Bienvenido a este blog, dónde podrás descubrir un mundo lleno de personajes que sienten como tú. Comparte conmigo este sueño y ayúdame a alcanzarlo.

Espero que disfrutes leyendo tanto como yo lo hago escribiendo, porque en esta historia también estás tú, que aprendiste a madurar, a conocer, a enamorarte, a elegir, a equivocarte…

Todos vivimos nuestro propio Riverside.

viernes, 9 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 5


Era temprano, no había necesitado despertador para abrir los ojos hacía ya unos minutos, los nervios no me habían permitido descansar mucho aquella noche. Después del primer día de acoplamiento, por fin llegaba la hora de la verdad y aunque sabía que las primeras clases no serían mucho más que simples presentaciones, me sentía como si fuera a los exámenes finales.

Miré a mi derecha y vi la cama de mi compañera vacía. La noche anterior había llegado más tarde que yo, sólo habíamos cruzado un buenas noches prácticamente susurrado y a esas horas de la mañana ya no estaba. Estaba claro que era una chica ocupada.

Me levanté con tranquilidad y me di una ducha con agua caliente, tenía tiempo suficiente para disfrutarla. Cerré los ojos relajándome y de repente apareció, la imagen de esos ojos grandes y verdes mirándome alegremente detrás de aquel gigantesco sándwich. Era tan nítida que casi me ruboricé pensando en que estaba desnuda delante de él. Habían pasado tres días y no había manera de quitármelo de la cabeza, ni siquiera con el ajetreo del Campus. Fue tan corto el tiempo que compartimos…
Salí del baño envuelta en toallas y en poco más de quince minutos ya estaba preparada, así que, cogí mis cosas y me puse en camino.
                                                      
La primera clase que iba a tener en mi nueva vida como universitaria era Lengua Castellana. La había elegido como optativa porque los idiomas eran imprescindibles en mi carrera y en mi país abundaban los hispanohablantes. Seguro que lo tendría más fácil si dominaba el castellano.

En vez de ir directamente a las aulas, me pasé por mi nueva taquilla para dejar los libros de las siguientes clases. Al entrar en los pasillos pude ver que el nerviosismo que yo tenía instalado en el cuerpo, se había apoderado de todo el mundo. Iban todos corriendo de un lado a otro, saludándose a gritos entre sí, se cruzaban como flechas y la verdad es que no sé cómo llegué entera hasta la taquilla. Metí un par de libros en ella y la cerré con soltura, estaba acostumbrada a la del instituto. Me giré deprisa y no pude evitar chocar con un chico alto de ojos oscuros, todo lo que llevaba en las manos se cayó al suelo. Él se agachó a toda prisa y los recogió.

-          Perdona, llego tarde. – se disculpó mientras me los devolvía y siguió su camino casi sin mirarme. Me quedé observando cómo se alejaba sorteando varios obstáculos más. Allí todos parecían tener mucha prisa.

Con más cuidado incluso que antes, me dirigí al Aula nº8. Allí comenzaba todo.
Me abrí paso entre el pequeño grupo de chicos que había en la puerta que daba a la clase. Una vez dentro, observé lo amplia y espaciosa que era, había una gran tarima con una pizarra blanca y un escritorio de madera tan moderno como todo lo demás. Las gradas de los alumnos se alzaban frente a mí, con mesas y sillas que atravesaban la habitación de lado a lado en cada uno de sus escalones.
Intenté encontrar un lugar lo más cercano posible al profesor, ya que mi poder de concentración se limitaba a un diez por ciento, y aunque mi gran memoria me compensaba a la hora de estudiar, cualquier cosa que tuviera delante podría distraerme con facilidad. Encontré un lugar en la tercera fila, era ideal, ni demasiado lejos, ni en primera fila. No me gustaba destacar.

Al sentarme, me encontré más tranquila y me dediqué a escuchar a todos los que me intentaban dar conversación alrededor mío. Descubrí que la mayoría eran de primer curso, como yo. Que los repetidores solían ponerse más arriba. Y que todas mis sensaciones eran más comunes de lo que yo pensaba.

Poco tardó el profesor en aparecer mientras charlábamos. Era un hombre bajito, de piel morena y poco más de treinta años. De origen hispano seguro.
- Está bien chicos, tomad asiento y relajaos. Sé que empieza el curso y estáis todos de los nervios, pero tranquilos, no me como a nadie… todavía. – comenzó entre bromas. – Mi nombre es Eduardo González y seré quién intente enseñaros castellano durante al menos todo este largo curso. – concluyó su presentación confirmando mi teoría con su nombre y acento.
Pasó lista y comenzó su clase con una breve explicación sobre el origen del castellano y su extensión por el mundo. Conseguía la atención de todos gracias a su forma amena de expresarse, con chistes y anécdotas. Lanzó unas cuantas preguntas al aire para hacernos participar lo máximo posible.
A ver, para terminar una última pregunta. ¿Quién se siente capaz de contestarme a un mini test completamente en castellano? Y los de atrás estáis excluidos de contestar, sé perfectamente vuestro nivel. – dijo bromeando con los repetidores.

Sólo dos chicos y una chica levantaron la mano. Ellos, latinos como Eduardo, parecían hablar mejor el castellano que el inglés. Sin embargo, la chica, de grandes ojos claros y pelo rubio, parecía tener más dificultad al responder. Aunque lo curioso era que también le costaba hacerlo en nuestro idioma.
Eduardo pareció complacido con los tres pero no tuvo tiempo para mucho más. El timbre que indicaba el fin de la clase, tronó al otro lado de la puerta. La primera prueba de fuego estaba superada.

Agarré mis cosas y empecé a bajar de la grada, me fijé en la chica rubia que hablaba castellano, parecía ir sola y un poco perdida. Esperé un poco para ver si alguien la estaba esperando, vi como salía decida por la puerta y se dirigía hacia las taquillas. Fui tras ella y me di cuenta que ni siquiera miraba a los lados, realmente parecía que no conocía a nadie. Rachel, estás siguiendo a esa chica, ¿no te das cuenta? Si lo que quieres es hablar con ella ¿por qué no te acercas y punto? Mi conciencia tenía razón, no podía esperar a que Amanda me presentara a alguien con quién charlar y contentarme con eso. Tenía que vencer mi timidez. Así que me acerqué a ella con decisión y esperé a que se diese la vuelta, cuando lo hizo, yo estaba tan cerca que se asustó.

-          ¡Joder chica! ¿no tienes otro sitio dónde colocarte?
-          Lo siento, no pretendía asustarte. - ¡vaya carácter! – Sólo quería presentarme. – Me miró de arriba abajo con los ojos entrecerrados. – Vale, está bien. Esto es un poco raro. Empecemos de nuevo. – di un paso atrás y le ofrecí mi mano. – Me llamo Rachel Parker y soy nueva aquí. Estamos en la misma clase de castellano y no he podido evitar fijarme en que no dominas del todo el inglés. – seguía observándome con desconfianza, sin estrechar mi mano. La bajé. Estaba empezando a ponerme nerviosa, quizás no había sido buena idea. – Bueno… yo… iba a proponerte un trato.
-          ¿Qué clase de trato? – levantó una ceja con curiosidad.
-          Pues un trato sobre idiomas. – abrió los ojos escuchándome atentamente. – Había pensado que si tú me echas una mano con el castellano, yo podría ayudarte con el inglés. – Estaba desesperadamente callada. - Sí quieres claro…
-          Sí, es una buena idea. – Se congratuló como si la idea fuera suya y ahora fue ella la que estiró el brazo hacia mí. – Encantada de conocerte, Rachel.
-          Igualmente. – Era un poco rara pero aun así estreché su mano. – La verdad es que no conozco a mucha gente por aquí. – me sinceré.
-          Yo tampoco. Creo que eres la primera. – una sombra recorrió su mirada. – Así que, perdóname.
-          ¿Por qué?
-          Por lo de antes. Sólo estabas intentando entablar conversación conmigo, he sido un poco borde, lo sé, pero soy algo desconfiada. – no hacía falta que lo jurara. – Por cierto, mi nombre es Liliam Albertalli.
-          ¿Albertalli? Ese apellido es…
-          Italiano. Sí. Soy italiana.
-          ¿En serio? Claro, eso explica tu acento.
-          Sí. Y te preguntarás qué hago en la otra punta del mundo. Bueno, es una larga historia. – otra vez esa sombra.
-          Ya habrá tiempo de historias. – intuí que era terreno pantanoso. – De momento sólo puedo decirte: ¡Bienvenida a Estados Unidos! California te encantará.
-          Gracias. – Sonrió por primera vez. – Ojalá tengas razón.
-          Claro que sí. – El timbre volvió a sonar recordándonos que empezaba otra clase. Saqué un papel y un bolígrafo a toda prisa. – Aquí tienes el número de mi habitación y el de mi  móvil. Llámame cuando quieras.
-          Estupendo, gracias.

Le sonreí desde lejos. Ya había comenzado mi camino hacia la nueva clase. No iba a engañarme, Liliam me había parecido bastante extraña, aunque me alegraba de haber conocido a alguien tan nueva como yo allí.

Fue una mañana larga. Muchos cambios de clase y de personas, presentaciones de profesores y mucho movimiento, llegué agotada al almuerzo. Había tenido la suerte de coincidir con un par de chicas de Long Beach el día anterior mientras comía y quedamos las tres para almorzar también aquella tarde. Fue un alivio quitarme de encima el marrón de elegir mesa y compañía. Mientras comía, Amanda se acercó a dónde yo estaba.

-          ¿Qué tal compi? ¿Cómo llevas el primer día? – preguntó con alegría.
-          Bien, aunque bastante cansada. – me quejé.
-          Eso es normal, ya te acostumbrarás. Por cierto, había pensado en enseñarte esto un poco, después de clase. ¿Crees que aún tendrás fuerzas? – me retó.
-          Por supuesto. Te buscaré cuando termine. – Amanda sonrió y volvió a su mesa.

Después del parón, siguió el ajetreo, pensé que si aquello duraba todo el curso iba a tener que tomar vitaminas.
Cuando el último timbre sonó, no me lo podía creer. Me dirigí a las taquillas para recoger por fin todas mis cosas. Al llegar, vi una nota pegada en la puerta de la mía. “Estoy en el centro de recreo, búscame. Amanda”. Arranqué el papel y sonreí. Saqué los libros y después de una breve parada en la habitación para soltarlos, me dirigí al centro de recreo.

Había oscurecido y las luces de las farolas daban un toque romántico a todo aquel verde que rondaba por el Campus. Aún no conocía el edificio de la sala de recreo pero sabía dónde estaba, había visto indicaciones para llegar hasta él el día anterior mientras paseaba. Cuando lo tuve delante me quedé impresionada, era un edificio clásico con toques muy modernos. No sabía mucho de arquitectura, pero me parecía una pasada. La pared principal estaba cubierta por una cristalera gigantesca, alumbrada por unos pequeños focos que la realzaban en la oscuridad y que hacía más alucinante aún el reflejo de la torre del reloj en ella.

Entré por la puerta giratoria que había en el centro y observé la cantidad de alumnos que se reunían allí para charlar y divertirse. Era un sitio ideal dónde desconectar totalmente. Había un pequeño bar en uno de los laterales, mesas y sillas al estilo burguer, y una zona de juegos dónde destacaban por excelencia las mesas de billar y las recreativas.

Más allá de unos chicos que jugaban al billar muy concentrados, divisé la cabellera oscura de Amanda y me acerqué sorteando a la gente. Ella me vio antes de llegar y se acercó hasta mí.

-          ¡Has visto mi nota, genial! – dio por supuesto. – Ven, voy a presentarte a unos amigos. – Me agarró de la muñeca y tiró de mí hacia otra de las mesas de billar. Había dos chicos y una chica alrededor de ella. – Un segundo, chicos. – les llamó la atención. – Esta es Rachel, mi nueva compañera de habitación. Es nueva y está un poco perdida. Quiero que todos le ayudéis a encontrarse lo más cómoda posible en estos duros primeros días ¿De acuerdo? – Todos accedieron encantados.

Eran de la edad de Amanda, o sea, cuatro o cinco años mayores que yo. Y su actitud, abierta y serena, los diferenciaba bastante de los caóticos alumnos nuevos. Fuimos a sentarnos en un sofá cerca de las recreativas, y la verdad es que me hicieron pasar un buen rato. Todos me daban consejos muy interesantes.

-          Cariño, no es tan difícil, ya lo verás. – dijo la chica rubia junto a la que se había sentado Amanda y que antes me había presentado como Sarah. – de todas maneras, aquí tienes a la voz de la experiencia para lo que necesites. – sonreímos las dos.
-          Tú no te agobies. – dijo Fred, el chico más delgado de los dos. – Esto no es nada pequeña, sólo es una parte más de nuestra vida. – hablaba como si se estuviera divirtiendo. – Es el principio de un ciclo. Vale, sí, un ciclo difícil, pero quizás el ciclo más divertido de los que vas a empezar desde ahora. Luego viene el ciclo de trabajar, casarse y todo ese rollo. – sonrió y sus ojos rasgados casi se cerraron del todo. – Así que disfruta todo lo que puedas. – terminó apretando su mano en mi en mi hombro, intentando transmitirme tranquilidad. Lo consiguió. Sin embargo, Eric, el otro chico, más alto y corpulento que Fred, sonó más duro y realista.
-          Chicos, no todo es tan bonito. Por supuesto que hay que disfrutarlo Rachel, pero esta experiencia también te traerá muchos quebraderos de cabeza. Y por qué no, también alguna que otra lágrima. Y no me refiero a los estudios, eso es sólo cuestión de saber aplicarse. Hablo en términos más personales. Aquí vas a conocer a todo tipo de personas. Y todas nuevas. Como nosotros. Muy distintas entre sí y muy distintas a ti. A veces podrás confiar en ellas, otras no. Habrá gente que te lleves contigo para toda la vida después de esta aventura. Pero también habrá gente que te decepcione y te haga pasarlo mal. Harás amigos, pero quizás también haya enemigos. Y empezarás a tener los problemas, que hasta ahora sólo te parecían tragicomedias de los mayores. Incluso, a lo mejor, aquí encuentras a esa persona con la que llevas soñando toda tu vida. Y si eso pasa, también te dará muchos dolores de cabeza. – dijo la última frase mirando a Amanda, quién no quiso devolverle el gesto. – Y es que aquí todo se magnifica y las cosas parecen lo que no son. – prosiguió. – ya lo verás. Pero tranquila, tampoco quiero alarmarte. Todo eso es lo normal en la madurez de las personas. Sólo que aquí estamos independizados y fuera de nuestra hábitat natural, y cuesta un poquito más, pero también se soluciona todo antes. – acabó su consejo con una amplia sonrisa. Aunque había algo de melancolía en su mirada. – y ahora si me disculpáis. – se levantó con un gran suspiro. – necesito descansar. Se despidió con gesto cansado y se marchó dirección a la puerta giratoria. Observé como Amanda lo seguía de reojo hasta que desapareció.
-          Bah, no te preocupes. Eric es un aguafiestas. Nació veinte años antes de su edad. Está hecho un vejestorio. – bromeó Fred intentando animarme.

Sin embargo, no me sentía desanimada, me gustaron las palabras de Eric. Sentía que había sido el más sincero de todos lo que me habían hablado de la Universidad. Sólo él se había atrevido a advertirme sobre las cosas malas. Y la verdad es que prefería estar preparada a pensar que todo era un camino de rosas y luego empezar a clavarme las espinas.

Poco más duró nuestra charla antes de emular los pasos de Eric e irnos a dormir. Fred se fue hacia su residencia y Amanda y yo nos despedimos de Sarah casi en la puerta de nuestra habitación. Ella dormía en un cuarto pocas puertas antes de la nuestra.

-          ¿Qué te han parecido mis amigos? – Me preguntó Amanda mientras se tumbaba en la cama y se quitaba los zapatos con sus propios pies.
-          Muy simpáticos. – le contesté con el pijama en la mano. – tengo que agradecerte que te hayas molestado en hacer esto por mí.
-          No digas tonterías, por favor. – buscó su pijama a tientas bajo la almohada. – Primero, no es ninguna molestia. – lo encontró y se sentó para cambiarse. – Y segundo, ya sabes que Riverside pone a los más “expertos” con los novatos para que intentemos hacerle lo más fácil posible sus primeros días.
-          El Campus lo hace con buenas intenciones, pero yo creo que depende de la persona que te toque. – terminé de colocarme el pijama y me senté en mi cama frente a ella, abrazándome las rodillas. – Y creo que he tenido suerte con mi compañera de habitación.
-          Si supieras que me pagan por ello no dirías lo mismo. – bromeó. – pero es normal, seguro que esperabas un ogro que te tuviera intimidada en un rincón y te obligara a dormir en la bañera. – se rio de imaginarlo.
-          Amanda, lo digo en serio.
-          Ya lo sé. – me sacó la lengua como una niña pequeña avergonzada. – pero es que yo si tuve una compañera un poco ogro la primera vez. No me ayudó mucho que digamos… y desde entonces me gusta ser todo lo contrario a ella con los nuevos.
-          ¿En serio? – asintió con la cabeza. – Pues me alegro que eligieras esa filosofía y no siguieras su ejemplo. – sonreímos. – Y me gustaría que supieras que…
-          ¿Qué?
-          Sé que eres mayor que yo, que tienes más experiencia y todas esas cosas pero… si puedo ayudarte en algo, sólo tienes que decírmelo.
-          Gracias, lo tendré en cuenta. Aunque ahora mismo estoy bien. No tengo ningún problemilla del que quejarme. – intentó mantener su sonrisa mientras miraba al suelo.
-          ¿De verdad? – me dejé llevar por el instinto. - ¿Ni siquiera con ese chico?
-          ¿Qué chico? – levantó la vista con curiosidad.
-          Vamos, Amanda. Que sea joven y nueva no quiere decir que sea tonta, ni ciega. Eric no es un simple amigo ¿Verdad?
-          ¡Vaya! Pero si apenas has tenido tiempo de averiguarlo. – dijo sorprendida. – Sin duda, el periodismo es lo tuyo. – sonrió. – Pues no, chica lista, Eric no es un simple amigo. Es mi novio. – reconoció con un suspiro. – Nos conocimos en el Campus y llevamos dos años saliendo. – los ojos le brillaron al decirlo. – Pero como también has descubierto, últimamente la cosa no va muy bien. – volvió a clavar la mirada en la moqueta.
-          ¿Y se puede saber por qué?
-          Por lo que él ha dicho. Esto se hace duro y todo lo que pasa a nuestro alrededor, por mínimo que sea, se magnifica. – sonrió con tristeza. – Y nos hace equivocarnos.
-          Espero que todo se solucione pronto.
-          Sí, yo también lo espero. – suspiró y se incorporó para dejar sus gafas sobre la mesita, luego se tumbó bocarriba.
-          Pues ya sabes. – imité su gesto y me metí bajo las sábanas. – Si alguna vez necesitas hablarlo… estoy a un metro de ti.
-          Gracias, Rachel. Lo tendré en cuenta.

Tras esa frase, mi compañera apagó las luces y ambas nos quedamos en silencio en la penumbra. Había sido un día agotador y sentía que mi cuerpo pesaba más de lo normal, necesitaba cerrar los ojos y dormir. Sin embargo, no conseguí coger el sueño, cada vez que parecía que iba a dormirme, oía a Amanda suspirar con fuerza.

- ¿Te encuentras bien? – Terminé por preguntarle.- Sí ¿por qué?- No paras de suspirar.- Lo siento, no me he dado cuenta. Te dejaré descansar tranquila.- Amanda. – me incliné y encendí la lamparita de mi mesita de noche. Mi compañera se giró hacia mí. – Sé que apenas me conoces pero… puedes contar conmigo, de verdad


La chica no dijo nada durante unos segundos, después se levantó y con agilidad se sentó en mi cama apoyando la espalda en la pared.

-          ¿De verdad quieres escuchar una historia larga y aburrida? – me miró de reojo y encendí el resto de luces en respuesta a su pregunta. – Está bien. – cogió aire profundamente, como si fuera a contarlo todo de carrerilla. – Todo empezó este verano, cuando encontré trabajo de becaria en una revista pequeña de la ciudad. – parecía haberse trasladado al lugar de los hechos. – Está cerca del campus y sólo eran unas prácticas, así que estaba encantada. Sin embargo, a Eric no le gustaba un pelo mi nuevo empleo.
-          ¿Por qué?
-          Según él, porque le dedicaba demasiado tiempo, pero yo sabía que la verdadera razón era mi jefe. Él creía ciegamente que ese hombre intentaba algo extra profesional conmigo. Sin embargo, siempre mantuvimos una relación cordial, sin malas palabras, ni insinuaciones raras. Aun así, Eric no se convencía de sus buenas intenciones. – entrelazó sus piernas adoptando una postura más relajada. – Todo fue a peor cuando mi jefe y yo cogimos más confianza y pasábamos más tiempo juntos, tanto dentro como fuera de la oficina, aunque siempre tratando temas laborales. Eric pareció voltearse y convertirse en otra persona. – recordó con tristeza. – Se volvió celoso y posesivo e incluso llegó a prohibirme ir a trabajar.
-          ¿Qué hiciste?
-          Discutir, discutir y discutir, pero jamás dar mi brazo a torcer. Era una oportunidad demasiado importante como para echarla a perder por sus celos. Quise hacerle entrar en razón, quise que me comprendiera, pero fue imposible. Terminamos distanciándonos, apenas hablábamos, casi no nos veíamos... Le echaba mucho de menos pero sentía que no confiaba en mí y eso me hacía estar furiosa con él. – me di cuenta de que jugueteaba nerviosa con una pulsera de cuero que llevaba en su mano izquierda. – Hasta que hace un par de semanas, mi jefe me invitó a cenar a la costa. Al principio no me sonó nada bien y no pude evitar pensar en lo que siempre había dicho Eric, pero después me habló de una propuesta de futuro, de algo para después de la universidad y la verdad, eso era mucho más de lo que podría haber imaginado antes del verano. No quise aceptar hasta no hablarlo con mi novio pero la verdad, no sé que fue peor.
-          ¿No se lo tomó bien?
-          Peor que eso, me dijo que si iba a esa cena me arrepentiría. Me sonó tanto a amenaza que le dije enseguida que iba a ir y que no volviera a meterse en mi vida. Estaba tan decepcionada…
-          Pero después de todo, él tenía razón ¿verdad?
-          Por desgracia, has vuelto a acertar. Sí que mi jefe me propuso un puesto en la revista después de que terminara la carrera pero… a cambio de algo más… personal, digamos.
-          No puedo creer que exista esa clase de gente.  – dije indignada. – Espero que le cruzaras la cara y te largaras de allí.
-          Bueno, no le crucé la cara. – sonrió con mi indignación. – Pero sí que le dije un par de verdades bien alto para que todos se enteraran y me fui. – me miró. – Aunque eso no fue lo peor. – se echo hacia atrás y apoyó la espalda en la pared. – Me hice una hora de camino en coche llorando como un bebé, deseando ver a Eric, deseando abrazarle y pedirle perdón, me sentía estúpida por no haberle creído. ¿Y sabes qué? – negué con la cabeza. – Lo único que conseguí de él fue que me cogiera el teléfono para recordarme que yo le había pedido que no se metiera en mis asuntos y que no pensaba hacerlo. Fue como si me hubiese dado una patada en el estómago, me llevé tres días llorando aquí sola, pero él no apareció.
-          Cuando nos enfadamos nos volvemos orgullosos. – intenté darle una explicación razonable a la actitud de Eric. – Aunque yo no hubiese actuado así, pero claro, cada uno es diferente.
-          Lo sé y le entiendo. Me pongo en su lugar y comprendo que se sentía impotente intentando evitar que me pasara lo que me pasó y encontrando siempre mi cabezonería por bandera.
-          Pero fue su actitud posesiva la que te hizo comportarte así.
-          Puede ser, pero aun así, debía haberle escuchado.
-          ¿No habéis vuelto a hablar? – saqué mi piernas de entre las sábanas con impaciencia y me acerqué un poco más a ella. – ¿Te has disculpado?
-          Sí, pero no ha servido de nada. Le conozco lo bastante bien para saber que no suele enfadarse mucho, pero cuando lo hace le dura bastante, aunque jamás había estado tanto tiempo así conmigo. Debe estar realmente dolido. – echó la cabeza hacia atrás, intentando contener un poco más las lágrimas que habían estado acumulándose en los ojos mientras hablaba. – Nadie sabe lo que pasó excepto nosotros y bueno, ahora tú. Ninguno de los dos ha querido contar nada porque tanto Sarah como Fred se verían en medio de los dos y no queremos ponerles en esa tesitura. Estoy segura de que se han dado cuenta de algo, pero no le han dado importancia, habrán pensado que es una de nuestras discusiones tontas. – resopló. – Pero la verdad es que no puedes hacerte una idea de lo mal que lo estoy pasando, Rachel. Intento disimularlo pero… Eric lo es todo para mí. – Cerró los ojos con fuerza y las lágrimas empezaron a correrle por las mejillas. – Desde que lo conocí, él ha sido mi máximo apoyo en la Universidad y en mi vida personal. Hemos hecho planes de futuro, como la posibilidad de irnos a vivir juntos cuando termináramos la carrera. Y ahora… es cómo si todo eso ya no le importara. Su indiferencia me mata, apenas me mira y no se dirige a mí a no ser que sea de forma indirecta, como cuando hablaba contigo. No sé que hacer.

Terminó con la cara empapada en lágrimas, los puños apretados fuertemente contra sus ojos y completamente derrotada. Jamás nadie se había derrumbado así delante de mí. Al principio me quedé paralizada, me hubiese parecido una situación incómoda de no ser porque la confianza y la sinceridad que me había regalado Amanda en unas horas, merecían de mí, al menos, lo mismo.
Me quedé observándola y recordé que cuando yo estaba mal y se lo contaba a mamá, solo quería tenerla cerca y que me dijera que todo iba a salir bien. Así que, me puse a su lado, pegando mi espalda a la pared y uniendo mi hombro al de ella. Luego subí mi mano con timidez hasta la suya, que estaba húmeda, la sujeté con suavidad hasta llevarla a su pierna y entrelacé mis dedos con los de ella como mi madre hacía conmigo para calmarme.

-          Amanda, deja de llorar, por favor. – incluso a mí me temblaba la voz. – Cálmate, todo va a salir bien.
-          ¿Cómo? – preguntó con la mano que le quedaba libre en la frente.
-          No lo sé, pero saldrá bien. – me miró de reojo. – Tranquilízate y escúchame. – apretó los ojos con fuerza, se zafó de mi mano y se limpió la cara con los puños del pijama. Se giró un poco hacia mí, dejándome ver su brillosos ojos y su rosada nariz, luego volvió a bajar la mano y a unirla a la mía. Amagué una sonrisa, la técnica de mamá había funcionado. – Yo no sé mucho de tíos, nunca he tenido novio formal. Y cuando algún chico me gustaba, me daba tanta vergüenza que salía corriendo. Eso, unido a que siempre he pasado un poco de ellos, me convierten en una pésima consejera sentimental. – Amanda arqueó los ojos intentando sonreír. – Pero si algo sé, es que las cosas no se pueden dejar para mañana. Tienes que ir hasta él, agarrarlo para que no se vaya, asegurarte de que te escucha y decirle todo eso que acabas de decirme a mí. Saca todo lo que tienes dentro, dile todo lo que sientes por él y no desistas. No lo dejes escapar Amanda, he visto como te mira, no creo que hayas dejado de importarle. Haz lo que esté en tu mano, pero sobre todo, no te quedes con la sensación de haber podido hacer algo más. Créeme, es lo peor, lo sé por experiencia.

Amanda se quedó mirándome unos segundos. Me había apretado tanto la mano mientras hablaba, que se me estaba empezando a dormir. Pareció leerme el pensamiento y la relajó para soltarla y llevarla de nuevo hasta su pulsera.

-          Está bien, te haré caso. – sonrió entre lágrimas. – Al menos, no me quedaré con esa sensación. – en su mirada parecía haber de nuevo una pizca de esperanza. – Gracias, Rachel, no sabes cuánta falta me hacía una inyección de moral así. Y aunque no salga bien, tengo que intentarlo. – se quedó en silencio un segundo mirándose la pulsera, luego volvió a mirarme a los ojos. – Creo que yo también he tenido suerte con mi compañera. – Le sonreí agradecida y ella se volvió completamente hacia mí. – ¿Sabes? Aquí me he hecho mayor en todos los sentidos. He descubierto cosas de mí y de la vida que nadie podría haberme enseñado. He madurado poco a poco, pero jamás dejo de caer y equivocarme. Aún me queda mucho que aprender. – miró de nuevo a la pulsera. – Cómo ha dicho Eric, esto no es nada fácil, pero Fred tiene razón, es un camino bonito. Dónde encuentras personas sorprendentes que te ayudan a seguir y te enseñan cosas nuevas. Como tú.
-          ¿Yo? – dije sorprendida. - ¿Qué he podido enseñarte yo a ti?
-          Que jamás hay que dejar de luchar, que hay que darlo todo por lo que te importa y que no podemos dejar las cosas para mañana
-          Bueno, humildemente, creo que es mi primer consejo medio importante.
-          El primero de muchos, seguro. – Amanda se rio al verme tan sorprendida y me sentí bien por haber conseguido que se animara. – Pero ahora vas a contarme dónde lo aprendiste. ¿Cómo es posible que lo sepas por experiencia si pasas de los chicos?
-          De todos no. – sonreí medio avergonzada al recordarle. – Pero es una larga historia, ya te la contaré.
-          Para las compañeras de habitación no hay historias largas. – se levantó, llegó hasta la nevera, abrió el congelador y sacó un enorme helado de chocolate. Cogió dos cucharillas y se volvió a sentar a mi lado. – Así que, empieza.

Después de todo lo que me había contado, le debía una historia. Me llevó poco contarle mis pocas experiencias con los chicos y me explayé algo más cuando llegué a Matt. Amanda flipó cuando le conté lo del despertador.
- Creo que me das un poco de miedo. – se burló de mí. Amanda era tan diferente a Mary y mamá que era como si estuviese hablando de mi vecino por primera vez. Las imágenes se agolpaban en mi mente una tras otra y del entusiasmo pasé al desánimo en cuanto recordé el tiempo que pasaría sin verle y la de cosas que podrían ocurrir mientras tanto. – Rachel, la esperanza es lo último que se pierde. Además, tenemos todo un curso para instruirte en la manera de ligarte a ese chico. – sonrió con picardía. – Entre Sarah y yo, créeme, la próxima vez que lo veas cae rendido a tus pies. 
La próxima vez que lo viera… deseaba tanto saber cuándo era eso.


2 comentarios:

  1. Jamás hay que dejar de luchar, hay que darlo todo por lo que te importa y no podemos dejar las cosas para mañana...
    La amistad entre Amanda y Rachel me gusta.
    Un beso enorme Sofi

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  2. Lo que a mi me gusta es que de cada capítulo saques una frase ;-)

    Un besazo!!

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