Bienvenido a este blog, dónde podrás descubrir un mundo lleno de personajes que sienten como tú. Comparte conmigo este sueño y ayúdame a alcanzarlo.

Espero que disfrutes leyendo tanto como yo lo hago escribiendo, porque en esta historia también estás tú, que aprendiste a madurar, a conocer, a enamorarte, a elegir, a equivocarte…

Todos vivimos nuestro propio Riverside.

domingo, 4 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 4


Había llegado el gran día. Mi padre metía mis maletas en el coche como si me mandaran a la guerra, mientras mi madre terminaba de darme todos los medicamentos y teléfonos importantes que pudieran hacerme falta alguna vez. Ella no podía venir con nosotros porque tenía que trabajar y se despedía de mí allí mismo. Estaba más habladora de lo normal, como hacía siempre que se ponía nerviosa. Pero se mantenía serena e intentaba mostrarse segura. No quería que yo me sintiera de la manera que ya me sentía: perdida. Ellos siempre habían sido todo para mí. Todo el mundo me consideraba bastante madura para mi edad, pero la realidad era que siempre me apoyaba en ellos, que los problemas no eran tan graves porque ellos les restaban la importancia que yo les daba. Que cuando algo me daba miedo, siempre corría hacia ellos para protegerme. Pero eso iba a cambiar en algo más de una hora. En cuanto pisara el Campus, ya sólo estaría yo. No podía negar que estaba bastante nerviosa. Apenas me quedaban uñas. Pero no me cansé de repetirles que estaba bien y que deseaba empezar mi independencia de una vez por todas. Bromeé con mi padre sobre las ganas que tenía de olvidar su vigilancia con los chicos. Y convencí a mamá de que podía mantener mi habitación ordenada 24 horas al día, excepto a la hora de ducharme, claro. Antes de subir al coche, mi madre me abrazó.
-    Sé que lo harás muy bien, cariño. Te quiero. – me susurró.
Me senté en el asiento de copiloto y saqué la cabeza por la ventanilla para despedirme mientras ella gritaba.
-    Llámame todos los días. No te olvides que sigo siendo tu madre y no fumes cosas raras. – en ese momento volví a meterme en el coche a toda prisa, avergonzada. Mi padre me miró y empezamos a reír a carcajadas 
-    Por cosas así me casé con ella. – bromeó con orgullo.
El viaje duró poco más de una hora y durante ese tiempo, un nudo en el estómago me crecía por minutos. Mi padre intentaba tranquilizarme contándome las anécdotas de sus primeros días allí. Él también estudió en aquel Campus.

-          ¿Sabes lo que más me gustó al principio? – Preguntó sonriente. Negué con la cabeza y el prosiguió. – Cuando llegues y sueltes todas tus cosas, ve a darte una vuelta por la Universidad. Busca la biblioteca principal y una vez allí, mira bajo el arco de su puerta. La esencia de Riverside se refleja allí. – dijo con misterio. – Ya lo verás. – insistió respondiendo a mis preguntas.

Mientras charlábamos sobre ella, divisamos la entrada de mi nueva casa. Fue entonces cuando el nudo que tenía en el estomago desapareció misteriosamente y dio paso a la ilusión y a la impaciencia, a las ganas de empezar ya a conocer todo aquello. Salí del coche en cuanto mi padre aparcó delante de la residencia universitaria y me quedé contemplando todo aquel verde que se extendía por el Campus. Sonreí para mí, me encantaba el olor a césped.

-          ¡No ha cambiado nada! – oí decir a mi padre con las maletas en las manos y una sonrisa de oreja a oreja. – ¡Qué recuerdos! Este sitio es especial. Disfrútalo. – Sin saber bien por qué, sentía que tenía razón y eso me tranquilizó.

Papá dejó las maletas en la acera y cerró el maletero. Luego se acercó a mí y me abrazó. Hacía años que no me abrazaba.

-         Me cuesta más de lo que piensas dejarte aquí sola. Pero al contrario de lo que imaginas, sé que eres una chica muy responsable y que te harás con esto en un par de días. – dijo ante mi sorpresa. – te haces mayor y eso me hace sentir viejo. Me cuesta creer que ya no nos necesitas. Sin embargo, estoy tranquilo, sé que estarás bien. – terminó el discurso besando mi pelo. Yo tragué con fuerza e intenté disimular que me había emocionado.
-          ¿Cuánto tiempo llevas preparando eso? – bromeé para bajar la emoción del momento.
-          Tres semanas. Esperaba que pareciera improvisado. – dijo él.
-          Gracias, papá. – me puse un poco más seria. – y no te preocupes, si me arrepiento, sé el camino de vuelta a casa. – él sonrió y me entregó las llaves del coche.
Había llamado a un taxi por el camino para volver a casa, y ya estaba allí esperándole. Se despidió con la mano desde el asiento de copiloto y dejé de verlo cuando giraron hacia la salida. Entonces cogí mis cosas y me planté frente a la puerta de la residencia.

Antes de entrar en aquel enorme edificio de ladrillo rojizo miré a mi alrededor y suspiré ¡Por fin! Llegó la hora. Al cruzar el vestíbulo todo cambió. La calma de los aparcamientos se convirtió en el caos total del primer día de Universidad. Chicos y chicas con sus respectivos equipajes que se volvían a encontrar después del largo verano. Estudiantes estresados por los primeros exámenes de recuperación. Gente nueva, que como yo, miraba a todos lados intentando encajar en aquel alocado lugar. Y un grupo de unas veinte personas intentando divisar entre las cabezas de los demás las listas de los tablones dónde se encontraban los números de habitación y los nombres de los ocupantes.
Estuve un buen rato esperando para poder ver las listas. “102”, ése iba a ser el letrero que iba a encontrarme durante una buena temporada cada vez que entrase en mi habitación. Me dirigí a ella con la sensación que solía tener los días antes de Navidad. Rebosaba ilusión, inquietud y curiosidad. ¿Qué tipo de compañera me tocaría?
Abrí la puerta despacio, casi con vergüenza, y miré hacia dentro de reojo. Lo único que encontré fue una maleta turquesa a los pies de una de las dos camas que había pegadas en cada esquina de la pared del fondo. Al parecer, llegué tarde. Tendría que esperar para conocerla. Observé la habitación con detenimiento. Era todo un detalle tener cuarto de baño propio. También teníamos nevera, una pequeña cocina y amplias paredes blancas con un par de corchos vacíos en ellas. Mientras colocaba mis cosas junto a un escritorio pequeño que había a la derecha, el picaporte de la puerta giró y esta se abrió de par en par y sin un ápice de la timidez con la que yo había abierto. Una chica delgada y alta apareció tras el umbral. Llevaba unas gafas de pasta blancas y una melena oscura y lisa recogida a media altura con un lápiz. Alzó la vista por encima de sus gafas.

-          ¡Hola! ¡Al fin llegaste! – Dijo con una gran sonrisa. – Imagino que tú debes ser Rachel  Parker ¿no es así? Lo vi en las listas.
-          Exacto. – Estiré la mano hacia ella, que la tomó y apretó firmemente.
-          Encantada. Yo me llamo Amanda Layton. Y seré tu compañera de habitación un buen tiempo. Bueno, eso si no pides el traslado cuando me oigas roncar… - se quedó seria, mirándome de reojo y me recordó a la típica broma que solía hacer mi tío Sean cuando quería quedarse con alguien nuevo.
-          No te preocupes, duermo con tapones. Sólo espero que a ti no te moleste el olor de mis pies. – intenté quedarme tan seria como ella lo había hecho, pero las comisuras de mis labios se curvaron hacia arriba involuntariamente al ver su cara. Me eché a reír.
-          Esa ha sido buena. – me señaló con un dedo. – No he podido contigo. Me has cogido. – empezó a reír. – Me gusta, tienes sentido del humor. Creo que nos llevaremos bien.
-          Eso espero. No conozco a nadie por aquí. – dije algo desanimada.
-          Es normal, no te preocupes, pronto te sabrás el anuario entero. – sonrió. – De todas formas yo te ayudaré a socializarte un poco. – me guiñó un ojo.
-          Gracias. Me harías un gran favor. – Me sentí aliviada.
-          Yo también pasé por el primer año. Y además, como he visto en las listas, también compartimos carrera. Así que, te ayudaré en lo que necesites. – asintió con la cabeza mirándome fijamente a los ojos. Decía la verdad. – Ahora tengo que irme. Ponte cómoda y elige la cama que quieras, no tengo preferencias. Te aconsejo que des una vuelta por el Campus para ir haciéndote a él. Si me necesitas, te he dejado mi número de móvil en el bloc de notas que hay en la mesita.
-          De acuerdo. – le sonreí con agradecimiento. – Voy a seguir tu consejo.
-          Genial, nos vemos pronto. – dijo al salir por la puerta.

Cuando la puerta se cerró, me tumbé en la cama de la derecha y sentí que mis músculos empezaban a relajarse. Parecía que había tenido suerte con Amanda. Alargué el brazo para coger el bloc y apuntar su teléfono. No pude evitar sonreír cuando lo vi. Había escrito su número debajo de “S.O.S. Amanda” y lo había adornado con un muñequito guiñando un ojo. Por lo menos no me iba a faltar humor.

Me incorporé y acomodé mis cosas en ese mismo lado de la habitación. Yo tampoco tenía preferencias.
Cuando todo estaba colocado, me asomé por la ventana que quedaba entre las dos camas. El caos de la residencia se estaba apoderando poco a poco de todo el Campus. Tenía una buena vista. Al fondo se veían los edificios dónde estaban las clases y a la derecha la entrada por dónde había llegado con papá hacía poco tiempo. De la parte izquierda apenas podía ver nada pero sabía por lo mapas que era la zona de las bibliotecas. Y en el centro, rodeada de una gran explanada de fresco y cuidado césped, se alzaba majestuosa la famosa Torre del Reloj de Riverside. Dónde hacía unos días me había imaginado sentada a sus pies. No podía creerme que ya estaba allí.
Cerré los ojos y respiré profundamente aquel aroma a juventud y entusiasmo que desprendía el aire. Disfruté unos segundos del viento, que con un poquito de imaginación, aún me olía a sal. Luego levanté los párpados y decidí que era el momento de visitar todo aquello en primera persona.

Bajé hasta el vestíbulo y vi que todo estaba mucho más calmado. Salí de la residencia y giré a la izquierda. Fui observándolo todo, intentando guardarlo en mi memoria. Me sorprendieron los modernos y acristalados restaurantes. Y vi a lo lejos el mini estadio que tanto había llamado mi atención en los folletos. Había leído que la Universidad daba algunas becas deportivas.
Todos los lugares por los que pasaba estaban cuidados a la perfección, dando un ambiente acogedor y tranquilo. Se agradecía aquella sensación de serenidad al pensar en el tiempo que iba a vivir allí.

Por supuesto, también reparé en los tipos de persona que me rodeaban. Había gente de toda clase, incluso grupos más definidos aún que en el instituto.
Chicos y chicas adineradas, que solían andar por las fraternidades más prestigiosas, de ahí que yo me refiriera a ellos como los “hermanos”.
Más cerca de las bibliotecas andaban los “brain trainners” o también llamados empollones.
También estaba la clase “estándar”, grupo dónde me incluía. Chicos y chicas que no destacábamos en demasía y simplemente teníamos dos objetivos, sacar una carrera y divertirnos.

Mientras me hacía a mi nuevo hábitat, llegué hasta una esquina donde había un cartel indicativo con una flecha en la que se leía “Biblioteca Principal”. Señalaba a la izquierda y no dudé en seguirla para descubrir el misterio que había en las palabras de mi padre. Pocos metros más adelante me topé con un edificio blanco de dos plantas rodeado, como casi todos, por un gran Jardín. Un letrero en el principio de la senda que daba hasta las puertas principales me confirmó que estaba en el lugar correcto. Me acerqué lentamente hasta la entrada, buscando sin saber el qué, algo en su fachada, bajo aquel arco. Pronto divisé una inscripción plateada que sobresalía de la pared.

-          Fiat lux. – leí en voz alta al llegar bajo ella. Era latín. – ¿Qué significará? – me pregunté.
-          Que se haga la luz. – respondió una voz tímida a mi espalda.
-          Gracias. – me giré y vi a un chico bajito y menudo sujetándose las gafas con el dedo índice de su mano izquierda. – Aunque no me refería a eso. Sé su traducción.
-          ¿Entonces? – Me miró con curiosidad.
-          Mi padre me dijo que esta frase marca a todo el que pasa por esta Universidad.
-          Yo estoy de acuerdo con tu padre. – dijo con una risita. – Es el lema principal de Riverside.
-          Pero aun así… no entiendo cómo puede marcarme esta simple frase.
-          Claro que no. – parecía divertirse. – Lo entenderás con el tiempo.
-          Venga hombre ¿tú también te vas a poner misterioso?
-          Está bien. – se río de nuevo. – Escucha con atención. – bajó la voz un poco, dándole un tono más interesante. Sin duda estaba disfrutando. – Este lugar está lleno de chicos y chicas jóvenes que apenas hemos cumplido la mayoría de edad. Por primera vez en nuestras vidas no tenemos a mamá y a papá para resolver los problemas que se nos presentan. Y es ahí cuando aparece “Fiat Lux”, porque cuando todo parece negro, siempre hay una solución, siempre hay una mano amiga, siempre se hace la luz. – me miró de reojo y sonrió de medio lado al ver el asombro en mi cara. - ¿Sabes? Esto era un simple laboratorio de cultivos, y ya ves, se ha convertido en una gran Universidad. Quizás no es la más prestigiosa de los Estados Unidos, pero está creciendo rápido, dándonos a personas como tú y como yo, una formación profesional excelente y una calidad humana inmejorable. Aquí nos enseñan un oficio, pero sobretodo nos ayudan a convertirnos en buenas personas. Eso es lo que significa esa frase. Conlleva dentro todo este lugar, a todos nosotros. Nos enseña que siempre hay una esperanza y que hay que luchar por ella, por nuestros sueños. Aquí en el Campus y más tarde fuera de él, el resto de nuestra vida. Créeme, tu padre tiene razón, nos marcará a todos. – terminó de hablar, se quitó las gafas y las limpió con el filo de su camiseta negra yo le miraba perpleja, sin pestañear, sin saber qué decir. Entonces se acercó un poco a mí y me dijo susurrando y con cara de pillo. – Soy el hijo del director, me paga por darle el discursito a los nuevos. – volvió a colocarse las gafas y sonrió ampliamente.
-          Ya decía yo. – su broma me hizo salir del asombro y le devolví la sonrisa. – Pero eres bueno, he estado a punto de creerte y todo.
-          Gracias. – alargó su pequeña mano hacia mí. – Samuel Ray, para servirte.
-          Rachel Parker. – Sujeté su mano con fuerza. – Para seguir quedándome asombrada con tus explicaciones.
-          No ha sido para tanto. – me pareció verle sonrojado. – Llevo aquí tres años y estoy como en casa. Es normal que hable bien de todo esto. Por cierto, estudio ciencias y soy uno de los encargados de esta increíble biblioteca, así que si necesitas cualquier cosa…
-          Muchísimas gracias Samuel, eres un encanto. – Ahora era evidente que se había puesto como un tomate. – Me encantan las bibliotecas, seguro que nos veremos por aquí a menudo.
-          Será un placer. – su mirada se había quedado anclada en una loseta del suelo. – Ahora tengo que despedirme. Ya sabes dónde encontrarme.
-          Lo tendré en cuenta.

Se despidió haciendo un esfuerzo por mirarme a los ojos. Me costaba imaginar a alguien más tímido que yo, y me sentí un poco culpable. Pero sonreí cuando desapareció tras los portalones de la biblioteca. Samuel pertenecía claramente al grupo de los “brain trainners” y ellos no estaban muy acostumbrados a este tipo de conversaciones triviales con los “estándar”, ni con nadie. Sin embargo, estoy segura que agradecía esos momentos. Quizás más que cualquier otro tipo de persona.

Anduve hasta el final del sendero y me volví para leer la frase una vez más. Recordé las palabras de mi padre y también las de Samuel. No pude evitar sentirme bien. Mi optimismo empezaba a ganarle la partida a mi miedo.


2 comentarios:

  1. Cuando todo parece negro, siempre hay una solución, siempre hay una mano amiga, siempre hay luz...
    Un beso enorme Sofi

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  2. Es tan importante tener fe en que no estamos solos... y en Riverside hay mucho que conocer!

    Un abrazo Ana!

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