La noche anterior había sido agotadora, sin embargo,
por la mañana me desperté temprano y obligué a Liliam a levantarse conmigo. Era
sábado y casi me tira por la ventana pero tenía que hacerlo. Tiré de ella hasta
el cuarto de baño, intentando no hacer ruido para no despertar a Amanda, se dio
una ducha para terminar de despertarse y no paró de refunfuñar mientras tanto.
-
Espero
que tengas una buena razón para esto, Rachel.
-
La
tengo, date prisa.
Cuando por fin acabó, la llevé del brazo hasta el
coche. O me daba prisa o su nivel de mal humor iba a explotar. Nos montamos y
saqué de una bolsa unos sándwich para cada una, los había preparado mientras se
duchaba.
-
Siento
no poder ofrecerte más que esto para desayunar pero te recompensaré, lo
prometo.
-
Más
te vale. – dijo mi amiga dándole el primer mordisco.
Tardé poca más de quince minutos en conducir hasta
la ciudad. Gracias al GPS de mi móvil pude encontrar la calle a la que quería
ir sin ningún problema. Conseguí aparcamiento cerca de allí y llevé a Liliam
justo a la puerta de un bonito centro de belleza que Amanda me había
recomendado.
-
Ya
hemos llegado. – le dije sonriente.
-
Vale.
Todo esto lo has montado porque te daba vergüenza decírmelo ¿no?
-
¿El
qué?
-
Vas
a cambiarte ese look tan soso que tienes y quieres que te aconseje. Pues a otra
hora más decente también te habría ayudado ¿sabes?
-
No
me voy a cambiar el look. Me gusta y no es soso. – me quejé. – Eres tú la que
lo va a hacer. Si quieres claro.
-
¿Yo?
-
Ayer
fue tu cumpleaños. Y este es mi regalo. Hazte lo que quieras que me pueda
permitir. Tienes cita dentro de cinco minutos. – miré mi reloj. – en realidad
de tres. Así que… manicura, tinte, corte, lo que te de la gana, el salón es
todo tuyo.
La cara se le iluminó. Adoraba la estética y cambiar
de look constantemente. Sin embargo, ya se había quejado de no hacerlo desde
que estaba en California unas… mil veces. Así que no se me ocurrió nada mejor
como regalo.
Entró al salón como una niña a una juguetería.
Hubiera jurado que tenía los ojos cargados de lágrimas. Conociéndola, todo
podía ser. Ojeó el catálogo tres o cuatro veces y por fin se decidió. Quería
corte, tinte y peinado además de manicura. Me leí tres aburridas revistas de
cotilleos y al final me convencieron para hacerme algo yo también, al menos,
para matar el tiempo. Me decidí por las uñas. Así no me las comería más en una
buena temporada.
Mientras dos chicas con batas blancas nos limaban
las uñas con delicadeza, me di cuenta de que Lil me miraba de una forma
extraña.
-
Suéltalo
de una vez Liliam. – le dije sin mirarla.
-
¿De
qué hablas?
-
No
te hagas la loca. ¿Qué es lo que te está rondando por esa cabecita llena de
rulos?
-
Me
estaba preguntando qué tienes tú que yo no tenga. – soltó como quién no quiere
la cosa.
-
Vergüenza.
– bromeé, - ¿alguna duda más?
-
¡Imbécil!
– me reí. – me refiero a por qué se fijó en ti y no en mí.
-
¿Quién?
-
¿Aún
estás dormida o qué? – frunció el ceño. – David ¿quién si no?
-
¿y
qué te hace pensar eso?
-
Sólo
hablaba contigo ¿recuerdas?
-
Porque
tú te habías quedado inoportunamente muda. – me miró de reojo con cara de pocos
amigos. – Por cierto, recuérdame que le de la enhorabuena. Es la única persona
que conozco que te ha hecho callar tanto tiempo.
-
Eso
es porque me estaba haciendo la interesante. – puso cara de orgullosa.
-
Pues
parece que no lo fuiste lo suficiente. – me burlé de ella. – Además, puede que
la otra versión le pareciera más interesante.
-
¿Qué
otra versión? – se inclinó hacia delante con curiosidad.
-
Según
sus palabras: El Tsunami.
-
¿El
Tsunami?
-
Eso
me dijo que le habías parecido antes de hablar con nosotras.
-
Tsunami…
¡me gusta! – se rio a carcajadas.
-
Yo
creo que quedándote pasmada como una tonta delante de él no tienes mucho que
hacer. Sin embargo, si te muestras tal y como eres…
-
Yo
no me quedé pasmada delante de él. – sabía que me lo iba a reprochar y me reí.
– Y sí lo que quiere es un ola gigante, la tendrá. – afirmó tajante con la
cabeza una sola vez.
-
Liliam,
tampoco es cuestión de que lo ahogues.
-
Tranquila,
vas a ver que en un par de conversaciones, está a mis pies.
-
O
tú a los suyos. – carraspeé para disimular la frase. Ella entrecerró los ojos
con maldad. – Me muero por ver cómo termina todo esto. – sonreí. – Aunque te
advierto que es un poco raro.
-
¿Por
qué lo dices?
-
Por
esto. – aproveché un momento de despiste en mi esteticista para coger
cuidadosamente la carta de Matt del bolso. La puse abierta delante de Lil. –
Léela.
-
¡La
famosa carta! Espera un minuto. – Liliam la leyó a toda velocidad y luego la
volvió a leer algo más lenta. – Ya está. Analizada.
-
¿Qué
te parece?
-
Que
te lo hubieses tirado en una semana.
-
¡Liliam!
- gruñí
-
Tranquila.
– Se rio. – sólo quería sacarte de quicio.
-
Lo
has conseguido. – para variar. – Ahora en serio.
-
Un
rollo total. – puso cara de aburrimiento. – Hasta la post data claro, esa frase
lo arregla todo. Él intenta disimularlo pero al final, le sale.
-
¿Qué
significa eso? – no había entendido para nada su última frase.
-
Pues
que le gustas, le atraes, le pareces interesante pero no quería reconocerlo, sin
embargo, se ha delatado en la post data.
-
¿Tú
crees?
-
¿Eres
especial? En serio Rach, ¿qué tío dice eso si no le gustas?
-
No
lo sé. – no quería hacerme ilusiones. – Lo único que sé, es que él está en Los
Ángeles y yo aquí. ¿Qué más da si le gusto o no?
-
Tú
tienes problemas psicológicos ¿verdad? – me miró con una ceja levantada. -
¿Cómo va dar igual? Ni aunque estuviera en Pekín da igual. Si le gustas, le
gustas. Y estoy segura de que volveréis a veros y tendréis la oportunidad de
deciros todo eso a la cara, besaros apasionadamente y practicar cómo se tienen hijos
si es necesario. – puse los ojos en blanco. – Así que deja de decir tonterías.
-
Siento
ser tan pesimista pero prefiero no pensarlo así. Me gusta ser lo más realista
posible.
-
Tu
misma. – se encogió de hombros. – Pues si das el tema por cerrado… ¿me explicas
porque David es raro? Por cierto… ¡qué nombre más bonito! – sonrió.
-
¿Ves
algún tipo de sufrimiento o dolor en la carta de Matt?
-
Entendido,
no damos el tema por cerrado. – se quejó.
-
Tú
responde.
-
Excepto
en su frustración por no poder mojar antes de ir a la Universidad… – me miró de
reojo para ver mi reacción, me mantuve serena, al menos, por fuera. – No, no
veo nada de eso.
-
Pues
tu novio me dijo todo lo contrario.
-
Por
muy bien que suene, no vuelvas a usar conmigo la palabra “novio” en tu vida. –
se la había devuelto y me reí. - ¿qué fue exactamente lo que te dijo?
Se lo conté mientras nos daban el último retoque. Me
miré las manos y sonreí. Deseé que el gel fuera lo suficientemente resistente
para las épocas de exámenes y para los partidos de los Niners.
-
Yo
creo que sólo quiso hacerse el interesante. – sugirió mi amiga. – No deberías
darle demasiada importancia.
Hablaba mientras terminaban de peinarle su nueva
melena de color cobrizo. La verdad es que había acertado con la elección. Sus
grandes y expresivos ojos, aún se hacían más imponentes en su rostro con el
pelo oscuro. Ni siquiera el flequillo que le hicieron casi tapándoselos,
consiguió disminuir su importancia.
-
¿Cómo
me ves? – dijo levantándose y mirándose al espejo de todas las posturas posibles.
-
Estás
muy guapa. – le dije con sinceridad.
-
Pues
entonces volvamos al Campus, tengo un chico que ligarme.
Cogió su bolso y caminó decidida hacia la puerta.
Iba mirándose disimuladamente en cada espejo y cristal que veía. Llegué hasta
ella y pagué la cuenta, todos mis ahorros del mes anterior se habían esfumado
en dos horas, pero ver su sonrisa, hacía que mereciera la pena.
De vuelta a la Universidad, Liliam no paró de hablar
de David un solo instante. Y aunque a veces intentaba disimular y restarle importancia,
volvía al tema con suma facilidad. Parecía que mi confesión sobre “el Tsunami”
le había devuelto la ilusión que creía que había perdido la noche anterior.
Tema que sacó con sutileza.
-
Por
cierto, hablando de David, anoche no parecías sentir mucha vergüenza cuando
hablabas con él. – me miró de reojo.
-
Es
que no me daba vergüenza.
-
A
ver, un tío que está buenísimo, se acerca a ti y te habla, y tú, no sientes
vergüenza ninguna… perdona que te diga pero no entiendo tú timidez.
-
Pues
es muy fácil, soy tímida cuando tengo que empezar a hablar yo, cuando tengo que
dar el primer paso, o cuando alguien me gusta, como Matt. – agarré con fuerza
el volante mientras hablaba. – Sin embargo, si la gente me habla y me dan
confianza, como Amanda, Peter o David hicieron, no me pongo nerviosa, todo lo
contrario, me siento capaz de ser extrovertida. Sin embargo, si las situaciones
se complican, vuelvo a no tener la iniciativa. Por ejemplo, anoche con Peter,
que quería que la tierra me tragase allí abajo. – aún no entendía qué pasó.
-
Entonces
tú no eres tímida.
-
¿Ah
no?
-
Estudio
Psicología, Rach. Y vale, quizás no llevo tiempo suficiente para analizar
profesionalmente un comportamiento, pero creo que tú caso es bastante claro. Y
también creo que ya te lo han dicho un par de veces. Otra cosa es que no
quieras creértelo.
-
¿A
qué te refieres?
-
Inseguridad,
Rachel, eso es todo lo que tienes. Sólo que prefieres llamarle timidez. – quise
replicarle pero no me dio tiempo. - ¿Por qué te acercaste a hablarme? Porque te
daba más inseguridad sentir que no conocías a nadie que hablarme y que saliera
mal. Y por eso lo intentaste un par de veces más, aun habiéndome comportado
como una borde. Una persona vergonzosa, no me hubiese buscado después de mi
contestación en el comedor. Se hubiese resguardado en Amanda y hubiese
preferido no decirme todo eso que pensaba para no volver a sentirse
avergonzada. Sin embargo, después de hablar con ella, te viste reforzada y
viniste a decirme las cosas de frente, con sinceridad y con la seguridad de que
en tu habitación tenías una mano amiga si volvía a rechazar tu acercamiento. –
me quedé pensativa. – Rachel, a ti no te da vergüenza hablar con desconocidos,
te da miedo que salga mal o no te guste lo que encuentras. Por eso todo iba
bien con Peter hasta que algo te descuadró.
-
No
lo sé. – un montón de imágenes de situaciones que me producían vergüenza
corrían por mi cabeza. – Quizás tengas razón. – una de las imágenes se paró de
repente: Matt y yo haciendo la compra. – Recuerdo que mi madre me insistió en
que tratara a Matt como a uno más. Sólo pensar en aquello me ayudó a controlar
mis nervios. Ella también lo llamó inseguridad.
-
Claro.
La timidez no excluye a nadie, pero la inseguridad depende de las
circunstancias.
-
Entonces
¿por qué me ruborizo tan fácil? – me indigné.
-
Rachel.
– mi amiga reía carcajadas. – una cosa no quita la otra. Puede que además de
insegura, seas un poquito tímida. Y además, deja que te diga que a veces eres
demasiado inocente, sobre todo con los tíos. Hay que ser más mal pensada con
ellos. Y si no, ya me darás la razón respecto a Peter.
-
Ya
no sé qué pensar sobre él, necesito aclarar lo que pasó anoche. Queda un largo
curso por delante y no me gustaría que tuviéramos problemas profesor-alumna.
Liliam me dio la razón y volvió a sacar a relucir a
su morenito en cuanto tuvo oportunidad, aunque esta vez fue casi un monólogo
porque yo apenas podía escucharla. Me sentía confundida, sólo podía darle
vueltas a toda la historia de la inseguridad. ¿De verdad ese era mi problema? Y
eso que había dicho Lil sobre la inocencia ¿era cierto? Me sentía como si no me
conociera a mí misma. Era muy raro.
Entre la inseguridad y David, no tardamos en llegar
al Campus. Gracias a que era fin de semana no tuve problemas con el
aparcamiento, la Universidad estaba tranquila.
Nos tomamos el resto del día de descanso. Almorzamos
en el restaurante y Liliam no paró de presumir de nuevo look. Amanda había
salido con Eric a pasar el día juntos, así que Lil y yo, decidimos ir a mi
habitación a ver una peli y estudiar un rato.
Pronto
llegó la noche, y aun habiendo descansado, el sueño vino rápido a por nosotras.
Si, yo también pienso como Rachel, hay algo raro en la reacción del profe. No sé. Desconfío. Un beso
ResponderEliminarBueno, bueno, Ana... pronto, muy pronto sabrás por qué. Sólo sigue leyendo!
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