Era temprano,
no había necesitado despertador para abrir los ojos hacía ya unos minutos, los
nervios no me habían permitido descansar mucho aquella noche. Después del
primer día de acoplamiento, por fin llegaba la hora de la verdad y aunque sabía
que las primeras clases no serían mucho más que simples presentaciones, me
sentía como si fuera a los exámenes finales.
Miré a mi
derecha y vi la cama de mi compañera vacía. La noche anterior había llegado más
tarde que yo, sólo habíamos cruzado un buenas
noches prácticamente susurrado y a esas horas de la mañana ya no estaba.
Estaba claro que era una chica ocupada.
Me levanté con
tranquilidad y me di una ducha con agua caliente, tenía tiempo suficiente para
disfrutarla. Cerré los ojos relajándome y de repente apareció, la imagen de
esos ojos grandes y verdes mirándome alegremente detrás de aquel gigantesco
sándwich. Era tan nítida que casi me ruboricé pensando en que estaba desnuda
delante de él. Habían pasado tres días y no había manera de quitármelo de la
cabeza, ni siquiera con el ajetreo del Campus. Fue tan corto el tiempo que
compartimos…
Salí del baño
envuelta en toallas y en poco más de quince minutos ya estaba preparada, así
que, cogí mis cosas y me puse en camino.
La primera
clase que iba a tener en mi nueva vida como universitaria era Lengua Castellana.
La había elegido como optativa porque los idiomas eran imprescindibles en mi
carrera y en mi país abundaban los hispanohablantes. Seguro que lo tendría más
fácil si dominaba el castellano.
En vez de ir
directamente a las aulas, me pasé por mi nueva taquilla para dejar los libros
de las siguientes clases. Al entrar en los pasillos pude ver que el nerviosismo
que yo tenía instalado en el cuerpo, se había apoderado de todo el mundo. Iban
todos corriendo de un lado a otro, saludándose a gritos entre sí, se cruzaban
como flechas y la verdad es que no sé cómo llegué entera hasta la taquilla.
Metí un par de libros en ella y la cerré con soltura, estaba acostumbrada a la
del instituto. Me giré deprisa y no pude evitar chocar con un chico alto de
ojos oscuros, todo lo que llevaba en las manos se cayó al suelo. Él se agachó a
toda prisa y los recogió.
-
Perdona, llego tarde. – se
disculpó mientras me los devolvía y siguió su camino casi sin mirarme. Me quedé
observando cómo se alejaba sorteando varios obstáculos más. Allí todos parecían
tener mucha prisa.
Con más
cuidado incluso que antes, me dirigí al Aula nº8. Allí comenzaba todo.
Me abrí paso
entre el pequeño grupo de chicos que había en la puerta que daba a la clase.
Una vez dentro, observé lo amplia y espaciosa que era, había una gran tarima con
una pizarra blanca y un escritorio de madera tan moderno como todo lo demás. Las
gradas de los alumnos se alzaban frente a mí, con mesas y sillas que atravesaban
la habitación de lado a lado en cada uno de sus escalones.
Intenté
encontrar un lugar lo más cercano posible al profesor, ya que mi poder de
concentración se limitaba a un diez por ciento, y aunque mi gran memoria me
compensaba a la hora de estudiar, cualquier cosa que tuviera delante podría
distraerme con facilidad. Encontré un lugar en la tercera fila, era ideal, ni
demasiado lejos, ni en primera fila. No me gustaba destacar.
Al sentarme,
me encontré más tranquila y me dediqué a escuchar a todos los que me intentaban
dar conversación alrededor mío. Descubrí que la mayoría eran de primer curso,
como yo. Que los repetidores solían ponerse más arriba. Y que todas mis
sensaciones eran más comunes de lo que yo pensaba.
Poco tardó el
profesor en aparecer mientras charlábamos. Era un hombre bajito, de piel morena
y poco más de treinta años. De origen hispano seguro.
- Está bien chicos, tomad asiento y relajaos. Sé que empieza el curso y estáis todos de los nervios, pero tranquilos, no me como a nadie… todavía. – comenzó entre bromas. – Mi nombre es Eduardo González y seré quién intente enseñaros castellano durante al menos todo este largo curso. – concluyó su presentación confirmando mi teoría con su nombre y acento.
Pasó lista y
comenzó su clase con una breve explicación sobre el origen del castellano y su
extensión por el mundo. Conseguía la atención de todos gracias a su forma amena
de expresarse, con chistes y anécdotas. Lanzó unas cuantas preguntas al aire
para hacernos participar lo máximo posible.
- A ver, para terminar una última pregunta. ¿Quién se siente capaz de contestarme a un mini test completamente en castellano? Y los de atrás estáis excluidos de contestar, sé perfectamente vuestro nivel. – dijo bromeando con los repetidores.
Sólo dos chicos
y una chica levantaron la mano. Ellos, latinos como Eduardo, parecían hablar
mejor el castellano que el inglés. Sin embargo, la chica, de grandes ojos
claros y pelo rubio, parecía tener más dificultad al responder. Aunque lo
curioso era que también le costaba hacerlo en nuestro idioma.
Eduardo
pareció complacido con los tres pero no tuvo tiempo para mucho más. El timbre
que indicaba el fin de la clase, tronó al otro lado de la puerta. La primera
prueba de fuego estaba superada.
Agarré mis
cosas y empecé a bajar de la grada, me fijé en la chica rubia que hablaba
castellano, parecía ir sola y un poco perdida. Esperé un poco para ver si
alguien la estaba esperando, vi como salía decida por la puerta y se dirigía
hacia las taquillas. Fui tras ella y me di cuenta que ni siquiera miraba a los
lados, realmente parecía que no conocía a nadie. Rachel, estás siguiendo a esa chica, ¿no te das cuenta? Si lo que
quieres es hablar con ella ¿por qué no te acercas y punto? Mi conciencia
tenía razón, no podía esperar a que Amanda me presentara a alguien con quién
charlar y contentarme con eso. Tenía que vencer mi timidez. Así que me acerqué
a ella con decisión y esperé a que se diese la vuelta, cuando lo hizo, yo
estaba tan cerca que se asustó.
-
¡Joder chica! ¿no tienes
otro sitio dónde colocarte?
-
Lo siento, no pretendía
asustarte. - ¡vaya carácter! – Sólo
quería presentarme. – Me miró de arriba abajo con los ojos entrecerrados. –
Vale, está bien. Esto es un poco raro. Empecemos de nuevo. – di un paso atrás y
le ofrecí mi mano. – Me llamo Rachel Parker y soy nueva aquí. Estamos en la
misma clase de castellano y no he podido evitar fijarme en que no dominas del
todo el inglés. – seguía observándome con desconfianza, sin estrechar mi mano.
La bajé. Estaba empezando a ponerme nerviosa, quizás no había sido buena idea.
– Bueno… yo… iba a proponerte un trato.
-
¿Qué clase de trato? –
levantó una ceja con curiosidad.
-
Pues un trato sobre idiomas.
– abrió los ojos escuchándome atentamente. – Había pensado que si tú me echas
una mano con el castellano, yo podría ayudarte con el inglés. – Estaba
desesperadamente callada. - Sí quieres claro…
-
Sí, es una buena idea. – Se
congratuló como si la idea fuera suya y ahora fue ella la que estiró el brazo
hacia mí. – Encantada de conocerte, Rachel.
-
Igualmente. – Era un poco
rara pero aun así estreché su mano. – La verdad es que no conozco a mucha gente
por aquí. – me sinceré.
-
Yo tampoco. Creo que eres la
primera. – una sombra recorrió su mirada. – Así que, perdóname.
-
¿Por qué?
-
Por lo de antes. Sólo
estabas intentando entablar conversación conmigo, he sido un poco borde, lo sé,
pero soy algo desconfiada. – no hacía falta que lo jurara. – Por cierto, mi
nombre es Liliam Albertalli.
-
¿Albertalli? Ese apellido
es…
-
Italiano. Sí. Soy italiana.
-
¿En serio? Claro, eso
explica tu acento.
-
Sí. Y te preguntarás qué
hago en la otra punta del mundo. Bueno, es una larga historia. – otra vez esa
sombra.
-
Ya habrá tiempo de
historias. – intuí que era terreno pantanoso. – De momento sólo puedo decirte:
¡Bienvenida a Estados Unidos! California te encantará.
-
Gracias. – Sonrió por
primera vez. – Ojalá tengas razón.
-
Claro que sí. – El timbre
volvió a sonar recordándonos que empezaba otra clase. Saqué un papel y un
bolígrafo a toda prisa. – Aquí tienes el número de mi habitación y el de
mi móvil. Llámame cuando quieras.
-
Estupendo, gracias.
Le sonreí
desde lejos. Ya había comenzado mi camino hacia la nueva clase. No iba a
engañarme, Liliam me había parecido bastante extraña, aunque me alegraba de
haber conocido a alguien tan nueva como yo allí.
Fue una mañana
larga. Muchos cambios de clase y de personas, presentaciones de profesores y
mucho movimiento, llegué agotada al almuerzo. Había tenido la suerte de
coincidir con un par de chicas de Long Beach el día anterior mientras comía y
quedamos las tres para almorzar también aquella tarde. Fue un alivio quitarme
de encima el marrón de elegir mesa y compañía. Mientras comía, Amanda se acercó
a dónde yo estaba.
-
¿Qué tal compi? ¿Cómo llevas
el primer día? – preguntó con alegría.
-
Bien, aunque bastante
cansada. – me quejé.
-
Eso es normal, ya te
acostumbrarás. Por cierto, había pensado en enseñarte esto un poco, después de
clase. ¿Crees que aún tendrás fuerzas? – me retó.
-
Por supuesto. Te buscaré
cuando termine. – Amanda sonrió y volvió a su mesa.
Después del
parón, siguió el ajetreo, pensé que si aquello duraba todo el curso iba a tener
que tomar vitaminas.
Cuando el
último timbre sonó, no me lo podía creer. Me dirigí a las taquillas para
recoger por fin todas mis cosas. Al llegar, vi una nota pegada en la puerta de
la mía. “Estoy en el centro de recreo, búscame. Amanda”. Arranqué el papel y
sonreí. Saqué los libros y después de una breve parada en la habitación para
soltarlos, me dirigí al centro de recreo.
Había
oscurecido y las luces de las farolas daban un toque romántico a todo aquel
verde que rondaba por el Campus. Aún no conocía el edificio de la sala de
recreo pero sabía dónde estaba, había visto indicaciones para llegar hasta él
el día anterior mientras paseaba. Cuando lo tuve delante me quedé impresionada,
era un edificio clásico con toques muy modernos. No sabía mucho de
arquitectura, pero me parecía una pasada. La pared principal estaba cubierta
por una cristalera gigantesca, alumbrada por unos pequeños focos que la
realzaban en la oscuridad y que hacía más alucinante aún el reflejo de la torre
del reloj en ella.
Entré por la
puerta giratoria que había en el centro y observé la cantidad de alumnos que se
reunían allí para charlar y divertirse. Era un sitio ideal dónde desconectar
totalmente. Había un pequeño bar en uno de los laterales, mesas y sillas al
estilo burguer, y una zona de juegos dónde destacaban por excelencia las mesas
de billar y las recreativas.
Más allá de
unos chicos que jugaban al billar muy concentrados, divisé la cabellera oscura
de Amanda y me acerqué sorteando a la gente. Ella me vio antes de llegar y se
acercó hasta mí.
-
¡Has visto mi nota, genial!
– dio por supuesto. – Ven, voy a presentarte a unos amigos. – Me agarró de la
muñeca y tiró de mí hacia otra de las mesas de billar. Había dos chicos y una
chica alrededor de ella. – Un segundo, chicos. – les llamó la atención. – Esta
es Rachel, mi nueva compañera de habitación. Es nueva y está un poco perdida.
Quiero que todos le ayudéis a encontrarse lo más cómoda posible en estos duros
primeros días ¿De acuerdo? – Todos accedieron encantados.
Eran de la
edad de Amanda, o sea, cuatro o cinco años mayores que yo. Y su actitud,
abierta y serena, los diferenciaba bastante de los caóticos alumnos nuevos.
Fuimos a sentarnos en un sofá cerca de las recreativas, y la verdad es que me
hicieron pasar un buen rato. Todos me daban consejos muy interesantes.
-
Cariño, no es tan difícil,
ya lo verás. – dijo la chica rubia junto a la que se había sentado Amanda y que
antes me había presentado como Sarah. – de todas maneras, aquí tienes a la voz
de la experiencia para lo que necesites. – sonreímos las dos.
-
Tú no te agobies. – dijo
Fred, el chico más delgado de los dos. – Esto no es nada pequeña, sólo es una
parte más de nuestra vida. – hablaba como si se estuviera divirtiendo. – Es el
principio de un ciclo. Vale, sí, un ciclo difícil, pero quizás el ciclo más
divertido de los que vas a empezar desde ahora. Luego viene el ciclo de trabajar,
casarse y todo ese rollo. – sonrió y sus ojos rasgados casi se cerraron del
todo. – Así que disfruta todo lo que puedas. – terminó apretando su mano en mi
en mi hombro, intentando transmitirme tranquilidad. Lo consiguió. Sin embargo,
Eric, el otro chico, más alto y corpulento que Fred, sonó más duro y realista.
-
Chicos, no todo es tan
bonito. Por supuesto que hay que disfrutarlo Rachel, pero esta experiencia
también te traerá muchos quebraderos de cabeza. Y por qué no, también alguna
que otra lágrima. Y no me refiero a los estudios, eso es sólo cuestión de saber
aplicarse. Hablo en términos más personales. Aquí vas a conocer a todo tipo de
personas. Y todas nuevas. Como nosotros. Muy distintas entre sí y muy distintas
a ti. A veces podrás confiar en ellas, otras no. Habrá gente que te lleves
contigo para toda la vida después de esta aventura. Pero también habrá gente
que te decepcione y te haga pasarlo mal. Harás amigos, pero quizás también haya
enemigos. Y empezarás a tener los problemas, que hasta ahora sólo te parecían
tragicomedias de los mayores. Incluso, a lo mejor, aquí encuentras a esa
persona con la que llevas soñando toda tu vida. Y si eso pasa, también te dará
muchos dolores de cabeza. – dijo la última frase mirando a Amanda, quién no
quiso devolverle el gesto. – Y es que aquí todo se magnifica y las cosas parecen
lo que no son. – prosiguió. – ya lo verás. Pero tranquila, tampoco quiero
alarmarte. Todo eso es lo normal en la madurez de las personas. Sólo que aquí
estamos independizados y fuera de nuestra hábitat natural, y cuesta un poquito
más, pero también se soluciona todo antes. – acabó su consejo con una amplia
sonrisa. Aunque había algo de melancolía en su mirada. – y ahora si me
disculpáis. – se levantó con un gran suspiro. – necesito descansar. Se despidió
con gesto cansado y se marchó dirección a la puerta giratoria. Observé como
Amanda lo seguía de reojo hasta que desapareció.
-
Bah, no te preocupes. Eric
es un aguafiestas. Nació veinte años antes de su edad. Está hecho un
vejestorio. – bromeó Fred intentando animarme.
Sin embargo,
no me sentía desanimada, me gustaron las palabras de Eric. Sentía que había
sido el más sincero de todos lo que me habían hablado de la Universidad. Sólo
él se había atrevido a advertirme sobre las cosas malas. Y la verdad es que
prefería estar preparada a pensar que todo era un camino de rosas y luego
empezar a clavarme las espinas.
Poco más duró
nuestra charla antes de emular los pasos de Eric e irnos a dormir. Fred se fue
hacia su residencia y Amanda y yo nos despedimos de Sarah casi en la puerta de
nuestra habitación. Ella dormía en un cuarto pocas puertas antes de la nuestra.
-
¿Qué te han parecido mis
amigos? – Me preguntó Amanda mientras se tumbaba en la cama y se quitaba los
zapatos con sus propios pies.
-
Muy simpáticos. – le
contesté con el pijama en la mano. – tengo que agradecerte que te hayas
molestado en hacer esto por mí.
-
No digas tonterías, por
favor. – buscó su pijama a tientas bajo la almohada. – Primero, no es ninguna
molestia. – lo encontró y se sentó para cambiarse. – Y segundo, ya sabes que
Riverside pone a los más “expertos” con los novatos para que intentemos hacerle
lo más fácil posible sus primeros días.
-
El Campus lo hace con buenas
intenciones, pero yo creo que depende de la persona que te toque. – terminé de
colocarme el pijama y me senté en mi cama frente a ella, abrazándome las rodillas.
– Y creo que he tenido suerte con mi compañera de habitación.
-
Si supieras que me pagan por
ello no dirías lo mismo. – bromeó. – pero es normal, seguro que esperabas un
ogro que te tuviera intimidada en un rincón y te obligara a dormir en la
bañera. – se rio de imaginarlo.
-
Amanda, lo digo en serio.
-
Ya lo sé. – me sacó la
lengua como una niña pequeña avergonzada. – pero es que yo si tuve una
compañera un poco ogro la primera vez. No me ayudó mucho que digamos… y desde
entonces me gusta ser todo lo contrario a ella con los nuevos.
-
¿En serio? – asintió con la
cabeza. – Pues me alegro que eligieras esa filosofía y no siguieras su ejemplo.
– sonreímos. – Y me gustaría que supieras que…
-
¿Qué?
-
Sé que eres mayor que yo,
que tienes más experiencia y todas esas cosas pero… si puedo ayudarte en algo,
sólo tienes que decírmelo.
-
Gracias, lo tendré en
cuenta. Aunque ahora mismo estoy bien. No tengo ningún problemilla del que
quejarme. – intentó mantener su sonrisa mientras miraba al suelo.
-
¿De verdad? – me dejé llevar
por el instinto. - ¿Ni siquiera con ese chico?
-
¿Qué chico? – levantó la
vista con curiosidad.
-
Vamos, Amanda. Que sea joven
y nueva no quiere decir que sea tonta, ni ciega. Eric no es un simple amigo
¿Verdad?
-
¡Vaya! Pero si apenas has
tenido tiempo de averiguarlo. – dijo sorprendida. – Sin duda, el periodismo es
lo tuyo. – sonrió. – Pues no, chica lista, Eric no es un simple amigo. Es mi
novio. – reconoció con un suspiro. – Nos conocimos en el Campus y llevamos dos
años saliendo. – los ojos le brillaron al decirlo. – Pero como también has
descubierto, últimamente la cosa no va muy bien. – volvió a clavar la mirada en
la moqueta.
-
¿Y se puede saber por qué?
-
Por lo que él ha dicho. Esto
se hace duro y todo lo que pasa a nuestro alrededor, por mínimo que sea, se
magnifica. – sonrió con tristeza. – Y nos hace equivocarnos.
-
Espero que todo se solucione
pronto.
-
Sí, yo también lo espero. –
suspiró y se incorporó para dejar sus gafas sobre la mesita, luego se tumbó
bocarriba.
-
Pues ya sabes. – imité su
gesto y me metí bajo las sábanas. – Si alguna vez necesitas hablarlo… estoy a
un metro de ti.
-
Gracias, Rachel. Lo tendré
en cuenta.
Tras esa
frase, mi compañera apagó las luces y ambas nos quedamos en silencio en la
penumbra. Había sido un día agotador y sentía que mi cuerpo pesaba más de lo
normal, necesitaba cerrar los ojos y dormir. Sin embargo, no conseguí coger el
sueño, cada vez que parecía que iba a dormirme, oía a Amanda suspirar con
fuerza.
- ¿Te encuentras bien? – Terminé por preguntarle.- Sí ¿por qué?- No paras de suspirar.- Lo siento, no me he dado cuenta. Te dejaré descansar tranquila.- Amanda. – me incliné y encendí la lamparita de mi mesita de noche. Mi compañera se giró hacia mí. – Sé que apenas me conoces pero… puedes contar conmigo, de verdad
La chica no
dijo nada durante unos segundos, después se levantó y con agilidad se sentó en
mi cama apoyando la espalda en la pared.
-
¿De verdad quieres escuchar
una historia larga y aburrida? – me miró de reojo y encendí el resto de luces
en respuesta a su pregunta. – Está bien. – cogió aire profundamente, como si
fuera a contarlo todo de carrerilla. – Todo empezó este verano, cuando encontré
trabajo de becaria en una revista pequeña de la ciudad. – parecía haberse
trasladado al lugar de los hechos. – Está cerca del campus y sólo eran unas
prácticas, así que estaba encantada. Sin embargo, a Eric no le gustaba un pelo
mi nuevo empleo.
-
¿Por qué?
-
Según él, porque le dedicaba
demasiado tiempo, pero yo sabía que la verdadera razón era mi jefe. Él creía
ciegamente que ese hombre intentaba algo extra profesional conmigo. Sin
embargo, siempre mantuvimos una relación cordial, sin malas palabras, ni
insinuaciones raras. Aun así, Eric no se convencía de sus buenas intenciones. –
entrelazó sus piernas adoptando una postura más relajada. – Todo fue a peor
cuando mi jefe y yo cogimos más confianza y pasábamos más tiempo juntos, tanto
dentro como fuera de la oficina, aunque siempre tratando temas laborales. Eric
pareció voltearse y convertirse en otra persona. – recordó con tristeza. – Se
volvió celoso y posesivo e incluso llegó a prohibirme ir a trabajar.
-
¿Qué hiciste?
-
Discutir, discutir y
discutir, pero jamás dar mi brazo a torcer. Era una oportunidad demasiado
importante como para echarla a perder por sus celos. Quise hacerle entrar en
razón, quise que me comprendiera, pero fue imposible. Terminamos
distanciándonos, apenas hablábamos, casi no nos veíamos... Le echaba mucho de
menos pero sentía que no confiaba en mí y eso me hacía estar furiosa con él. –
me di cuenta de que jugueteaba nerviosa con una pulsera de cuero que llevaba en
su mano izquierda. – Hasta que hace un par de semanas, mi jefe me invitó a
cenar a la costa. Al principio no me sonó nada bien y no pude evitar pensar en
lo que siempre había dicho Eric, pero después me habló de una propuesta de
futuro, de algo para después de la universidad y la verdad, eso era mucho más
de lo que podría haber imaginado antes del verano. No quise aceptar hasta no
hablarlo con mi novio pero la verdad, no sé que fue peor.
-
¿No se lo tomó bien?
-
Peor que eso, me dijo que si
iba a esa cena me arrepentiría. Me sonó tanto a amenaza que le dije enseguida
que iba a ir y que no volviera a meterse en mi vida. Estaba tan decepcionada…
-
Pero después de todo, él
tenía razón ¿verdad?
-
Por desgracia, has vuelto a
acertar. Sí que mi jefe me propuso un puesto en la revista después de que
terminara la carrera pero… a cambio de algo más… personal, digamos.
-
No puedo creer que exista
esa clase de gente. – dije indignada. –
Espero que le cruzaras la cara y te largaras de allí.
-
Bueno, no le crucé la cara.
– sonrió con mi indignación. – Pero sí que le dije un par de verdades bien alto
para que todos se enteraran y me fui. – me miró. – Aunque eso no fue lo peor. –
se echo hacia atrás y apoyó la espalda en la pared. – Me hice una hora de
camino en coche llorando como un bebé, deseando ver a Eric, deseando abrazarle
y pedirle perdón, me sentía estúpida por no haberle creído. ¿Y sabes qué? –
negué con la cabeza. – Lo único que conseguí de él fue que me cogiera el
teléfono para recordarme que yo le había pedido que no se metiera en mis
asuntos y que no pensaba hacerlo. Fue como si me hubiese dado una patada en el
estómago, me llevé tres días llorando aquí sola, pero él no apareció.
-
Cuando nos enfadamos nos
volvemos orgullosos. – intenté darle una explicación razonable a la actitud de
Eric. – Aunque yo no hubiese actuado así, pero claro, cada uno es diferente.
-
Lo sé y le entiendo. Me
pongo en su lugar y comprendo que se sentía impotente intentando evitar que me
pasara lo que me pasó y encontrando siempre mi cabezonería por bandera.
-
Pero fue su actitud posesiva
la que te hizo comportarte así.
-
Puede ser, pero aun así,
debía haberle escuchado.
-
¿No habéis vuelto a hablar?
– saqué mi piernas de entre las sábanas con impaciencia y me acerqué un poco
más a ella. – ¿Te has disculpado?
-
Sí, pero no ha servido de
nada. Le conozco lo bastante bien para saber que no suele enfadarse mucho, pero
cuando lo hace le dura bastante, aunque jamás había estado tanto tiempo así
conmigo. Debe estar realmente dolido. – echó la cabeza hacia atrás, intentando
contener un poco más las lágrimas que habían estado acumulándose en los ojos
mientras hablaba. – Nadie sabe lo que pasó excepto nosotros y bueno, ahora tú.
Ninguno de los dos ha querido contar nada porque tanto Sarah como Fred se
verían en medio de los dos y no queremos ponerles en esa tesitura. Estoy segura
de que se han dado cuenta de algo, pero no le han dado importancia, habrán
pensado que es una de nuestras discusiones tontas. – resopló. – Pero la verdad
es que no puedes hacerte una idea de lo mal que lo estoy pasando, Rachel.
Intento disimularlo pero… Eric lo es todo para mí. – Cerró los ojos con fuerza
y las lágrimas empezaron a correrle por las mejillas. – Desde que lo conocí, él
ha sido mi máximo apoyo en la Universidad y en mi vida personal. Hemos hecho
planes de futuro, como la posibilidad de irnos a vivir juntos cuando
termináramos la carrera. Y ahora… es cómo si todo eso ya no le importara. Su
indiferencia me mata, apenas me mira y no se dirige a mí a no ser que sea de
forma indirecta, como cuando hablaba contigo. No sé que hacer.
Terminó con la
cara empapada en lágrimas, los puños apretados fuertemente contra sus ojos y
completamente derrotada. Jamás nadie se había derrumbado así delante de mí. Al principio
me quedé paralizada, me hubiese parecido una situación incómoda de no ser
porque la confianza y la sinceridad que me había regalado Amanda en unas horas,
merecían de mí, al menos, lo mismo.
Me quedé
observándola y recordé que cuando yo estaba mal y se lo contaba a mamá, solo
quería tenerla cerca y que me dijera que todo iba a salir bien. Así que, me
puse a su lado, pegando mi espalda a la pared y uniendo mi hombro al de ella.
Luego subí mi mano con timidez hasta la suya, que estaba húmeda, la sujeté con
suavidad hasta llevarla a su pierna y entrelacé mis dedos con los de ella como
mi madre hacía conmigo para calmarme.
-
Amanda, deja de llorar, por
favor. – incluso a mí me temblaba la voz. – Cálmate, todo va a salir bien.
-
¿Cómo? – preguntó con la
mano que le quedaba libre en la frente.
-
No lo sé, pero saldrá bien.
– me miró de reojo. – Tranquilízate y escúchame. – apretó los ojos con fuerza,
se zafó de mi mano y se limpió la cara con los puños del pijama. Se giró un
poco hacia mí, dejándome ver su brillosos ojos y su rosada nariz, luego volvió
a bajar la mano y a unirla a la mía. Amagué una sonrisa, la técnica de mamá
había funcionado. – Yo no sé mucho de tíos, nunca he tenido novio formal. Y
cuando algún chico me gustaba, me daba tanta vergüenza que salía corriendo.
Eso, unido a que siempre he pasado un poco de ellos, me convierten en una
pésima consejera sentimental. – Amanda arqueó los ojos intentando sonreír. –
Pero si algo sé, es que las cosas no se pueden dejar para mañana. Tienes que ir
hasta él, agarrarlo para que no se vaya, asegurarte de que te escucha y decirle
todo eso que acabas de decirme a mí. Saca todo lo que tienes dentro, dile todo
lo que sientes por él y no desistas. No lo dejes escapar Amanda, he visto como
te mira, no creo que hayas dejado de importarle. Haz lo que esté en tu mano,
pero sobre todo, no te quedes con la sensación de haber podido hacer algo más.
Créeme, es lo peor, lo sé por experiencia.
Amanda se
quedó mirándome unos segundos. Me había apretado tanto la mano mientras hablaba,
que se me estaba empezando a dormir. Pareció leerme el pensamiento y la relajó
para soltarla y llevarla de nuevo hasta su pulsera.
-
Está bien, te haré caso. –
sonrió entre lágrimas. – Al menos, no me quedaré con esa sensación. – en su
mirada parecía haber de nuevo una pizca de esperanza. – Gracias, Rachel, no
sabes cuánta falta me hacía una inyección de moral así. Y aunque no salga bien,
tengo que intentarlo. – se quedó en silencio un segundo mirándose la pulsera,
luego volvió a mirarme a los ojos. – Creo que yo también he tenido suerte con
mi compañera. – Le sonreí agradecida y ella se volvió completamente hacia mí. –
¿Sabes? Aquí me he hecho mayor en todos los sentidos. He descubierto cosas de
mí y de la vida que nadie podría haberme enseñado. He madurado poco a poco, pero
jamás dejo de caer y equivocarme. Aún me queda mucho que aprender. – miró de
nuevo a la pulsera. – Cómo ha dicho Eric, esto no es nada fácil, pero Fred
tiene razón, es un camino bonito. Dónde encuentras personas sorprendentes que
te ayudan a seguir y te enseñan cosas nuevas. Como tú.
-
¿Yo? – dije sorprendida. -
¿Qué he podido enseñarte yo a ti?
-
Que jamás hay que dejar de
luchar, que hay que darlo todo por lo que te importa y que no podemos dejar las
cosas para mañana
-
Bueno, humildemente, creo
que es mi primer consejo medio importante.
-
El primero de muchos,
seguro. – Amanda se rio al verme tan sorprendida y me sentí bien por haber
conseguido que se animara. – Pero ahora vas a contarme dónde lo aprendiste.
¿Cómo es posible que lo sepas por experiencia si pasas de los chicos?
-
De todos no. – sonreí medio
avergonzada al recordarle. – Pero es una larga historia, ya te la contaré.
-
Para las compañeras de
habitación no hay historias largas. – se levantó, llegó hasta la nevera, abrió
el congelador y sacó un enorme helado de chocolate. Cogió dos cucharillas y se
volvió a sentar a mi lado. – Así que, empieza.
Después de
todo lo que me había contado, le debía una historia. Me llevó poco contarle mis
pocas experiencias con los chicos y me explayé algo más cuando llegué a Matt.
Amanda flipó cuando le conté lo del despertador.
- Creo que me das un poco de miedo. – se burló de mí. Amanda era tan diferente a Mary y mamá que era como si estuviese hablando de mi vecino por primera vez. Las imágenes se agolpaban en mi mente una tras otra y del entusiasmo pasé al desánimo en cuanto recordé el tiempo que pasaría sin verle y la de cosas que podrían ocurrir mientras tanto. – Rachel, la esperanza es lo último que se pierde. Además, tenemos todo un curso para instruirte en la manera de ligarte a ese chico. – sonrió con picardía. – Entre Sarah y yo, créeme, la próxima vez que lo veas cae rendido a tus pies.
La próxima vez
que lo viera… deseaba tanto saber cuándo era eso.
Jamás hay que dejar de luchar, hay que darlo todo por lo que te importa y no podemos dejar las cosas para mañana...
ResponderEliminarLa amistad entre Amanda y Rachel me gusta.
Un beso enorme Sofi
Lo que a mi me gusta es que de cada capítulo saques una frase ;-)
ResponderEliminarUn besazo!!