda el mercado.
-
Pues vamos. – dijo decidido.
-
¿Qué? No, tú ya has hecho bastante. No te
preocupes. Gracias por todo pero deberías volver al trabajo. No quiero que te
metas en un lío por mí.
-
¿Trabajo? Hoy no tengo que trabajar.
-
¿Entonces…? – miré la moto extrañada.
-
La moto estaba en el taller y mi jefe me
pidió que fuera a buscarla. Quería despedirme de él porque me voy a la
universidad y me pareció un buen momento.
-
Bueno pues entonces deberías ir a llevársela
¿no?
-
¿Me estás echando? – sonrió con los ojos
entrecerrados.
-
¡No! - ¿sonaba a eso? Tenía que arreglarlo –
sólo digo que ya me has ayudado mucho y me da cosa seguir aprovechándome de ti.
-
Rachel… - sonrió de medio lado - ¿Cómo tengo
que decirte que quiero estar un rato más acompañándote?
-
¿Lo dices en serio? – estaba tan sorprendida
que no podía disimularlo.
-
Sí. ¿Por qué te sorprende tanto? Había
pensado en ayudarte en el mercado y luego invitarte a tomar algo en Speedy
Chicken. Sé que no es gran cosa pero me gustaría que nos conociéramos un poco
más antes de irme a la universidad y me parece un sitio tranquilo. Aunque… - me
miró de reojo – no sé si eso te resultará demasiado descabellado como para
aceptar.
-
Yo… - tragué con fuerza e intenté tranquilizarme.
– lo siento. He sido un poco desagradecida. La verdad es que a mí también me
apetece que nos conozcamos un poco más. Acepto, pero…
-
¿Pero qué? – dijo intrigado.
-
Hoy no es mi cumpleaños. Esta vez invito yo.
Además así podré agradecerte la ayuda que me has prestado esta mañana.
-
No tienes que agradecerme nada Rachel.
-
¿Ah no? Me has salvado la vida dos veces –
Matt se miró los dedos extrañado. - ¿No te salen las cuentas? Pues es fácil. Mi
padre y el sol ¿te parece poco para querer recompensártelo?
-
Ahora que lo pienso… - se echó a reír – está
bien. Es justo que me invites.
-
Entonces, trato hecho. ¡A por el mercado!
Sonreí y me sentí segura de mí misma. Aquello me
descolocaba pero sabía que tenía que aprovecharlo, así que, luchar contra mi
timidez era básico.
El mercado estaba a en la otra esquina de la calle.
Mi vecino caminó empujando la moto junto a mí. Al llegar, la aparcó junto a una
farola y entramos. En cuanto saqué la lista del bolsillo Matt se apoderó de
ella, le echó un vistazo y sonrió.
- Está chupado – dijo echándose a andar. Le seguí hasta los congelados donde se paró y me devolvió el papel. – Aquí está casi todo lo que necesitamos. ¿Qué te parece si tu vas cogiendo por ese lado y yo por este y nos encontramos en el centro? – asentí y él sonrió entusiasmado. – Pues manos a la obra.
Al cabo de unos minutos ya nos dirigíamos a la caja
con las manos llenas. Mientras esperaba para pagar, observé a Matt metiendo las
cosas en bolsas. Me parecía tan surrealista todo aquello. Y sin embargo, era
algo tan normal… él y yo haciendo la compra juntos. Que simple y que extraño a
la vez.
Mi vecino amarró las bolsas a los manillares de la
moto y la empujó hasta el Speedy Chicken, que no estaba muy lejos de allí.
Aparcó el vehículo junto a otros tres iguales, cogimos las bolsas y entramos.
Mientras él saludaba a todo el mundo yo me quedé observando el local. Un
pequeño establecimiento decorado al más puro estilo mexicano. Paredes de estuco
rosas y anaranjadas, mucha madera oscura y varias mesas pequeñas arrinconadas
para comer en un ambiente bastante íntimo. Tanto que casi me ruboricé al pensar
que en pocos minutos iba a comer allí con Matt. De repente noté como alguien
tiraba de las bolsas que llevaba en las manos y miré hacia el culpable. Un
chico de poco menos mi edad, las estaba desenganchando de mis dedos con
habilidad.
- Tranquila, sólo voy a meterlas en la cocina. Allí tenemos cámaras frigoríficas y así no se te estropeará todo. – miré a Matt que asintió con la cabeza y le sonreí agradecida al chico, que antes de que me diera cuenta ya había desaparecido por una puerta con un letrero que rezaba “PROHIBIDO EL PASO A TODO EL MUNDO AJENO AL PERSONAL”.
Volví al lado de Matt que estaba hablando con un
hombre de mediana edad, tez oscura y un gran bigote.
-
Rachel, este es Felipe. – me dijo cuando
llegué hasta ellos. – Mi jefe.
-
Encantada. Matt me ha hablado muy bien de
usted.
-
Sí, ya. – agarró por el cuello a mi vecino,
lo inclinó y empezó a frotar su puño en los pelos de Matt. – El abogadito lo
único que quiere es volver a tener empleo cuando vuelva de la universidad. ¿no
es así, cuate?
-
Pues claro. – Matt consiguió zafarse de la
llave y se incorporó con los pelos revueltos. - ¿Por qué si no iba a hablar
bien de ti, viejo? – se peinó con los dedos y se echó a reír junto con Felipe.
-
Perdóneme señorita. – tenía un marcado acento
mejicano. – A veces nos portamos como críos. Además, no estoy acostumbrado a
que mis empleados me traigan chicas tan bonitas.
-
¡Oh vamos, Felipe! – Matt le dio un codazo
bromeando. – Rachel es demasiado joven para ti. – se acercó a mí y me rodeó con
su brazo. – Además, hoy está conmigo. – nos dio la vuelta y me condujo hasta
una mesa. Yo deseaba que el suelo se abriera y me tragara. – Así que, ponte
manos a la obra: ¡dos especiales de la casa y unos nachos! Y de beber… ¿cola? –
me preguntó y yo asentí como pude. – ¡y dos colas!
-
¡Marchando! – gritó Felipe entrando en la
cocina.
Matt dejó de sujetarme y noté como el aire empezaba
a volver a mis pulmones. Se sentó en un extremo de la mesa y me señaló con la
mano el otro para que yo también tomara asiento. Había elegido una de las mesas
más al fondo y después de lo que había dicho y de cómo había actuado, yo no
podía quitarme de la cabeza que aquello parecía una cita. Sin embargo me negué
a verlo así. Estaba completamente segura de que no era lo que parecía y además,
el aparato locomotor de mi cuerpo iría mucho mejor si enterraba esa idea.
Apenas unos minutos más tarde la comida estaba en la
mesa. Dos grandes sándwich de pollo de varios pisos y un bol lleno de nachos.
Todo tenía una pinta buenísima y olía que alimentaba. Matt fue el primero en
atacar a los nachos.
-
Lo siento. – dijo mientras mojaba un nacho en
la salsa de queso. – Sé que no es muy educado pedir por el otro pero es que
quería que probaras nuestra especialidad.
-
No te preocupes. Está muy rico.
-
Me alegro de que te guste.
-
Felipe te ha llamado abogado. – le dije antes
de dar un sorbo a la coca cola. - ¿a qué se refería?
-
Estudio derecho. – respondió sonriente con su
sándwich entre las dos manos. – empiezo segundo pasado mañana.
-
¿Segundo? Ojalá yo empezara segundo. – mi voz
sonó algo agobiada.
-
¿Por qué? ¿qué estudias?
-
Empiezo periodismo este año. Pero me siento
muy insegura. No sé, es la primera vez que salgo de casa tanto tiempo, no conozco
a nadie y…
-
Tranquila. – me interrumpió. – Es normal. A
mí me pasó el año pasado en Los Ángeles. Pero después no es para tanto. Piensa
que el 95% de los alumnos de primer año, está en la misma situación que tú. Así
que, seguro que haces amigos antes de lo que te imaginas.
-
La verdad es que no lo había pensado así. –
sentí un pequeño alivio.
-
Verás como todo va bien. – me sonrió y noté
un pinchazo en el estomago. – Así que periodista ¿eh? Pues te propongo un
trato.
-
¿Qué trato?
-
Cuando termines la carrera y te contraten en
un buen periódico, te daré la exclusiva de mi mejor caso. Pero tendrás que
hacerle publicidad a mi gabinete.
-
De acuerdo. – levanté el vaso para sellar el
trato.
-
No, no. Así no.
Cogió una servilleta se levantó a por un bolígrafo y
se puso a escribir. Cuando terminó volvió a la mesa y me la puso delante. Había
escrito “CUANDO SEAMOS RICOS Y FAMOSOS, SEGUIREMOS SIENDO AMIGOS”, y había
firmado justo debajo.
- Ahora tú. – me dijo pasándome el bolígrafo alegremente. Me quedé mirando la servilleta con asombro. Jamás hubiese imaginado una cosa así. Firmé dubitativa y se la devolví. Él separó las hojas de la servilleta y me dio la segunda en la que se había calcado nuestro trato. Dobló con cuidado la suya y se la metió en la cartera. – No la pierdas.
-
No lo haré. – le sonreí y me la guardé.
-
Genial. – dio un último sorbo a su bebida, se
echó hacia atrás en la silla y se puso las manos en el estómago. – Me he
quedado llenísimo. – Dijo a la vez que
le sonaba el móvil. – Disculpa. ¿Sí? – contestó – Estoy en el Speedy Chicken
con Rachel, mamá. – era tan raro oírle hablar de mí con esa naturalidad. – Ya
he comido. Sí, claro que puedo. Está bien. Estaré ahí en una hora. – colgó el
teléfono y me miró con cara de pena. – Lo siento Rachel. Tengo que llevar a mi
madre a hacer unos recados.
-
Por favor, no te disculpes. Creo que ya es
hora de que vuelva a casa yo también. – Aunque en realidad no quería que
aquello terminara, debía parecer una chica normal con cosas que hacer.
Matt sonrió, recogió los platos y los llevó a la
cocina. Mientras él recogía las bolsas yo discutía con Felipe porque no quería
cobrarme. Se lo agradecía pero para mí era importante invitar a Matt, ¿acaso no
lo entendía? Mi vecino llegó hasta nosotros y lo solucionó de forma salomónica.
- No te preocupes Rachel, me debes una comida. – El futuro de aquella frase, me dejó bastante satisfecha. Le di las gracias a Felipe y salimos del restaurante.
Esta vez tuvimos que ir en autobús hasta casa, pero
no me importó lo más mínimo. Fue un rato más para estar con él. Todo lo que
hacía y decía era tan perfecto. Él en sí era tan perfecto que a veces creía que
no era real. Cada vez que me miraba, cada vez que sonreía, cada vez que me
rozaba era como si el mundo fuera sólo él. No quería pensar que mi madre tuviera
razón. Era ilógico enamorarse de alguien a quién apenas conoces, por muy
fantástico que fuese. Pero si no era amor, ¿qué diablos era?
Llegamos a mi casa y Matt me ayudó a dejar las
bolsas en la cocina. Luego lo acompañé hasta la puerta.
-
Gracias por todo Matt. – le dije apoyada en
el quicio. – No sé que hubiese sido de mí sin esa salsa.
-
De nada. – sonrió junto a las escaleras del
porche. – Por cierto, ¿Cuándo empiezas la universidad?
-
Pasado mañana, como tú. – dije algo triste.
-
Genial. Entonces, qué te parece si vamos
mañana a correr.
-
¿Qué? – me había cogido descolocada.
- Bueno, me habrás visto corriendo por la playa
¿no? Alguna que otra vez nos hemos cruzado.
-
Sí, alguna que otra vez. – ¿En serio se había
fijado en mí mientras corría? Parecía tan concentrado…
- Pues, si te parece bien, podríamos ir por la
mañana a correr juntos. A modo de despedida.
-
Bueno…
- apenas me salían las palabras. – Vale. Será divertido.
-
Claro. ¿A qué hora quedamos?
-
¿Hora? – Esa era fácil. - ¿qué tal a las
6:30?
-
Estupendo. Es la hora a la que suelo ir yo. –
¡Ja! ¡Ya lo sabía! – Nos vemos en la puerta de mi casa a esa hora ¿de acuerdo?
-
De acuerdo.
- Pues… - dio dos pasos hacia a mí, se inclinó
y me besó en la mejilla. – hasta mañana entonces, Rachel.
Me quedé mirando cómo se daba la vuelta tan
tranquilo y se dirigía a su casa con normalidad. Sin embargo yo no podía
moverme y mi corazón iba tan deprisa que creí que iba a desmayarme. Las piernas
me temblaban y sabía que debía controlar mi respiración antes de
hiperventilarme. Observé cómo antes de meterse en su casa se giró hacia mí,
sonrió y se despidió con la mano. En ese momento pensé que mi madre se lo había
contado todo a la suya, él se había enterado y quería reírse de mí sin piedad.
Era eso, ¿o realmente todo aquello estaba sucediendo porque yo, como mínimo, le
caía bien? Cerré la puerta como pude y fui hasta el salón. Me senté en el sofá
e intenté tranquilizarme. No sabía cuál de mis dos conjeturas me ponía más
nerviosa. Así que pensé que si se lo contaba a alguien tendría otro punto de
vista en el que centrarme. Llamé a Mary pero fue imposible dar con ella. Estaba
a punto de marcharse a otra ciudad y eso en una persona tan sociable como Mary,
significaba despedirse de mucha gente. A
mamá aún le quedaba un buen rato para llegar, y no tenía a mucha más gente a
quién me apeteciera contarle lo de Matt. Entre otras cosas porque no había
mucha más gente que lo supiera, de hecho, no había nadie más.
Cogí el mando de la tele y vi que debajo estaban
amontonados los folletos de Riverside. Los releí por enésima vez y me concentré
en la foto en la que se veía la imponente torre del reloj del Campus y las tres gigantescas iniciales UCR. Me
imaginé allí debajo, sentada con alguna amiga nueva. Alguien con quién pudiera
hablar de todo y por supuesto alguien con quién quejarme amargamente de no
poder ver a Matt en 9 largos meses. Una amiga de verdad, de esas que siempre
está ahí cuando la llamas y que no hacen un chiste de todo lo que te sucede.
Alguien que me mirara a los ojos como lo hacía mi madre, y supiera entenderme y
darme la tranquilidad de que no estoy sola. Alguien que entendiera la amistad
como yo lo hacía e hiciera añicos mi teoría de que amigas así, sólo existen en
las pelis. Me tumbé en el sofá, cerré los ojos pensando en todo aquello y al
poco rato me quedé dormida.
Hola soy el chaval (kiosco) q he dejado tirado este gran libro la verdad q me está enganchando el maldito libro (broma) está muy bien el cap 2 jajaj, jo m pongo en mi lugar y vaya mal rato jajaj a seguir leyendo
ResponderEliminarHola Carlos! Perdona por tardar en contestar. Me alegro que te esté enganchando, eso es lo importante! Y ojalá siga haciéndolo hasta el final.
ResponderEliminarUn beso!