Bienvenido a este blog, dónde podrás descubrir un mundo lleno de personajes que sienten como tú. Comparte conmigo este sueño y ayúdame a alcanzarlo.

Espero que disfrutes leyendo tanto como yo lo hago escribiendo, porque en esta historia también estás tú, que aprendiste a madurar, a conocer, a enamorarte, a elegir, a equivocarte…

Todos vivimos nuestro propio Riverside.

miércoles, 13 de febrero de 2013

CAPÍTULO 14 (Parte 2)


Subí hasta mi habitación como si tuviese alitas en las zapatillas. Sonreía como una tonta y estaba segura que la poca gente con la que me cruzaba, se me quedaba mirando. Si en vez de con un abrazo, la tarde hubiese terminado con un beso, habría superado el mejor de mis sueños.

Eché un vistazo general al entrar en mi habitación mientras me descalzaba en la entrada. Todo estaba en silencio y la poca luz que había, la proyectaba la lamparita del escritorio. Allí estaba Amanda, con los brazos sobre la mesa y la cabeza apoyada en un libro abierto como si de una almohada se tratase. Me acerqué a ella y vi como respiraba lentamente. Se había quedado plácidamente dormida sobre sus apuntes y llevaba las gafas ladeadas y cruzadas en la cara de forma divertida. Se las quite con cuidado y las dejé sobre la mesita de noche, volví hasta ella y la llamé despacio. Cuando reaccionó, la ayudé a llegar hasta la cama y a desvestirse casi como una zombie. Recordé cuantas veces había hecho lo mismo mi madre por mí y la eché de menos.
  • Buenas noches. – le susurré cuando ya estaba metida bajo las mantas.
  • Buenas noches, Rach.
Sonreí al oír su contestación mecánica, seguramente ella creía estar soñando. La miré desde mi cama, mientras me ponía el pijama, parecía realmente agotada. Era comprensible en época de exámenes, pero yo sabía que no eran sólo los estudios los que la tenían así de cansada. Sólo hacía dos días que había roto con Eric, pero ya llevaba mucho tiempo sufriendo por una cosa o por otra. Me dio impotencia saberlo y no poder hacer nada, ella no se lo merecía.

Me tumbé boca arriba, reviviendo aquella tarde en mi cabeza como si no terminara de creérmelo. No me atreví a llamar a Lil porque aunque solía quedarse despierta hasta tarde, posiblemente ya lo era demasiado. Tan tarde que me obligué a dormir porque si seguía flotando en una nube imaginaria más tiempo, al día siguiente la zombie sería yo.

El ruido de algo estrellándose contra el suelo me sacó por fin de mi amarga pesadilla. Estaba viendo con sobrecogedora claridad como Matt saltaba al vacío desde su cueva secreta mientras sus palabras retumbaban en el aire “Ni te imaginas las cosas que pensé”. Yo corría hasta él pero no le alcanzaba, y al mirar abajo, ya no veía nada, sólo oscuridad.
  • ¡Mierda! - escuché
Miré hacia la nevera y vi a Amanda agachándose para recoger lo que había quedado de su pobre taza. Me levanté para ayudarla y ella me miró sorprendida.
  • Y encima te he despertado. – se quejó. – Lo siento.
  • No pasa nada, me va a sonar el despertador en breve.
  • Últimamente soy un desastre. – echó los pedazos de taza en la basura y cogió la fregona para limpiar el suelo. – No sé ni por dónde piso.
Me quedé mirándola mientras terminaba de recogerlo todo. Dejó la fregona y apoyó las manos en el fregadero de espaldas a mí.
  • No sé ni cómo llegué anoche a la cama. Sé que no podía concentrarme, me apoyé sobre la mesa y de repente, me levanto en mi cama esta mañana. – me miró con los ojos entrecerrados. – ¿Me estás drogando o algo así?
  • No. – le sonreí y me acerqué a ella. – Yo te llevé a la cama. Te habías quedado dormida sobre el escritorio mientras estudiabas.
  • Genial. – se dio la vuelta apoyando la cintura en la encimera y se pasó las dos manos por el pelo. – ¿Qué me pasa, Rach?
  • Que necesitas olvidarte de todo y descansar. – la abracé. – Verás cómo el lunes que viene estás como nueva después de estar en casa unos días.
  • Ojalá.
  • Claro que sí. – me separé de ella. - ¿Sabes? Yo también voy a irme a casa este fin de semana.
  • ¿Sí? – asentí enérgicamente. - ¿Cuándo lo has decidido?
  • Anoche, cuando estuve con Matt.
  • ¿Anoche? – me miró con recelo. – Te fuiste con él a media tarde.
  • No me mires así, yo no soy Liliam. – me reí. – Mejor te lo cuento.
Le pedí a Amanda que se sentara mientras yo hacía el desayuno y le iba contando todo lo sucedido con mi vecino el día anterior. A pesar de ser Amanda, no mencioné el rincón secreto de Matt, simplemente le dije que habíamos ido a Newport. Parecía una tontería pero sentía que era traicionar su confianza. Así que, obviamente y muy a mi pesar, omití partes de la historia.

Le pasé una taza de café y un zumo de naranja. También freí un par de huevos con beicon para ambas. Sin embargo, en cuanto le puse el plato delante, lo rechazó.
  • De eso nada. – Volví a colocar el plato frente a ella. – Tienes que comer. Llevas dos días haciendo como la que come y luego lo dejas todo. – me miró con sorpresa. – Sí, me he dado cuenta. Y no pienso dejar que te pongas enferma. Así que, come.
  • Últimamente no tengo apetito. – me miró con cara de cordero degollado. – Pero tienes razón, tengo que comer.
  • Tienes no, vas a hacerlo.
  • Que sí, mamá. – se rio y se metió un gran trozo de comida en la boca. - ¿Contenta? – dijo con la boca llena.
  • Lo estaré cuando te lo termines todo.
  • Tus hijos te odiaran, lo sabes ¿no? – bromeó. – O sea, que anoche llegaste aquí respirando corazoncitos. – dijo volviendo al tema principal.
  • Eso es más cursi incluso de lo que yo lo habría descrito, pero sí, más o menos fue así.
  • Esta vez tengo que darle un punto positivo a Matt. – me sonrió. – Confieso que si va a seguir por esa línea, tiene todas las de ganar.
  • Amanda. – la miré inquieta. – Creo que ya he aprobado el punto número uno ¿puedo pasar ya al dos?
  • ¿Quién te ha dicho que has aprobado el uno?
  • Él.
  • Pero la profesora soy yo y te digo que no. Has conseguido llegar a la cima, ahora hay que mantenerse. Además, creo que sigue teniendo novia ¿no?
  • Sí. – apoyé un codo en la mesa y dejé caer mi cara sobre mi puño. – Pero es que cada vez me resulta más difícil. Hay veces que me entra un calor que me dan ganas de agarrarlo por la camiseta y olvidarme de hasta como me llamo. – mi compañera me miraba con los ojos muy abiertos y la frente arrugada. – Sí, has oído perfectamente y todo ha salido de mi boca.
  • Rach. – se rió. – Es normal que un tío bueno como Matt te revolucione hasta la última hormona de tu cuerpo. Pero lo que tú quieres con él, va más allá de la pasión. Y si te dejas arrastrar por ella, no lo conseguirás. Tienes que aprender que los tíos piensan en sexo antes que en nada. Si se lo das a las primeras de cambio, olvídate de conquistar su corazón.
  • No estaba hablando de sexo. Sólo me refería a un beso.
  • Eso creemos todas y al final acabamos bajo sus sábanas. – negó con la cabeza. – Tú gánatelo por dentro primero. Lo demás, vendrá rodado.
  • Está bien. – suspiré. – Seguiré esperando pacientemente.
  • Recuerda: el que siembra, recoge. – me guiñó un ojo y me mostró su plato. Estaba vacío.
Estaba en clase de Comunicación intentando concentrarme y no pensar en Matt. Pero me era casi imposible. No se me pasaba otra cosa por la cabeza más que sus ojos, sus labios, sus lágrimas y su abrazo. Y ése gracias que me susurró al oído. Sin darme cuenta se me escapó un suspiro.
  • Señorita Parker. – alcé la vista hacia el profesor Danes. – No sé si se aburre profundamente o está enamorada. Sea lo que sea, no me importaría en absoluto si no fuera porque nos está distrayendo a todos con sus sonoros y constantes suspiros.
¿Se había oído? ¿Habían sido más de uno? Dios, me sentí encendida como una bombilla.
  • Discúlpeme señor. No volverá a pasar. – agaché la mirada.
  • Eso espero. – se giró hacia la pizarra. – Sobre todo por su salud, se va a deshinchar.
Toda la clase se echó a reír y quise desaparecer por un agujero negro y llevarme conmigo el ingenioso humor de mi profesor. Pero lo único que hice, fue deshacerme la cola y echar mi melena castaña hacia delante, intentando ocultarme tras mis rizos.

En cuando terminó la hora de la clase intenté salir pitando del aula, pero el señor Danes quería hablar conmigo. Me acerqué a su mesa y volví a disculparme.

  • No voy a regañarla. Esto es una Universidad, ya son mayorcitos. – me dijo con semblante serio. – Sólo quería advertirle una cosa. Me parece usted una buena estudiante, bastante aplicada y con uno de los resultados más positivos del primer ciclo del curso.
  • Gracias, señor Danes. – fue sólo un hilo de voz.
  • Siga usted así, y tenga cuidado con los enamoramientos, si es eso lo que le ocurre. – le miré sorprendida. – Sepa separar el ocio del deber. Y más aún en la época que estamos. Hasta la próxima clase y suerte.
Pasó por mi lado con celeridad y desapareció tras la puerta de la clase en la que ya sólo estaba yo.

Al llegar a la taquilla, me extrañó no ver a Lil allí. Siempre solía esperarme apoyando su espalda en la pared y con la mirada fija es la pantalla de su móvil. Imaginé que mi retraso la habría hecho ir a buscarme al comedor, pero allí tampoco estaba. A la que sí encontré fue a mi compañera, que compartía mesa con Fred y reían alegremente.

Con lo poco que conocía a Fred, sabía que era de los que no paraban de hacerte reír. Por eso me gustaba que Amanda hubiese dejado a un lado que fuera el mejor amigo de su ex y siguiera manteniendo con él una buena amistad.
  • ¡Hola! – gritó el chico con los brazos abiertos al verme llegar. - ¿Dónde vas con ese aire de gata salvaje, Rachel? – Amanda se giró hacia mí.
  • Por fin has decidido soltarte la melena ¿eh? – bromeó ella.
  • Ja, ja. – fui sarcástica mientras volvía a cogerme la cola. – No me habléis del tema. Ha sido la peor clase de mi vida.
  • Venga, no será para tanto. – dijo Fred. – Almuerza con nosotros y nos lo cuentas.
  • La verdad es que venía buscando a Liliam ¿La habéis visto?
  • No la veo desde que se fue ayer con David.
  • Es verdad, no me acordaba. – fruncí el ceño. - ¿Crees que…?
  • Hablando de Lil… todo es posible. – Amanda se encogió de hombros. – Vamos, siéntate, come algo, vigila que me lo coma todo y vamos a buscarla juntas.
Acepté la invitación y le envíe a Lil un mensaje al móvil mientras esperaba para llenar mi bandeja. No hubo respuesta y estaba empezando a sonarme raro.

Amanda me pidió que me relajara y estuvimos charlando un rato los tres. Me fijé en Fred. Si Amanda no me hubiese retrasmitido todo su culebrón, nunca lo hubiese imaginado. Podía decir que ahora se mostraba más seguro y más relajado, pero no era así, porque la realidad es que se mostraba como siempre. Quizás su liberación se notaría en otros sentidos, pero conmigo siempre había sido el mismo chico alegre y disparatado.

Se rieron cruelmente de mí cuando les conté la anécdota del día. Aguanté estoicamente los chistes y las burlas. Cuando al fin se cansaron, me sentí aliviada.

Mientras comíamos, le había mandado un par de mensajes más a Lil, y en el último, le pedía por favor que me contestara. Lo hizo: “ESTOY BIEN, PESADA. ¿YA VAS A DEJARME EN PAZ?”. En cuanto se lo leí a los chicos, Fred estuvo seguro de que había pasado la noche con David y seguía con él. Sin embargo, Amanda y yo coincidimos en que algo no iba bien. Nos despedimos del chico y nos pusimos a buscar a Lil por los sitios más comunes dónde podía estar. Ni en la biblioteca, ni en la sala de recreo, ni en la cafetería. No había contestado a mí mensaje sobre dónde estaba. Así que, seguimos buscando. Se nos ocurrió mirar en sitios en los que estaría David, quizás tuviéramos la suerte de encontrarlos. En el primero no hubo suerte, David no estaba viendo el partido de baloncesto. No eran los Lakers, así que era lógico. Sin embargo, a la segunda acertamos. Había recordado la primera conversación que tuve sobre él con Liliam, donde me dijo que “casualmente”, lo había visto en los jardines narrando un partidillo que jugaban sus amigos. Y allí estaba, sólo que estaba vez participaba activamente.

Le llamé y le hice señas cuando empezó a buscarme. Al verme, se puso serio y me pareció ver que apretaba las mandíbulas. Se acercó a nosotras con paso vacilante.
  • Chicas. – nos saludó inclinando la cabeza. - ¿Disfrutando de la hombría de este interesante encuentro? – quiso ser gracioso, pero me pareció ver una sombra en su mirada, como si estuviera nervioso.
  • Estamos buscando a Lil. – le expliqué. – No la vemos desde ayer.
  • ¿En serio? – entrecerró lo ojos. – Yo tampoco.
  • ¿Qué? – no pude evitar sorprenderme. - ¿Dónde la dejaste por última vez?
  • Pues… – miró hacia un lado intentando recordar. – Creo que la última vez que la vi, estaba entrando en la residencia. Y tenía cara de pocos amigos.
  • ¿Crees? – asintió con seguridad. - ¿No estuvisteis juntos ayer?
  • Mmm… no. – dijo como si le fuera a caer un trueno en cuanto respondiese.
  • ¿Qué quieres decir? – La voz de Amanda sonaba a ese trueno.
  • Tú debes ser Amanda ¿no? – alzó su mano. – Yo David, encantado.
  • David… – mi mirada era una advertencia.
  • No me presenté, Rach. – agachó la cabeza y se quedó mirando al suelo.
  • ¿Qué has dicho?
  • Que no me presenté, que la dejé tirada. – me volvió a mirar. – Que fui un capullo.
  • Se te ha olvidado decir que no te hablará nunca más. – Apuntó Amanda.
  • Sí, lo sé. – suspiró.
  • Pero ¿por qué? – no entendía nada.
  • Porque cuando iba hacia allí me llamó una amiga y…
  • Vale, no digas nada más, está todo claro. – le cortó Amanda. – Vámonos Rach, creo que ya sé dónde está.
  • David. – estaba cabizbajo cuando le hablé. – Creí que te interesaba de verdad.
  • Tengo mis razones. – intentó disculparse.
  • Pues ya tienen que ser buenas si quieres, por un casual, que te perdone. – le contesté decepcionada mientras me daba la vuelta. – Aunque mucho me temo que no lo hará. – mi giré de nuevo hacia él. – Y un consejo, si tienes pensado explicárselo, no empieces con “me llamó una amiga…”. Te linchará.
Amanda tiraba de mí. Ella no había hablado nunca con él, no le conocía lo más mínimo y seguramente, sólo tuviera ganas de abofetearlo. Sin embargo, aunque yo sólo había tenido un par de conversaciones con él, podría decirse que le había cogido cariño. Era un chico diferente, y honesto, hasta donde había demostrado. Sentí pena cuando nos alejamos y lo vi sentarse en el suelo y mirar a ninguna parte. ¿Qué razones tendría? Fueran las que fueran, la había cagado mucho más de lo que podía imaginar. O quizás, por su actitud, si lo supiera.

Tanto Amanda como yo, ya estábamos seguras de dónde buscar: Su habitación, el último lugar dónde sabía que buscaríamos, porque es dónde nunca estaba. Conociéndola, eso significaba que no quería ver a nadie.

Al llegar, llamamos tímidamente a la puerta pero no contestó nadie. Volvimos a llamar, esta vez algo más fuerte y... nada. Amanda perdió la paciencia y aporreó la madera con todas sus fuerzas.
  • ¡Liliam, abre! ¡Sabemos que estás ahí! – le gritó.
  • ¡No estoy! – se oyó al otro lado.
  • Vamos Lil. – le hablé con tranquilidad. – Hemos hablado con David, sabemos que te dejó tirada.
Empezamos a oír ruido dentro, casi como si un elefante hubiese entrado en un lugar más pequeño que él. Escuchamos girar la cerradura y la puerta se abrió unos centímetros. Al empujarla sólo nos dio tiempo de ver como Liliam se volvía a meter en la cama y se cubría hasta la cabeza.

Había ido un par de veces a su habitación y siempre me había parecido que estaba dividida por la mitad. Como si la parte de la compañera de Lil fuera el infierno y la de ella el cielo. Un contraste de negro y blanco, limpio y sucio, desorden y meticulosidad. Tanta era la diferencia que veía normal que pasara más noches en nuestra habitación que en la suya. Sin embargo aquel día era diferente. La parte de Lil era tan caótica como la de su compañera. Tenía la ropa tirada por el suelo, los libros desparramados entre el escritorio y la silla, y un montón de clínex estaban repartidos tanto por la cama como por el suelo y la mesita de noche.

Nos acercamos a ella. Amanda se sentó en el borde de su cama y yo pensé sentarme en la de su compañera pero, después de echarle un vistazo, permanecí de pie.
  • Liliam, sal de ahí. – le pidió Amanda con dulzura.
  • No, no pienso hacerlo. – contestó con la voz ahogada por las mantas.- Nunca más.
  • ¿Quién eres tú y que has hecho con Liliam? – le pregunté medio riendo. - ¿Te vas a poner así por un tío?
  • Más quisiera él. – respondió asomando su boca por un hueco para que la oyésemos mejor.
  • Entonces ¿por qué no sales? – preguntó Amanda
  • Porque aquí debajo no veré a más chicos y no me volverá a gustar ninguno. Así no tendré la mala suerte de volver a sacar un poco la cabeza de mi hoyo para que me la hundan aún más.
  • No te pongas tan dramática. – en cuanto me oyó sacó la cabeza y me miró con los ojos llenos de rabia. – No es para tanto.
  • ¿Te parezco exagerada? – se incorporó de un brinco. Aún estaba en pijama.
  • A ver, entiendo que estés disgustada y que él ha sido un imbécil no presentándose. Pero primero deberías hablarlo con él y…
  • ¡No! No pienso hablar con él. No quiero excusas.
  • Pues yo tampoco las quiero, así que sal de ahí de una vez. – me enfadé y señalé a mi compañera. – Hace sólo un par de días que Amanda y Eric rompieron, y aunque lo suyo es mucho peor que lo tuyo, todavía no la he visto quedarse en casa a llorar. No seas cobarde.
  • ¡Yo no soy cobarde!
  • Sí que lo eres. Mírame a los ojos y dime que toda esta parafernalia no la estás montando sólo porque tienes miedo de cruzarte con él. – se me quedó mirando fijamente, con los ojos vidriosos y encendidos. Pero no dijo nada. - ¿Ves? Tengo razón. Y lo peor, me decepcionas. Un tío que pasa de ti no merece ni una lágrima tuya. Y mucho menos que pares tu vida por él.
  • Te odio. – me dijo y señaló a Amanda. – Y a ti también. – la miramos sorprendida. – Odio que me conozcáis tan bien. No debería ser así. Yo soy cerrada y orgullosa, nadie tiene que hablarme de esa manera. – Amanda y yo nos miramos unos segundos antes de echarnos a reír a carcajadas. - ¡No os riáis  Lo digo en serio. Si quiero quedarme aquí a llorar todo el día tenéis que dejarme.
  • Si es lo que quieres… – Amanda le habló con seriedad, se levantó y se encogió de hombros. – Está bien, nos iremos. De hecho, ambas tenemos mucho que estudiar. – la miró de reojo mientras me empujaba hacia la puerta. – Pero luego no digas que no tienes amigas o que las que tienes pasan de ti. – Llegamos hasta la puerta. Yo no quería irme, pero me dejé arrastrar. Si Amanda hacía aquello, sus razones tendría y yo confiaba plenamente en ella. – En fin, ya sabes dónde encontrarnos.
Cerró tras de sí y se me quedó mirando con media sonrisa. Entrecerré los ojos y ella alzó un puño. Mientras la miraba sin comprender empezó a contar segundos extendiendo los dedos uno por uno. En el cuarto, la puerta de la habitación de Liliam se abrió y mi compañera expandió su sonrisa con orgullo.
  • Esperad. – Nos pidió Lil. – Dejad que me vista y vaya con vosotras.
  • Tienes cinco minutos. – Le dijo Amanda sin tan siquiera mirarla.
  • De acuerdo. – Liliam volvió adentro para cambiarse.
  • ¿Cómo sabías que…? – dije señalando la puerta.
  • No lo sabía, lo intuí. – abrí mis ojos más aún. – He observado que a Lil le gusta que le insistan. Quizás porque le hace sentirse bien y querida. Y nunca me ha importado, pero ahora no era el momento de dejarse arrastrar por la pena y el halago para sentirse mejor. Tenía que despertar y salir de aquí. Entiendo que después de lo que le pasó con su ex, sea altamente vulnerable, pero si por un mínimo desplante se pone así, no va a tener fuerzas para enfrentarse a su inseguridad y su miedo nunca más. – miró hacia la puerta y volvió a mirarme. – Esa es la teoría, la práctica, la estudiarás en tercero. – me dijo.
  • ¿Cómo?
  • Es una técnica periodística. Sirve para conseguir que el entrevistado diga o haga exactamente lo que quieres. Hay varias formas de conseguirlo, sólo hay que observar. Y yo, gracias a tus conversaciones con ella, ya sabía cómo hablarle para que nos hiciera caso. Sólo tenía que ser clara, directa y con un poquito de despotismo.
  • O sea, que has descubierto mi secreto: Ser tan borde como ella.
  • Exacto.
Las dos nos echamos a reír. Me quedaba mucho por aprender en aquel Campus, pero siempre me sorprendía más cuando eran las personas que habitaban en él las que me enseñaban. “Fiat Lux” recordé en el instante que Liliam volvió a aparecer a nuestro lado.

Se había lavado la cara y se había pintado los ojos, intentando disimular la hinchazón. Aún así, llevaba unas gafas de sol colocadas en forma de diadema sobre su melena rojiza. Seguro que aquella tarde íbamos a ver poco sus grandes ojos verdes.
  • Estoy lista. – alzó la barbilla. – Ningún capullo universal me va a dejar todo un día metida en la cama. – de repente se paró y lo pensó. – A menos que se quede conmigo a jugar. – puso su cara de pilla, se rio con picardía y empezó a caminar delante de nosotras.
  • Buen trabajo. – alabé a mi compañera. – Vuelve a ser ella.
  • Gracias. – me sonrió y me agarró del brazo para seguir a Liliam.


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