Bienvenido a este blog, dónde podrás descubrir un mundo lleno de personajes que sienten como tú. Comparte conmigo este sueño y ayúdame a alcanzarlo.

Espero que disfrutes leyendo tanto como yo lo hago escribiendo, porque en esta historia también estás tú, que aprendiste a madurar, a conocer, a enamorarte, a elegir, a equivocarte…

Todos vivimos nuestro propio Riverside.

martes, 8 de enero de 2013

CAPÍTULO 12 (Parte 2)

Crucé los arcos de la entrada de la biblioteca a toda prisa para llegar cuanto antes a la torre. Aún quedaba para que cayera la tarde, pero el frío ya empezaba a calar por la ropa, tanto que me abracé a mí misma con los puños metidos por dentro de mi sudadera de la universidad. El equipo de soccer femenino pasó corriendo por mi lado, todas ataviadas con sus equipaciones de entrenamiento azul con las letras UCR en blanco sobre el pecho. Me dieron ganas de unirme a ellas para quitarme el frío, pero no podía, me esperaban.

Busqué por el césped de los alrededores y encontré a Amanda sentada bajo uno de los árboles que franqueaban la torre, tenía las piernas encogidas y apoyaba sus codos en su carpeta mientras miraba fijamente a su móvil. Intenté buscar alguna pista en su expresión, pero parecía completamente normal. En cuanto llegué hasta ella y me senté a su lado apoyando la espalda en el árbol, echó su cabeza en mi hombro sin mediar palabra.

  • ¿Qué haces? – le pregunté señalando a su móvil. – Creí que pasaba algo urgente.
  • Estoy viendo por última vez mis buenos recuerdos con Eric. – levantó la cabeza y me miró a los ojos. Parecía cansada y triste, pero no tenía síntomas de haber llorado o de que fuera hacerlo. – Hemos roto. – volvió a posar la cabeza en mi hombro como si nada. – Y sí, te necesitaba urgentemente.
Me necesitaba. Por primera vez en mi vida alguien me decía aquello. Tuve sentimientos que se encontraban dentro de mí. Por un lado, me sentí realmente bien, que alguien que me importaba como ella, me necesitara en los momentos difíciles, me daba la seguridad de haber hecho las cosas bien, de haberme entregado al máximo. Pero también significaba una gran responsabilidad y sobre todo, que algo iba mal para ella.

  • Este es el último mensaje que me ha mandado.
Me entregó el móvil como si pesara toneladas. La pantalla estaba iluminada y se podía leer con claridad: “NO VOY A DARLE MÁS VUELTAS. NO PUEDO ESTAR CON ALGUIEN EN QUIÉN NO CONFÍO. LO SIENTO.” Lo leí un par de veces, aún algo confusa por todo aquello.

  • Espera, espera. – me incorporé y me giré hacia ella, que se obligó a mirarme a la cara. – ¿Esto quiere decir que después de todo, es él el que te deja a ti? ¿Y por mensaje? No puedo creerlo. – me indigné.
  • Ya ves. – dijo agotada y se reclinó contra el árbol. – Aunque imagino que es lo fácil. Lo difícil hubiese sido enfrentarse a su orgullo, a sus equivocaciones.
  • ¿Pero has hablado con él?
  • Sí, quedé con él hace un rato. Le volví a explicar todo por enésima vez, le dije que cada uno tiene su forma de ver las cosas, pero que tratar así a Fred sólo porque es gay, no me parece lo más correcto. - negó un par de veces con la cabeza y sonrió irónica. - ¿Y sabes qué hizo? – se levantó de un salto llena de indignación y rabia. – Me miró como si fuera imbécil y me dijo que para él no era ningún problema que Fred fuera gay, que su problema era yo, sólo yo. Que por haberle ocultado el secreto de su mejor amigo había conseguido hacerle pensar mal de los dos, que habíamos sido nosotros los que habíamos convertido todo en algo mucho más dramático de lo que era, y todo se debía a mi afán de protagonismo y a mi afición de ocultarle cosas. – si hubiese sido un dibujo animado, habría hecho un agujero en el suelo de tanto dar vueltas. – Y qué si él desconfiaba de mí, era simplemente porque yo… ¡le daba motivos! Luego se marchó y me mandó ese mensaje de mierda. – se clavó de rodillas frente a mí, me cogió de las manos y las apretó. – Rach, si esto es una puta pesadilla, por favor, despiértame de una vez.
Seguía sin haber lágrimas en sus ojos, pero estaban encendidos de dolor, de incomprensión e impotencia. Me apretaba tan fuerte las muñecas que me estaba clavando las uñas. Recordé la noche en que se derrumbó delante de mí, se había roto en mil pedazos porque pensaba que había perdido a Eric. Me confesó que él era todo para ella y cuando por fin lo recuperó, casi lloraba de alegría. Tan feliz estaba que no quiso escuchar a Fred, que como el mejor amigo de su chico, había visto antes que nadie que ya no era el mismo.

Me sentía tan confundida como ella, no sabía bien qué decir ni qué hacer. Quería abrazarla y decirle que todo saldría bien, pero no podía, no podía porque era mentirle, porque sabía que las cosas no estaban bien y que por mucho que ella deseara, aquello no era una pesadilla, era real.

Giré mi cabeza buscando una salida, una respuesta que darle. Me fijé en la gente que había por el Campus aquella tarde y deparé en unos chicos que practicaban capoeira a pocos metros de nosotras. Aquello me dio una idea.

Me deshice de su llave de muñecas y me levanté. Cogí sus cosas y la agarré de la mano.

  • Ven conmigo. Sé justo lo que necesitas. – Amanda me miró extrañada pero se dejó arrastrar.
Cruzamos el campus a grandes zancadas sin que ninguna de las dos dijera una sola palabra y en pocos minutos llegamos a nuestro destino. Entramos por la puerta principal y nos paramos en el vestíbulo.

  • ¿Se puede saber qué hacemos en el gimnasio? – mi compañera miraba de un lado a otro sin comprender.
  • Adrenalina. – me giré para mirarla. – Necesitas soltar adrenalina y como no hay ningún parque de atracciones cerca…
La dejé mirándome con una ceja arqueada y me acerqué al mostrador. Conocía al chico que estaba detrás, estábamos juntos en historia. Lo recordaba bien porque no había parado de tirarle la caña a todas las chicas de la clase desde primeros de curso. Con poca fortuna, por cierto.

  • Hola. – dijo sonriente. – ¿En qué puedo ayudaros?
  • A mi amiga la acaba de dejar su novio y tiene que desahogarse. – le entregué mi carnet de estudiante. – Necesitamos un par de guantes de boxeo y otro par de esos para pegar.
  • Ahora mismo… Rachel Parker. – su sonrisa se ensanchó y se metió en la habitación que tenía a sus espaldas.
  • ¿Unos guantes de boxeo? – mi amiga me miraba horrorizada.
  • Es una terapia que vi en una peli. Siempre he querido probarla, pero nunca he estado lo suficientemente cabreada.
  • Así que soy tu conejillo de indias ¿no?
  • Sí, puede decirse de ese modo. – le sonreí.
  • Aquí tenéis. – el chico soltó los accesorios en el mostrador. – La sala 4 está libre, podéis usarla.
  • Muchas gracias.
  • Espera. – Se acercó a mí, se aclaró la garganta y bajó la voz. – ¿Crees que tu amiga aceptaría olvidarse de ese tío conmigo? Puedo ayudarla a consolarse.
  • Siempre que quieras ser su sparring, sí.
  • Está bien, lo pillo. - se alejó un poco y sonrió con confianza. - ¿Y tú? Me gusta como usas el lenguaje deportivo. Podríamos…
Cogí los dos pares de guantes con una mano, la muñeca de Amanda por otro y lo dejé con la palabra en la boca mientras ambas nos encaminamos a la sala número 4.

  • Me gusta como avanzas en las técnicas de la señorita Albertalli.
  • Es un privilegio disfrutar de sus clases particulares en todo momento. – Mi amiga sonrió casi como si se sintiera culpable de hacerlo.
Cruzamos la sala de máquinas, prácticamente todo el equipo de fútbol y el de baloncesto estaba allí, ocupando las tablas de pesas y animándose unos a los otros. Era espeluznante oír como gritaban cuando no podían más.

Las cintas de correr estaban habitadas en su mayoría por chicas. No entendía como teniendo un campus tan verde y tranquilo, podían ir al gimnasio a correr.

Pasamos también por las salas de aerobic y de spinning, la música retumbaba a todo volumen tras los muros. Nunca me habían gustado los gimnasios, me daban claustrofobia, sin embargo estaba allí por una buena causa.

La sala número 4 estaba vacía, tal y como había pronosticado mi compañero Casanova. Era una habitación pequeña, con espejos en vez de paredes, parecida a una mini sala de danza. Tenía una fina colchoneta azul que cubría prácticamente toda la sala. Nos descalzamos y entramos en ella antes de ayudar a Amanda a ponerse los guantes y ajustarme los míos.

  • Está bien, pega. – le dije colocándome en el centro de la colchoneta y alzando mis manos.
  • Rachel. - miró alternativamente sus guantes. – No tengo ni idea de cómo se pega. Enséñame primero como no partirme una muñeca.
  • ¿Qué te crees que soy? ¿Una especie de wikipedia deportiva andante? Yo tampoco tengo ni idea de cómo se hace, pero simplemente mantén los puños bien firmes y pega de frente.
  • Tú ganas. – se encogió de hombros. – Lo intentaré.
Mi compañera se puso los guantes en la cara y luego me lanzó un par de derechazos que apenas noté.

  • ¡Con más ganas! – la animé.
Volvió a intentarlo pero sus puños eran débiles y no parecía tener ánimos.

  • No sirve de nada, Rach, no me inspiras violencia. Te lo agradezco pero…
  • No, no te rindas. – me quedé pensando una solución. – ¡Lo tengo!
Me quité los guantes bloqueadores y fui hasta la percha dónde habíamos dejado nuestras cosas. Cogí la cartera de mi amiga y la abrí, dentro encontré justo lo que buscaba. Luego saqué del bolsillo de mi sudadera un paquete de chicles y me metí dos en la boca para masticarlos lo más rápido posible.

  • ¿Qué haces? – preguntó Amanda con impaciencia.
  • Algo asqueroso. – confesé de espaldas a ella. – Pero creo que funcionará.
Me saqué los chicles de la boca, que ya eran uno solo y los pegué sobre la foto de Eric que había sacado de la cartera de mi compañera, luego me lo pegué sobre la frente y me di la vuelta. Amanda se me quedó mirando con la boca abierta y una expresión de incredulidad.

  • Creo que ahora si querrás pegarme.
  • No puedo creerlo. – mi compañera se echó a reír a carcajadas. – Deja que te haga una foto, esto tiene que verlo Lil.
  • Las fotos luego, ahora cabréate.
  • ¿Y cómo hago eso si tienes una foto pegada con chicle en la frente? - seguía riendo.
  • Concentrándote. – me acerqué a ella y me volví a enguatar. – Fija la vista en la foto y escúchame.
  • Está bien. – se puso en posición e intentó dejar de sonreír. – Empieza.
  • Quiero que comiences a dar puñetazos, y que vayas soltando toda la rabia que tienes mientras me escuchas. – Amanda me fue lanzando puñetazos con timidez. – Recuerda todo lo bueno que habéis pasado juntos. Acuérdate de cuando fuisteis a San Francisco y piensa en todos los besos que os distéis. - su respiración se aceleró y endureció su rostro. - En cómo se te aceleraba el pulso cuando se acercaba a ti, en cuando hacíais el amor. – sentí la tensión en su brazo, sus ojos se llenaron de lágrimas, y los golpes empezaron a ser más secos. – Ahora recuerda este verano, todo el jaleo con tu jefe y la pelea que tuvisteis. – las lágrimas le corrieron por la mejilla, uniéndose a las gotas de sudor que empezaban a empapar su cara y su cuerpo. Soltaba el aire sonoramente por la nariz. – Escucha de nuevo en tu cabeza las palabras de Fred, advirtiéndote sobre él y cómo no quisiste escucharlo. – apretó los dientes y comenzó a pegar más duro. – Y visualízalo echándote en cara que eres tú la culpable de sus desconfianzas, que sólo tú tienes la culpa de que hayáis roto. – cada vez soltaba golpes más enrabietados. Estaba pegando tan duro que me costaba recibirlos sin dar pasos hacia atrás. – Ya lo tienes todo en tu cabeza, ahora suéltalo, Amanda ¡suéltalo! – mi amiga se descontroló por completo con un grito que le quemaba la garganta.
  • Maldito cabrón egoísta y orgulloso. ¿Cómo diablos puedes reprocharme nada? – Sus puños eran rápidos y más fuertes de lo que creía que podía pegar Amanda. Tuve que unir mis manos delante de mi pecho para controlarla mejor. – Te lo he dado todo. Te he querido desde el primer día que te vi, he planeado un futuro contigo ¿Cómo puedes desconfiar de mí? ¿Cómo puedes hacerme esto?
Su puño derecho salió disparado hacia mi cara y tuve el tiempo justo de retirarme para que no me diera. Mi amiga cayó al suelo de rodillas del mismo impulso, pero siguió agitando los guantes, golpeando con rabia y desesperación la colchoneta. Empezó a ahogar sus gritos en su propio llanto hasta que dejó de sacudir la lona y se quedó allí plantada, con la frente apoyada en el colchón y las manos cubriéndole la cabeza.

Me quité los guantes y me senté a su lado, dejándola desahogarse unos instantes. Al cabo de un rato se enderezó con dificultad y me miró entre los mechones que se le habían soltado del moño que casi siempre llevaba. Los pelos se le pegaban al rostro y a la nuca a causa del sudor y las lágrimas. Se los retiré con la mano mientras ella se secaba la cara con el antebrazo.

  • ¿Mejor? – pregunté casi en un susurro.
  • Creo que sí. – cerró los ojos y respiró profundamente. – El nudo que tenía en el pecho ha desaparecido. Creo que has conseguido que me desahogue. – se tumbó bocarriba en la colchoneta, extendiendo los brazos en cruz.
  • Menos mal, porque casi me arrancas la cabeza.
  • Lo siento. - frotó mi brazo con su mano para acentuar la disculpa. - Estoy tan decepcionada con él que he sentido ganas de abofetearlo mientras me miraba desde ahí arriba. – señaló mi frente. – Aún no puedo creerlo.
  • Ni yo. La verdad es que creí que os reconciliaríais fácilmente.
  • Me siento perdida, Rachel. Teníamos tantos planes juntos… - Las lágrimas volvieron a los ojos de mi amiga.
  • Sé que no hay nada que pueda decirte para hacerte sentir mejor, pero eres joven, guapa, inteligente… joder, tienes tantos pros que no entiendo qué haces llorando por un tío. Tendría que ser él el que estuviese lamentándose.
  • ¿Sabes? Tienes razón. – se inclinó hasta quedar sentada. – Sé que no voy a olvidarle de la noche a la mañana, son demasiados recuerdos, pero no pienso perder más mi tiempo. Si eso es lo que quiere... ¡Que le den!
  • Como diría Lil, sólo es un tío. – las dos sonreímos y noté un cosquilleo por mi frente.
  • Y además se ha rendido. – dijo señalándola. – Tocado y hundido.
Me miré en el espejo y vi a lo que se refería. El chicle había perdido su efecto pegamento a causa del sudor y la foto de Eric colgaba bocabajo sobre mi nariz. Las dos reímos a carcajadas.

Al llegar a nuestra habitación, Amanda parecía otra persona. No había parado de sonreír y hacer chistes sobre lo que yo parecía con los guantes y la imagen de Eric en la frente, gritándole que me pegara. Me había obligado a volver a pegarme bien la foto y había usado su móvil para inmortalizar el momento, y así, poder reírse de mí junto con Liliam. Sin embargo, a veces se quedaba con la mirada fija en algo y la rabia le cruzaba por los ojos, pero sólo duraba un segundo. Al instante parecía recordar la promesa que se había hecho a sí misma sobre no sufrir por él y volvía a sonreír tranquilamente.

Estábamos echadas en la cama viendo la televisión. Nos habíamos duchado y habíamos pedido unas pizzas mientras esperábamos a que Lil apareciera. Nos había avisado por mensaje de que estaba apunto de llegar y que tenía mucho que contarnos. Yo también tenía que contarles lo sucedido con Peter y Matt pero preferí esperar a que estuviesen las dos.

  • O Liliam aparece o me quedo dormida. – Amanda se estiró y bostezó. – Me siento muy relajada. – sonrió.
  • Estoy harta de deciros que hagáis deporte, es totalmente desestresante.
  • A lo mejor te hago caso y me apunto a kick boxing, creo que no se me da mal. – bromeó.
Como si hubiera escuchado a Amanda, Lil aporreó la puerta con impaciencia. Me incorporé de la cama para abrirle y entró como un ciclón. Pasó por mi lado tirando su bolso en la silla del escritorio, se descalzó y se tiró en mi cama bocarriba con los brazos extendidos sobre su cabeza y no paraba de sonreír.

  • Chicas. – llamó nuestra atención, como si no la tuviese ya. – ¡Me he enamorado!
  • ¿Ah sí? ¿De quién? – bromeó Amanda.
  • Del monstruo del lago, que se me ha aparecido hoy y es monísimo.
  • ¡Venga ya! – me senté a su lado. – No te hagas la interesante, cuéntanos qué tal.
  • Pues... – se incorporó de un salto y se rió de esa forma tan peculiar que tenía. – Genial. – dijo nerviosa.
  • ¿Has estado toda la tarde con él? – preguntó mi compañera mientras se levantaba a por las pizzas.
  • Sí. Primero estuvimos estudiando un rato y la verdad es que me pareció un soso porque se lo tomó bastante en serio.
  • ¿Y cómo quieres que se lo tome? – sujeté las pizzas mientras Amanda acercaba una silla para usarla de mesa. - ¿Acaso no era para lo que habíais quedado?
  • Ya, pero creí que iría más al grano. – respondió como si aquello hubiera sido lo lógico. – En fin, que me hizo darle una clase particular de italiano. – sus ojos se fueron al techo y sonrió. – Pronuncia tan bien…
  • ¿Y después qué? – pregunté mientras me llevaba un trozo de comida a la boca.
  • Después fuimos a dar un paseo por los jardines y no sentamos en un banco a charlar. – me miró de reojo. - Al principio empezó a aburrirme hablándome de ti y de tu vecino. Al parecer, Matt le tiene intrigado, dijo algo así como que es su proyecto estrella. – entrecerré los ojos. – Ni idea de lo que significa, ragazza, así que no preguntes. – me encogí de hombros. – Total, que por fin vi algo de tonteo por su parte y me puse a la defensiva para mantener mi sitio. – Amanda y yo pusimos los ojos en blanco a la vez. – Pero me sorprendió pidiéndome que le dejara mi mano. Al principio me costó aceptar pero luego me convenció y me preguntó si alguien me había leído la mano alguna vez. Le dije que no, por supuesto, que no creía en esas chorradas. Entonces él sonrió con tranquilidad y me la sostuvo con firmeza. Sus grandes y fuertes manos sobre mis delicadas y frágiles manitas.
  • Lil ¿Tienes que ser tan novelera? – preguntó Amanda con media sonrisa.
  • No sabéis apreciar lo bueno. – negó con la cabeza simulando estar herida. – Vosotras os lo perdéis. – suspiró. – Total, que me cogió de la mano y empezó a pasar un dedo por mi palma. Me hacía cosquilla y él disimuló una sonrisa mientras se concentraba en lo que estaba haciendo. Entonces empezó a hablar y me quedé con la boca abierta. Me dijo que veía que era feliz, que había encontrado estabilidad y que por primera vez estaba tan segura de mí misma como de la gente que tenía a mi alrededor. Que era una chica con un carácter fuerte, capaz de cualquier cosa, incluso de hacerse miles de kilómetros sólo para desaparecer de su antigua vida. Me quedé alucinada cuando dijo eso. También dijo que echaba de menos mi casa pero que aún habiéndolo creído imposible cuando decidí venir, ahora sentía que había tomado una buena decisión. Y después de todo eso, me dijo que también veía que me habían hecho mucho daño. Gente en la que confiaba, me había herido y que ahora me sentía insegura al conocer a alguien nuevo y que aunque os había encontrado a vosotras, con los chicos siempre estaba a la defensiva, que había construido un muro tan sólido y alto que ninguno podía pensar si quiera en traspasarlo.
  • ¡Joder! El psicólogo parece él.
Amanda estaba tan sorprendida como Liliam. Sin embargo, yo sabía que todo aquello tenía truco. David me había hecho un cuestionario aparentemente inofensivo el día anterior. Sin embargo, había conseguido una serie de respuestas sobre Lil que, de una forma impresionantemente inteligente y sutil, había adaptado a su persona y a su situación en California. No tuve que disimular mi asombro, aunque ellas no supieran que lo que lo provocaba era la astucia del chico y no sus poderes como adivinador.

  • ¿Y qué le contestaste? – pregunté con curiosidad.
  • Nada. Por primera vez en mi vida un chico me deja callada.
  • Recordadme que le ponga un monumento junto a la torre del reloj. – bromeé.
  • Desde luego lo merece. – me apoyó mi compañera.
  • ¿Podéis iros a la mierda? – nos reprochó Lil con cara de pocos amigos.
  • Venga sigue. – Amanda intentó no reírse. - ¿Qué pasó entonces?
  • Se me quedó mirando, con esos intensos ojos negros y me susurró: Creo que yo ya he conseguido escalar ese muro, pero desde aquí arriba, siento un poco de vértigo, así que, tendrás que ayudarme.
  • ¡Sí! ¡El romanticismo no ha muerto! – me congratulé con el puño alzado mientras mis amigas se reían.
  • Dime que le estampaste un beso de esos de película. – le pidió Amada sujetando su vaso de agua.
  • Pues… – Lil agachó la cabeza. – no.
  • ¿Qué? – Amanda y yo preguntamos al unísono.
  • Que no pude, me puse nerviosa, me reí como una tonta y retiré la mano. No os riais pero… me dio vergüenza. – Tal y como lo dijo, ambas soltamos una carcajada. Mi compañera casi se atraganta con el agua mientras Lil entrecerraba los ojos con furia. – ¡He dicho que no os riais!
  • Lo sentimos. – le dije intentando calmar mi risa. – Es que no teníamos ni idea de que supieras si quiera qué es la vergüenza. – volvimos a reír.
  • Si lo sé no os digo nada. – Lil cruzó sus brazos y frunció el ceño.
  • En serio, Lil, no te enfades. – le pidió Amanda. – Sólo estamos bromeando.
  • Pero esto para mí es serio.
  • ¿De verdad? – la risa se me cortó. – ¿Nos estás diciendo que te estás tomando a David en serio? Creímos que sólo querías pasar un buen rato con él.
  • Lo sé, yo también lo creía. – aún seguía enfadada, pero esta vez parecía estarlo consigo misma. – Pero él es… diferente.
  • No te confundas Liliam, todos son iguales. – Amanda también parecía cabreada. Lil la miró con curiosidad.
  • ¿Y a ti qué mosca te ha picado?
Amanda le contó lo sucedido con Eric. La rabia, la impotencia y la incredulidad, seguían instaladas en su voz, sin embargo, parecía haber digerido el mal trago y fue capaz de contarlo incluso usando la ironía. Liliam la miraba con los ojos como platos y yo sabía lo que estaba sintiendo, lo que le rondaba por la cabeza. Ella y yo siempre habíamos hablado de Amanda y Eric como una pareja ejemplar, como la manera de hacer las cosas bien, como ese modelo dónde fijarse para no equivocarnos cuando nos llegara el hombre de nuestros sueños. Y de repente, todo destruido por la desconfianza y los celos.

Era cierto que Amanda se había equivocado. Que en verano no lo hizo bien, y que se ganó la pelea que tuvieron. Su carácter y su fe en las personas, le habían convencido para no oír ni a Eric entonces, ni a Fred ahora. Pero él la había perdonado y habían empezado de nuevo. No podía creer que sentimientos tan insignificantes como deberían ser los celos, pudieran corroer a una persona tanto como para romper, injustamente para los dos, una relación tan sólida y admirable como la suya.

La conversación se volvió más relajada en cuando Amanda sacó su móvil y le mostró a Lil mi ridícula foto, explicándole también mi táctica anti rupturas. Liliam se tumbó en la cama riendo a carcajadas.

  • ¿Por qué no me habéis avisado? – dijo sin parar de reír. - Me hubiese encantado patearle el culo a Rach pensando en Eric.
  • ¿Cambiarías descubrir lo maravilloso que es David por patearme el culo? – Liliam se lo pensó. – ¡Oh, Vamos Lil!
  • Quizás no tanto. – se rio de nuevo. – Pero no me importaría participar en una clase de esas para soltar mi mala leche.
  • Te lo aconsejo, Lil. – aseguró Amanda. – Pruébalo.
  • Lo haré. Y también te diré unas cuantas cosas. – le advirtió con el dedo. – Soy más pequeña que tú, de hecho soy la bebé de esta habitación, pero de tíos capullos sé un rato, y ninguno, absolutamente ninguno, merece nuestras lágrimas. Y créeme, es mejor que te deje ahora por inseguro, que lo encuentres con una de tus mejores amigas en la cama. – apretó la mandíbula. – Porque eso sí que te destroza, te hunde y te hace perder la fe en todo lo que crees, incrustando en ti una desconfianza por sistema, que a no ser que encuentres en tu camino alguien tan persistente y cansina como Rach, no podrás romper para volver a tener amigos.
Le sonreí. A pesar de la burla, sabía lo que le estaba costando hablar de su pasado. Siempre le costaba, pero cuando lo hacía, parecía mayor, con más experiencia y con una seriedad difícil de asimilar en ella, incluso para sí misma. Pero esa era la Liliam que más admiraba, la que era capaz de afrontar cualquier cosa si con eso conseguía ayudarte, animarte y sacarte una sonrisa, una esperanza.

  • Y lo peor de todo sabéis qué es. – preguntó más para ella misma que para nosotras. – Cuando vuelves a fijarte de verdad en un chico, cuando te mira y te vuelves a ilusionar, vuelves a soñar. De repente, algo dentro de ti te dice: No lo hagas, te hará daño.
Lil bajó la mirada hasta sus manos, que jugueteaban nerviosas entre sí. Amanda y yo comprendimos que estaba hablando de David. Lo que ella había llamado vergüenza, no era más que miedo, pero jamás aceptaría esa palabra, jamás admitiría que se sentía insegura. Mi compañera se acercó a ella y la abrazó sin decir nada. Liliam era con diferencia la más distante de las tres, cariñosamente hablando, sin embargo, no sólo se dejó abrazar sin reprimir las lágrimas, sino que además me buscó con la mirada y extendió su brazo hacia mí, pidiendo que me uniera a ellas. Me acerqué y me fundí con ellas un rato. Ambas estaban llorando cuando nos apartamos.

  • ¿Cómo puedes ser tan fría? – me preguntó Liliam casi acusándome. – Todavía no te he visto llorar.
  • Ni yo. – la secundó Amanda como si acabase de darse cuenta de aquello.
  • No soy fría, me emociono pero no me salen las lágrimas. Mi madre me contaba que desde pequeña siempre he sido muy orgullosa para llorar delante de la gente. Que prefería apretar las mandíbulas y tragar con fuerza hasta llegar a mi habitación. Así que, si alguna vez me veis llorar, sabréis que lo que sea duele más que mi orgullo.
  • Entonces creo que preferimos no verte llorar. ¿Verdad Lil?
  • Bueno… - se rio.
  • ¡Eres una mala persona! – bromeé. – En fin, creo que soy la única que queda por contar sus últimos acontecimientos.
  • ¿Pero los hay? – preguntó Amanda sorprendida. - ¿Y a qué esperas?
Puse a mis amigas al tanto de mis avances con mis amigos “especiales”. Al principio a las dos les pareció estupendo que Peter me recalcara con sinceridad que seguía estando por mí. Sin embargo, al contrario que lo que yo había pensado, a ninguna les gustó que le dejara el camino tan libre a Matt.

  • Debería luchar por ti, demostrarte que va de verdad. – Amanda parecía decepcionada con la actitud de Peter.
  • Yo prefiero que sea así. Es un peso que me quita de encima, - les confesé.
  • ¿De verdad no te remueve nada cuando te habla así? – preguntó Lil.
  • A veces sí, pero es sólo por su manera de decirlo. Es tan sincero y directo que si no me descolocara sería de piedra, pero es diferente a cuando estoy con Matt. Por ejemplo hoy, cuando me agarró de la barbilla para preguntarme si me apetecía ir con ellos, fue como si todo lo demás no existiera, y Peter estaba allí y lo vio, lo noté en sus ojos. Y sí, ya lo sé, Matt está resultando ser algo rarito, pero aún así, tiene algo en la mirada, en la forma de tratarme… Que me hace sentir especial, me hace pensar que le gusta estar conmigo y que… – me quedé pensativa.
  • ¿Qué le gustas? – preguntó Lil con impaciencia.
  • Más bien, es como si me necesitara.
  • Tú sigue haciéndome caso, Rach, primero sé su amiga. – me recordó mi compañera.
  • ¿Pero qué dices? – Lil negaba con la cabeza. – En cuanto tengas oportunidad, zas, te lanzas. Que ese chico parece estar un poco perdido y tú tienes que enseñarle el camino.
  • ¡Vaya dos! – me quejé. – Me encanta cuando se ponéis de acuerdo. – mis amigas se echaron a reír. – Sí, sí, reíros, a ver qué hago yo ahora.
  • Tú corazón, Rach, escúchalo sólo a él. – sentenció Amanda.

2 comentarios:

  1. Creo que yo ya he conseguido escalar ese muro, pero desde aquí arriba, siento un poco de vértigo, así que...tendrás que ayudarme.
    Un beso enorme Sofi

    ResponderEliminar
  2. Los muros, las corazas, todo ese miedo que a veces nos impide seguir adelante.

    Otro beso para ti!

    ResponderEliminar