Bienvenido a este blog, dónde podrás descubrir un mundo lleno de personajes que sienten como tú. Comparte conmigo este sueño y ayúdame a alcanzarlo.

Espero que disfrutes leyendo tanto como yo lo hago escribiendo, porque en esta historia también estás tú, que aprendiste a madurar, a conocer, a enamorarte, a elegir, a equivocarte…

Todos vivimos nuestro propio Riverside.

miércoles, 20 de febrero de 2013

CAPÍTULO 15


Como cada jueves, Liliam y yo esperábamos sentadas al señor González para comenzar nuestra clase de castellano. Sin embargo, el ritmo de la última semana había sido tan agotador que ninguna tenía muchas ganas de hablar.

Hacía tres días que Amanda había sacado de la cama a Lil y durante ese tiempo no tuvimos noticias de David. Bueno, al menos eso creía la italiana. Amanda había recogido una carta que habían colado bajo nuestra puerta y que iba dirigida a mí. David me pedía perdón por habernos fallado. Me explicaba que me incluía a mí en sus disculpas porque yo había confiado en él, me repetía que tenía un buen motivo y que iba a solucionarlo todo. Y al final me decía que no le contara nada sobre la carta a Lil, que debía ser él quién arreglara el problema.

Amanda había querido enseñársela a nuestra amiga y después quemarla, pero aunque yo sabía que lo que iba a ser se consideraba traición en el condado de Liliam, me arriesgué y la guardé a conciencia. Lo que más me costó fue convencer a Amanda para que mantuviera la boca cerrada. Menos mal que después de todo, me dio un voto de confianza que yo trasladé a David. Sin embargo, hasta ese momento, aún no había visto movimiento alguno respecto a él.

Le había explicado a Lil el plan que me había propuesto mi vecino para aquel fin de semana y ella se mostró encantada. Estaba segura que salir del Campus y hacer un poco de turismo, le iba a venir genial.
Por supuesto, también le había hablado de mi tarde con Matt, a lo que ella respondió
  • ¿Un tío depresivo? Las hay con suerte. Si te lo trabajas bien, es tuyo.
Su forma de ver las cosas siempre era tan original que a veces prefería no darle mucha importancia.
En aquellos tres días, también me había cruzado tanto con Peter profesor como con Peter amigo. En ambos caso fue mucho menos incómodo de lo que creí que sería. Se portó como siempre, aunque de vez en cuando sus miradas o sus gestos me hacían recordar que lo que me había confesado iba en serio. Pero me volví a sentir tranquila a su lado, porque fuera como fuera, me daba serenidad estar con él.

Curiosamente, después de David, con el que menos había estado era con Matt. Nos habíamos visto por los pasillos, en la biblioteca y en el comedor, pero casi siempre nuestra conversación era apenas un saludo. Ambos estábamos muy liados con nuestros estudios y siempre íbamos con prisas. Aún así, siempre tenía esa sonrisa para mí, ese beso en la mejilla y un mensaje cada tarde para recordarme que ya quedaba menos para ir a casa. Eran tonterías, pero a mí me hacían sentir mejor que nunca.
  • Rach. – la voz de mi amiga llamó mi atención. – Estás pensando en Matt ¿Verdad?
  • ¿Cómo lo sabes?
  • Por la sonrisa tan estúpida que tienes mientras dibujas esa “H” en la contraportada de tu libro.
  • ¿Qué? – miré asombrada el libro. Ni siquiera me había dado cuenta.
  • ¿Cuándo vas a admitir que estás enamorada?
  • Creo que sólo me queda un motivo por el que no hacerlo.
  • ¿Ah sí? ¿Cuál?
  • Haceros rabiar a Amanda y a ti. – me reí.
  • O sea, que lo admites. – me quedé callada. - ¿Lo admites? – sonreí mientras miraba el libro.
  • Te contestaré después de la publicidad.
Me había dado cuenta de que el Señor González había entrado por la puerta y decidí hacer sufrir más aún a Liliam, que emitió un pequeño gruñido y se volvió hacía nuestro profesor.
La clase fue amena e intensa, exactamente como todas las de castellano a lo largo del curso. El Señor González lograba que nos cundiera la hora con facilidad.

Poco antes de terminar la clase, un chico varias sillas más a mi derecha, me lanzó una bola de papel. Al mirarle con curiosidad, señaló hacia la puerta. Allí estaba David, medio escondido entre la pequeña abertura que había dejado el último alumno al entrar. Lo miré con sorpresa y se puso un dedo cruzándose los labios. Miré a Lil, que estaba increíblemente concentrada en las explicaciones de nuestro profesor y volví a mirar a David. Ya no estaba. Agité la cabeza con incredulidad y noté como mi móvil me vibraba en el bolsillo justo en el momento en que sonó el timbre de fin de clase.

EN LOS BAÑOS EN UN MIN. DAVID”. En cuanto lo leí me lo volví a guardar rápidamente, salí de clase con mi amiga y me disculpé para ir al baño. Le pedí que no me esperara y que fuera a encontrarse con Amanda en el comedor.

No me sorprendió que David no estuviera allí. Resoplé irritada justo cuando alguien me agarró por el brazo y tiró de mí hacia la esquina de otro pasillo. Era él y por su actitud parecía un fugitivo perseguido por la ley. No hacía más que mirar a un lado y otro para asegurarse, quizás, de que Liliam no me seguía.
  • ¿Dónde está? – preguntó con inquietud.
  • Se ha ido al comedor, así que relájate y dime qué es lo que quieres, porque como me encuentre hablando contigo me va a matar.
  • ¿Aún sigue enfadada? – asentí. - ¿Mucho?
  • ¿Por qué motivo iba a dejar de estarlo? ¿Acaso te has disculpado?
  • No. Pero pensé que si dejaba pasar unos días, el calentón del momento desaparecería y me sería más fácil hablar con ella. – me reí a carcajadas. – ¿De qué te ríes?
  • De lo poco que la conoces. Cada minuto que pasa es peor para ti. No quiere verte, ni siquiera quiere que te mencionemos. Es más, si se entera de que he guardado tu carta, dejara de hablarme a mí también.
  • ¿Por qué lo haces? – le miré con los ojos entrecerrados. - ¿Por qué sigues confiando en mí?
  • No tengo ni idea. – le aseguré. – Pero ya me estoy cansando.
  • Lo siento. – dijo sinceramente arrepentido. – Se que la cagué pero voy a arreglarlo, te lo prometo.
  • Pues hazlo ya o te vas a quedar sin posibilidades.
  • ¿Cuántas crees que tengo ahora?
  • ¿Posibilidades? – él asintió. – Un… 1% más o menos.
  • ¡Qué ánimos me das!
  • Estoy siendo sincera. – me encogí de hombros. – Y cuánto más tardes en disculparte peor.
  • De acuerdo, lo haré pronto.
  • Eso espero. – miré mi reloj. – Tengo que irme, David.
  • Dave, llámame Dave. Así me llaman mis amigos.
  • Pelota. – le dije mientras me disponía a marcharme.
  • Ya lo sé. – sonrió de medio lado y de repente pareció acordarse de algo. – Espera un momento, Rach.
  • ¿Qué ocurre ahora?
  • Sólo una pequeña recompensa por los servicios prestados: He hablado con Matt y habla muy bien de ti. – Me guiñó un ojo y se dio la vuelta para irse.
  • ¿Y qué diablos quieres decir con eso?
Se encogió de hombros. Ya estaba de espaldas y se alejaba, alzó su mano y se despidió con ella mientras desaparecía por la otra esquina del pasillo. David y sus misterios...

Era evidente, cuando me acomodé con la bandeja llena de comida en la mesa de mis dos amigas, que no podría compartir con ellas lo que me acababa de ocurrir. Al menos mientras Lil estuviera presente.

Después de bromear sobre el excesivo tiempo que yo había estado en el baño, Amanda nos contó con amargura que se había encontrado con Eric, la había parado y le había preguntado por cómo le iban las cosas, con un cinismo difícil de comprender.
Su comida apenas la tocó, pero esta vez no dije nada, su desafortunado encuentro con el imbécil de su ex, le quitaba las ganas de comer a cualquiera.
  • Me acordé de los guantes y me dieron ganas de darle una patada en la entrepierna. – reconoció mi compañera.
  • Posiblemente te hubieses sentido mejor. – respondió Liliam
  • No. Estoy segura de que no. Lo único que me haría sentirme mejor es olvidarle y olvidar todo lo que hemos vivido juntos. Total, ahora me parece pura mentira.
  • Eso no es cierto. – le dije con dulzura. – Aunque parezca increíble, la gente cambia. Pero lo bueno que vivisteis juntos no tienes por qué olvidarlo. Quédate con eso y pasa página de lo demás. Si vuelves a encontrártelo, muestra la misma indiferencia que él.
  • Si fuera tan fácil… - suspiró. - Quitando la parte de mí que quería matarle, que es la mayoría, aún había algo dentro de mi pecho gritándome que me estrechara en sus brazos y que olvidara todo lo demás. – negó con la cabeza. – Es de locos.
  • Para nada, es normal. – le aseguré. – Son demasiadas experiencias juntos, demasiados sentimientos. Y sólo hace una semana. Lo superarás.
  • El problema es ese, a veces pienso que no quiero superarlo. Siento que lo único que necesito es que él vuelva a confiar en mí y seguir dónde lo dejamos. Aunque sepa que eso es imposible. – apartó su bandeja y se echó sobre la mesa con la cabeza entre sus brazos.
  • Tienes que tener paciencia. – le pedí acercando mi mano y acariciando su oscura melena.
  • Amanda, sé que hay algo que puede animarte. – mi compañera sacó la cabeza de su refugio y miró a Lil con ojos brillosos.
  • ¿El qué?
  • Rach ha estado a punto de admitir que está enamorada de Matt. – Miré a Liliam con ojos asesinos y la descubrí sonriendo con malicia.
  • ¿Es cierto eso, Rach? – La mirada de mi compañera estaba llena de curiosidad.
  • Bueno… – me sentí algo intimidada por ambas. – Está bien, sí, lo reconozco. Estoy enamorada de Matt.
  • Ya era hora. – dijo Amanda mientras Liliam aplaudía. - ¿Y qué te ha hecho aceptarlo por fin?
  • El abrazo que me dio. Bueno, en realidad, lo que sentí cuando me lo dio. Fue impresionante, no quiero imaginar que hubiese pasado si es un beso.
  • Pues que hubieras tenido que recoger las bragas del suelo.
  • ¡Liliam! – gritamos Amanda y yo a la vez.
  • Pero que puritanos sois todos en este país. – se quejó indignada.
Por la tarde, cuando ya prácticamente había oscurecido, iba dirección a la residencia con la única compañía de un par de libros. Amanda se había quedado un rato más en la biblioteca. Sospechaba que era su manera de evadirse de la realidad. Liliam, por su parte, se había ido hacía un rato alegando estar agotada.

El Campus a esas horas me parecía de lo más romántico. Las farolas ya se habían encendido y aunque aún quedaba un poco de luz natural, la Universidad empezaba a resplandecer en la oscuridad. Las parejas se regalaban besos y abrazos sentados en algún banco o resguardados tras los árboles, buscando más intimidad. Los solitarios como yo, disfrutábamos del silencio y la tranquilidad del lugar. Cerré los ojos y respiré hondo. Cuando los abrí, ahogué un grito al encontrar a Peter frente a mí.
  • Lo siento, no pretendía asustarte. – dijo colocándome una mano en el hombro.
  • No pasa nada, no te preocupes. – solté el aire. – No te esperaba.
  • Yo tampoco te esperaba por aquí. – miró mis libros y los señaló. - ¿Vienes de hincar codos? – asentí. – Buena chica. – sonrió.
  • Es lo que me queda. Aunque no me lo imaginaba tan duro.
  • Bueno, a lo mejor yo puedo hacer algo.
  • ¿Vas a darme las preguntas del examen? – bromeé.
  • Qué más quisieras. – se rió. – Lo siento. Pero lo único que iba a proponerte es ir a cenar este fin de semana.
  • ¿A cenar? – Aquello sonaba tan formal.
  • Sí, a cenar. Tampoco es algo para echarse a temblar.
  • Lo siento. Es que… sigue sorprendiéndome.
  • Lo sé. – me puso un mechón detrás de la oreja. – Entonces ¿Qué me dices?
  • Que te lo agradezco pero no puedo. – ladeó la cabeza. – Este fin de semana me voy a casa a ver a mis padres. Voy a quedarme en el Campus por Navidad y me gustaría desearles buenas fiestas en persona.
  • Eso es una buena excusa. Te la acepto. – me mostró sus hoyitos. – Pero dime que después de Navidad vendrás a cenar conmigo. – me quedé pensativa. – Vamos, haz que Santa Claus me traiga ese regalo.
  • Está bien. – acepté sin estar del todo convencida. – Pero que no sea nada formal. No es una cita.
  • Qué chica más dura. – dijo mirando al cielo.
  • ¿Trato hecho? – le pregunté ofreciéndole mi mano.
  • Trato hecho.
En vez de estrechar mi mano para sellar el trato, se acercó a mí y besó mi mejilla. Me quedé rígida y él se dio cuenta. Sonrió ampliamente.
  • Nos vemos pronto, Rach.
Su despedida casi fue un susurró en mi oído. Oí como sus pasos se alejaban tras de mí. Lo que Peter me hacía sentir, era muy distinto en proporción a lo que sentía por Matt, pero aún así, poco a poco sentía más cosas por él. Cosas que me negaba a mí misma pero que estaban ahí. Y a veces las odiaba por estar.
  • Tengo que decir que eso ha sido realmente raro. – reconocí su voz al instante y me giré odiando aún más esas cosas que sentía por Peter.
  • Tienen su explicación, Matt. – le miré casi con remordimiento.
  • No tienes por qué dármela pero… la verdad es que me intriga.
  • Quizás alucines tanto como yo.
Le conté, con varios saltos en la historia, las continuas declaraciones de Peter hacia mí, mientras me acompañaba hasta la residencia. Pude disfrutar con claridad de sus bonitos ojos, porque no dejaba de abrirlos más y más. Tenía los labios en una fina línea y la frente se le arrugaba por momentos.
  • Una historia para contar a tus nietos. – me dijo en los escalones de la residencia, cuando terminé de explicárselo todo
  • Ya ves.
  • Pero ¿Te gusta? – no sabía bien que contestarle.
  • Algo. – fui sincera y me pareció ver que él apretaba la mandíbula. – Pero no lo suficiente para meterme en semejante berenjenal.
  • Desde luego entrarías directa al periódico del Campus. – bromeó. – Aunque no como columnista claro.
  • No te burles. – le recriminé. – Peter es un buen chico. Me respeta y ante todo es mi amigo.
  • Mientras sea así, me parece bien. – agachó una ceja. – Raro, pero bien.
  • No se lo digas a nadie, Matt. Y menos a Rose. No quiero que esto sea la comidilla del Campus.
  • ¿En serio crees que lo haría? – repitió el mismo gesto que Peter pero con el mechón de la otra parte. Sólo con lo que sentí, tenía clara la diferencia.
  • No lo creo, pero ten cuidado.
  • Lo tendré, no te preocupes. – me miró con los ojos entornados. – Mañana es el gran día.
  • Sí, estoy deseando volver a dormir en mi cama.
  • ¿Se lo has preguntado a Liliam?
  • Viene con nosotros.
  • Estupendo, será divertido. – sonrió ampliamente. – ¿Os veo en los aparcamientos después de comer?
  • Allí estaremos.
Acercó su mano hasta mi mandíbula, la acarició con dulzura y me sonrió de medio lado. Volvió ese pequeño mareo que Amanda me había descrito como amor. Seguramente estuviera sonriéndole como una idiota cuando mi compañera llegó hasta nuestro lado y carraspeó. Matt retiró la mano y se volvió. Su cara me hizo pensar que creyó que era Rose, pero era Amanda la que nos miraba simultáneamente como si quisiera leer nuestras mentes. Se acercó un poco más a nosotros.
  • Hola. – saludó sonriente. – Disculpad que os moleste, pero quería conocerte. – le dijo a Matt ofreciéndole su mano. – Soy Amanda, la compañera de habitación de Rachel.
  • Y una de sus mejores amigas, según tengo entendido. – dijo él estrechándole la mano. Ella me miró agradecida. – Yo soy Matt.
  • También he oído hablar bien de ti. – le respondió mi amiga. – Y quería agradecerte personalmente que te la llevaras a la playa hace unos días. Estaba que se subía por las paredes sin su mar y su arena. Has conseguido que por fin me deje dormir. – bromeó.
  • Pues mañana me la llevo a casa, así que a partir del lunes, gozarás de la mejor compañía.
  • ¿Sabes? Quizás la traigas más relajada aún, pero…. – se acercó a mí, se agarró a mi brazo y besó mi mejilla. – Ya es la mejor compañía.
  • No lo dudo. – contestó él sorprendiéndome.
  • ¿Queréis parar de una vez? – les dije sonrojada mientras se echaban a reír. – Si supierais que sólo os estoy ganando para que no sospechen de mí cuando encuentren vuestros cadáveres junto a la laguna, no diríais eso. – bromeé.
  • Bueno, creo que me arriesgaré. – sonrió ella empezando a subir los escalones. – ¿Te espero arriba mientras vas descuartizando a Matt?
  • No, mejor empiezo contigo. – le sonreí. - ¿Nos vemos mañana? – pregunté a Matt.
  • Por supuesto. – se acercó a besar mi mejilla y quizás fuera porque Amanda estaba delante pero me puse más nerviosa que otras veces. – Hasta mañana. – Miró a Amanda y le hizo un gesto de despedida a la marinera. – Encantado y… suerte con Jack el destripador.
Amanda le devolvió el gesto sonriente y las dos vimos a Matt alejarse con esos andares de deportista de élite. Al volverme hacia ella estiró su mano desde dos escalones más arriba. Le tendí la mía y me impulsó hasta su lado para tomar el camino a nuestra habitación.
  • Ahora que me he fijado mejor, es realmente guapo. – observó mi compañera mientras dejaba las llaves sobre la mesa. – ¡Qué ojos tiene!
  • Y qué sonrisa, Amanda, qué sonrisa. – suspiré.
  • Da gracias porque haya sido yo la que te ha visto babear así, temblar como si te fuera a comer cuando te ha dado el beso y suspirar de esa manera ahora mismo. Si es Liliam, tienes burlas un mes.
  • Lo sé. – me descalcé y me tiré en la cama. – Pero no se lo dirás.
  • ¿Qué te hace pensar que no lo haré? – me preguntó poniéndose la parte de arriba del pijama. Me fijé en sus costillas, estaba más delgada.
  • Jack el destripador. – le contesté y de un salto me incorporé. – Que de momento, se va a meter a cocinero porque no le gusta nada descuartizar a un montón de huesos. – busqué algo de comer en la nevera.
  • Eres una exagerada. – contestó Amanda mirándose en el espejo. – Tampoco estoy tan mal.
  • Amanda… – asomé la cabeza por encima de la puerta de la nevera. – ¿Te has pesado últimamente? – sin abrir la boca, hizo un sonido afirmativo con su garganta. – ¿Y?
  • Tres kilos menos. – balbuceó.
  • ¿Qué? ¿En una semana? – su garganta volvió a emitir aquel sonido. – Vamos a ver. – cerré la nevera de un portazo y miró asombrada cómo caminaba hacia ella con un dedo amenazante. – No voy a decírtelo más, así que escúchame bien. No soy tu madre, ni pretendo serlo, pero te trataré como tal si sigues con esa tontería de no comer. ¿Quieres caer enferma? ¿De verdad Eric merece que juegues con tu salud?
  • No. – agachó la mirada. – Pero Rach, de verdad que no tengo apetito.
  • Pues me da igual. Te obligas a comer lo que sea, aunque sea poco. – me miró a través de su melena que le caía por ambos lado de la cara. – No puedes pasarte el día estudiando a base de cafés. – le retiré el pelo de la cara. – Me estás preocupando de verdad. Me lo habías prometido.
  • Lo sé. – cerró los ojos de puro cansancio. – Y también sé que tienes razón, pero siento que la desgana es más fuerte que yo.
  • De eso nada. – le puse mis manos bajo su barbilla, obligándola a mirarme. – Todo es psicológico. Tú eres más fuerte que todo esto y sabes que tanto Lil como yo estamos contigo. Escucha esto atentamente: Vales mucho más que él, más que todo esto que estás pasando. Primero estás tú, después tú y luego, si te queda algún hueco para pensar en alguien más, vuelve a pensar en ti. Y si vuelves a encontrártelo, recoges su cinismo y se lo estampas en la cara con tu maravillosa sonrisa, le demuestras que ya no tienes tiempo para él y sus gilipolleces, y al marcharte de su lado, que sienta que una vez tuvo a la mejor chica del mundo, que la perdió por imbécil y que ya jamás volverá a tenerla. Ni a ella ni a ninguna que le llegue si quiera a los tobillos.
  • Rach. – carraspeó, me agarró las manos y las bajó hasta nuestras caderas, sin dejar de sostenerlas. – Si me llegas a dar esta arenga antes de habérmelo encontrado, hubiese almorzado una hamburguesa gigante. – la miré con media sonrisa. – ¿Sabes? me acaba de entrar un hambre impresionante. Hambre de seguir adelante, hambre de demostrarle que él y sólo él, es el perdedor de esta ruptura, hambre de orgullo y amor propio y sobretodo, hambre de cualquier comida basura que tengamos por ahí. – me soltó las manos y se fue directa al congelador. – A ver… verduras, arroz frito… ¡Lasaña! Perfecto. ¿Te apetece? – me preguntó mientras señalaba la caja de lasaña sonriendo con sinceridad. La miré desde lejos con los brazos cruzados en el pecho y empecé a caminar despacio hasta ella.
  • Lo que me apetece es darte un abrazo de los grandes.
  • No, por favor. – vi como le temblaba la barbilla justo antes de abrazarla. - ¿Ves? Ya me has hecho llorar. – me apretó con fuerza. – Voy a hacerlo Rach, te prometo que voy a dejar de lloriquear por él y voy a pensar en mí.
  • Sé que lo harás. – me separé de ella y le quité la caja de lasaña de la mano. – Oye, tiene buena pinta. ¿Iba en serio?
  • Por supuesto – sonrió mientras sacaba una botella de refresco y servía dos vasos. – Y un par de coca colas para brindar por mí, por mí y un poquito por ti también. – bromeó alzando un vaso y pasándome el otro.
  • ¡Y por pasárnoslo genial el fin de semana! – dije mientras chocaba mi bebida con la suya. – Salud.
  • Salud.
Amanda sonrió aún con los ojos brillosos y surcos de lágrimas en las mejillas. Siempre había sido la mayor, la responsable y la madura de nuestro grupo de tres, pero desde que empezaron sus problemas con Eric, parecía distinta. Aunque había conseguido mirar hacia delante, muchas veces decaía en su intento de seguir su vida dejando atrás todo lo suyo con él. Estaba más vulnerable, frágil y pesimista que nunca. Nos había repetido varias veces, que de no ser por nosotras, habría cometido muchas estupideces. No había podido imaginar a Amanda cometiendo estupideces hasta que vi sus costillas aquella noche. Y aunque se comió la lasaña como si hiciera meses que no comía, no me dejó del todo tranquila. Deseé que un fin de semana en casa de su madre, la hiciera volver a la normalidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario