La
conversación con Amanda la noche anterior había sido muy gratificante, pero
también completa y absolutamente agotadora. Se nos hizo de madrugada hablando
la una con la otra y no dormirse en clase iba a ser muy complicado aquella
mañana. Sin embargo, el día empezaba con Filosofía, una de mis asignaturas
favoritas. Toda la cultura clásica me apasionaba y los filósofos me parecían
fascinantes. Busqué sitio por los asientos delanteros del graderío.
Exceptuándome a mí y muy pocos más, la filosofía no era una asignatura que
triunfara entre los alumnos, así que no tuve muchos problemas para sentarme en
segunda fila.
Mientras
llegaba el profesor, me concentré en mi nuevo libro, lo abrí y le eché una
pequeña ojeada entre el alboroto que hacían mis compañeros. De repente, oí como
las chicas se revolucionaban y empezaban a murmurar entre ellas a todo ritmo.
Al segundo, los chicos se unieron a ellas entre risas y silbidos. Miré hacia
delante con curiosidad y vi al chico que provocaba todo aquel revuelo. Llevaba
zapatos marrones, vaqueros oscuros y camisa blanca doblada con delicadeza en
los antebrazos, dónde en uno de ellos descansaba una chaqueta gris oscuro. En
la otra mano portaba un maletín del mismo color que los zapatos. Era alto,
joven y guapo, de pelo corto, rubio y ojos claros, aunque desde lejos no podía
decir de qué color eran exactamente. Entendí a la perfección la agitación
formada en el aula. ¿De verdad ese chico era el profesor de filosofía? Apenas
era mayor que nosotros.
-
Está bien, está bien,
calmaos. – dijo con una sonrisa grande e impecable. – Sé que no es muy normal
ver a un chico tan joven dando clase pero, aun así, sigo siendo vuestro
profesor. – soltó el maletín y se colocó de cara a nosotros con el mismo libro
que yo tenía delante entre las manos. – A ver, me presento, mi nombre es Peter
Richardson y hace muy poquito, era yo el que estaba ahí sentado, escuchando a
un aburrido profesor de filosofía como el vuestro. – bromeó sin borrar su
bonita sonrisa. – Así que, aún tengo muy vivo el recuerdo de ser alumno. Por
eso os propongo un trato. Que os parece si aquí dentro me comporto como un
profe duro e implacable que os da mucha caña. – fingió cara de malo al decirlo.
– pero fuera de estas cuatro paredes me tratáis como a uno más, y si así lo
estimáis, hasta podemos ser amigos.
Porque no sabéis lo duro que resulta pertenecer al profesorado. – bromeó
en voz baja y todos reímos. – Eso sí, no pienso chivar ni un examen. – se
escucharon varios abucheos divertidos. Él sonrió de nuevo y prosiguió. – Es lo
que hay, chicos. Entonces ¿qué me decís? ¿hay trato?
La clase
volvió a alborotarse y estaba claro que se acababa de ganar a todo el mundo.
Incluso hubiera jurado que escuché algún suspiro por parte de un grupito de
chicas dos filas más arriba. Podría decir que no era para tanto, pero sería una
hipócrita si no reconociera lo evidente. Aquel profesor era el sueño hecho
realidad de cualquier chica de mi edad.
La clase fue
bastante amena para lo que solía ser la filosofía. Estaba claro que aquel chico
sabía cómo mantenernos atentos. Aunque claro, su sola presencia hacía que te
fijaras en él. Si la imagen de Matt sonriéndome en aquella barra del bar
mientras me invitaba a un refresco no hubiese pasado por mi cabeza, hubiera
aceptado que era el chico más guapo que había tenido delante.
Al terminar la
clase, recogí mis cosas mientras sonreía al escuchar el plan maestro de las
chicas de atrás para ligarse al profesor. Intenté trasladarlo en mi mente e
imaginé una situación parecida con Matt. Pero entonces oí la resolución del
mismo y… no, eso era imposible para mí. Demasiado directo.
Apunto estaba
de cruzar la puerta cuando el Señor Richardson me llamó por mi apellido. Le
miré sorprendida y me pidió que me acercara. Luego esperé a que terminara de
despedir a unos compañeros y nos quedamos a solas en el aula.
-
¿Puedo ayudarle en algo?
-
Para empezar, puedes dejar
de tratarme de usted. – ahora sí podía decir de qué color tenía los ojos: tan
celestes como el cielo. – Ya ha acabado la clase.
-
Lo siento, es la costumbre.
-
Disculpada. Te llamas Rachel
¿no es así? – Al sonreír se le asomaban unos encantadores hoyitos en las
mejillas. Asentí a su pregunta. – Encantado. La verdad es que me he fijado que
estabas mucho más atenta que los demás.
-
Bueno… hoy no se podrá
quejar de atención.
-
No me podré, Rachel, háblame
de tú. – volvió a insistir. – Lo que me ha llamado la atención de ti, y te
diferencia de los demás, es que no estabas atenta por mí, sino por mi
asignatura.
-
Ah, eso. Sí, la verdad es
que me gustan la filosofía y las culturas clásicas.
-
¡Aleluya! – dijo mirando al
techo con la manos levantadas. – este es mi segundo año dando clases y eres la
primera que me dice eso. – sonreí. – dime por favor, que no se debe a Brad Pitt
y su actuación en Troya.
-
No, no. – me reí. – Bueno,
para no mentirte, no sólo por él. – entrecerró los ojos esperando el otro
motivo. – En realidad lo encuentro apasionante. Me gusta saber lo que pensaban
los más antiguos, y por supuesto, todos los grandes pensadores de nuestra
historia. Son personas que han quedado ahí grabadas para los restos, sólo por
su forma de ver la vida. – abrió los ojos y arrugó la frente. – También creo
que es importante para el día a día. Sólo que cuesta un poco abrir la mente.
-
Perdona. – se frotó los
ojos. – Te estás quedando conmigo ¿Verdad? – negué con la cabeza muy sonriente.
– Vale, no se lo digas a nadie, pero te acabas de convertir en mi alumna
favorita. – sonreí – En serio, me alegro que pienses así. De verdad que te va a
servir en tu día a día, te lo prometo.
-
Te creo.
-
Bueno, pues no te entretengo
más. – cogió sus cosas de encima de la mesa y me acompañó a la puerta. - ya nos veremos por ahí Rachel ¿de acuerdo?
-
Claro. Y si no, en la
próxima clase.
-
Por supuesto.
Volvió a
sonreír ampliamente, enseñándome sus hoyuelos de nuevo y se despidió de mí con
la mano mientras tomaba la dirección contraria a la mía. Si de lejos era guapo,
de cerca impresionaba aún más. Sin embargo, había notado algo raro cuando
hablaba con él. No me había puesto nerviosa. Quizás, aún con su belleza, mi subconsciente
sabía lo que era, mi profesor.
No tuve tanta
suerte con los demás profesores y las demás clases, así que me costó muchísimo
mantenerme despierta en algunas ocasiones, pero pude aguantar hasta el
almuerzo.
Fui hasta mi
taquilla para dejar los libros y volví a encontrarme una nota. “Gracias por la charla de anoche. Nunca un helado me sentó tan
bien. ¿Almuerzas con nosotros en el comedor? Amanda”. Aquella costumbre de mi
nueva compañera siempre me hacía sonreír. Arranqué el papel y me marché directamente
al comedor. Al llegar, vi que Amanda, Sarah y Fred estaban sentados en una mesa
en el fondo. Sin embargo no pude ver a Eric con ellos. Me acerqué y miré a mi
compañera con ojos entrecerrados.
-
No he dado con él en todo el
día. – susurró en cuanto me senté a su
lado. Tenía los ojos hinchados y ojeras. – Tranquila, suele perderse, ya
aparecerá. No pienso dejarlo escapar. – aseguró.
Le sonreí y
saludé a Sarah y Fred, que andaban enfrascados en una disputa sobre
arquitectura. Sarah sostenía que había más de una torre inclinada además de la
de Pisa. Fred estaba seguro que no era así. Yo sabía que no era la única y
estaba a punto de acabar con la disputa cuando una chica pasó por nuestro lado
y dijo:
-
Lo siento, chico. Ella lleva
razón. Quizás es la más famosa, pero no la única. Busca “Pagoda de Yunyan” en google.
– dijo pagada de sí misma y siguió hacia delante con su bandeja de comida.
Era Liliam, la
chica italiana que había conocido el día anterior. La seguí con la mirada y vi
que se sentaba sola en una de las mesas. Les pedí disculpas a los chicos, llené
mi bandeja y sin pensármelo dos veces, fui a sentarme con ella.
-
Sarah me ha pedido que te de
las gracias por la aclaración. – dije mientras tomaba asiento. – Al parecer, le
encanta quedar por encima de Fred.
-
No tengo ni idea de quiénes
me hablas. – me dijo mirándome de reojo.
-
De los chicos de la torre de
Pisa.
-
Ah. De nada. – sonrió. – Me
gusta oír hablar de Italia a tantos kilómetros de distancia.
-
Lo imagino. – observé como
asentía apretando los labios. – No te importa que almuerce contigo ¿Verdad?
-
Claro que no. No tengo mucha
compañía como ves. – su ironía parecía ocultar algo.
-
¿Estás bien?
-
Sí. – dijo secamente.
-
De acuerdo. – recordé que
era una chica difícil. – ¿Qué tal te ha ido? – intenté comenzar una
conversación.
-
Bien.
-
¿Sabes? Estoy intentando
hablar contigo y a monosílabos es complicado. - ¿qué diablos le pasaba? - si no te apetece compañía…
-
No te vayas. – dijo en un
susurro. – Lo siento, es la segunda vez que te trato así. – me miró de frente.
Sus grandes ojos volvían a hablar por ella. – En realidad no he tenido un buen
día.
-
¿Qué te ha pasado?
-
Nada en particular. Pero… –
vaciló. – es difícil.
-
Estar tan lejos de tu vida
¿no es así? – me miró sorprendida. – Llevo aquí dos días y echo de menos mi
casa tanto que he estado a punto de llorar las dos veces que he hablado con mi
madre por teléfono. Y eso que está a una hora de camino. Me pongo en tu lugar
y… – resoplé al pensarlo. – no sé si podría. De hecho sí lo sé, no podría.
Demuestras ser valiente y muy fuerte.
-
¿Eso crees? No tienes ni
idea. – dijo con despotismo.
-
Bueno, a lo mejor si me
contaras lo que te pasa…
-
No hay nada que contar.
-
Sólo intento ayudarte.
-
No necesito ayuda. Y mejor
cambiamos de tema, bonita.
-
Está bien. Pues empieza tú
uno, y habla contigo misma, porque se ve que todo lo que digo te molesta. Sólo
estaba intentando ser amable.
-
Es que no me gusta que la
gente se meta en mi vida.
Liliam se
levantó, cogió su bandeja, la soltó en la basura y se fue del comedor como si
le hubiese dedicado la ofensa más grande del mundo. Miré a la mesa de los
chicos. Fred y Sarah seguían discutiendo sobre alguna otra cosa. Pero Amanda me
miraba con cara de póker. Pensé en ella y en la diferencia tan abismal que me
había encontrado cuando me había preocupado por sus problemas y cuando lo había
hecho por los de Liliam.
¿Qué le pasaba a esa chica? Podía ser tan simpática como borde. Y la verdad, me tenía tan harta como intrigada. Volví a la mesa con los chicos y les conté lo sucedido.
¿Qué le pasaba a esa chica? Podía ser tan simpática como borde. Y la verdad, me tenía tan harta como intrigada. Volví a la mesa con los chicos y les conté lo sucedido.
-
Esa chica no se merece tu
tiempo Rach. – me dijo Fred con confianza. - ¿no has visto lo estúpida que es?
-
No le hagas caso, cariño. –
me dijo Sarah. – Sólo está enfadado con ella por darme la razón. – sonrió
orgullosa. – Yo creo que simplemente está pagando su frustración contigo.
-
¿Qué frustración? – pregunté
mirando hacia la puerta.
-
Pues está clarísimo. – Sarah
se comía una manzana mientras nos contaba su teoría. – Tu misma te has dado
cuenta. Está sola, lejos de su casa, aún más lejos que todos nosotros y visto
lo visto, no está aquí por una razón lo suficientemente buena para estar a
gusto.
-
Pero entonces, ¿no debería querer
conocer a gente?
-
Gente que le proponga
ayudarla con el idioma, sí, gente que le hable de sus problemas, no. Lo que
menos querrá ahora es oír hablar de eso. ¿no te parece?
-
Pues… sí. – Sarah llevaba
razón. – quizás me he metido dónde no me llaman.
-
Quizás. – Amanda me sonreía
desde el otro extremo como si la conversación fuera divertida – Pero si yo
fuera tú, iría a buscarla, me disculparía y volvería a decirle que sólo
pretendías ayudarla. Al menos así, no te quedarás con la sensación de haber
podido hacer algo más. – me guiñó un ojo. Ya sabía por qué sonreía, me había
devuelto mi propio consejo.
-
Tenéis razón. Iré a
buscarla.
Me levanté y
dejé la bandeja dónde lo había hecho Liliam. Salí fuera del comedor y la busqué
por los jardines. No encontré más que chicos jugando al fútbol y alguna que
otra parejita bajo un árbol. Me encaminé a la residencia y pregunté por ella en
la recepción, me dijeron el número de su habitación, estaba una planta más
arriba que la mía. Llamé un par de veces pero nadie contestó. La puerta estaba
justo al lado de una de las ventanas que daban al Campus por su parte trasera,
donde se encontraban el estadio de fútbol, las bibliotecas y las residencias
privadas. Descansé mis codos en el borde de la ventana y observé todo aquel
verde césped. En aquella parte, estaba prohibido pisarlo, por eso no abundaban
tantos alumnos. pero era una zona preciosa donde pasear con tu chico. Eso mismo
deberían pensar un par de parejas que así lo hacían mientras yo las observaba.
Uno de los chicos me recordaba mucho a Matt, el pelo le sobresalía por todos
los bordes de su gorra negra y naranja de los San Francisco Giants. Tenía su
mismo color de pelo, pero seguro que no tenía esos maravillosos ojos verdes, ni
esa sonrisa… ni por supuesto hubiese ido de la mano de esa alta y rubia chica
de revista, que vestía como si fuera a comer al restaurante más glamuroso de
toda California, en vez de al campus de una humilde ciudad. Los perdí cuando
giraron en la esquina más próxima que tenían, como si huyeran de mi vista.
Observé una última vez todo aquello antes de volver dentro, y justo cuando
estaba agachando la cabeza bajo la ventana, la vi. Sentada en un banco detrás
de la residencia estaba Liliam. Tenía sus cosas esparcidas por el suelo y se
agarraba las piernas con los brazos. Daba la impresión de que estaba llorando.
Volví por el pasillo andando lo más deprisa que permitían las normas de la
residencia, bajé las escaleras y corrí hacia donde estaba ella. Al volver la
esquina me di cuenta que estaba en lo cierto, Liliam lloraba con rabia mientras
metía su cabeza entre las piernas. Me sentí fatal al pensar que yo podría tener
parte de culpa en aquello. Me acerqué despacio, no sabía bien qué decir, me
agaché cuando llegué a su lado y recogí sus cosas para colocarlas medio bien en
el banco. Ella asomó la cabeza y se me quedó mirando con incredulidad, tenía
los ojos enrojecidos y las mangas de su sudadera rosa empapadas.
-
¿Y ahora qué demonios
quieres? ¿No piensas dejarme en paz? ¿No te ha quedado lo suficientemente
clarito? – desde luego estaba claro que yo tenía bastante culpa de aquello. O
al menos eso es lo que ella pensaba.
-
Sólo venía a disculparme. –
me intimidaba sorprendentemente. – No tenía que haberme metido en tu vida sin
apenas conocerte, pero de verdad que sólo intentaba ayudarte.
-
No me gusta la gente así. –
se levantó y se pudo frente a mí. – Las que tienen cara de buena sois las
peores, os ganáis la confianza de la gente, sólo en busca de su punto débil y
luego lo atacáis.
-
¿De qué estás hablando?
Relájate. Creo que me estás prejuzgando sin conocerme.
-
Lo mismo que has hecho tú
antes conmigo. ¿Ponerte en mi lugar? Ja, qué fácil ¿no?
-
Sólo intentaba entender por
qué eres así de borde. – Fui demasiado sincera, pero me estaba poniendo de los
nervios.
-
¿Qué? – al principio pareció
cogerle por sorpresa mi contestación. - ¿Eso te parece borde? Puedo enseñarte
lo que es ser borde si quieres niñita – contraatacó.
-
No, ya has sido
suficientemente borde conmigo. – se me acabó la paciencia. Quizás Fred tenía
razón. – No me he acercado a ti para conocer tus más oscuros secretos y
pisotearlos en tu cara. He llegado aquí sola, tan sola como tú. He tenido suerte
con mi compañera de habitación y mi familia no está tan lejos como la tuya.
Pero yo no tengo la culpa de eso. Simplemente intentaba que nos conociéramos.
Si ni siquiera vas a darme esa oportunidad no pienso perder más mi tiempo
contigo. – me di media vuelta y empecé a caminar de nuevo hasta la residencia.
Me quedé parada un momento y le dije sin mirarla. – Siento haber pensado que
podríamos ser amigas.
-
Tres. – dijo antes de que me
fuera.
-
¿Qué? – ¿Era yo, o esa chica
estaba mal psicológicamente? Me di la vuelta.
-
Tres son las amigas que
tenía en Italia. Paola, Valeria y Alessia. – Hablaba sin ganas pero a la vez
con rabia. – Éramos inseparables desde pequeñas. – tenía los puños apretados a
ambos lados del cuerpo. – Es bonito ¿verdad?
-
Liliam, entiendo que las
eches de menos pero yo…
-
No he terminado. – dijo
sentándose en el banco e invitándome a volver e imitar su gesto. Lo hice. –
Paola, se fue hace dos años a estudiar a Milán. Prometió llamar y escribir. La
promesa le duró un mes. – sonrió con amargura. – Después está Alessia.
Descerebrada donde las haya. Conoció a un chico diez años mayor que ella. Ya ni
siquiera saludaba cuando nos cruzábamos por la calle. – suspiró. – y para
terminar Valeria. Mi más sincera y leal amiga. – me miró de reojo pronunciando
la última palabra casi con asco. – Yo iba a estudiar en Madrid ¿Sabes? Por eso
lo del castellano. – Se rio amargamente. – Me habían aceptado y estaba
completamente emocionada. Corrí hasta la casa de Valeria para contárselo. Me
abrió su hermano pequeño, y cómo siempre bromeó con que su hermana no estaba.
Vi su bolso colgado en el perchero y subí las escaleras a prisa. El chico me
gritaba que no subiera pero ya era demasiado tarde. Cuando abrí la puerta los
vi, Valeria y Alex, mi chico, estaban semidesnudos en la cama de ella. – las
lágrimas le corrían por las mejillas como cascadas pero ni se inmutaba. – Y no
estaban jugando a los médicos precisamente.
-
Vaya... – No me salió nada
más.
-
Sí. Vaya cuadro. – ser rio
con las lágrimas aún recorriéndole la cara.
-
¿Entonces por eso has venido
a California? ¿Querías alejarte de allí?
-
Sí y no.
-
¿Cómo?
-
En Madrid también estaría
lejos. Pero España se parece a Italia. Quería irme aún más lejos. A un sitio
diferente, con otra cultura y otro idioma totalmente distinto al mío. Riverside
fue la primera Universidad que me aceptó. No lo pensé. – se secó las lágrimas
con los húmedos puños.
-
Por eso me gritaste que no
tenía ni idea ¿no es así? – le tendí un paquete de pañuelos de papel que tenía
en el bolsillo de mis pantalones.
-
Sí. – cogió el paquete
abatida. – Como era lógico, pensaste que yo había elegido Riverside por un
motivo menos… dramático, y que lo único que me pasaba es que echaba de menos mi
casa. Me llamaste valiente y fuerte. – sonrió de medio lado. – nada más lejos
de la realidad. Sólo estoy huyendo. Siento haberte hablado así. – me miró con
tristeza. - ¿Entiendes ahora mi desconfianza y actitud?
-
Sí. No me imaginaba a
alguien tan borde por ningún motivo.
-
Ah, no. – empezó a reírse a
carcajadas. Un poco esquizofrénica sí era. – Lo de borde va conmigo. Siempre he
sido así. No tiene nada que ver con esos dos.
-
¿En serio?
-
Sí. – seguía riéndose. – No
te preocupes. Ya no lo seré tanto contigo, te acostumbrarás. – Se quedó sería
de momento. – Bueno, eso si sigue en pie lo de las clases particulares y… si
con el tiempo te lo ganas, a lo mejor hasta podemos ser amigas. – sonrió. – Eso
sí, si te pillo con un novio mío no pienso irme a China, así que corre lo que
puedas porque pagaré todas mis irás contigo. Y tengo una imaginación muy grande
para idear torturas. – me amenazó bromeando.
-
No te preocupes. No creo que
nos guste el mismo chico. Parece que somos un poquito diferentes.
-
Pues sí. Entonces…
¿empezamos de cero?
-
No. – se sorprendió. – Me
has contado algo demasiado personal para empezar de cero. Por qué no te vienes
este viernes a mi habitación, pedimos una pizza y te cuento algo de mí. Para
que estemos empatadas y puedas pisotear mis oscuros secretos tanto como yo los
tuyos.
-
Me parece bien, no tengo
nada mejor que hacer.
Nos levantamos
y nos dirigimos a las aulas porque en poco tiempo comenzaban las clases de la
tarde, nos despedimos en las taquillas y la observé al marcharse. Parecía muy
segura de sí misma, capaz de enfrentarse a todo con esos pasos pequeños y
firmes, y sin embargo, había huido a la otra parte del mundo, dejándolo todo
atrás, “sólo” por un desengaño amoroso. Aquello me hizo pensar que había un
mundo detrás de cada persona, y que prejuzgar a alguien, no era más que empezar
equivocándote. Al menos, los ojos de Liliam habían tendido a alegrase un poco
después de soltar su carga.
Bueno parece que Rachel al fin va a ser amiga de Liliam, su primer contacto no ha sido muy bueno esperemos que los siguientes sean mejores. Me da a mi que van a llegar a ser muy buenas amigas.
ResponderEliminarUn beso enorme Sofi
Hola Ana! Pues sí, no empezaron con buen pie pero... en Riverside las cosas cambian constantemente.
EliminarLa amistad es así.
Un beso más grande para ti y perdona por tardar en contestar.
Cada capitulo enganxa mas q el anterior!! Nunka dejes de escribir mientras q haya 1 sola persona q se emocione o se identifike leyendote. ;)
ResponderEliminarMientras tenga el aliento de los míos y las ganas que me dais, no dejaré de hacerlo. Gracias!!
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