Habían pasado
unos días desde que Peter se me declaró y en ese tiempo, me había esforzado al
máximo para comportarme con normalidad cuando habíamos coincidido. En clase me
esforcé por seguir participando activamente y debatiendo sus teorías para que
todo pareciera como siempre. Él me sonreía casi imperceptiblemente,
agradeciéndome que me lo tomara con naturalidad. Creí que me resultaría más
difícil pero al menos, como profesor y alumna, nada había cambiado. Fuera de
clase tampoco fue muy distinto, sólo habíamos coincidido en los pasillos y
apenas fueron unas pocas palabras, pero aun así, su forma de actuar me ayudó a
comprender que me dijo la verdad cuando prometió que nada cambiaría.
Amanda seguía
dando tumbos con sus historias y la verdad es que seguía siendo muy difícil coincidir
con ella, ni siquiera siendo compañeras de habitación. Pero aquello tuvo una
consecuencia positiva, Lil y yo seguimos creciendo como amigas y compartiendo
nuestro tiempo libre la una con la otra. Ya me había acostumbrado a su carácter
y a sus locuras, para mí era un complemento perfecto.
Precisamente
aquel día, ella y yo estábamos almorzando en el restaurante y quejándonos del
poco tiempo que restaba para los exámenes cuando alguien puso una bandeja junto
a la mía y tomó asiento con tranquilidad.
-
Buenas tardes, chicas. –
David nos miraba sonriente. - ¿Os molesta que almuerce con vosotras? – Ninguna
de las dos pudo decir nada de la sorpresa. – Vamos, mis colegas me han dejado
tirado, tened compasión.
-
Claro, acomódate. – le dijo
Lil amablemente. Me quedé mirándola asombrada, pero siguió comiendo como si
nada.
-
Gracias. Me hacéis un gran
favor.
-
De nada. A saber lo qué has
hecho para que pasen de ti. – respondió la italiana y no pude evitar fijar la
vista en ella ¿Qué se había tomado?
-
Nada. – David se rio. –
Realmente sólo es una excusa para sentarme a charlar con vosotras, me gusta
conocer gente nueva.
-
Pero a nosotras ya nos
conoces. – le dije.
-
A ti sí, pero a tu amiga… –
miró a Lil de reojo. – Creo que no tengo el placer de conocerla.
-
Sí que me conoces. – David
entrecerró los ojos. – Nos presentó Rachel en la fiesta. Mi nombre es Liliam
¿recuerdas?
-
¿Liliam? – parecía
desconcertado. – ¿Liliam no era esa chica rubia muy callada? – me estaba
preguntando a mí.
-
Sí. Y también un tsunami
teñido de cobrizo y con flequillo. – le respondí con media sonrisa.
-
¿En serio? – La miró
asombrado. - ¡Guau! Menudo cambio. – Liliam sonrió con suficiencia. – Estás… estás
diferente.
-
¿Mejor o peor? – le preguntó
mi amiga.
-
Yo diría que mejor. – David
sonrió. – Sobre todo más habladora.
-
El otro día no me encontraba
bien. – aseguró. – Así que has venido a charlar ¿no? Está bien, ¿qué quieres
saber? – Liliam me tenía alucinada. Se había tomado en serio lo de la ola
gigante.
-
Pues a ver, por la carta sé que
Rachel estudia periodismo, pero no tengo ninguna carta tuya, creo. – sonrió de
medio lado.
-
No, no la tienes. – le
confirmó ella con un toque de orgullo. – Estudio psicología. ¿Y tú?
-
Arquitectura. – miré los
libros que había dejado en el banco entre él y yo y vi uno que llamó bastante
mi atención.
-
David – le llamé antes de
que mi amiga volviera a la carga. – Ese libro que tienes ahí ¿está en italiano?
– A Lil se le abrieron los ojos de par en par.
-
¿Cuál, éste? – Lo sacó de
debajo de otro y lo alzó. – Sí, estudio italiano. – noté como Liliam se removía
en su asiento. – Algún día me gustaría ir a visitar Italia. Sé que allí está la
cuna de todo lo que hoy tenemos y si quiero ser un buen arquitecto tengo que ir.
Roma debe ser impresionante.
-
¿Y Venecia? ¿Qué te parece?
– le pregunté mirándola a ella de reojo.
-
¿Venecia? ¿Una ciudad que en
vez de calles tiene canales? – resopló asombrado. – Mataría por participar en
el proyecto de las compuertas de Venecia y me encantaría vivir allí un tiempo
para ayudar a salvar aquella ciudad.
-
¿De verdad? – A Liliam le
brillaban los ojos.
-
Claro. – le sonrió y creí
que mi amiga se iba a echar a llorar. – ¿Por qué te sorprende tanto?
-
Porque Liliam es veneciana.
– le respondí mientras mi amiga lo confirmaba con la cabeza.
-
¡Italiana! Ahora entiendo de
dónde viene ese acento tan peculiar que tienes.
-
Peculiar... – me reí. – Pues
eso que no la has escuchado en clase de castellano, a veces habla tan rápido
que mezcla los tres idiomas.
-
Me lío ¿vale? – se indignó
Lil. – El castellano se parece a mi idioma y encima todos a mi alrededor
hablando en inglés… es normal ¿sabes? – me reí.
-
¿Tres idiomas? Vaya, eres
una caja de sorpresas Liliam. – admiró él y si no la conociera hubiese jurado
que mi amiga se había sonrojado. – Pues lo siento pero eres la primera italiana
que conozco.
-
¿Y por qué lo sientes?
-
Porque vas a tener que darme
clases. – No sabía quién de los dos era más directo.
-
¿Quieres que yo te de clases
de italiano? – él asintió y ella se rio a carcajadas. – No sabes lo que dices.
Deberías estar sintiéndolo por ti entonces, soy una profe despiadada.
-
Doy fe. – le aseguré. – No
sé en qué momento se me ocurrió pedirle ayuda con el castellano
-
No importa. – contestó David
seguro de sí mismo. – Siempre me han gustado los retos.
Me quedé
observándoles unos segundos mientras seguían compartiendo preguntas y respuestas
uno sobre el otro y casi parecía que saltaban chispas de sus miradas. Apenas se
conocían y se atisbaba una química perfecta, por momentos, sentía que sobraba
en aquel lugar, como si fuese una radio encendida a su lado para ellos. Miré a
mi alrededor buscando una salida y como si hubiese presentido mi situación, vi
entrar a Amanda en el restaurante mirando a un lado y a otro y entendí que era
el momento de escapar.
-
Chicos, os dejo solos. – Lil
me miró fijamente, sorprendida. – Tengo que hablar con Amanda y la acabo de ver
entrar, así que si me disculpáis.
-
Claro. – dijo David
encogiendo los hombros. – No te preocupes y saluda a esa tal Amanda de mi
parte.
Le sonreí y me
apresuré en alcanzar a mi compañera que seguía buscando algo o a alguien entre
las mesas.
-
Amanda.
-
Rach, menos mal, no te
encontraba. – mi compañera buscó detrás de mí – ¿Dónde está Liliam? – se preocupó.
-
Ahí detrás con… David – señalé
disimuladamente a mi espalda, Amanda miró hacia allí y abrió mucho los ojos. –
Al verte, he huido. – ella sonrió al comprender la situación. – Has dicho que
no me encontrabas ¿Para qué me buscabas?
-
Vamos a los jardines. Ha
habido avances sobre lo que te conté de Fred.
-
¿En serio? De acuerdo, vamos.
Salimos juntas
del restaurante y noté como el frío me helaba la cara en cuestión de segundos,
me abracé dentro de mi abrigo y caminé pegada a mi compañera. La observé
mientras paseábamos por el sendero que conducía a los jardines de la parte de
atrás de la residencia. No tenía buena cara, parecía cansada y triste, me sentí
culpable por no poder volcarme más en ella, pero con el poco tiempo que
pasábamos juntas, era complicado.
Llegamos a
unos bancos que daban al centro deportivo, donde estaba la zona más verde del
campus. Aquella parte de la universidad me encantaba y ella lo sabía.
-
¿Aquí está bien? – preguntó.
-
Sabes que sí. – me sonrió. –
A ver, ¿qué son esos avances?
-
De momento no hay mucho, sólo
que he conseguido convencer a Fred para que, al menos, se lo cuente a Eric.
-
¿Y a Sarah?
-
Todavía no se siente capaz. Espero
que salga todo bien con mi chico y así coja confianza.
-
Pero crees que eso no va a
pasar ¿verdad?
-
Aciertas, para variar.
-
Eric es un chico serio y
maduro, seguro que lo va a aceptar. Además, Fred es su mejor amigo.
-
Eso era así antes, últimamente
no se llevan demasiado bien. Fred sigue obsesionado con que Eric ha cambiado
desde este verano y Eric se está empezando a creer las conjeturas de Sarah
sobre su amigo y yo. Cada vez le hace menos gracia que pase tiempo con Fred. Es
triste, pero es así.
-
Pero eso es sólo porque no
sabe la verdad. Cuando Fred se la cuente, lo entenderá todo, ya lo verás.
-
Ojalá tengas razón, Rachel.
– suspiró y miró al suelo abatida.
-
¿Qué te pasa? Pareces
agotada.
-
Lo estoy. – me sonrió sin
ganas. – Entre los estudios y todo este lío, apenas duermo, llego tarde y doy
mil vueltas en la cama.
-
Lo he notado y tengo que
confesar que echo de menos nuestras charlas nocturnas y encontrarme tus notitas
en la mesita al despertar.
-
Lo siento. – echó su cabeza
en mi hombro. – Estoy deseando que lleguen las navidades y pase todo esto. Este
principio de curso se me está haciendo durísimo.
-
No te preocupes, tengo un
remedio infalible para eso. Esta noche te dejaré en la cocina una de las
infusiones de mi madre, son para dormir. Yo las uso para los exámenes finales,
te aseguro que te ayudarán a descansar de un tirón.
-
Gracias, Rach. – besé su
pelo con cariño mientras Where is the love de Black Eyed Peas, empezó a sonar
entre nosotras. – Creo que es tú móvil. – me avisó Amanda.
-
Cierto. – lo saqué del
bolsillo. – Es mi madre, disculpa un segundo. – Descolgué y me lo puse en la
oreja. – Hola, mamá.
-
Hola, cielo.
-
¿Qué ocurre?
-
Nada, sólo que ya tengo lo
que me pediste.
-
¿Lo que te pedí? – se me
había olvidado por completo hasta ese momento. - ¡Ah! ¡Ya lo recuerdo! ¿En
serio lo tienes?
-
Sí. No ha sido difícil, su madre
me lo dio encantada. Creo que le caes bien.
-
Mamá… apenas me conoce.
-
¿Y qué más da? ¿Lo quieres o
no?
-
Pues... – lo dudé un
segundo. – Sí. Dímelo. – tenerlo no significaba llamarlo.
-
Apunta. – Escribí el número en
el móvil de Amanda. – Listo, ya me contarás qué tal.
-
No te preocupes, prometí que
te lo contaría y lo haré.
-
Así me gusta. – oí a mi
padre gritar a lo lejos. – Cariño, te dejo, vamos al mercado. Papá tiene comida
de empresa y ya sabes la poca paciencia que tiene.
-
No te preocupes, mamá. Dale
un beso de mi parte.
-
Ahora mismo.
Colgué y copié
el número de Matt en mi móvil antes de que se borrara accidentalmente. Amanda,
que me miraba con los ojos entrecerrados se sorprendió cuando escribí el nombre
de mi vecino y lo guardé en contactos.
-
No quiero ser entrometida
pero ¿hay pone Matt?
-
No, creo que has leído mal.
– bromeé. – Max, pone Max. – mi compañera frunció el ceño. – Es mi perro, me
gusta charlar con él de vez en cuando. – no pude aguantar la risa.
-
¡Qué graciosa! – ironizó. -
¿En serio es el teléfono de Matt?
-
Sí. El otro día cuando
discutimos, sentí que necesitaba hablar con él y le pedí a mi madre que
consiguiera su móvil. En fin, una pequeña locura, no creo que vaya a tener el
valor de llamarlo.
-
¿Cómo que no? Lo vas a
llamar ahora mismo.
-
¿Qué? No, ni hablar.
-
Es la segunda vez en una
semana que os veo discutir. – Liliam apareció justo enfrente de nosotras. –
¿Qué os pasa ahora?
-
Rachel ha conseguido el
móvil de Matt y no quiere llamarlo. – Amanda se lo contó tan deprisa que no
pude ni defenderme.
-
Explícame eso ahora mismo. –
Lil se sentó a mi otro lado.
-
El otro día me dio un
impulso y le pedí a mi madre que consiguiera su número. Pero la verdad, no sé
qué decirle y no puedo llamarlo así, por las buenas.
-
¿A qué tiene que llamarlo? –
Insistió mi compañera como si no me hubiese oído.
-
Claro que sí. – convino la
italiana.
-
Amanda, no te entiendo. – le
dije desconcertada. - ¿No querías que me olvidara de él?
-
Durante este curso, Rach. Pero
tienes que empezar a sembrar el terreno para el verano y qué mejor que una
llamadita de vez en cuando.
-
Está bien. – me di por
vencida. – Pero no ahora, dejadme tiempo para hacerme a la idea.
-
Si así lo quieres…
-
Pero no te vas a librar. –
me aseguró Lil.
-
Ya os he dicho que lo
llamaré. ¿Qué más queréis?
-
Que aprendas de las
profesionales como yo. – Lil puso su conocida cara de superioridad – ¿A qué no
adivináis con quién tengo una cita?
-
¿Ya has conseguido que David
te invite a cenar? – Amanda sonó incrédula.
-
No. Hemos quedado mañana
después del almuerzo para unas clases particulares de italiano. – sonrió con
picardía.
-
¿Y eso es una cita? – mi
compañera se rio.
-
Pues si Peter se tomara
nuestras clases como citas... – me burlé.
-
Sí, sí, reíros ahora que ya
me suplicaréis consejo para triunfar con los tíos algún día.
-
Tengo novio desde hace
bastante ¿recuerdas? – le contestó Amanda.
-
Y el profesor más guapo de
todas las Universidades de California bebe los vientos por mí. – quise refrescar
su memoria yo también.
-
¿Y vosotras de dónde habéis
sacado esa prepotencia? La única arrogante aquí soy yo. – Amanda y yo reíamos
mientras ella se ponía de los nervios. – Además, más quisieran Eric, Peter o
Matt parecerse lo más mínimo a mi morenito.
-
Eric es el chico más guapo
del universo. Así lo ven mis ojos y cualquier otro para mí es un bulto con
piernas. – aseguró Amanda.
-
¿Estás llamando a David
bulto con piernas? – Lil estaba divertidamente furiosa, no podía parar de
reírme.
-
Si quieres, podríamos hacer
una encuesta por el campus sobre Peter y David. – le propuse. – A ver quién
ganaría.
-
Pues David, claro.
-
Seguro. – sonreí. – Y si ya
lo comparamos con Matt…
-
Tú maravilloso Matt es
incomparable ¿no? - me preguntó. – Pues ya podrías pedirle también a tu madre
que cogiera prestada una foto de su casa y nos la mandara, así al menos
podríamos disfrutarlo todas. – conociéndola, sabía que lo proponía en serio. Volví
a reír.
-
En eso lleva razón Liliam. –
miré a mi compañera sorprendida. – No tenemos ni idea de cómo es Matt. Sólo que,
según tú, tiene una sonrisa maravillosa y unos ojos verdes que te hacían
tropezar. – se burló.
-
Pues es alto, castaño,
atlético… yo que sé, tendríais que verlo para comprobar que digo la verdad.
-
Por qué no buscas por los
alrededores a alguno que se le parezca. Así podríamos hacernos una idea. – dijo
Lil.
-
A ver. – me levanté y eché
una ojeada. – Partiendo del hecho que es prácticamente imposible que haya otro
como él, intentaré encontrar a alguno que se le asemeje.
-
¡Exagerada!
Mis amigas se
burlaron y yo me reí, me estaba divirtiendo. Busqué entre los chicos que andaban
por aquella parte del campus y a todos les fallaba algo. El pelo de uno, los
brazos de otro, la altura de aquel, o la nariz de éste. Un collage un tanto
indescifrable para mis amigas. Pero de repente, vi aquella chica rubia y alta
de principios de curso.
-
¡Ella! – la señalé.
-
¿Matt se parece a aquella
chica? – mis amigas me miraron como si fuera un bicho raro. – No sabíamos que
te gustaran los chicos afeminados.
-
¡Ella no! Es su novio el que
se parece a Matt. – eché un vistazo a su alrededor pero no lo divisé. – Los vi
paseando al principio de curso y él me recordó mucho a mi vecino. – De repente
la chica se puso a andar hasta un banco algo alejado de nosotras, se acercó a
un muchacho y le besó. – ¡Ahí está! ¡ése es!
-
Demasiado lejos para
apreciarlo. – aseguró Liliam. – Aunque, si tu Matt tiene esa espalda,
preséntamelo. – se rio con malicia.
-
Por supuesto que la tiene, hace
mucho deporte. – me quedé observándole. – Es impresionante cuanto se parece. –
recordé a Matt con claridad. – Su pelo es exactamente así, de ese color castaño
y siempre alborotado, con los hombros fuertes y anchos y… – estaban lejos pero
más o menos distinguía su perfil. – esa nariz tan recta y perfecta…
-
¿A que se enamora del novio
de la rubia? – Liliam me sacó de mi ensoñación.
-
¿Veis lo qué habéis
conseguido? Ahora le echo de menos y no puedo verle. – me quejé desplomándome
de nuevo en el banco.
-
Llámalo. – propuso Amanda
con tranquilidad.
-
Eso, llámalo. – Liliam
sonreía con ilusión. – Has tenido tiempo suficiente de hacerte a la idea ¿no?
-
No.
-
Vamos Rach. - me animó mi compañera. – Sólo tienes que
decirle que tenías ganas de saber cómo le iba y ya está, sólo eso. Quieres ser
su amiga ¿no? Pues las amigas se interesan por los amigos.
-
No sé, chicas, no me atrevo.
-
Pues vas a quedar fatal.
-
¿Por qué dices eso Lil?
-
Porque cuando su madre hable
con él y le diga que le ha dado su teléfono a la tuya porque tu querías
llamarle… ¿Qué crees que va a pensar si aún no tiene noticias tuyas?
-
¡Mierda! No lo había pensado.
-
¿Lo ves? Tienes que
llamarlo.
-
Vale, está bien, lo llamaré
esta tarde.
-
No, Rachel, hazlo ahora. –
me pidió Amanda. – Como lo dejes para después, no lo harás.
-
¡Me estáis agobiando! – Las
dos se rieron. – Venga, vamos allá. – me rendí y busqué el número en mi agenda.
Ni siquiera pude dudar, Liliam le dio al verde en cuanto apareció su nombre.
-
¡Suerte!
Por un momento
deseé tener el número equivocado, o que lo tuviera apagado, pero el tono de
llamada me devolvió a la cruda realidad. Con el segundo tono mis nervios
aparecieron por mi estómago y se pusieron a alborotarlo, tanto, que tuve que
levantarme y empezar a dar vueltas. Tercer tono y nada, mis amigas me miraban
con impaciencia. Cuarto tono, un sentimiento agridulce me recorrió al pensar
que no iba a cogerlo. Busqué al chico que se le parecía, estaba de espaldas, se
había levantado y casualmente también tenía el teléfono en la oreja.
-
¿Diga? – En mi distracción
Matt contestó al teléfono. Me quedé paralizada. - ¿Hola? – Abrí los ojos de tal
manera que las chicas se dieron cuenta de que lo había cogido. Lil se levantó
deprisa y puso la oreja cerca del móvil - ¿Hay alguien ahí?
-
Sí, sí, un segundo. –
contestó ella. Tapó el móvil con su mano y me miró con las mandíbulas
apretadas. – Tranquilízate de una vez y habla con él.
-
Perdona, ya estoy. – le dije
a Matt mientras Liliam asentía intentando darme confianza.
-
Genial ¿Y quién eres?
-
Soy Rachel.
-
¿Rachel? ¿Mi vecina Rachel?
– Cómo me gustaba oírle decir mi nombre.
-
La misma.
-
¿En serio? ¡Qué sorpresa! –
parecía realmente entusiasmado. - ¡Cuánto tiempo sin saber de ti! Espera – se alarmó.
– ¿Ocurre algo?
-
No, no, sólo quería
preguntarte qué tal te iba. Espero que no te importe que le haya pedido tu
número a tu madre. – sentí un nudo en la garganta.
-
¡Para nada! Realmente
debería habértelo dado yo, soy un despistado.
-
No pasa nada. – me di la
vuelta para escapar de las miradas curiosas de mis amigas y volví a buscar a
aquel chico con la mirada. – Yo tampoco te lo pedí.
-
Pues no sabes la alegría que
me da escucharte.
Mis ojos
encontraron al chico, estaba vuelto hacia a mí, aunque clavaba la mirada en el
suelo y sonreía. Aquella maravillosa sonrisa… hubiese jurado que estaba viendo
al mismo Matt cuando se dio la vuelta de nuevo.
-
¿Estás ahí? – Me preguntó
-
Sí. – hice una pausa unos
segundos más. – Matt ¿Qué estás mirando ahora mismo? – por probar…
-
¿Que qué estoy mirando?
-
Sí, ¿qué tienes delante?
-
Pues… – El chico alzó la
mirada. – El estadio de fútbol de la universidad. – No podía creerlo. – Ya
entiendo, es un juego ¿no? A ver ¿Y tú que estás mirando?
-
El estadio de fútbol de la universidad.
-
¿En serio? ¡Qué casualidad!
-
Matt, date la vuelta.
-
¿Por qué?
-
Hazlo, por favor. – Observé
como el chico obedecía.
-
¿Y ahora qué?
-
Ahora mírame.
Wowwwwwwwwww!!!!!!!!! Me he quedado totalmente impactada. Matt está en la misma Universidad que Rachel. Pero algo me dice...que no pasará nada entre ellos porque él ya tiene ocupado su corazón. Me equivocaré?? Ojalá!!!!
ResponderEliminarBueno, las cosas no son siempre como deseamos y ya ves, eso mismo le ha ocurrido a Rachel.
Eliminar