Bienvenido a este blog, dónde podrás descubrir un mundo lleno de personajes que sienten como tú. Comparte conmigo este sueño y ayúdame a alcanzarlo.

Espero que disfrutes leyendo tanto como yo lo hago escribiendo, porque en esta historia también estás tú, que aprendiste a madurar, a conocer, a enamorarte, a elegir, a equivocarte…

Todos vivimos nuestro propio Riverside.

lunes, 12 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 6


La conversación con Amanda la noche anterior había sido muy gratificante, pero también completa y absolutamente agotadora. Se nos hizo de madrugada hablando la una con la otra y no dormirse en clase iba a ser muy complicado aquella mañana. Sin embargo, el día empezaba con Filosofía, una de mis asignaturas favoritas. Toda la cultura clásica me apasionaba y los filósofos me parecían fascinantes. Busqué sitio por los asientos delanteros del graderío. Exceptuándome a mí y muy pocos más, la filosofía no era una asignatura que triunfara entre los alumnos, así que no tuve muchos problemas para sentarme en segunda fila.
Mientras llegaba el profesor, me concentré en mi nuevo libro, lo abrí y le eché una pequeña ojeada entre el alboroto que hacían mis compañeros. De repente, oí como las chicas se revolucionaban y empezaban a murmurar entre ellas a todo ritmo. Al segundo, los chicos se unieron a ellas entre risas y silbidos. Miré hacia delante con curiosidad y vi al chico que provocaba todo aquel revuelo. Llevaba zapatos marrones, vaqueros oscuros y camisa blanca doblada con delicadeza en los antebrazos, dónde en uno de ellos descansaba una chaqueta gris oscuro. En la otra mano portaba un maletín del mismo color que los zapatos. Era alto, joven y guapo, de pelo corto, rubio y ojos claros, aunque desde lejos no podía decir de qué color eran exactamente. Entendí a la perfección la agitación formada en el aula. ¿De verdad ese chico era el profesor de filosofía? Apenas era mayor que nosotros.

-          Está bien, está bien, calmaos. – dijo con una sonrisa grande e impecable. – Sé que no es muy normal ver a un chico tan joven dando clase pero, aun así, sigo siendo vuestro profesor. – soltó el maletín y se colocó de cara a nosotros con el mismo libro que yo tenía delante entre las manos. – A ver, me presento, mi nombre es Peter Richardson y hace muy poquito, era yo el que estaba ahí sentado, escuchando a un aburrido profesor de filosofía como el vuestro. – bromeó sin borrar su bonita sonrisa. – Así que, aún tengo muy vivo el recuerdo de ser alumno. Por eso os propongo un trato. Que os parece si aquí dentro me comporto como un profe duro e implacable que os da mucha caña. – fingió cara de malo al decirlo. – pero fuera de estas cuatro paredes me tratáis como a uno más, y si así lo estimáis, hasta podemos ser amigos.  Porque no sabéis lo duro que resulta pertenecer al profesorado. – bromeó en voz baja y todos reímos. – Eso sí, no pienso chivar ni un examen. – se escucharon varios abucheos divertidos. Él sonrió de nuevo y prosiguió. – Es lo que hay, chicos. Entonces ¿qué me decís? ¿hay trato?

La clase volvió a alborotarse y estaba claro que se acababa de ganar a todo el mundo. Incluso hubiera jurado que escuché algún suspiro por parte de un grupito de chicas dos filas más arriba. Podría decir que no era para tanto, pero sería una hipócrita si no reconociera lo evidente. Aquel profesor era el sueño hecho realidad de cualquier chica de mi edad.

La clase fue bastante amena para lo que solía ser la filosofía. Estaba claro que aquel chico sabía cómo mantenernos atentos. Aunque claro, su sola presencia hacía que te fijaras en él. Si la imagen de Matt sonriéndome en aquella barra del bar mientras me invitaba a un refresco no hubiese pasado por mi cabeza, hubiera aceptado que era el chico más guapo que había tenido delante.

Al terminar la clase, recogí mis cosas mientras sonreía al escuchar el plan maestro de las chicas de atrás para ligarse al profesor. Intenté trasladarlo en mi mente e imaginé una situación parecida con Matt. Pero entonces oí la resolución del mismo y… no, eso era imposible para mí. Demasiado directo.

Apunto estaba de cruzar la puerta cuando el Señor Richardson me llamó por mi apellido. Le miré sorprendida y me pidió que me acercara. Luego esperé a que terminara de despedir a unos compañeros y nos quedamos a solas en el aula.

-          ¿Puedo ayudarle en algo?
-          Para empezar, puedes dejar de tratarme de usted. – ahora sí podía decir de qué color tenía los ojos: tan celestes como el cielo. – Ya ha acabado la clase.
-          Lo siento, es la costumbre.
-          Disculpada. Te llamas Rachel ¿no es así? – Al sonreír se le asomaban unos encantadores hoyitos en las mejillas. Asentí a su pregunta. – Encantado. La verdad es que me he fijado que estabas mucho más atenta que los demás.
-          Bueno… hoy no se podrá quejar de atención.
-          No me podré, Rachel, háblame de tú. – volvió a insistir. – Lo que me ha llamado la atención de ti, y te diferencia de los demás, es que no estabas atenta por mí, sino por mi asignatura.
-          Ah, eso. Sí, la verdad es que me gustan la filosofía y las culturas clásicas.
-          ¡Aleluya! – dijo mirando al techo con la manos levantadas. – este es mi segundo año dando clases y eres la primera que me dice eso. – sonreí. – dime por favor, que no se debe a Brad Pitt y su actuación en Troya.
-          No, no. – me reí. – Bueno, para no mentirte, no sólo por él. – entrecerró los ojos esperando el otro motivo. – En realidad lo encuentro apasionante. Me gusta saber lo que pensaban los más antiguos, y por supuesto, todos los grandes pensadores de nuestra historia. Son personas que han quedado ahí grabadas para los restos, sólo por su forma de ver la vida. – abrió los ojos y arrugó la frente. – También creo que es importante para el día a día. Sólo que cuesta un poco abrir la mente.
-          Perdona. – se frotó los ojos. – Te estás quedando conmigo ¿Verdad? – negué con la cabeza muy sonriente. – Vale, no se lo digas a nadie, pero te acabas de convertir en mi alumna favorita. – sonreí – En serio, me alegro que pienses así. De verdad que te va a servir en tu día a día, te lo prometo.
-          Te creo.
-          Bueno, pues no te entretengo más. – cogió sus cosas de encima de la mesa y me acompañó a la puerta. -  ya nos veremos por ahí Rachel ¿de acuerdo?
-          Claro. Y si no, en la próxima clase.
-          Por supuesto.

Volvió a sonreír ampliamente, enseñándome sus hoyuelos de nuevo y se despidió de mí con la mano mientras tomaba la dirección contraria a la mía. Si de lejos era guapo, de cerca impresionaba aún más. Sin embargo, había notado algo raro cuando hablaba con él. No me había puesto nerviosa. Quizás, aún con su belleza, mi subconsciente sabía lo que era, mi profesor.

No tuve tanta suerte con los demás profesores y las demás clases, así que me costó muchísimo mantenerme despierta en algunas ocasiones, pero pude aguantar hasta el almuerzo.
Fui hasta mi taquilla para dejar los libros y volví a encontrarme una nota. “Gracias por la charla de anoche. Nunca un helado me sentó tan bien. ¿Almuerzas con nosotros en el comedor? Amanda”. Aquella costumbre de mi nueva compañera siempre me hacía sonreír. Arranqué el papel y me marché directamente al comedor. Al llegar, vi que Amanda, Sarah y Fred estaban sentados en una mesa en el fondo. Sin embargo no pude ver a Eric con ellos. Me acerqué y miré a mi compañera con ojos entrecerrados.

-          No he dado con él en todo el día. – susurró  en cuanto me senté a su lado. Tenía los ojos hinchados y ojeras. – Tranquila, suele perderse, ya aparecerá. No pienso dejarlo escapar. – aseguró.

Le sonreí y saludé a Sarah y Fred, que andaban enfrascados en una disputa sobre arquitectura. Sarah sostenía que había más de una torre inclinada además de la de Pisa. Fred estaba seguro que no era así. Yo sabía que no era la única y estaba a punto de acabar con la disputa cuando una chica pasó por nuestro lado y dijo:

-          Lo siento, chico. Ella lleva razón. Quizás es la más famosa, pero no la única. Busca “Pagoda de Yunyan” en google. – dijo pagada de sí misma y siguió hacia delante con su bandeja de comida.

Era Liliam, la chica italiana que había conocido el día anterior. La seguí con la mirada y vi que se sentaba sola en una de las mesas. Les pedí disculpas a los chicos, llené mi bandeja y sin pensármelo dos veces, fui a sentarme con ella.

-          Sarah me ha pedido que te de las gracias por la aclaración. – dije mientras tomaba asiento. – Al parecer, le encanta quedar por encima de Fred.
-          No tengo ni idea de quiénes me hablas. – me dijo mirándome de reojo.
-          De los chicos de la torre de Pisa.
-          Ah. De nada. – sonrió. – Me gusta oír hablar de Italia a tantos kilómetros de distancia.
-          Lo imagino. – observé como asentía apretando los labios. – No te importa que almuerce contigo ¿Verdad?
-          Claro que no. No tengo mucha compañía como ves. – su ironía parecía ocultar algo.
-          ¿Estás bien?
-          Sí. – dijo secamente.
-          De acuerdo. – recordé que era una chica difícil. – ¿Qué tal te ha ido? – intenté comenzar una conversación.
-          Bien.
-          ¿Sabes? Estoy intentando hablar contigo y a monosílabos es complicado. - ¿qué diablos le pasaba?  - si no te apetece compañía…
-          No te vayas. – dijo en un susurro. – Lo siento, es la segunda vez que te trato así. – me miró de frente. Sus grandes ojos volvían a hablar por ella. – En realidad no he tenido un buen día.
-          ¿Qué te ha pasado?
-          Nada en particular. Pero… – vaciló. – es difícil.
-          Estar tan lejos de tu vida ¿no es así? – me miró sorprendida. – Llevo aquí dos días y echo de menos mi casa tanto que he estado a punto de llorar las dos veces que he hablado con mi madre por teléfono. Y eso que está a una hora de camino. Me pongo en tu lugar y… – resoplé al pensarlo. – no sé si podría. De hecho sí lo sé, no podría. Demuestras ser valiente y muy fuerte.
-          ¿Eso crees? No tienes ni idea. – dijo con despotismo.
-          Bueno, a lo mejor si me contaras lo que te pasa…
-          No hay nada que contar.
-          Sólo intento ayudarte.
-          No necesito ayuda. Y mejor cambiamos de tema, bonita.
-          Está bien. Pues empieza tú uno, y habla contigo misma, porque se ve que todo lo que digo te molesta. Sólo estaba intentando ser amable.
-          Es que no me gusta que la gente se meta en mi vida.

Liliam se levantó, cogió su bandeja, la soltó en la basura y se fue del comedor como si le hubiese dedicado la ofensa más grande del mundo. Miré a la mesa de los chicos. Fred y Sarah seguían discutiendo sobre alguna otra cosa. Pero Amanda me miraba con cara de póker. Pensé en ella y en la diferencia tan abismal que me había encontrado cuando me había preocupado por sus problemas y cuando lo había hecho por los de Liliam.
¿Qué le pasaba a esa chica? Podía ser tan simpática como borde. Y la verdad, me tenía tan harta como intrigada. Volví a la mesa con los chicos y les conté lo sucedido.

-          Esa chica no se merece tu tiempo Rach. – me dijo Fred con confianza. - ¿no has visto lo estúpida que es?
-          No le hagas caso, cariño. – me dijo Sarah. – Sólo está enfadado con ella por darme la razón. – sonrió orgullosa. – Yo creo que simplemente está pagando su frustración contigo.
-          ¿Qué frustración? – pregunté mirando hacia la puerta.
-          Pues está clarísimo. – Sarah se comía una manzana mientras nos contaba su teoría. – Tu misma te has dado cuenta. Está sola, lejos de su casa, aún más lejos que todos nosotros y visto lo visto, no está aquí por una razón lo suficientemente buena para estar a gusto.
-          Pero entonces, ¿no debería querer conocer a gente?
-          Gente que le proponga ayudarla con el idioma, sí, gente que le hable de sus problemas, no. Lo que menos querrá ahora es oír hablar de eso. ¿no te parece?
-          Pues… sí. – Sarah llevaba razón. – quizás me he metido dónde no me llaman.
-          Quizás. – Amanda me sonreía desde el otro extremo como si la conversación fuera divertida – Pero si yo fuera tú, iría a buscarla, me disculparía y volvería a decirle que sólo pretendías ayudarla. Al menos así, no te quedarás con la sensación de haber podido hacer algo más. – me guiñó un ojo. Ya sabía por qué sonreía, me había devuelto mi propio consejo.
-          Tenéis razón. Iré a buscarla.

Me levanté y dejé la bandeja dónde lo había hecho Liliam. Salí fuera del comedor y la busqué por los jardines. No encontré más que chicos jugando al fútbol y alguna que otra parejita bajo un árbol. Me encaminé a la residencia y pregunté por ella en la recepción, me dijeron el número de su habitación, estaba una planta más arriba que la mía. Llamé un par de veces pero nadie contestó. La puerta estaba justo al lado de una de las ventanas que daban al Campus por su parte trasera, donde se encontraban el estadio de fútbol, las bibliotecas y las residencias privadas. Descansé mis codos en el borde de la ventana y observé todo aquel verde césped. En aquella parte, estaba prohibido pisarlo, por eso no abundaban tantos alumnos. pero era una zona preciosa donde pasear con tu chico. Eso mismo deberían pensar un par de parejas que así lo hacían mientras yo las observaba. Uno de los chicos me recordaba mucho a Matt, el pelo le sobresalía por todos los bordes de su gorra negra y naranja de los San Francisco Giants. Tenía su mismo color de pelo, pero seguro que no tenía esos maravillosos ojos verdes, ni esa sonrisa… ni por supuesto hubiese ido de la mano de esa alta y rubia chica de revista, que vestía como si fuera a comer al restaurante más glamuroso de toda California, en vez de al campus de una humilde ciudad. Los perdí cuando giraron en la esquina más próxima que tenían, como si huyeran de mi vista. Observé una última vez todo aquello antes de volver dentro, y justo cuando estaba agachando la cabeza bajo la ventana, la vi. Sentada en un banco detrás de la residencia estaba Liliam. Tenía sus cosas esparcidas por el suelo y se agarraba las piernas con los brazos. Daba la impresión de que estaba llorando. Volví por el pasillo andando lo más deprisa que permitían las normas de la residencia, bajé las escaleras y corrí hacia donde estaba ella. Al volver la esquina me di cuenta que estaba en lo cierto, Liliam lloraba con rabia mientras metía su cabeza entre las piernas. Me sentí fatal al pensar que yo podría tener parte de culpa en aquello. Me acerqué despacio, no sabía bien qué decir, me agaché cuando llegué a su lado y recogí sus cosas para colocarlas medio bien en el banco. Ella asomó la cabeza y se me quedó mirando con incredulidad, tenía los ojos enrojecidos y las mangas de su sudadera rosa empapadas.

-          ¿Y ahora qué demonios quieres? ¿No piensas dejarme en paz? ¿No te ha quedado lo suficientemente clarito? – desde luego estaba claro que yo tenía bastante culpa de aquello. O al menos eso es lo que ella pensaba.
-          Sólo venía a disculparme. – me intimidaba sorprendentemente. – No tenía que haberme metido en tu vida sin apenas conocerte, pero de verdad que sólo intentaba ayudarte.
-          No me gusta la gente así. – se levantó y se pudo frente a mí. – Las que tienen cara de buena sois las peores, os ganáis la confianza de la gente, sólo en busca de su punto débil y luego lo atacáis.
-          ¿De qué estás hablando? Relájate. Creo que me estás prejuzgando sin conocerme.
-          Lo mismo que has hecho tú antes conmigo. ¿Ponerte en mi lugar? Ja, qué fácil ¿no?
-          Sólo intentaba entender por qué eres así de borde. – Fui demasiado sincera, pero me estaba poniendo de los nervios.
-          ¿Qué? – al principio pareció cogerle por sorpresa mi contestación. - ¿Eso te parece borde? Puedo enseñarte lo que es ser borde si quieres niñita – contraatacó.
-          No, ya has sido suficientemente borde conmigo. – se me acabó la paciencia. Quizás Fred tenía razón. – No me he acercado a ti para conocer tus más oscuros secretos y pisotearlos en tu cara. He llegado aquí sola, tan sola como tú. He tenido suerte con mi compañera de habitación y mi familia no está tan lejos como la tuya. Pero yo no tengo la culpa de eso. Simplemente intentaba que nos conociéramos. Si ni siquiera vas a darme esa oportunidad no pienso perder más mi tiempo contigo. – me di media vuelta y empecé a caminar de nuevo hasta la residencia. Me quedé parada un momento y le dije sin mirarla. – Siento haber pensado que podríamos ser amigas.
-          Tres. – dijo antes de que me fuera.
-          ¿Qué? – ¿Era yo, o esa chica estaba mal psicológicamente? Me di la vuelta.
-          Tres son las amigas que tenía en Italia. Paola, Valeria y Alessia. – Hablaba sin ganas pero a la vez con rabia. – Éramos inseparables desde pequeñas. – tenía los puños apretados a ambos lados del cuerpo. – Es bonito ¿verdad?
-          Liliam, entiendo que las eches de menos pero yo…
-          No he terminado. – dijo sentándose en el banco e invitándome a volver e imitar su gesto. Lo hice. – Paola, se fue hace dos años a estudiar a Milán. Prometió llamar y escribir. La promesa le duró un mes. – sonrió con amargura. – Después está Alessia. Descerebrada donde las haya. Conoció a un chico diez años mayor que ella. Ya ni siquiera saludaba cuando nos cruzábamos por la calle. – suspiró. – y para terminar Valeria. Mi más sincera y leal amiga. – me miró de reojo pronunciando la última palabra casi con asco. – Yo iba a estudiar en Madrid ¿Sabes? Por eso lo del castellano. – Se rio amargamente. – Me habían aceptado y estaba completamente emocionada. Corrí hasta la casa de Valeria para contárselo. Me abrió su hermano pequeño, y cómo siempre bromeó con que su hermana no estaba. Vi su bolso colgado en el perchero y subí las escaleras a prisa. El chico me gritaba que no subiera pero ya era demasiado tarde. Cuando abrí la puerta los vi, Valeria y Alex, mi chico, estaban semidesnudos en la cama de ella. – las lágrimas le corrían por las mejillas como cascadas pero ni se inmutaba. – Y no estaban jugando a los médicos precisamente.
-          Vaya... – No me salió nada más.
-          Sí. Vaya cuadro. – ser rio con las lágrimas aún recorriéndole la cara.
-          ¿Entonces por eso has venido a California? ¿Querías alejarte de allí?
-          Sí y no.
-          ¿Cómo?
-          En Madrid también estaría lejos. Pero España se parece a Italia. Quería irme aún más lejos. A un sitio diferente, con otra cultura y otro idioma totalmente distinto al mío. Riverside fue la primera Universidad que me aceptó. No lo pensé. – se secó las lágrimas con los húmedos puños.
-          Por eso me gritaste que no tenía ni idea ¿no es así? – le tendí un paquete de pañuelos de papel que tenía en el bolsillo de mis pantalones.
-          Sí. – cogió el paquete abatida. – Como era lógico, pensaste que yo había elegido Riverside por un motivo menos… dramático, y que lo único que me pasaba es que echaba de menos mi casa. Me llamaste valiente y fuerte. – sonrió de medio lado. – nada más lejos de la realidad. Sólo estoy huyendo. Siento haberte hablado así. – me miró con tristeza. - ¿Entiendes ahora mi desconfianza y actitud?
-          Sí. No me imaginaba a alguien tan borde por ningún motivo.
-          Ah, no. – empezó a reírse a carcajadas. Un poco esquizofrénica sí era. – Lo de borde va conmigo. Siempre he sido así. No tiene nada que ver con esos dos.
-          ¿En serio?
-          Sí. – seguía riéndose. – No te preocupes. Ya no lo seré tanto contigo, te acostumbrarás. – Se quedó sería de momento. – Bueno, eso si sigue en pie lo de las clases particulares y… si con el tiempo te lo ganas, a lo mejor hasta podemos ser amigas. – sonrió. – Eso sí, si te pillo con un novio mío no pienso irme a China, así que corre lo que puedas porque pagaré todas mis irás contigo. Y tengo una imaginación muy grande para idear torturas. – me amenazó bromeando.
-          No te preocupes. No creo que nos guste el mismo chico. Parece que somos un poquito diferentes.
-          Pues sí. Entonces… ¿empezamos de cero?
-          No. – se sorprendió. – Me has contado algo demasiado personal para empezar de cero. Por qué no te vienes este viernes a mi habitación, pedimos una pizza y te cuento algo de mí. Para que estemos empatadas y puedas pisotear mis oscuros secretos tanto como yo los tuyos.
-          Me parece bien, no tengo nada mejor que hacer.

Nos levantamos y nos dirigimos a las aulas porque en poco tiempo comenzaban las clases de la tarde, nos despedimos en las taquillas y la observé al marcharse. Parecía muy segura de sí misma, capaz de enfrentarse a todo con esos pasos pequeños y firmes, y sin embargo, había huido a la otra parte del mundo, dejándolo todo atrás, “sólo” por un desengaño amoroso. Aquello me hizo pensar que había un mundo detrás de cada persona, y que prejuzgar a alguien, no era más que empezar equivocándote. Al menos, los ojos de Liliam habían tendido a alegrase un poco después de soltar su carga.

Era la segunda persona que se desmoronaba delante de mí en dos días. Y eso que era yo la que me creía llena de preocupaciones. Realmente Amanda tenía razón, no iba a dejar de aprender y de sorprenderme en aquel lugar.


4 comentarios:

  1. Bueno parece que Rachel al fin va a ser amiga de Liliam, su primer contacto no ha sido muy bueno esperemos que los siguientes sean mejores. Me da a mi que van a llegar a ser muy buenas amigas.
    Un beso enorme Sofi

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    1. Hola Ana! Pues sí, no empezaron con buen pie pero... en Riverside las cosas cambian constantemente.
      La amistad es así.

      Un beso más grande para ti y perdona por tardar en contestar.

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  2. Cada capitulo enganxa mas q el anterior!! Nunka dejes de escribir mientras q haya 1 sola persona q se emocione o se identifike leyendote. ;)

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    1. Mientras tenga el aliento de los míos y las ganas que me dais, no dejaré de hacerlo. Gracias!!

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