Había llegado
el gran día. Mi padre metía mis maletas en el coche como si me mandaran a la
guerra, mientras mi madre terminaba de darme todos los medicamentos y teléfonos
importantes que pudieran hacerme falta alguna vez. Ella no podía venir con
nosotros porque tenía que trabajar y se despedía de mí allí mismo. Estaba más
habladora de lo normal, como hacía siempre que se ponía nerviosa. Pero se
mantenía serena e intentaba mostrarse segura. No quería que yo me sintiera de
la manera que ya me sentía: perdida. Ellos siempre habían sido todo para mí.
Todo el mundo me consideraba bastante madura para mi edad, pero la realidad era
que siempre me apoyaba en ellos, que los problemas no eran tan graves porque
ellos les restaban la importancia que yo les daba. Que cuando algo me daba
miedo, siempre corría hacia ellos para protegerme. Pero eso iba a cambiar en
algo más de una hora. En cuanto pisara el Campus, ya sólo estaría yo. No podía
negar que estaba bastante nerviosa. Apenas me quedaban uñas. Pero no me cansé de
repetirles que estaba bien y que deseaba empezar mi independencia de una vez
por todas. Bromeé con mi padre sobre las ganas que tenía de olvidar su vigilancia
con los chicos. Y convencí a mamá de que podía mantener mi habitación ordenada
24 horas al día, excepto a la hora de ducharme, claro. Antes de subir al coche,
mi madre me abrazó.
- Sé que lo harás muy bien, cariño. Te quiero. – me susurró.
Me senté en el
asiento de copiloto y saqué la cabeza por la ventanilla para despedirme
mientras ella gritaba.
- Llámame todos los días. No te olvides que sigo siendo tu madre y no fumes cosas raras. – en ese momento volví a meterme en el coche a toda prisa, avergonzada. Mi padre me miró y empezamos a reír a carcajadas
- Por cosas así me casé con ella. – bromeó con orgullo.
El viaje duró
poco más de una hora y durante ese tiempo, un nudo en el estómago me crecía por
minutos. Mi padre intentaba tranquilizarme contándome las anécdotas de sus
primeros días allí. Él también estudió en aquel Campus.
-
¿Sabes lo que más me gustó
al principio? – Preguntó sonriente. Negué con la cabeza y el prosiguió. –
Cuando llegues y sueltes todas tus cosas, ve a darte una vuelta por la
Universidad. Busca la biblioteca principal y una vez allí, mira bajo el arco de
su puerta. La esencia de Riverside se refleja allí. – dijo con misterio. – Ya
lo verás. – insistió respondiendo a mis preguntas.
Mientras
charlábamos sobre ella, divisamos la entrada de mi nueva casa. Fue entonces
cuando el nudo que tenía en el estomago desapareció misteriosamente y dio paso
a la ilusión y a la impaciencia, a las ganas de empezar ya a conocer todo
aquello. Salí del coche en cuanto mi padre aparcó delante de la residencia
universitaria y me quedé contemplando todo aquel verde que se extendía por el
Campus. Sonreí para mí, me encantaba el olor a césped.
-
¡No ha cambiado nada! – oí
decir a mi padre con las maletas en las manos y una sonrisa de oreja a oreja. –
¡Qué recuerdos! Este sitio es especial. Disfrútalo. – Sin saber bien por qué,
sentía que tenía razón y eso me tranquilizó.
Papá dejó las
maletas en la acera y cerró el maletero. Luego se acercó a mí y me abrazó. Hacía
años que no me abrazaba.
- Me cuesta más de lo que piensas dejarte aquí sola. Pero al contrario de lo que imaginas, sé que eres una chica muy responsable y que te harás con esto en un par de días. – dijo ante mi sorpresa. – te haces mayor y eso me hace sentir viejo. Me cuesta creer que ya no nos necesitas. Sin embargo, estoy tranquilo, sé que estarás bien. – terminó el discurso besando mi pelo. Yo tragué con fuerza e intenté disimular que me había emocionado.
- ¿Cuánto tiempo llevas preparando eso? – bromeé para bajar la emoción del momento.
- Tres semanas. Esperaba que pareciera improvisado. – dijo él.
- Gracias, papá. – me puse un poco más seria. – y no te preocupes, si me arrepiento, sé el camino de vuelta a casa. – él sonrió y me entregó las llaves del coche.
Había llamado
a un taxi por el camino para volver a casa, y ya estaba allí esperándole. Se
despidió con la mano desde el asiento de copiloto y dejé de verlo cuando
giraron hacia la salida. Entonces cogí mis cosas y me planté frente a la puerta
de la residencia.
Antes de
entrar en aquel enorme edificio de ladrillo rojizo miré a mi alrededor y
suspiré ¡Por fin! Llegó la hora. Al cruzar el vestíbulo todo cambió. La calma de los
aparcamientos se convirtió en el caos total del primer día de Universidad.
Chicos y chicas con sus respectivos equipajes que se volvían a encontrar
después del largo verano. Estudiantes estresados por los primeros exámenes de
recuperación. Gente nueva, que como yo, miraba a todos lados intentando encajar
en aquel alocado lugar. Y un grupo de unas veinte personas intentando divisar
entre las cabezas de los demás las listas de los tablones dónde se encontraban
los números de habitación y los nombres de los ocupantes.
Estuve un buen
rato esperando para poder ver las listas. “102”, ése iba a ser el letrero que
iba a encontrarme durante una buena temporada cada vez que entrase en mi
habitación. Me dirigí a ella con la sensación que solía tener los días antes de
Navidad. Rebosaba ilusión, inquietud y curiosidad. ¿Qué tipo de compañera me
tocaría?
Abrí la puerta
despacio, casi con vergüenza, y miré hacia dentro de reojo. Lo único que
encontré fue una maleta turquesa a los pies de una de las dos camas que había
pegadas en cada esquina de la pared del fondo. Al parecer, llegué tarde.
Tendría que esperar para conocerla. Observé la habitación con detenimiento. Era
todo un detalle tener cuarto de baño propio. También teníamos nevera, una
pequeña cocina y amplias paredes blancas con un par de corchos vacíos en ellas.
Mientras colocaba mis cosas junto a un escritorio pequeño que había a la
derecha, el picaporte de la puerta giró y esta se abrió de par en par y sin un
ápice de la timidez con la que yo había abierto. Una chica delgada y alta
apareció tras el umbral. Llevaba unas gafas de pasta blancas y una melena
oscura y lisa recogida a media altura con un lápiz. Alzó la vista por encima de
sus gafas.
-
¡Hola! ¡Al fin llegaste! –
Dijo con una gran sonrisa. – Imagino que tú debes ser Rachel Parker ¿no es así? Lo vi en las listas.
-
Exacto. – Estiré la mano
hacia ella, que la tomó y apretó firmemente.
-
Encantada. Yo me llamo
Amanda Layton. Y seré tu compañera de habitación un buen tiempo. Bueno, eso si
no pides el traslado cuando me oigas roncar… - se quedó seria, mirándome de
reojo y me recordó a la típica broma que solía hacer mi tío Sean cuando quería
quedarse con alguien nuevo.
-
No te preocupes, duermo con
tapones. Sólo espero que a ti no te moleste el olor de mis pies. – intenté
quedarme tan seria como ella lo había hecho, pero las comisuras de mis labios
se curvaron hacia arriba involuntariamente al ver su cara. Me eché a reír.
-
Esa ha sido buena. – me
señaló con un dedo. – No he podido contigo. Me has cogido. – empezó a reír. –
Me gusta, tienes sentido del humor. Creo que nos llevaremos bien.
-
Eso espero. No conozco a
nadie por aquí. – dije algo desanimada.
-
Es normal, no te preocupes,
pronto te sabrás el anuario entero. – sonrió. – De todas formas yo te ayudaré a
socializarte un poco. – me guiñó un ojo.
-
Gracias. Me harías un gran
favor. – Me sentí aliviada.
-
Yo también pasé por el
primer año. Y además, como he visto en las listas, también compartimos carrera.
Así que, te ayudaré en lo que necesites. – asintió con la cabeza mirándome
fijamente a los ojos. Decía la verdad. – Ahora tengo que irme. Ponte cómoda y
elige la cama que quieras, no tengo preferencias. Te aconsejo que des una
vuelta por el Campus para ir haciéndote a él. Si me necesitas, te he dejado mi
número de móvil en el bloc de notas que hay en la mesita.
-
De acuerdo. – le sonreí con
agradecimiento. – Voy a seguir tu consejo.
-
Genial, nos vemos pronto. –
dijo al salir por la puerta.
Cuando la
puerta se cerró, me tumbé en la cama de la derecha y sentí que mis músculos
empezaban a relajarse. Parecía que había tenido suerte con Amanda. Alargué el
brazo para coger el bloc y apuntar su teléfono. No pude evitar sonreír cuando
lo vi. Había escrito su número debajo de “S.O.S. Amanda” y lo había adornado
con un muñequito guiñando un ojo. Por lo menos no me iba a faltar humor.
Me incorporé y
acomodé mis cosas en ese mismo lado de la habitación. Yo tampoco tenía
preferencias.
Cuando todo
estaba colocado, me asomé por la ventana que quedaba entre las dos camas. El
caos de la residencia se estaba apoderando poco a poco de todo el Campus. Tenía
una buena vista. Al fondo se veían los edificios dónde estaban las clases y a
la derecha la entrada por dónde había llegado con papá hacía poco tiempo. De la
parte izquierda apenas podía ver nada pero sabía por lo mapas que era la zona
de las bibliotecas. Y en el centro, rodeada de una gran explanada de fresco y
cuidado césped, se alzaba majestuosa la famosa Torre del Reloj de Riverside.
Dónde hacía unos días me había imaginado sentada a sus pies. No podía creerme
que ya estaba allí.
Cerré los ojos
y respiré profundamente aquel aroma a juventud y entusiasmo que desprendía el
aire. Disfruté unos segundos del viento, que con un poquito de imaginación, aún
me olía a sal. Luego levanté los párpados y decidí que era el momento de
visitar todo aquello en primera persona.
Bajé hasta el
vestíbulo y vi que todo estaba mucho más calmado. Salí de la residencia y giré
a la izquierda. Fui observándolo todo, intentando guardarlo en mi memoria. Me
sorprendieron los modernos y acristalados restaurantes. Y vi a lo lejos el mini
estadio que tanto había llamado mi atención en los folletos. Había leído que la
Universidad daba algunas becas deportivas.
Todos los
lugares por los que pasaba estaban cuidados a la perfección, dando un ambiente
acogedor y tranquilo. Se agradecía aquella sensación de serenidad al pensar en
el tiempo que iba a vivir allí.
Por supuesto,
también reparé en los tipos de persona que me rodeaban. Había gente de toda
clase, incluso grupos más definidos aún que en el instituto.
Chicos y
chicas adineradas, que solían andar por las fraternidades más prestigiosas, de
ahí que yo me refiriera a ellos como los “hermanos”.
Más cerca de
las bibliotecas andaban los “brain trainners” o también llamados empollones.
También estaba
la clase “estándar”, grupo dónde me incluía. Chicos y chicas que no
destacábamos en demasía y simplemente teníamos dos objetivos, sacar una carrera
y divertirnos.
Mientras me
hacía a mi nuevo hábitat, llegué hasta una esquina donde había un cartel
indicativo con una flecha en la que se leía “Biblioteca Principal”. Señalaba a
la izquierda y no dudé en seguirla para descubrir el misterio que había en las
palabras de mi padre. Pocos metros más adelante me topé con un edificio blanco
de dos plantas rodeado, como casi todos, por un gran Jardín. Un letrero en el
principio de la senda que daba hasta las puertas principales me confirmó que
estaba en el lugar correcto. Me acerqué lentamente hasta la entrada, buscando
sin saber el qué, algo en su fachada, bajo aquel arco. Pronto divisé una
inscripción plateada que sobresalía de la pared.
-
Fiat lux. – leí en voz alta al
llegar bajo ella. Era latín. – ¿Qué significará? – me pregunté.
-
Que se haga la luz. –
respondió una voz tímida a mi espalda.
-
Gracias. – me giré y vi a un
chico bajito y menudo sujetándose las gafas con el dedo índice de su mano
izquierda. – Aunque no me refería a eso. Sé su traducción.
-
¿Entonces? – Me miró con
curiosidad.
-
Mi padre me dijo que esta
frase marca a todo el que pasa por esta Universidad.
-
Yo estoy de acuerdo con tu
padre. – dijo con una risita. – Es el lema principal de Riverside.
-
Pero aun así… no entiendo
cómo puede marcarme esta simple frase.
-
Claro que no. – parecía
divertirse. – Lo entenderás con el tiempo.
-
Venga hombre ¿tú también te
vas a poner misterioso?
-
Está bien. – se río de
nuevo. – Escucha con atención. – bajó la voz un poco, dándole un tono más
interesante. Sin duda estaba disfrutando. – Este lugar está lleno de chicos y
chicas jóvenes que apenas hemos cumplido la mayoría de edad. Por primera vez en
nuestras vidas no tenemos a mamá y a papá para resolver los problemas que se
nos presentan. Y es ahí cuando aparece “Fiat Lux”, porque cuando todo parece
negro, siempre hay una solución, siempre hay una mano amiga, siempre se hace la
luz. – me miró de reojo y sonrió de medio lado al ver el asombro en mi cara. -
¿Sabes? Esto era un simple laboratorio de cultivos, y ya ves, se ha convertido
en una gran Universidad. Quizás no es la más prestigiosa de los Estados Unidos,
pero está creciendo rápido, dándonos a personas como tú y como yo, una
formación profesional excelente y una calidad humana inmejorable. Aquí nos
enseñan un oficio, pero sobretodo nos ayudan a convertirnos en buenas personas.
Eso es lo que significa esa frase. Conlleva dentro todo este lugar, a todos
nosotros. Nos enseña que siempre hay una esperanza y que hay que luchar por
ella, por nuestros sueños. Aquí en el Campus y más tarde fuera de él, el resto
de nuestra vida. Créeme, tu padre tiene razón, nos marcará a todos. – terminó
de hablar, se quitó las gafas y las limpió con el filo de su camiseta negra yo
le miraba perpleja, sin pestañear, sin saber qué decir. Entonces se acercó un
poco a mí y me dijo susurrando y con cara de pillo. – Soy el hijo del director,
me paga por darle el discursito a los nuevos. – volvió a colocarse las gafas y
sonrió ampliamente.
-
Ya decía yo. – su broma me
hizo salir del asombro y le devolví la sonrisa. – Pero eres bueno, he estado a
punto de creerte y todo.
-
Gracias. – alargó su pequeña
mano hacia mí. – Samuel Ray, para servirte.
-
Rachel Parker. – Sujeté su
mano con fuerza. – Para seguir quedándome asombrada con tus explicaciones.
-
No ha sido para tanto. – me
pareció verle sonrojado. – Llevo aquí tres años y estoy como en casa. Es normal
que hable bien de todo esto. Por cierto, estudio ciencias y soy uno de los
encargados de esta increíble biblioteca, así que si necesitas cualquier cosa…
-
Muchísimas gracias Samuel,
eres un encanto. – Ahora era evidente que se había puesto como un tomate. – Me
encantan las bibliotecas, seguro que nos veremos por aquí a menudo.
-
Será un placer. – su mirada
se había quedado anclada en una loseta del suelo. – Ahora tengo que despedirme.
Ya sabes dónde encontrarme.
-
Lo tendré en cuenta.
Se despidió
haciendo un esfuerzo por mirarme a los ojos. Me costaba imaginar a alguien más
tímido que yo, y me sentí un poco culpable. Pero sonreí cuando desapareció tras
los portalones de la biblioteca. Samuel pertenecía claramente al grupo de los
“brain trainners” y ellos no estaban muy acostumbrados a este tipo de
conversaciones triviales con los “estándar”, ni con nadie. Sin embargo, estoy
segura que agradecía esos momentos. Quizás más que cualquier otro tipo de persona.
Anduve hasta
el final del sendero y me volví para leer la frase una vez más. Recordé las
palabras de mi padre y también las de Samuel. No pude evitar sentirme bien. Mi
optimismo empezaba a ganarle la partida a mi miedo.
Cuando todo parece negro, siempre hay una solución, siempre hay una mano amiga, siempre hay luz...
ResponderEliminarUn beso enorme Sofi
Es tan importante tener fe en que no estamos solos... y en Riverside hay mucho que conocer!
ResponderEliminarUn abrazo Ana!