Mi
compañera estaba sentada en una banqueta mirando cómo terminaba de
hacerse el café. Me deslicé por las sábanas y conseguí salir de
la cama sin despertar a Lil. Me acerqué hasta Amanda sin hacer ruido
y me fijé en la tristeza de su mirada, clavada en la cafetera pero
mucho más lejos de allí. Estaba claro que no iba a olvidarse de
todo como por arte de magia. Era doloroso verla así.
- Buenos días. – me incliné para besarla en la mejilla. Dio un respingo al salir de sus pensamientos y luego me sonrió. – ¿Qué haces despierta tan temprano?
- No podía dormir. – confesó. - ¿Te he despertado?
- Tú no. Karate kid Arbertalli. – Amanda se rió en silencio. – ¿Estás bien?
- Sinceramente, no sé cómo estoy. No sé cómo voy a reaccionar cuando le vuelva a ver, ni sé siquiera si quiero volver a verle.
- Amanda. – estiré la mano hacia la suya y la apreté. – No sé cómo, pero todo irá bien.
- Gracias. – me sonrió y me devolvió el apretón. Se levantó para coger dos tazas y empezó a servir el café. – Parece ser que no se puede tener todo en esta vida. Cuando empecé a salir con Eric, apenas tenía amigas. Sarah es una gran chica que conozco desde hace mucho, la adoro de verdad, y en el campus nos hemos unido más de lo que podíamos haber imaginado en un principio. Pero ella tiene otras amigas y siempre está de aquí para allá con ellas, nunca se para a observarme, jamás me ha preguntado lo que acabas de preguntarme tú. Un ¿Estás bien? nunca ha salido de su boca. A diferencia de con vosotras, nosotras nunca hemos tenido esa capacidad, ni la una ni la otra, de apreciar qué nos pasaba sólo con una mirada. Lil tiene su especial forma de ser, alocada e impulsiva, pero aún así, es capaz de apreciar que algo no va bien cuando nos tiene delante. Y tú... en apenas unos meses has conseguido ver dentro de mí como si fuera transparente. Deseaba tanto tener amigas de esas de película, cómo a ti te gusta llamarnos. – me sonrió con dulzura. – Que no creí que como pago tuviera que perder al que creí que era el hombre con el que pasaría el resto de mi vida. – me pasó una de las tazas de café. – Pensé que sólo me quedaba terminar la carrera y encontrar un buen trabajo, que el resto lo tenía resuelto y ya ves... – se dejó caer en la silla como si pesara toneladas.
- Sé que es duro y difícil, pero ¿por qué no lo miras de otro modo? – me miró con los ojos entrecerrados. – Ahora tienes tiempo de relajarte, de dedicarte por completo a tus estudios, de disfrutar con tus amigas solteras – le guiñé un ojo y sonrió. – Y dentro de un tiempo, cuando vuelvas a tener las ganas suficientes, empezarás a conocer a nuevos chicos, te volverás a ilusionar y tendrás que volver a construir esos sueños que tanto nos gusta construir a las chicas cuando nos enamoramos.
- Tienes razón, cielo, voy a renovarme. Pero para eso necesito un par de días para mí. Así que, lo he estado pensando y creo que el fin de semana que viene me lo voy a pasar en casa con mi familia. Seguro que con la comida y los mimos de mi madre, volveré como nueva.
- Claro que sí. – la animé. – Hay que ser positiva.
Nos
quedaba una semana dura, llena de exámenes y teníamos que aprender
a aparcar nuestras inquietudes personales y concentrarnos en los
libros. Observé la mesa en la que estábamos sentadas, las tres
teníamos métodos totalmente diferentes de estudio. Amanda, por
ejemplo, estaba ya en su penúltimo año de carrera y le bastaba
simplemente con sus apuntes y un par de libretas donde lo pasaba todo
a limpio. Era muy meticulosa y aplicada, Srta. Perfecta, la llamaba
Lil entre bromas. Pero yo estaba encantada con su forma de estudiar,
ya que me había pasado todas sus libretas de primer año y me
estaban resultando muy útiles. Para mí, lo mejor era concentrarme
en lo que leía, entenderlo y memorizarlo como si de una conversación
se tratara. al día siguiente cogía un folio en blanco y escribía
todo lo que recordaba subrayándolo en mis apuntes para dejar claro
que ya me sabía esa parte. Entonces volvía a concentrarme en lo que
no había recordado. Así que yo tampoco necesitaba mucho más en la
mesa que las libretas, los apuntes, una decena de folios y algún que
otro diccionario o enciclopedia. Sin embargo, Liliam tenía la mesa
embarbascada de libros: Algunos de Sigmund Freud, otros de Psicología
Clínica, otros de biopsicología… En definitiva, un montón de
páginas que a mí me sonarían a chino y en las que ella parecía
moverse como pez en el agua. Me quedé mirándola unos segundos,
admirando la concentración y el esfuerzo que ponía en lo que hacía.
Había escogido una carrera difícil y dura, y aunque aparentaba ser
despreocupada y descuidada, la realidad era muy diferente, Lil era
muy inteligente y trabajadora. Pensé en que su familia debía estar
orgullosa de ella.
Nuestras
miradas se cruzaron cuando ella buscó descansar la vista de sus
apuntes. Me sonrió y resopló.
- Voy por un café. – me susurró. – ¿Vienes?
En
cuanto salimos de la sala, estiramos los brazos como si acabáramos
de despertarnos. Desestresar los músculos cada cierto tiempo era más
importante de lo que parecía mientras se estudiaba.
La
cafetería estaba tan atestada como la biblioteca. A aquellas horas,
todos necesitábamos gasolina. Algunos como a nosotras, nos bastaba
sólo con la cafeína, otros ya estaban matando el gusanillo del
hambre con algún sándwich o dulce.
Nos
bebimos el café de pie, mientras charlábamos de cualquier cosa que
no tuviera relación con lo que nos esperaba encima de la mesa de la
biblioteca dónde habíamos dejado a Amanda. Pero también que fueran
temas lo suficientemente triviales como para no distraernos o
preocuparnos. Y aunque nosotras lo estábamos consiguiendo, no
pudimos evitar que uno de los temas “prohibidos” nos pasara por
delante. David cruzó la sala hasta nosotras, quitándose sus cascos
azules de los oídos y sonriéndonos ampliamente a las dos, con esa
mirada de pillo que le daba un aire despreocupado (para mí) y sexy
(para Liliam). Noté como Lil se tensaba a mí lado y dejaba el café
sobre la barra. No había nadie que la pusiera tan nerviosa como él.
- Hola chicas. ¿Recuperando fuerzas?
- Sí. ¿Quieres uno? – le ofrecí señalando mi taza.
- No, gracias. Para mi cuerpo el café es como una bomba. – se puso la mano en el estómago. – Pero aceptaría un donuts. – sonrió de medio lado y le invité a ese capricho. – Muchas gracias. – dijo al recibirlo de la chica del mostrador.
- Es lo menos después de lo de ayer.
- ¿Salió bien? – preguntó con esperanza.
- No pude quedarme mucho tiempo, pero no estuvo mal.
- Me alegro. – le dio un mordisco al donuts. – Ese Matt es un tipo extraño, pero me cae bien. Y aunque se necesita un abrelatas para que te cuente algo, al menos confesó que estaba contento de haberte encontrado aquí, que siempre había querido hablar contigo y que espera no cagarla. – entrecerré los ojos. – Rach, si supiera lo que significa, ya te lo habría dicho. – me aseguró. - ¿Y a ti qué te pasa? – miró a Lil que jugueteaba con el borde de mi camiseta casi inconscientemente. – Estás muy callada.
- Nada. – respondió con inseguridad y pareció querer esconderse tras su flequillo y sus largas pestañas. Parecía tan frágil que no la reconocía.
- ¿Seguro? Ayer me dejaste con la palabra en la boca y hoy apenas hablas. ¿Dije algo que te molestara?
- No. No hubo nada que me molestara. – la seguridad pareció volver a los labios de mi amiga. – Sólo es que me pareció que ibas demasiado deprisa y preferí cortarte un poco las alas. – desde luego, volvía a ser ella. – No quiero que creas que soy una cualquiera.
- ¿Así que piensas que yo tengo esa apreciación de ti? – la miró de reojo. – Está bien, quedemos mañana y te demostraré que te equivocas.
- Bueno, si tantas ganas tienes de demostrarlo... - Tuve que contener la sonrisa. Como si ella no estuviera deseándolo. - Por la mañana tengo que estudiar.
- ¿A las seis en los bancos de detrás de la Residencia?
- Allí te espero.
- Allí estaré.
El
chico asintió con la cabeza en un gesto de despedida y se encaminó
hacia la puerta. A medio camino se giró y me miró alzando el último
trozo de donuts que le quedaba, se lo metió en la boca y me guiñó
un ojo agradeciéndome de nuevo la invitación.
Tal
como desapareció tras los cristales de la entrada, mire a Lil con
reproche.
- Eh. – alzó un dedo acusador. – No me mires así. No pienso rebajarme a ningún tío por mucho que me guste. Y…
- ¿Y?
- Y se acabó la conversación.
Amanda
seguía donde la dejamos, apoyando la cabeza sobre su mano y
deslizando su bolígrafo de un lado a otro de la libreta. Al
percatarse de nuestra presencia me miró sonriente. Me gustaba verla
sonreír así, aún sabiendo que la procesión se lleva por dentro,
también sabía que se sentía bien por tenernos a su lado. Le
devolví el gesto y ella miró hacia Lil con la misma alegría, pero
nuestra amiga ya estaba metida entre sus psicoanálisis prácticos y
no parecía querer saber nada del resto del mundo. Amanda volvió a
mirarme con la frente arrugada. Le hice un gesto con la mano que ella
comprendió al instante: Después hablaríamos.
Estuvimos
aproximadamente una hora más estudiando, hasta que nos entró
hambre. Tanto Amanda como yo, habíamos observado a Lil, que no había
apartado la vista de sus libros ni un momento. De camino al comedor
se había disculpado para ir al baño a refrescarse la cara. Yo
aproveché aquel instante para explicarle a mi compañera lo
ocurrido.
Durante
el almuerzo, habíamos intentado sacarle el tema, pero se negaba en
rotundo a hablar del asunto. Nos dijo que no tenía importancia y que
necesitaba estar despejada y descansada para estudiar, así que comió
poco y se fue a su habitación a dormir.
Amanda
había quedado esa tarde con Fred y Sarah. Quería explicarles su
situación con Eric y estar con ellos un rato después de todo lo que
había pasado. Me invitó a ir con ellos pero preferí aprovechar el
tiempo para salir a correr. Mientras comíamos había recibido un
mensaje al móvil. “ESTA
MAÑANA SALÍ A CORRER Y ME ACORDÉ DE TI. ESPERO QUE PRONTO ME
ACOMPAÑES. MATT”.
Había puesto una sonrisa tan tonta que mi compañera supo al
instante de quién era el mensaje. Sin embargo Lil, se había
limitado a decir
“cursi" mientras
maltrataba su puré de patatas con el tenedor.
Estaba
en mi habitación, me había cambiado y me había puesto mis
zapatillas deportivas favoritas. Las miraba en el umbral de mi puerta
mientras hacía pequeños calentamientos y recordé la primera vez
que las vi. Justo cuando creí que él me había tomado el pelo y que
todo había sido una broma de mal gusto. Las encontré dentro del
paquete que le había dado a mi madre la noche anterior, junto
aquella carta que tenía gastada de tanto leer.
Cuando
abrí la puerta, sonreía de oreja a oreja, y al mirar al frente, vi
a Peter, con la mano alzada y cerrada en un puño.
- Me has leído el pensamiento, estaba a punto de llamar. – me miró de arriba abajo. – Y parece que tú a punto de salir. ¿Dónde vas tan sonriente?
- Iba a correr, pero si necesitas algo…
- No, nada. Sólo quería charlar contigo un rato, pero no importa, en otro momento. – dijo girándose para irse.
- Espera. – le puse una mano en el hombro. – Podría cambiar correr por caminar y así podrías acompañarme, si quieres.
- Claro. – sonrió. – me encantaría.
- Pues vamos.
Cruzamos
los jardines y los aparcamientos de la residencia y nos encaminamos
hacia el lago. Sabía que era un lugar que le gustaba y dónde se
sentía más relajado.
Era
pleno invierno pero el sol pegaba con fuerza aquel día. Había
algunos chicos practicando piragüismo dentro del agua. Otros, en la
orilla, jugaban al fútbol. Cerca de los árboles, había un grupo de
chicas intentando aprovechar aquellos rayos de sol tan generosos. Se
habían recogido los pantalones hasta dónde había conseguido
doblarlos sobre sus piernas, y todas llevaban puesta una camiseta de
tirantas celeste. Debían ser algún grupo de animadoras del Campus.
Peter
había estado muy callado hasta llegar allí, sólo me había
preguntado por las chicas y por los exámenes. Sabía que ocultaba
algo, pero parecía difícil de descifrar.
- ¿Qué te pasa? – pregunté sin más rodeos. – Estás muy serio.
- Es por los exámenes. Tengo que preparar un montón de cosas y no sé por dónde empezar. Lo alumnos os creéis que los profesores no nos estresamos, que para nosotros es fácil, pero estáis muy equivocados.
- No sabía que había salido a caminar con mi profesor. – bromeé. – Creí que era un amigo.
- Lo soy, un amigo estresado por su trabajo. – sonrió.
- ¿Sólo eso? – Le miré a los ojos. – ¿De verdad?
- Pues no. No es sólo eso. – miró al lago. – Lo cierto es que me sentó fatal verte con Hurley. – se sentó en el césped y con un gesto me pidió que lo acompañara. – No creí que me molestaría tanto, pero quizás es cierto eso que dicen.
- ¿Qué dicen? – me senté a su lado.
- Que una chica te gusta más si te dice que no.
- Peter… – agaché la mirada.
- Respóndeme una cosa. – le miré de nuevo, se había girado hacia mí y apoyaba el peso del cuerpo en su codo. – ¿Es por él o es por mí?
- Por ambos. – intenté ser tan sincera como él. Era lo justo.
- Explícate.
- Por él, porque me gusta de verdad, no es una niñería. Cuando estoy a su lado me es difícil pensar en nadie más. Y…
- Es suficiente, lo he entendido. – dijo apretando las mandíbulas. .- ¿Y qué parte de culpa tengo yo?
- Ninguna. No es tú culpa, Peter. Eres atractivo, inteligente, sincero y un montón de cosas buenas más. Pero también eres mayor que yo y mi profesor. Eso no es culpa tuya, pero si hace que no pueda verte como algo más que un amigo.
- ¿En serio te importa tanto? Porque yo no lo veo así.
- ¿Y cómo lo ves tú?
- Yo acepto que él te guste más y que estés enamorada. - ¿él también lo creía? – Pero lo de mi edad y mi profesión me parecen más bien excusas. – lo miré sorprendida. – Creo que no quieres aceptar que yo también te gusto.
- ¿No piensas decir nada? - preguntó tras unos segundos.
- No tengo nada que decir.
- Entonces ¿Lo aceptas? - insistió.
- ¡No! – le miré indignada. – Creí que ibas a dejarlo correr y a alegrarte por mí. Y en vez de eso, me pones entre la espada y la pared. – me levanté de un salto. – Tengo que medir mis palabras cada vez que hablo contigo. No quiero hacerte daño, no quiero que te confundas y aún así, siempre tengo que explicarte que entre tú y yo no hay nada. – me miraba serio, con los brazos cruzados en el pecho. – Puede que sea verdad, puede que me gustes un poco. Pero es sólo un poco. Y no tiene nada que ver con lo que siento por Matt, por eso nunca le he dado importancia. – Peter sonrió de medio lado y se puso de pie. - ¿Se puede saber por qué sonríes? – Me sentía tan enrabietada que no soportaba verle sonreír.
- Porque eso me vale.
- ¿El qué?
- Que te guste un poco. – Me quedé con la boca abierta. ¿Yo había dicho eso? Oh, sí, lo había dicho.
- Pero también he dicho que no le doy importancia.
- Pero yo sí. – Se acercó a mí y di un paso atrás. Estaba tan cabreada que no lo quería cerca. – Sé que ayer te dije que me conformaba con ser tu amigo. Pero después te vi con él y… no puedo. – bajó la cabeza y se miró las manos. – Creí que era una tontería y que me olvidaría de ti fácilmente, pero no lo es. Así que voy a respetar lo que decidas, y sé que ahora tú decisión sólo se llama Matt. Pero estaré ahí, siempre, no pienso dejar de intentarlo, no mientras vea una mínima posibilidad. – me miró de nuevo a los ojos. – Y la veo.
No
sabía por qué estaba tan enfadada con él, pero lo estaba. Intenté
distraerme con algo. Puse la tele, escuché música, cogí un
libro…nada. Le mandé un mensaje a Lil, quizás hablando con ella
conseguiría tranquilizarme. Al poco tiempo, la puerta de mi
habitación se abrió y entró Lil, acompañada de Amanda. Se habían
encontrado por el pasillo. Mejor, entre las dos sería más fácil.
Les
conté todo de principio a fin, y me escucharon con atención.
- ¿Por qué creéis que estoy tan cabreada?
- Sencillo. – dijo Amanda con un hilo de satisfacción en su voz. – La verdad duele. Y encima se la has escupido a la cara, y le has dado razones para seguir luchando por ti. Que es algo que no entendía que dejara de hacer. Ahora ya sé por qué era, quería asegurarse.
- Sí, y además de eso, te lo ha puesto difícil. - agregó Lil. - Y eso que ya lo tenías complicado sólo con Matt.
- Pienso pasar de él. No voy a comerme la cabeza.
- No lo harás. – me aseguró mi compañera. – Te cae bien, te gusta que te trate así, te hace sentirte bien.
- Pero no quiero que intente ligar conmigo, me resulta muy incómodo.
- O no ¿Quién sabe?
- ¡Amanda! Deja ya ese favoritismo que tienes respecto a Peter. – me miró asombrada.
- No es favoritismo. Me cansaba que negaras tanto la evidencia. Y reconócelo, lo de Matt está complicado.
- Me da igual, voy a luchar por él.
- Tú allá, luego no digas que no te lo advertí.
- Lil… – la miré con desesperación. – Ayúdame.
- Yo estoy en el equipo de Matt, lo sabes. – contestó.
- Gracias.
- Pero sobre todo estoy en el tuyo. Y Amanda también lo está. – las miré. – Todo lo que te decimos es lo que creemos mejor para ti. Seguro que si Peter la caga, Amanda será la primera en mandarlo a la mierda. – mi compañera asintió, dándole la razón a Lil. – Él que te haga feliz será el bueno para nosotras.
- Pero yo quiero estar con Matt. – me dejé caer en la silla, aturdida. – Es lo que siento.
- Lo sabemos. – dijo Amanda. – Y te prometo que deseo con todo mi corazón que salga bien. – Se quedó en silencio unos segundos. – Quizás intento protegerte demasiado. No siempre el chico perfecto que sientes que es el amor de tu vida, lo es. – sus ojos se escurecieron más de lo que ya eran. Liliam también se dio cuenta.
- Lo que Amanda quiere decir, es que todos son unos capullos universales. – le puso una mano en el hombro a mí compañera que le sonrió con tristeza. – Y que siempre hay que tener una bala en la recámara.
- No sé qué tendrá pensado hacer Peter, pero, sea lo que sea, deberías dejarle bien claro cuál es tú opinión respecto a todo. – Amanda hablaba con calma, había recuperado la compostura. – Que no haya confusiones, que no pueda reprocharte nada. Con Matt, aún tenemos que saber por dónde va el juego.
- ¿Por dónde va a ir? Ponte un buen escote, como su novia, verás como bebe de tu mano en dos minutos. – sugirió Lil con su risa pícara.
- ¿Eso es lo que pasó ayer? ¿Se te olvidó el escote? – le pregunté.
- ¿De qué hablas?
- ¿Es que no piensas explicarnos qué pasa con David? Parece que ayer omitiste algo.
- No omití nada. La conversación acabó dónde os dije. Me levanté y le dije que tenía que irme.
- ¿Y por qué te fuiste? – le preguntó Amanda.
- Porque me dio la gana.
- Liliam, eso no es muy maduro. – opiné. – y tú actitud con él hoy, tampoco.
- Me da igual.
- ¿Qué diablos te pasa? Somos tus amigas. – le recordé. – Si algo te preocupa, puedes contárnoslo.
- No me gusta y ya está.
- Sí, ya. – ironizó mi compañera.
- No me refiero a él. – la voz de Lil parecía apagada. – Lo que no me gusta es que me conozca tan bien. Que haya encontrado mis puntos débiles sin tan siquiera hablar conmigo, me provoca inseguridad. – sentí un pinchazo de culpabilidad en el estómago. – Me hace sentir que no puedo defenderme, que sabrá dónde atacar. Y sí, me da miedo. Ya lo he dicho. ¿Contentas?
- No. – contestó Amanda. – No buscábamos que lo aceptaras, sólo que te desahogaras. Además, no puedes estar pensando en que quiere dañarte. Eso es ilógico.
- Ya lo sé, pero no puedo evitarlo. Y si me suelta a las primeras de cambio todo lo que sabe de mí… menos.
- Sólo intentaba ganar tu confianza. – le dije con la vista fija en el mantel.
- Pues ha provocado todo lo contrario.
- Lo sé. Y yo tengo la culpa. – confesé.
- ¿Qué?
- ¿Pero quién te ha dado permiso para contarle mi vida? – que me mirara así, dolía.
- Lo siento, Lil, no eran preguntas muy íntimas. No sé cómo se las ha arreglado para descubrir todo lo demás.
- ¡Ni mi color favorito! ¡No tenías derecho ni a contarle mi color favorito!
- Creí que era una buena idea.
- Y yo creí que se podía confiar en ti. – cruzó los brazos sobre el pecho y miró hacia otro lado con los labios apretados y el ceño fruncido.
- No seas injusta, Liliam. – era Amanda la que hablaba. – Hablas como si Rachel te hubiese traicionado cruelmente y tampoco es para tanto.
- Tú no te metas. – su mirada echaba chispas.
- Claro que me meto. Entiendo que hace poco tus amigas y tu novio te jodieran la vida. Pero no todo el mundo es así, y menos Rach. Creo que ha demostrado sobradamente que es tu amiga, tu amiga de verdad.
- Y ese chico tampoco ha hecho nada malo. Sólo quería romper el hielo. A mí me parece que se lo trabajó bastante, que intentó conocerte a través de tu mejor amiga y se inventó un método bastante romántico. - concluyo mi compañera.
- Sea como sea, tenía que haber averiguado todo eso por mí y no por nadie.
- ¡Pues hubiese averiguado una mierda! – le grité y me miró sorprendida. – ¿Qué le ibas a contar Liliam? ¿Qué le hubieras dicho sobre ti? ¡Nada! Absolutamente nada importante. Os hubieseis llevado dos horas juntos y él hubiese salido igual de perdido contigo. – ahora era ella la que intentaba controlar las lágrimas. – Tanto que presumes de carácter y no tienes valor de enfrentarte a tus problemas. Por eso huiste de Italia. – Lil cerró los ojos y por sus mejillas resbalaron dos gotas de dolor. Me di cuenta entonces de cuánto me había pasado. Me llevé la mano a la boca. – Lo siento. No quería decir eso.
- Sí querías. – aún seguía con los ojos cerrados.
- En serio, yo no… – miré a Amanda que tenía la mirada clavada en el suelo. – Liliam – me acerqué a ella, me acuclillé delante de su silla y le puse las manos en las rodillas. – De verdad que no pretendía herirte.
- Lo sé. – por fin me miró. No había rabia ni reproche, sólo tristeza. – Sólo has dicho la verdad. – se puso las manos en la cara y su voz apenas era audible entre ellas. – Huí, huí de mi país, de mi casa, de todo lo que me importaba sólo porque un capullo y una zorra me la pegaron. No tuve el valor de enfrentarme a ellos, ni siquiera se lo dije a nadie, simplemente busqué una universidad lejos, muy lejos. Mis padres no lo entendieron, nadie lo entendió. Pero aquí estoy, portándome como una imbécil con personas a las que les importo y que intentan ayudarme.
- No voy a soltarte. Y tampoco voy a dejar que me exculpes de la gilipollez que ha salido de mi boca. Nunca tendría que haber dicho eso. – apretó los párpados y tragó. – Pasara lo que pasara allí, no soy quién para juzgarte. Es tu vida. Pero creo que ahora pertenezco a ella, tanto yo como Amanda y en menor medida, David. Sólo te pido un favor, y creo que hablo en nombre de todos, sé tú misma y olvídate del miedo.
- Sé que tengo que hacerlo, pero no puedo. – balbuceó.
- Si sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, estás peor que antes. Confucio. – Ambas miramos asombradas a Amanda. – ¿Qué? – se encogió de hombros. – Me has recordado a esa cita. – le dijo a Lil. Luego se acercó, le secó las lágrimas y la besó en la frente. – Todos hacemos y decimos tonterías de vez en cuando. Algunas más bestias que otras pero, al fin y al cabo, tonterías. Sólo tenemos que aprender a olvidarlas y seguir adelante.
- Intentaré haceros caso y controlarme un poco. Y tú… – me miró a través de sus pestañas. – No vuelvas a intentar ser más chula y borde que yo nunca más.
- Prometido. – le sonreí mientras alzaba una mano.
Todas hacemos y decimos tonterías de vez en cuando. Sólo tenemos que aprender a olvidarlas y seguir adelante. Un beso Sofi
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