El domingo
había sido raro. Amanda me mandó un mensaje la noche anterior para avisarme que
dormía con Eric y a aquellas horas de la tarde, aún no había aparecido. Además,
a Lil le había sentado mal la cena y llevábamos todo el día encerradas en mi
habitación. Habíamos visto la tele, escuchado música y estudiado demasiado para
un domingo. Me estaba volviendo loca allí dentro, sentía mis músculos tensados
y necesitaba estirar las piernas. Liliam no había podido dormir bien y aunque
lo había intentado durante el día, no fue hasta entonces cuando por fin pudo
descansar un rato. Aproveché ese momento para salir a correr, necesitaba hacer
deporte, así que me puse un chándal y me calcé las zapatillas que Matt me había
regalado. No tenía mucho tiempo para usarlas, por eso aprovechaba los fines de
semana para disfrutar de mi hobby favorito en Long Beach. Bueno, después del de
espiar a mi vecino, claro.
Había seguido
rutas distintas cada vez, me gustaba cambiar y así conocer más a fondo cada
rincón del Campus. Aquel día me decidí a bajar a la parte del lago que Peter me
había enseñado, era más solitaria y el aire húmedo del agua seguro que me
recordaría a mi añorada playa. Nada más llegar a la orilla, noté el frescor en
la cara, cerré los ojos un segundo y respiré hondo. Aquella sensación de estar
unida a la naturaleza era lo que más me gustaba de ir a correr cerca de sitios
así.
Cuando por fin
divisé la casa de hermandad donde se había celebrado la fiesta de Liliam encima
de la colina, supe que estaba en el sitio exacto. Me detuve a descansar para
coger algo de aire y antes de que todos los recuerdos de la fiesta atormentaran
mi despejada cabeza, decidí volver a ponerme en marcha. Sin embargo, justo
antes de hacerlo, me fijé en un chico sentado en una roca cerca de la orilla.
Era mi profesor y miraba al agua como distraído. Por un momento dudé en
acercarme, la palabra inseguridad retumbó en mi cabeza con la voz de Liliam. ¿A
qué tenía miedo? Después de descartar la idea de hacer como si no lo hubiese
visto, me acerqué.
-
¿Peter? – pregunté con
timidez.
-
Creí que no ibas a
acercarte. – dijo sin moverse ni mirarme.
-
¿Sabías que estaba aquí? –
me sorprendí.
-
Te he visto llegar desde el
otro lado. – me miró y sonrió sin ganas. - ¿Ganando un poco de salud?
-
Sí, bueno, el cuerpo me lo
pedía.
-
Haces bien. – miró de nuevo
al lago.
-
Peter, ¿qué te pasa? – me
atreví a preguntarle. – ¿Por qué estás tan serio?
-
¿Estoy serio? – me miró de
nuevo con una sonrisa irónica. - ¿Tu crees?
-
Sí. Y también creo que tiene
que ver con la fiesta del viernes ¿Por qué te fuiste tan enfadado?
-
No me gustaron las bromas de
los chicos.
-
Ni a mí. – me acerqué y me
senté dos rocas más allá de la suya. – Pero tampoco fueron para tanto.
-
Sí lo fueron. – miró hacia
sus pies. – Soy su profesor.
-
Tú nos pediste que te
tratáramos como a uno más.
-
Lo sé, pero en vez de ganar
su confianza, lo único que he conseguido es perder su respeto.
-
Peter… – me acerqué un poco y le puse la mano en el
hombro. Estaba cabizbajo, se sorprendió y me miró. – Los chicos te respetan,
pienso de verdad que les caes bien. Sólo fue una broma y lo sabes. Tú no estás
así sólo por eso.
-
Lo siento, esto se me va de
las manos.
-
Vamos, por los chicos no te
preocupes, si te disculpas estoy segura de que te perdonarán.
-
No me refiero a los chicos.
-
¿Entonces?
-
Rachel. – su mirada estaba
llena de rabia. – ¿No lo entiendes?
-
La verdad es que no. –
Liliam volvió a sonar en mi cabeza: Inocente.
-
Me encanta que seas tan
inocente. – casi pude oír reír a mi amiga. – Y ese es el problema.
-
¿Qué soy inocente? – al
final parecía que sí iba a ser un problema.
-
No. – me miró a los ojos. –
Que me encantas.
-
¿Qué? – carraspeé, se me
había secado la garganta de repente. - ¿Quieres decir que… te gusto? – sentí que
me hubiera caído de no estar ya sentada.
-
Quiero decir que… – se
acercó un poco más a mí y me cogió una mano. No dejaba de mirarme con esos
celestiales ojos y sentí como el corazón me empezaba a latir a toda velocidad.
– Desde que hablé contigo en la primera clase siento algo especial. Al
principio pensé que era curiosidad, pero luego, cuánto más hablábamos y más te
conocía, más quería saber de ti. He releído tus historias una y otra vez, sólo
para buscarte en ellas. – temí que notara que me temblaba la mano. – Te he
observado en clase y fuera de ella, he intentado creer que te admiraba como
alumna pero sólo es engañarme. Así que, sí, quiero decir que me gustas.
Me quedé
mirándole, muda, con el pulso acelerado y temblando, no sabía qué decirle. ¿De
verdad mi profesor, ocho años mayor que yo, se me estaba declarando? Aquello no
podía estar pasando. ¿Inseguridad? La madre de las inseguridades era lo que
sentía.
-
Rachel – me apretó la mano
para sacarme de mi asombro, fue entonces cuando me di cuenta que aún me la
sostenía y la retiré instintivamente. – Sé que esto no es fácil, pero quería
explicártelo, quería que supieras que por eso me fui así de la fiesta. Cuando
bajamos aquí, fui sincero, no tenía otra intención más que la que te dije, sin
embargo, me sentí a gusto y… – miró al agua y suspiró. – En fin, que cuando me
contaste lo de tu vecino, me di cuenta de que había sido una idiotez pensar que
quizás tú y yo…
-
Peter, yo no…
-
Lo sé y no pasa nada, de
verdad.
-
Sí que pasa. – me levanté y
me puse a dar vueltas. – Si cualquier otro chico me cuenta eso no pasaría nada,
se quedaría aquí entre él y yo, pero tú eres mi profesor, todo va a cambiar.
-
No. – se levantó y me
sostuvo por los hombros, consiguiendo que le mirara fijamente. – Nada va a
cambiar, Rachel.
-
¿Y cómo pretendes que nos
tomemos la situación?
-
Con normalidad, como antes.
En clase, profesor y alumna, fuera de ella, si tú me lo permites, y dime que sí
por favor, siendo amigos.
-
¿Quieres que sigamos siendo
amigos? ¿Cómo si no sintieras nada?
-
No exactamente. Si quisiese
eso simplemente no te lo hubiese contado, pero que yo sienta algo no tiene por
qué estropear la amistad que estaba naciendo entre nosotros. Soy lo suficientemente
maduro como para entender que a ti te gusta otra persona y no por eso he de
cambiar contigo.
-
¿De verdad? – me quedé
mirándole a los ojos y él asintió con firmeza. – Está bien, si es así, me
quitas un peso de encima. – sonreí, sus palabras me habían calmado. – No quería
tener una situación incómoda contigo.
-
Lo que no querías era que te
suspendiera por eso. – bromeó.
-
Eso también.
-
Gracias por entenderlo,
Rachel. – me acarició el pelo con una mano e intenté tomarlo como un gesto
amistoso. Aun así, me costó asimilarlo.
-
Gracias a ti por ser sincero
conmigo.
-
Siempre lo soy y seguiré
siéndolo. – me guiñó un ojo. – Y ahora que ya me he desahogado un poco, creo
que voy a pensar en qué encerrona te meto en la próxima clase. Es lo que
mereces después de rechazarme en la fiesta.
-
Mis compañeros pensarán que
estás despechado.
-
Quizás, pero dándote un poco
de caña conseguiré que me respeten más. – sonreímos los dos.
Quizás fuese
porque era mayor, más maduro, como él mismo había dicho, pero la verdad es que
consiguió que aquella situación tan incómoda me sirviera para admirarle un poco
más. Era un chico increíble y estaba segura que si alguna chica del campus se
enteraba de lo que acababa de pasar, me abofetearía por ser tan estúpida. Pero
aunque Peter tenía todo para que me pudiera gustar, yo sólo podía pensar en
tres cosas: su profesión, su edad y en Matt.
Al volver a mi
habitación encontré a Liliam bastante mejor, las infusiones que mamá me había
infiltrado en la maleta le habían ido de maravilla. Además, Amanda había vuelto
y eso significaba que había podido presumir con alguien nuevo de su maravilloso
look.
Mi compañera
se levantó de la silla en la que escuchaba paciente los alardes de Lil y vino a
abrazarme en cuanto me vio.
-
Os he echado de menos. –
dijo sonriente.
-
Amanda, sólo te has ido un
día y medio. – le respondí incrédula.
-
Ni que hubieras estado fuera
un mes. – contestó Lil mientras se hacía otra infusión. – Este brebaje tiene
que ser mágico. – murmuró en voz baja.
-
Ya sé que no hace ni dos
días, pero creedme, tiempo suficiente para desear volver.
-
Al final Fred tenía razón y
Eric es un pegajoso. – Para Lil, ya era una evidencia.
-
No. – Amanda se rio. – Es
sólo que hemos estado con su familia y… ellos sí que son pegajosos. No nos dejaban
a solas ni para dormir, he tenido que aguantar los ronquidos de su tío toda la
noche porque, curiosamente, anoche tenía que dormir allí por unos asuntos que
no han transcendido, al menos, a mis oídos. – se tumbó en la cama boca arriba.
– Y lo que no entienden, es que todas esas tonterías lo único que consiguen es
que discutamos, así que, tened claro que estaba deseando volver.
-
Pero ¿por qué todo eso? –
pregunté extrañada.
-
No lo sé, Rach, siempre ha
sido así. Quizás les caigo mal. – se encogió de hombros. – Antes me preocupaba,
la verdad, pero ya me da igual, mientras Eric esté a mi lado, que les den a los
demás.
-
¡Oh! ¡Qué bonito! – se burló
Lil. – Pero en serio, aunque te de igual, deberías poner los puntos sobre las
íes. Sólo es un consejo.
-
Gracias, Liliam, si algún
día me tocan demasiado la moral, lo tendré en cuenta. – sonrió con malicia. Era
lo más malvado que había visto hasta entonces en ella – Y vosotras qué,
contadme ¿qué habéis hecho?
-
Yo – comenzó Lil. – Cambiar
de look y no salir de la cama. ¿A que es divertido?
-
Mucho. – se rio y le frotó
un hombro compadeciéndola. – ¿Y tú Rach? ¿De abuelita cuidándola?
-
Se puede decir que sí, al
menos hasta hace una hora. – se me quedaron mirando. – Os propongo un trato, si
vais preparando algo de cenar mientras yo me ducho, os cuento algo que os va a
parecer increíble. – Mi compañera abrió los ojos de par en par y cuando miré a
Lil por el rabillo del ojo ya estaba sacando la sartén. - ¿Eso es un sí?
-
¿Lo dudabas? – Lil rebuscaba
en la nevera. – Me siento mucho mejor, pero algo de comer y un buen cotilleo me
repondrán del todo, así que, corre a la ducha.
Le hice caso
mientras sonreía, no había duda de que ya estaba prácticamente recuperada. Cogí
algo de ropa y entré en el baño, me encantaba ducharme cuando había salido a
correr, era muy relajante.
En menos de
media hora, volvía a estar sentada con las chicas y apenas me había llevado
algo a la boca cuando ya me avasallaban a preguntas. Les conté todo lo que
había sucedido con Peter. Liliam no paraba de ponerse la mano en la boca y de
abrir los ojos hasta límites poco humanos. Amanda, como siempre, me escuchaba
más serena, aunque la verdad es que aquel tema parecía preocuparle más de lo
que intentaba mostrar.
-
Y eso es todo. ¿Qué me
decís? – terminé.
-
Pues es un tema complicado.
– para mí sorpresa, aquellas palabras salieron de una Liliam muy seria. – Si no
lo meditas bien puedes tener un buen problema.
-
Está meditado Liliam, no hay
nada. – le respondí.
-
¿Ves cómo no lo has meditado
bien? – arrugué la frente sin comprenderla. – Tía, ¡está buenísimo! Si lo
hubieras meditado bien, lo estarías dudando. El problema está en que es tu
profesor. Si te lo tiras, malo, y si no, peor. – eso ya sonaba más a ella. –
Deberías pensar muy bien qué vas a hacer, puedes jugarte el curso con tu
decisión.
-
Por favor, Lil. – puse los
ojos en blanco. – Por un momento pensé que hablabas en serio.
-
Y lo hago. – dijo indignada.
-
Yo también hablo en serio
cuando digo que no hay nada.
-
¿Seguro? – giré la cabeza,
era Amanda la que preguntaba. Me miraba fijamente.
-
Sí.
-
¿Y cuáles son tus motivos
para ser tan tajante?
-
¿Cuáles van a ser? Es mi
profesor, me lleva ocho años y…
-
Ninguna de esas dos razones
me valen. Cuando alguien te gusta no cuentan esas cosas. – me cortó. – Y la
siguiente es de risa, mejor ni la digas.
-
¿Cómo? – ahora la indignada
era yo.
-
Matt no es un motivo, es una
excusa, tanto como las dos primeras.
-
No entiendo por qué dices
eso.
-
Porque creo que estás
huyendo de la realidad, siempre poniéndole peros a Peter. Es guapísimo pero…
puedo hablar con él de todo pero… es maravilloso en todos los sentidos pero…
-
Pero no es Matt. – me
enfadé. – Y no es que no quiera reconocer que Peter me atrae, que me parece un
chico increíble, que me lo paso bien con él, que tenemos cosas en común y todos
los pros que quieras, pero mis motivos no son excusas, empezando por el último.
Lo que siento por Matt no lo he sentido nunca. Por muy guapo que sea Peter,
jamás me he quedado embobada mirándole, por muy profundamente que me mire, no
ha provocado en mí ningún escalofrío, por muy delicadamente que me roce, no ha
conseguido que deseara que siguiera haciéndolo. Matt me besó en la mejilla y
quise que el mundo se detuviera, Peter se me ha declarado y tenía ganas de echarme
a correr. – Liliam llevaba unos segundos sujetando el tenedor entre su boca y
el plato sin moverse mientras Amanda me miraba con una seriedad que asustaba. –
Lo que quiero decir, es que si Matt fuera mi profesor y me sacara, no digo
ocho, sino quince años, y se me declarara así, te aseguro que mi respuesta
hubiese sido otra.
-
¡Guau! Me he enamorado –
Comentó Liliam.
-
Rachel eso ya lo sé y me da
igual. – al contrario que la italiana, Amanda hablaba con dureza. – ¿Acaso no
te das cuenta de que Matt no está aquí? ¿Y si te llevas un año esperándolo y
aparece con otra del brazo? No tienes ni idea de lo que él piensa y siente, apenas
sabes nada de ese chico y hablas como si estuvieras casada con él. Estás
imponiéndolo en tu vida sin conocer siquiera si él quiere estar ahí. ¿No puedes
olvidarlo un año y divertirte? Da igual que sea Peter o cualquier otro, pero
deja ya de condicionar tu existencia a Matt.
-
¿Y si no quiero? – estaba
furiosa.
-
Entonces no entiendo qué
consejo nos pides. – Amanda se levantó ante nuestras incrédulas miradas,
recogió su plato, cogió su chaqueta y se fue pegando un portazo.
-
Vaya, procuraré no tener
problemas con mi familia política en el futuro. – Lil hablaba para sí. – No
sabía que produjera semejante carácter.
-
Liliam sé sincera. ¿Crees
que lleva razón?
-
No lo sé. Entiendo lo que
quiere decir y quizás comparta su opinión pero, también te entiendo a ti. –
bebió un poco de agua. – Puede darte un consejo con la mejor de las
intenciones, pero no puede ponerse así si tú no quieres seguirlo.
-
No, no puede.
-
Déjala, se le pasará. – me
miró con la ceja alzada. – Para que luego digas que soy yo tu angelito malo.
La miré unos
segundos y aún enfadada con Amanda, no pude evitar echarme a reír. Acerqué mi
mano a la suya y la apreté
-
Gracias.
Terminamos de
recoger la habitación y Lil decidió que ya era hora de volver a la suya
bromeando con que necesitaba desesperadamente apartarme de su vista un buen
rato. Sin embargo, yo sabía que lo único que quería era dejarnos a solas a
Amanda y a mí aquella noche.
Me dediqué a
organizar mis cosas para el día siguiente y luego cogí mi portátil para
escribir un poco. Recordé las palabras de Peter, me había buscado en mis
historias y se había encontrado con Matt. Irónicamente, la realidad y la
ficción se unían.
Yo también
había intentado ver más sobre mi vecino según sus palabras en su carta. Para mí
simplemente era maravilloso, David había visto sufrimiento en ellas y para Lil,
sólo había tensión sexual no resuelta y una pizca de esperanza. Me levanté de
la silla y la busqué para volver a releerla un par de veces. Apreciaciones
aparte, yo sólo tenía una cosa clara, era demasiado poco para mí, necesitaba
más de él.
Busqué mi
teléfono móvil con impaciencia y marqué el número de casa rápidamente. Contestó
mi padre.
-
¿Sí?
-
Buenas noches papá.
-
¡Rachel! ¿Qué tal?
-
Bien, ya tengo esto más que
controlado.
-
Lo sé ¿crees que no le
pregunto a mamá por ti?
-
Claro que sí, papá, sólo
quería que lo supieras de primera mano.
-
Gracias, me alegro mucho,
hija. ¿Te paso a tu madre?
-
Sí, por favor. – se oyó un
ruido al otro lado del teléfono y enseguida oí cómo mi madre lo sujetaba.
-
¡Cariño! Este fin de semana
me tenías abandonada.
-
Lo siento mamá, he
desconectado un poco de todo.
-
No pasa nada, cielo.
Necesitas tu espacio, ya lo sé.
-
¿Cómo va todo por allí?
-
Echándote de menos pero
bien.
-
Yo también os echo de menos.
Tanto que necesito que me hagas un favor de los de antes.
-
¿De los de antes? ¿A qué te
refieres?
-
A Matt.
-
No lo puedo creer. ¿Todavía
andas con eso?
-
Por supuesto.
-
¿Y qué quieres que le saque
esta vez a su madre?
-
¡Pero qué lista eres!
-
Suéltalo de una vez.
-
Su móvil. Necesito su
número, quiero hablar con él. Haz lo que puedas y sin preguntas.
-
¿Sin preguntas? Esto es una
estafa.
-
Es que no hay nada que
preguntar, mamá, sólo me gustaría mucho poder hablar con él. Y te prometo que
te lo contaré todo, hasta lo x. – bromeé.
-
Está bien, haré lo que
pueda. – se rio.
-
Gracias, mamá, te quiero.
-
Y yo a ti, cielo. Cuídate.
-
Lo haré.
Cuando colgué
el teléfono me quedé mirándome al espejo. Podía haberle hecho esa petición a mi
madre muchas veces, pero nunca me atreví porque no me sentía capaz de llamarlo.
¿Por qué ahora sí? Y lo más importante ¿De verdad iba a hacerlo?
La puerta de
la habitación se abrió mientras yo intentaba encontrarme en mi propia imagen.
Amanda se quedó mirándome en el umbral, ninguna de las dos movió un músculo de
la cara. Mi compañera cruzó la habitación con la cabeza agachada, pasó por mi
lado sin rozarme si quiera y se sentó en la cama para descalzarse.
Era tan raro
estar enfadada con Amanda que tenía la sensación de que nos echaríamos a reír
en cualquier momento.
Volví a
mirarme en el espejo y vi la carta de Matt reflejada encima del escritorio. Me
giré para cogerla y sentí la necesidad de mostrársela a mi compañera, quería
demostrarle que había un motivo para que no pudiera pasar de Matt tan
fácilmente.
Fui hasta la
cama y me senté frente a ella con la intención de explicárselo todo con más
calma, pero no me dio tiempo de empezar a hablar.
-
Perdóname – comenzó. Amanda
estaba sentada en la cama, agarrándose las rodillas y mirándome con la cabeza
gacha. – Sé que me he pasado y lo siento, pero me saca de quicio.
-
¿El qué?
-
La situación, por decirlo de
algún modo. – bajó las piernas y se quedó sentada en el borde de la cama. –
Entiendo que Matt te guste, que te guste muchísimo, pero no puedes estar
enamorada del Amor, no puedes ser tan surrealista.
-
¿Por qué dices eso?
-
Porque tienes dieciocho años,
Rachel, tan sólo dieciocho. Porque quizás Matt es el hombre de tu vida, pero
quizás no y te queden veinte mil Matts y Peters que conocer. Yo no te pido que
le digas sí a Peter si no te gusta, faltaría más. Sólo te pido que no ignores
un sentimiento por alguien que ni siquiera conoces. – iba a replicar pero me
conocía lo suficientemente bien. – Y no, no le conoces. Estar una mañana con
una persona por mucho que lo hayas observado no te hace conocerlo. ¿Qué
ocurriría si lo esperas y a él también le gustas pero en dos días os estáis
tirando los trastos a la cabeza porque no os soportáis? ¿Cuánta gente se casa
ciegamente enamorada y a los dos meses están odiándose y divorciados?
-
¿Y si es al contrario? – no
me daba por vencida.
-
Y si, y si, y si… yo no sé
el futuro, Rach. No lo sé ni para lo bueno ni para lo malo, sólo son hipótesis.
Ojalá pudiera saber quién de las dos lleva razón pero no puedo.
-
Entonces ¿por qué soy yo la
surrealista?
-
Porque te has agarrado a tu
hipótesis y has parado el resto de tu mundo por ella. Lo único que intento es
que te des cuenta de que hay más posibilidades y que no pasaría nada si sigues
con tu vida y sales con otras personas. Porque si en verano lo vuelves a ver y
todo va bien, no importa lo que hayas hecho hasta entonces, ya que no tienes
que darle ninguna explicación. Al igual que tú no podrías enfadarte si él te cuenta
que ha salido con tres chicas durante el curso. ¿A qué no?
-
No. – aunque dolía imaginarlo.
– Puede que tengas razón, pero eso no implica que tenga que salir con el
primero que se me declara.
-
Por supuesto que no. –
sonrió. – Si Peter no te gusta, no hay nada que hablar. – se quedó
misteriosamente callada, jugueteando con su pulsera. – Otra cosa sería que te
gustase…
-
¿Crees que Peter me gusta? –
fruncí el ceño.
-
Tú misma dijiste que te
atraía y que tenía un montón de pros.
-
También dije que me importaba
su edad y su profesión.
-
¿En serio te importa tanto?
-
Sí, demasiadas
complicaciones. Si de verdad queréis que olvide a Matt todo un curso, sólo será
para pasarlo bien, no para meterme en berenjenales. Con Peter todo suena
demasiado serio.
-
Eso es porque es la voz de
la experiencia. – la miré con los ojos entrecerrados y la boca daleada, ella se
rio. – Está bien, pero prométeme una cosa. Si vuelves a tener una situación
parecida, olvídate de todo, piensa en ti y en lo que sientes en ese momento. No
intentes vivir una vida de ensueño, simplemente vive la vida a cada momento.
Estás demasiado enguatada, suéltate el pelo un poco y no seas tan… buena.
-
Si al final Liliam tendrá
razón y soy medio tonta. Hasta tus sutilezas suenan directas.
-
Serás medio tonta pero te
los llevas a todos de calle. – bromeó. – Y si Matt tiene algo que ver con
Peter… chica, dame la receta.
-
Me gusta tener dónde elegir.
– Nos echamos a reír al mismo tiempo y Amanda saltó sobre mí para abrazarme.
-
No te creas que no me he
dado cuenta y que te vas a escapar. – la miré sin comprender. – Promételo.
-
Casi te pillo. – me reí. –
Está bien, te lo prometo.
-
Buena chica. – se tumbó de
lado en mi cama. – No me gusta que nos enfademos.
-
A mí tampoco.
-
¿Qué diablos es esto? –
Amanda volvió a erguirse y se sacó la carta de Matt de debajo. – Me está
arañando.
-
No la arrugues. – Se la
quité y la estiré todo lo que pude. – Espero que estés preparada porque… –
imité el redoble de un tambor. – Por fin vas a tener entre tus manos la famosa
carta de Matt.
-
No me lo puedo creer. Dámela
ahora mismo.
Prácticamente
me la arrancó de las manos, la miró por encima, la estiró como si fuera un pergamino
y carraspeó antes de leerla lentamente en alto. La había oído tantas veces en
mi cabeza con mi propia voz, que se me hacía raro escuchar como alguien la
leía. Aun así, aquel final sonaba igual de bien en la voz de Amanda que en la
mía.
-
Bueno ¿Qué te parece?
-
Que es normal que estés
confundida. No te deja nada en claro, más bien todo en el aire. Además, ese
“eres especial” suena a que él, al igual que tú, se ha quedado con ganas de
más.
-
¿Y?
-
Y nada Rachel. Esto no cambia
lo que te he dicho antes. Siendo sincera, creo que sí, que le interesas, pero…
Como amiga tuya que soy, no puedo darte falsas esperanzas. Creo que el mejor
consejo que te pudo dar es el que ya te he dado. Disfruta de tu vida y de tu
tiempo sin él, cuando lo tengas delante, será otra historia.
-
De acuerdo, lo intentaré. –
le sonreí complacida. – Por cierto, antes has hablado de discutir con Eric.
¿Está todo bien?
-
Sí. Cada vez que vamos a su
casa discutimos, pero se nos pasa pronto.
-
Has ido a verle y lo habéis
arreglado ¿no?
-
No. Todo estaba bien con él
desde esta mañana. Antes no he salido a verle a él, he estado con Fred.
-
Ah, de acuerdo. – no supe qué decir.
-
¿No piensas preguntarme?
-
¿Quieres que lo haga?
-
Pues, la verdad es que sí. –
suspiró. – Liliam también es mi amiga y no es que no confíe en ella pero es
bastante indiscreta y esto es un tema delicado. Sin embargo… necesito hablarlo
con alguien o voy a explotar.
-
¿Qué pasa?
-
¿Recuerdas la discusión que
Fred y Sarah tuvieron en la fiesta?
-
Sí, claro.
-
Pues Fred está bastante
tocado desde entonces.
-
¿Por qué?
-
Sarah es su mejor amiga, y
ahora ha dejado de acercarse a él, ni lo saluda desde el viernes.
-
Porque a Sarah le gusta Fred
y a Fred le gustas tú.
-
Casi. Como chica lista que
eres te has dado cuenta de lo evidente. A Sarah siempre le ha gustado Fred,
desde que lo conocemos y al principio todos pensamos que acabarían juntos
porque eran uña y carne, inseparables. Sarah estaba muy ilusionada, pero Fred
nunca daba un paso más y eso la estaba desesperando, así que, decidió darlo
ella. Un día que estaban a solas se lanzó y le besó, pero Fred no reaccionó como
ella pensaba que lo haría, sino que se disculpó y salió corriendo. Sarah vino a
buscarme echa una magdalena y entonces yo, que me meto en todos los líos del
mundo, fui a hablar con Fred.
-
¿Y qué pasó?
-
Algo totalmente
sorprendente. – se paró un segundo y me miró fijamente. – Por favor, Rach, ni
una palabra.
-
Tranquila.
-
Me encontré a Fred
totalmente destrozado, no sabía qué decirle ni qué hacer para que se calmara.
Repetía una y otra vez que tenía que haberlo supuesto, que le había hecho daño
a la persona que más quería y que no tenía valor de contarle la verdad. Yo
intenté convencerle de que no pasaba nada, de que Sarah entendería que la quería
mucho pero que no era amor y que a lo mejor con el tiempo, lo mismo él cambiaba
de parecer. Se rio con sarcasmo y me aseguró que eso jamás iba a ocurrir. Le
pregunté que por qué estaba tan seguro y me lo confesó. Me dijo que le gustaban
los chicos y que por eso nunca podría darle a Sarah lo que ella se merecía de
él.
-
¿Fred es gay? No lo hubiera
imaginado ni en un millón de años.
-
Yo puse la misma cara.
-
Pero ¿qué problema hay?
Sarah lo entenderá.
-
Eso le dije yo, pero está
convencido de que no lo hará y que va a cambiar con él. Prefiere que ella crea
que le gustó yo, que fue lo que tuve que contarle a ella para que dejara de
hacerme preguntas. Así que ya me ves, mintiéndole a mi amiga para ocultar que
el chico que le gusta es gay, además de tener que aguantar que le salten
chispas cada vez que nos ve juntos. Esto es lo único que traen las mentiras,
líos y más líos.
-
¿Entonces Fred habló así de
Eric para disimular?
-
No. – resopló. – Fred de
verdad cree que Eric me va a hacer daño. Piensa que está cambiado, que es
diferente a antes del verano y desconfía de él. Es verdad que mi novio no está
igual, pero imagino que todo lo que pasamos, le hizo cambiar, yo también soy
diferente. Pero Fred dice que también ha cambiado con él y que no se fía,
además, siempre ha sido muy protector y dice que tiene el deber de cuidar de mí
por todo lo que estoy haciendo por él. Así que aquello lo dijo en serio, sólo
que Sarah no sabe el verdadero motivo.
-
Deberías insistirle en que
confíe en ella. Si tú te lo has tomado bien ¿por qué ella no?
-
Le insisto siempre, pero sé
que tiene algo de razón.
-
¿A qué te refieres?
-
Sé que Sarah aceptaría que
es gay en cualquier circunstancia excepto en esta, porque está enamorada. Siempre
suele decir que preferiría que su chico la engañara mil veces con otra tía que
con un hombre. Sería un palo para ella saberlo.
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¡Genial! – ironicé. – Normal
que el chico no se lo quiera contar.
-
Pues sí. Ojalá pudiera hacer
algo para solucionar esto porque me estoy volviendo loca.
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¿Por qué no le dijisteis que
simplemente ella no le gusta? Sin darle más explicaciones.
-
Lo hice, pero no se lo
creyó. Necesitaba algo más consistente, algo contra lo que no pudiera luchar.
Además, fue ella la que llegó a la conclusión de que tenía que gustarle yo. No
pude negárselo, me quedé en blanco.
-
Pues en menudo lío te has
metido, amiga.
-
Ya ves. – se levantó y
empezó a ponerse el pijama. - ¿Algún consejo?
-
Yo sólo veo una salida, decir
la verdad. Tienes que convencerlo de que se lo cuente a Sarah. Ella debe
saberlo aunque le duela y él debe dejar de esconderse. Si se lo toma bien,
genial, si no es así… no merece considerarse su amiga. Además, te lo debe, has
sido incluso capaz de mentir por él.
-
Sí, tienes razón, intentaré
que sea sincero, es lo mejor para todos. Él tiene que aceptar la verdad y
afrontarla con la mayor naturalidad del mundo, porque si no lo hace él, no
puede pretender que lo hagan los demás.
-
Exacto.
-
En fin, mañana será otro
día. – dijo metiéndose en su cama. – Tendríamos que descansar.
-
Completamente de acuerdo. –
bostecé – Me muero de sueño.
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Gracias y buenas noches,
Rach.
-
Buenas noches.
Ahora mismo todas ellas tienen un poquito de lío en sus cabezas y en sus corazones. Esperemos que se vayan aclarando sus sentimientos. Un beso Sofi
ResponderEliminarCon esa edad todos son dudas y por qués. La madurez las irá enseñando el camino.
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