Bienvenido a este blog, dónde podrás descubrir un mundo lleno de personajes que sienten como tú. Comparte conmigo este sueño y ayúdame a alcanzarlo.

Espero que disfrutes leyendo tanto como yo lo hago escribiendo, porque en esta historia también estás tú, que aprendiste a madurar, a conocer, a enamorarte, a elegir, a equivocarte…

Todos vivimos nuestro propio Riverside.

miércoles, 31 de octubre de 2012

CAPÍTULO 3


El despertador sonó justo a las 5:45. Di un bote de la cama y me metí en el baño a toda prisa. Lo había dejado todo preparado la noche anterior mientras le contaba a mi madre mi gran día junto a Matt. Ella había llegado tarde y estaba cansada pero aun así tuvo tiempo de escucharme.

-          Me alegro por ti cielo, pero ya sabes…
-          Sí, mamá, me voy pasado mañana. Y ya tendré tiempo de quejarme por eso, pero ahora estoy eufórica y no pienso dejar que me pongas los pies en el suelo.
-          Pero es mi deber. – dijo con seriedad. – Bueno, está bien, flipa todo lo que quieras. Te lo mereces. – sonrió.
-          ¿Flipa? – me eché a reír. - ¿De dónde has sacado eso?
-          Bueno es culpa de tu primo pequeño. Se lleva diciendo flipa todo el santo día. Y a una se le pega. – soltó como si fuera lo más natural del mundo. – En fin, lo que quería decir es que disfrutes. Al menos, el chico parece tener intención de seguir siendo tu amigo cuando volváis.
-          De verdad, mamá, no quiero plantearme el “cuando volváis”, sólo quiero disfrutar el ahora.
-          Que sí, que sí. Sí lo único que yo quiero es que lo reconozcas. – puso cara de pícara y me miró de reojo.
-          No mamá. No estoy enamorada. – refunfuñé. – Te prometo que cuando lo esté, serás la primera en saberlo.
-          No tardes mucho. – se rio y me dejó a solas en mi habitación.

A mí madre siempre le sobraba ese punto de madurez que tienen las madres. Me encantaba hablar con ella pero no había manera de sacar los píes del tiesto. Siempre tan serena y tan… madre. Definitivamente, mi prioridad social en la universidad era hacer amigas de mi edad.

Me había dado una ducha rápida, me había puesto mi ropa de deporte más nueva y había desayunado un gran vaso de zumo de naranja. No quería comer nada hasta más tarde. No me parecía bonito vomitar delante de Matt la primera vez que iba con él a correr. Ya estaba preparada y mi reloj de muñeca marcaba las 6:25. Era la hora de cruzar y esperar que el chico más guapo del barrio saliera sonriente y adormilado por la puerta de su casa. Lo había observado tantas veces desde mi ventana que tenía la extraña sensación de querer ocultarme tras algún matorral. Me senté en los escalones de su porche e intenté parecer despreocupada. Sin embargo, los minutos pasaban y la puerta no se abría. Estaba empezando a ponerme nerviosa. Se habrá quedado dormido, Rachel. No, él nunca se quedaba dormido. Pasaban ya de menos cuarto cuando escuché unos pasos detrás de la puerta. Ahí está, tonta. La puerta se abrió de repente y yo me puse en pie sonriente. Sin embargo, la silueta que cruzó el umbral no era la de Matt. Sino la de su hermana, Ashley. Una chica de mi edad, casi tan alta como su hermano y con los mismos grandes ojos verdes que él tenía. Se quedó inmóvil al verme. Me observó de arriba abajo y se acercó a mí.

-          ¿Estás esperando a mi hermano? – preguntó con la frente arrugada. Era increíble lo que se parecía a él.
-          Sí. Hemos quedado para ir a correr.
-          ¿En serio? – parecía muy sorprendida. – Pues siento decirte esto pero… parece que el idiota de mi hermano te ha dejado plantada.
-          ¿Por qué lo dices? – sentí un nudo en la garganta. – ¿no está?
-          No. Se marchó anoche a la Universidad.
-          Pero… – no sabía qué decir.
-          Eres Rachel ¿verdad? Nuestra vecina de enfrente – asentí. – Pues permíteme que te aconseje: Mi hermano es un imbécil. No te fíes demasiado de su palabra.

Me hizo un gesto de despedida con la cabeza y se marchó calle abajo dejándome allí clavada, con la boca abierta y la mirada en el suelo. La mirada y el alma. Lo que me acababa de aconsejar Ashley, confirmaba una de mis dos teorías sobre el comportamiento de Matt. Y por desgracia, no era la buena.
De repente, una rabia increíble se apoderó de mí. Crucé hasta mi casa con los puños y la mandíbula apretados como cuando de pequeña no me dejaban quedarme un rato más en casa de Mary. Cerré con un portazo y subí las escaleras zapateando en cada escalón.
Me sentía idiota. Se había reído de mí en mi cara. Y yo ilusionándome como una imbécil. Tenía ganas de llorar de impotencia. Un montón de tacos se amontonaban en mi mente mientras me imaginaba teniéndole enfrente en ese momento. Llegué hasta la habitación de mi madre. Estaba en el baño, terminando de arreglarse. Me miró de refilón y soltó el peine rápidamente.

-          ¿Qué ocurre? – dijo acercándose a mí con preocupación. - ¿Qué te ha pasado?
-          Era todo mentira. Soy una ingenua. Se ha reído de mí y yo lo he permitido.
-          Rachel, ¿quién se ha reído de ti? – me agarró por los hombros y me envolvió con su suave olor a jabón. - ¿por qué estás tan enfadada?
-          Matt. No está. Se ha vuelto a la universidad. Anoche. Me ha dejado plantada.
-          Sólo te falta decir “stop” al terminar cada frase. – se burló.
-          ¿Te hace gracia? – Fruncí el ceño.
-          A veces las cosas no son como parecen. – Dijo con una tranquilidad que ponía de los nervios.
-          Sí, ya lo sé. La culpa es mía por hacerme ilusiones. – el enfado se convirtió en bajón.
-          No. La culpa es mía por no despertarte enseguida.
-          Mamá, tu ya intentaste ponerme los pies en el suelo. Yo no te quise escuchar.
-          No es eso. Quería decir anoche. Debí despertarte enseguida anoche. Cuando él estuvo aquí buscándote.
-          ¿Qué?
-          Matt vino pasadas las diez. Ya estabas dormida. – los ojos se me abrieron como platos. – Se fue y volvió pasados unos 20 minutos. Parecía bastante alicaído.
-          ¿Para qué vino? ¿y para qué volvió? – estaba impaciente.
-          Pues no sé a qué vino, no lo dijo. Pero volvió para traerte algo. Hay una caja encima de tu mesita de noche. La dejé allí porque pensé que la verías al levantarte y me preguntarías. Pero se ve que esta mañana sólo tenía una idea fija y no viste nada de tu alrededor.
-          ¿Y qué hay en la caja? – los nervios se estaban apoderando de mí.
-          Yo que sé. Era para ti. No tenía por qué abrirla. – sonrió con ternura. – Pero puede que dentro haya una explicación a todo esto. ¿no crees? – me quedé mirándola fijamente, quieta frente a ella. -  Rachel, o vas tú o la abro yo misma.

Aquella frase me despertó y subí a toda prisa hasta la buhardilla. Abrí la puerta de mi habitación y busqué mi mesita de noche como si la hubiesen cambiado de sitio. Allí estaba. Un paquete de color rojo que ocupaba toda la mesita. ¿Cómo no lo había visto por la mañana? Me acerqué a él con paso vacilante. No sabía muy bien si me daba buena o mala espina. Las palabras de su hermana seguían retumbando en mi cabeza. Lo cogí con ambas manos y lo llevé hasta la cama. Me senté en el centro con las piernas cruzadas y empecé a abrirlo como si llevara una bomba dentro. Cuando lo desenvolví, me encontré con una caja de zapatos de una conocida marca deportiva. Abrí la tapa y saqué un par de zapatillas de deporte de un blanco inmaculado con los bordes y el símbolo en rojo. Eran de mi talla, pero no entendía muy bien por qué Matt me había traído unas zapatillas antes de largarse a la universidad. Sin embargo, cuando agaché la cabeza para volver a meter las zapatillas en la caja, vi un sobre también de color rojo que se asomaba entre los papelillos que resguardaban el calzado. Lo saqué de un tirón, con nerviosismo. ¿Qué significaba todo aquello? Abrí la solapa y cogí el papel blanco que había dentro. Empecé a leer.

Buenos días, Rachel.

Porque imagino que lo leerás por la mañana. Cuando yo ya no esté…
Lo siento. No sabes la rabia que me da tener que despedirme de ti así. Me hubiera gustado explicártelo todo en persona, pero cuando llegué ya estabas dormida.
Me acaban de llamar de la universidad. Hay un problema con unos papeles y tengo que estar mañana temprano allí para solucionarlos, o podría quedarme fuera y perder todo este año. Mi madre estaba de los nervios. Se pone como loca cuando tengo que conducir de noche. Y menos mal que tenía hechas las maletas…
En fin, sólo quería explicártelo y pedirte disculpas por no poder ir contigo a correr. Realmente me hacía mucha ilusión. Quería regalarte esas zapatillas por la mañana, para que las estrenaras conmigo. Las vi en el escaparate esta tarde y no pude evitar comprártelas. Considéralas un regalo de cumpleaños atrasado.
Espero que te gusten y te queden bien, si no es así, mi madre tiene el ticket. Es una tontería pero, espero que te acuerdes de mí siempre que las uses.
Antes de despedirme quiero que sepas que no vas a tener ningún problema en la Universidad. En pocos días estarás rodeada de amigos nuevos y el periódico del Campus matará por tus columnas. Lo sé.
Te deseo mucha suerte y espero que lo disfrutes. Se pasan muy buenos momentos, ya verás.

                                                                Un beso, Matt

PD: Me hubiera gustado pasar más tiempo contigo. No sé… eres… especial.”

“Especial”. Era “especial” para él. Así lo había escrito. Y me había regalado unas zapatillas y había venido a despedirse, dos veces, una en persona y otra de su puño y letra. Volvía a sentirme idiota. Pero esta vez por haber pensado todo aquello de él. Y por haber creído a su hermana. A la que ahora no entendía en absoluto. De hecho empecé a pensar que le caía mal. No tenía otra explicación más lógica que esa…
No solía ser tan extremista con nada, pero todo lo que tenía que ver con Matt, era nuevo para mí.

Lo primero que hice, después de releer la carta cinco veces recreándome en la última frase, fue calzarme las zapatillas. Perfectas. Hechas para mí. Me las miré en el espejo de pie de la habitación de mis padres media docena de veces. ¡Eran tan bonitas!
Luego salí a correr con ellas. Hice mi ruta diaria sonriendo en cada rincón que me recordaba a él. Dónde siempre nos cruzábamos, dónde me encontró dormida, dónde paraba para estirar… y justo después de cada sonrisa, la punzada. Ese sabor amargo de volver a la realidad y acordarme de dónde estaba él y a dónde iba yo. Incluso llegué a pensar en que hubiera sido mejor no llegar a hablar con él. Aunque luego miraba hacia abajo y aquel pensamiento desaparecía por completo.

Cuando llegué a casa, me duché y limpié las zapatillas con mimo. Luego las metí en una de las maletas que iba a llevarme a Riverside. Me acerqué a la cama, recogí la nota y la guardé en mi bloc de escritura. Que coloqué también en la maleta. Y después, dejé pasar el día.



2 comentarios:

  1. Qué bonito!!!!!! Me quedé un poco triste y decepcionada cuando Matt le dió plantón a Rachel...fíjate que creo que van a coincidir en la Universidad.
    Veremos...
    Un besazo

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  2. Bueno Ana, aún quedan muchas cosas por descubrir. Quizás sí, quizás no, queda tanto que cualquier cosa es posible... o no.

    Un beso!

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