Bienvenido a este blog, dónde podrás descubrir un mundo lleno de personajes que sienten como tú. Comparte conmigo este sueño y ayúdame a alcanzarlo.

Espero que disfrutes leyendo tanto como yo lo hago escribiendo, porque en esta historia también estás tú, que aprendiste a madurar, a conocer, a enamorarte, a elegir, a equivocarte…

Todos vivimos nuestro propio Riverside.

martes, 18 de diciembre de 2012

CAPÍTULO 12 (parte 1)


Sólo tuve que abrir los ojos para sentirme bien al día siguiente, ya que por fin tenía una nota de mi compañera sobre la mesita. La había colocado junto al reloj para asegurarse que sería lo primero que viera aquella mañana y había escrito en ella: “Gracias por estar a mi lado. Cuenta conmigo para ligarte a ese chico”. La busqué con la mirada por la habitación tras leerla pero ya no estaba allí. Me erguí y miré hacia el escritorio para echar un vistazo al calendario que había colgado sobre él, de nuevo era viernes.

Aquellos días había dormido poco y sentí la necesidad de una ducha bien fría y un buen café con una magdalena antes de volver a la rutina. Me senté en la mesa tranquilamente para degustar mi desayuno con parsimonia, era temprano y tenía tantas cosas en la cabeza que disfrutar de aquellos minutos en silencio era una tregua para mis neuronas.
Cuando me levanté para fregar mi taza y tirar el papel del dulce a la basura, me fijé que la pulsera de Amanda se había quedado en el borde del cubo sin querer caer. Me agaché y la saqué, tenía la impresión de que mi compañera terminaría arrepintiéndose de haberla tirado y quise guardarla por si acaso. La metí en el cajón de mi mesita de noche con la esperanza de tener que devolvérsela pronto.

Iba de camino a clases de castellano pensando en las ganas que tenía de volver a ver a mi vecino. Todo lo que había pasado el día anterior estaba borroso, como si se hubiese tratado de un sueño y en ese momento no pudiera ponerlo en pie. Necesitaba volver a tenerlo enfrente para asegurarme de que todo había sido real.

Una vez en clase, Liliam no paraba de susurrarme lo emocionada que estaba por haber quedado con David aquella tarde. El chico me había pedido que no le contara nada a mi amiga sobre nuestro encuentro la tarde anterior y aunque aquella fue una promesa difícil de cumplir, preferí no abrir la boca. Sólo podía mirarla y sonreír, se comportaba como una cría a la que sus padres habían prometido llevar al zoo. Le hice un par de comentarios jocosos sobre su forma de actuar, pero me echó una mirada tan despiadada que preferí esperar a estar fuera de clase para seguir con el tema.

-          ¿Por qué simplemente no aceptas que ese chico te gusta y punto? – le pregunté mientras salíamos por la puerta.
-          Porque no es cierto. – alzó su mentón con orgullo. – Me parece guapo, eso es todo.
-          ¿Eso es todo? – la miré con incredulidad.
-          Bueno, eso y que… – bajó la voz y puso cara de pilla. – No me importaría nada sentir esas grandes manos sobre mi espalda en algún momento. – me miró de reojo. – Y no, Rachel, no me refiero a un masaje. – buscó mi reacción con media sonrisa, pero yo ya había aprendido a ignorarla en ese tipo de comentarios. Resopló. – Si no te escandalizas no tiene ninguna gracia ¿sabes?
-          Lo siento mucho. – ironicé. – Pero sigo pensando que te gusta más de lo que quieres admitir. – me paré junto a mi taquilla para soltar mis libros.
-          La que fue a hablar. – al cerrar la taquilla vi a Peter justo detrás de Liliam. - ¿Cuándo vas a contarle a ese tío que te trae loquita?

Observé como Peter entrecerraba los ojos al escuchar a mi amiga para justo después mirarme con curiosidad al saludarnos con sus particulares hoyitos.

-          Buenas tardes, señoritas. – Lil miró hacia atrás sorprendida. – Espero no interrumpir nada importante. – no apartaba los ojos de mí
-          Señor Richardson. – dijo Lil ofreciéndole su mano. – Un placer conocerle oficialmente por fin.
-          Igualmente. – respondió devolviéndole el gesto. – Imagino que tú debes ser Liliam, Rachel me ha hablado de ti.
-          Seguro que no muy bien. – bromeó mi amiga. – Sin embargo, sólo tiene buenas palabras sobre usted. – la pellizqué disimuladamente por detrás.
-          Me alegro de que así sea. – Peter sonrió agradecido. – Entre otras cosas porque venía a robártela.
-          ¿Qué? – lo dijimos las dos a la vez y él se echó a reír.
-          Lo que quiero decir es que me preguntaba si te apetecía almorzar conmigo hoy, Rachel. Hace tiempo que no hablamos.
-          Pues… – miré a Lil, que se encogió de hombros.
-          Por mí no te niegues. – dijo ella. – Comeré con Amanda.
-          Entonces… ¿estás libre? – volvió a insistir mi profesor.
-          Supongo que sí. – le sonreí.

Sentir las miradas de casi todos los presentes en el comedor no fue nada agradable. Incluso Amanda me miró con recelo después de habernos encontrado en la puerta y haberle contado mi nuevo plan para el almuerzo. No era fácil querer ser la amiga del profesor cuando sabías que este estaba por ti y tu subconsciente te hacía pensar que todos se habían dado cuenta de aquello. Por suerte, Peter tuvo el detalle de buscar una mesa bien esquinada que me hizo sentirme más a salvo de los curiosos ojos de mis compañeros y sobre todo de mis amigas. Recordé lo que me había dicho el día de la fiesta y pensé que para él tampoco debía ser fácil ser quién era y querer comportarse como un chico más. Le miré, iba vestido tan elegante como siempre, con sus vaqueros perfectamente conjuntados con sus zapatos y su camisa marrón remangada en los antebrazos. Su pelo había crecido un poco y tenía una incipiente barba rubia que le hacía incluso más atractivo de lo que ya era. No pude evitar pensar en que no hacía mucho, yo, una simple alumna que no se consideraba nada del otro mundo, le había rechazado. El me miró y sonrió, casi como si pudiese leerme el pensamiento.

-          Gracias por aceptar mi invitación. Aunque no me has dado motivos para pensar lo contrario, tenía miedo de que la conversación que tuvimos el domingo, nos hiciera retroceder en nuestra relación de amistad.
-          No te preocupes, está olvidado.
-          Tampoco era lo que quería oír. – me quedé mirándolo de reojo, con el tenedor a medio camino entre el plato y mi boca. – Que no me correspondas no significa que tengas que olvidar lo que te dije. Fui sincero contigo y no me gustaría que te lo tomaras como un comentario trivial.
-          Lo siento. – me sentí avergonzada. – No pretendía…
-          Tranquila. – volvió a sonreír para aliviarme. – Lo que quiero decir es que no fue algo pasajero. Si te lo dije fue porque lo siento y eso no ha cambiado. – no pude sostenerle la mirada y la posé en mi comida. – Pero lamentarse por lo que no tenemos es despreciar aquello que poseemos.
-          Muy filosófico. – me esforcé en mirarlo y me mostró sus hoyitos de nuevo. – Discúlpame, Peter, lo cierto es que no sabía muy bien cómo manejar esta situación.
-          ¿Quieres que seamos amigos?
-          Sí, claro.
-          Entonces simplemente, trátame como un amigo.
-          Lo haré, no te preocupes.
-          Y qué tal si empiezas ahora. – le miré con el ceño fruncido. – Podrías contarme  por quién estás “loquita” – odié el oportunismo de Liliam.
-          Ya lo sabes. – tenía el presentimiento de que aquella conversación me haría sentir mal.
-          ¿Tu vecino?
-          Sí. – respiré hondo. – Hay novedades.

Peter entrecerró los ojos y empujó su bandeja hacia un lado para colocar los codos sobre la mesa e inclinarse sujetándose la barbilla entres sus manos. Parecía estar diciéndome “Adelante, habla”.

Me escuchó con atención mientras le contaba los últimos acontecimientos intentado tener tacto con él. No quería restregarle cuánto me alegraba de haber encontrado a Matt allí.

-          Entonces, irás a por él ¿no? – me sorprendió tanto la pregunta que me quedé muda. – Rachel, ¿Vas a decírselo? – insistió.
-          No, aún no. – fui sincera.
-          ¿Por qué no?
-          Porque a penas le conozco, porque tiene novia, porque no quiero estropearlo todo…
-          Ya, pero si no te arriesgas…
-          Quizás no sea tan valiente como tú.
-          Rachel. – sonrió de medio lado. – No te pongas a la defensiva conmigo. – dejó caer su mano sobre la mía. – No creas que intento acelerarte para que te salga mal. Todo lo contrario, sé aceptar cuando alguien me da calabazas. – sentí que las mejillas se me encendían. – Y aunque no puedo negar que me gustaría que estuvieses hablando de mí, si ese chico te hace feliz, me alegraría por ti.

No había burla en su voz, ni duda en sus ojos, estaba siendo totalmente sincero y generoso. Una oleada de calor me subió por el estómago, ningún chico me había mirado con esa transparencia en mi vida. Sin embargo, en ese momento y casi como si tuviese un radar instalado en mis sentidos, aparté la vista de Peter y vi a Matt dirigiéndose a nuestra mesa. Llevaba puesto unos vaqueros oscuros y una camiseta blanca con finas rayas negras que me recordaba a las camisetas de los jugadores de beisbol. Retiré la mano inmediatamente de debajo de la de mi profesor y él se quedó mirando la suya, vacía y abandonada, sonriendo casi irónicamente. Me sentí mal, fatal, tal y como lo había presupuesto.

Antes de que pudiera decir nada, mi vecino llegó hasta nosotros.

-          Señor Richardson. – era estúpido sorprenderse porque un alumno conociera al profesor más famoso del Campus, sin embargo, me sorprendí. – Veo que se rodea usted de buena compañía.
-          Hurley. – Era la primera vez que oía a Peter llamar a alguien por su apellido. – Usted tampoco se puede quejar.

Miré más allá de Matt, con la amarga seguridad de encontrar a su pegajosa novia rubia. Sin embargo, sólo encontré a David, vestido con pantalones anchos y camisa azul de cuadros. Me guiñó un ojo muy sonriente y me di cuenta de que se había tomado en serio lo de pegarse a Matt.

-          Hola Peter. – le chocó la mano a mi profesor. – ¿Cómo estás, Rach? ¿Bien? – Le sonreí y afirmé con la cabeza, me gustaba que David me hablara con tanta confianza. – Matt y yo íbamos a ver a los Lakers.
-          David, tú no tenías que… – David me miró abriendo mucho lo ojos, no supe muy bien qué significaba pero me quedé callada.
-          Mañana, Rach, eso es mañana. – Me miró sofocando una sonrisa y me fijé que tanto Peter como Matt nos observaban con curiosidad.
-          Cosas nuestras. – dijo David despreocupado.
-          Dime, Rachel. – Matt puso su mano delicadamente bajo mi barbilla para que le mirara a los ojos y sentí como se me aceleraba el pulso. - ¿Te apetece ver un poco de baloncesto?
-          Sí. – Ni siquiera sabía si tenía otros planes pero contesté con certeza, no podía negarme.
-          Genial. – Sonrió soltándome pero sin dejar de mirarme. – Y usted, Señor Richardson, ¿se viene?
-          No, lo siento. – me giré hacia Peter, que miraba a Matt fijamente con las mandíbulas apretadas. – Tengo cosas que hacer. – echó una ojeada hacia mí. Me sentía las mejillas encendidas y un sentimiento de culpabilidad se me posó en el pecho, sabía que Peter acababa de comprender que Hurley, era mi Matt. – Gracias de todas formas y divertíos.

Se disculpó brevemente y se marchó con su bandeja vacía en las manos. Le observé mientras se alejaba y se perdía en un grupo de chicos y chicas que lo saludaban con energía. Al mirar hacia delante, vi que David se sentaba en el asiento donde antes había estado mi profesor con una sonrisa de oreja a oreja. Busqué a Matt a mi izquierda pero ya no estaba.

-          Tranquila, sólo ha ido al baño, enseguida vuelve. – dijo David mientras se balanceaba peligrosamente sobre las dos patas de atrás de su silla.
-          Tú. – le señalé con el dedo. – No estarás pensando en dejar tirada a Liliam ¿verdad?
-          Rach, Rach, Rach. – movía la cabeza de un lado a otro con los ojos cerrados. - ¿Eres siempre tan impaciente y tan desconfiada?
-          Sólo contigo. – le lancé una mirada desafiante y divertida. – Además, sólo es una advertencia, no tienes ni idea de cómo se las gasta Lil cuando está de malas.
-          Bueno – se puso recto y se encogió de hombros. – Quiero conocerlo todo de ella, así que mejor que sea primero lo malo.
-          Muy bonito, pero David…
-          Vamos Rachel, sólo es una broma, no la dejaré tirada. – se puso una mano en el pecho y levantó la otra. – Lo juro.
-          Más te vale.
-          Sólo tienes que ayudarme en una cosita…
-          ¿Qué tramas ahora?
-          Cuando acabe el primer cuarto, tú finges que te llama Liliam y me recuerdas que he quedado con ella ¿vale?
-          ¿Para qué?
-          Me estresa que todo lo quieras para ya. – sonrió. – Dame un voto de confianza.
-          Llevas tres votos de confianza y aún no me has demostrado nada.
-          Porque aún no ha llegado el momento de demostraciones.
-          ¿Demostraciones? – Matt nos miraba de pie con la frente arrugada. Sus mandíbulas angulosas me parecían aún más perfectas desde abajo. - ¿De qué habláis?
-          ¿Tú de qué crees? – preguntó David como si fuera evidente. – De baloncesto. Le preguntaba a Rach si de verdad quería venir a ver baloncesto – Matt me miró con curiosidad – A las chicas no os suele gustar el baloncesto.
-          No seas machista. – le miré indignada. – Adoro el deporte. Prefiero el fútbol, sí, pero no me importa pasar un par de horas viendo un espectáculo de mates y tapones como el de los Lakers.
-          Si David te hubiese visto doblegar a tu padre cada vez que jugáis en vuestra canasta del garaje, no hablaría así.

Me quedé mirándolo con la boca entre abierta y los ojos llenos de incredulidad. ¿Me había observado jugar con mi padre? ¿Sabía que siempre solía ganarle? Busqué en David algún tipo de respuesta que sabía que no tenía, él sólo se limitaba a levantar las cejas y sonreír de medio lado. Al volver la vista hacia mi vecino, éste miraba a la mesa como si su mente estuviera muy lejos de allí.

-          Si lo qué te preguntas es cómo lo sé. – comenzó sin desviar la mirada. – Sólo es que me gustaba veros jugar desde mi ventana, me recordaba a cuando yo lo hacía con mi padre.

Por lo que yo sabía, el padre de Matt había muerto joven, no sabía exactamente cuándo, sólo que había sido poco antes de que ellos se mudaran a la casa de enfrente. Mi madre me había contado detalles pero siempre decía que su madre era muy hermética con el tema y prefería no preguntar demasiado.

Noté como sus ojos, fijos en el mantel, se habían oscurecido hasta que su color se había vuelto de un intenso verde botella. Tenía los puños cerrados junto a los costados y apretaba fuertemente la mandíbula, aquella expresión ya la había visto en él el día de mi cumpleaños, cuando creí que iba a estallar el vaso entre sus manos. David lo miraba con seriedad, como si intentara leer lo que pasaba por su mente.

-          Bueno, será mejor que nos vayamos ¿no? – sorprendentemente Matt había borrado las sombras de su rostro y hablaba con naturalidad e incluso una pequeña sonrisa. – Vamos a llegar tarde. – dijo mirándonos a David y a mí aleatoriamente.
-          Tienes razón. – contestó el otro chico mirando el reloj. – será mejor que nos pongamos en marcha.

Todos los televisores de la sala de recreo emitían ya imágenes del Staples Center, dónde la multitud  rugía a pocos minutos de comenzar el partido. El amarillo que recorría las gradas del estadio de los Lakers, también coloreaba nuestro alrededor. Recordé que la primera vez que había visto a Matt, cuando transportaba aquellos muebles, llevaba puesta la camiseta de tirantas de nuestro equipo, dejando al descubierto el boceto de sus perfectos brazos actuales. Después de haber llegado hasta allí en un extraño silencio, el bullicio nos contagió y no paramos de hablar de baloncesto. Nos habíamos colocado junto a la barra del bar, y con suerte, encontramos unas banquetas vacías. Había poco espacio, pero teníamos un televisor justo en nuestras cabezas así que, pudimos disfrutar del espectáculo mientras tomábamos unos refrescos.
Me fijé en Matt, que sonreía, gritaba y animaba como todos pero él parecía diferente, como si se ausentase por momentos. Pensé que aquello era algo que seguramente también había compartido con su padre en muchas ocasiones y quizás subconscientemente le hacía recordarlo. Por suerte, no sabía lo que era perder a un familiar tan cercano y por mucho que intentara imaginármelo, estaba segura de que era bastante peor aún. Me dieron ganas de acercarme a él y abrazarle sin decir nada justo cuando oí a David repetir por segunda vez.

- En serio, este cuarto se me ha hecho cortísimo.

Él carraspeó y le miré con los ojos entrecerrados, me devolvía el gesto con expresión de reproche y señalaba mi móvil disimuladamente con la barbilla. De repente se me encendió la bombilla y recordé lo que me había pedido, cogí el móvil, puse una melodía y la apagué como si alguien me estuviese llamando, me ausenté un minuto y al volver le puse el teléfono en la cara a David.

-          ¿No habías dicho que era mañana?
-          ¿De qué hablas? – preguntó David muy metido en el papel.
-          Liliam acaba de llamarme. – Matt nos miró con curiosidad. – Te está esperando hace quince minutos y te lo digo de antemano, odia esperar.
-          Vamos Rach, sólo quería ver el primer cuarto. – dijo como un crío que se estaba disculpando ante su madre.
-          A mí no me des explicaciones, es a Lil a quién tienes que convencer.
-          Tienes razón. – miró a Matt y luego de nuevo a mí. – No os importa que me vaya ¿verdad?
-          No, de hecho es lo más conveniente para tu salud. – bromeé.
-          Por supuesto que no, David. – Matt se encogió de hombros. – Si has quedado con esa chica, ve. No está bien que la dejes tirada a las primeras de cambio.
-          No, no está bien. – amagó una sonrisa. – Gracias por comprenderlo, nos vemos luego.

David dio un salto y se coló entre la multitud con agilidad, desde lejos alzó sus pulgares y me guiñó un ojo cuando Matt ya no le miraba. En ese momento comprendí que lo había planeado todo para dejarnos a solas a Matt y a mí.
No estaba segura de si tenía un plan b por si Peter llega a aceptar ir con nosotros, hasta que caí en la cuenta de que David no sabía nada sobre los sentimientos de mi profesor.

Cuando me giré hacia Matt, éste se había vuelto hacia el televisor y seguía atento las jugadas. Estaba concentrado, con una expresión tensa en su cara y aunque suponía que se debía a la intensidad del partido, no podía quitarme de la cabeza el comentario sobre su padre.

-          ¿Has visto eso Rachel? – preguntó mirándome de reojo. - ¡Qué tapón!
-          Sí, ha sido impresionante. – me fijé en la reacción del público que enfocaba la cámara. – Aunque imagino que en directo tiene que serlo mucho más.
-          Lo es. El año pasado el padre de Rose nos consiguió entradas para un par de partidos. Conoce gente muy importante y la verdad es que fue una pasada.
-          No sabía que a Rose le gustara el baloncesto.
-          Y no le gusta. – negó con la cabeza para acentuar sus palabras – Sólo se emociona cuando en los descansos las cámaras buscan a las parejas para que se besen. – se acercó un poco más a mí. – Nunca nos enfocaron. – me lo contó como si de un secreto se tratara y se rio.
-          Lo siento. – intenté que no se notara la ironía. – Hablando de Rose ¿Dónde está?
-          De compras. – lo dijo como si fuera evidente. – No ha esperado mucho para remplazar su vestido. Incluso creo que Liliam le hizo un favor. – sonrió sin ganas y miró de nuevo a la pantalla. Estaba realmente raro.
-          ¿Estás bien?

La pregunta me había ardido en los labios desde que habló de su padre pero no había podido expresarla antes, quizás por David o quizás por sus sombras, hasta que sentí que era el momento perfecto. Matt se giró hacia mí y me miró a los ojos asombrado.

-          ¿Por qué me lo preguntas? – me observó con curiosidad.
-          Porque desde que has mencionado a tu padre antes, estás algo distraído.
-          ¿En serio? – asentí con la cabeza, algo dubitativa. – Normalmente consigo disimularlo. – después de aquella respuesta, la sorprendida era yo.
-          ¿Disimularlo?
-          Sí. No me gusta hablar de mi pasado, así que cuando algo me trae recuerdos, intento que no se me note para que nadie me pregunte.
-          Ah. – me quedé sin saber qué decir. ¿Iba a responderme o no?
-          No te preocupes, estoy bien. Sólo es un poco de nostalgia.
-          ¿Seguro? – me atreví a insistir. – Si quieres hablar del tema…
-          No, no quiero hablar.

Me cortó con tanta sequedad y tan bruscamente que quedé paralizada delante de él, observando cómo se giraba hacia el televisor y seguía el partido como si nada. La tensión se había vuelto a instalar en su mentón y sus hombros. Me recordaba a un gato agazapado con el rabo como un plumero y la espalda encorvada.

-          Matt, perdona, no quería meterme dónde no me llaman.
-          ¿Entonces por qué preguntas? – dijo sin apartar la vista de la pantalla y apretando los dientes.
-          De acuerdo, ni una pregunta más. – Me levanté del taburete, me ajusté la ropa y puse el dinero de mi bebida en la barra. – Ahí te quedas, me voy.

No movió un músculo su postura ni dijo nada, se quedó quieto concentrado en el televisor. Sus palabras me habían sentado como una patada en el estómago, no creía merecérmelas. Salí de la sala con pasos ligeros y la rabia metida en la garganta ¿Por qué diablos me trataba así? Sólo me estaba preocupando por él. Tenía ganas de volverme y gritarle, entonces pensé que podía estar equivocada y haber creído que él era alguien que no era, ser una persona totalmente diferente a la que me había imaginado, como había vaticinado Amanda. Pero pensar aquello dolía, me quemaba por dentro y estuve a punto de echar a correr justo antes de sentir una mano en mi hombro. Me di media vuelta y vi a mi vecino cabizbajo, tenía los ojos cerrados y los hombros caídos.

-          Lo siento, no debía haberte hablado así. – se disculpó.
-          Pues no, no deberías haberlo hecho.
-          Soy un auténtico imbécil. – retiró suavemente su mano de mi hombro. – Perdóname. – dijo mientras me miraba a través de sus largas pestañas, como un crío arrepentido.
-          Matt, yo no pretendía…
-          Lo sé. – me cortó. – Rachel. – su mano descendió buscando la mía y la tomó casi con miedo. Estaba sudorosa y fría. – Si no me gusta hablar de mi pasado es porque duele y a veces, ese mismo dolor me hace ser tan hermético que cuando alguien se interesa por mí, me pongo borde. He tenido que soportar una pesada losa desde que él murió. – hablaba de su padre y la tristeza era palpable. – Y he dejado de creer en muchas cosas y muchas personas. – Tragó con fuerza, parecía estar costándole un mundo decir aquello. – No quiero que eso me pase contigo.

La oscuridad que se había apoderado de su mirada no había conseguido cubrir del todo el tono vidrioso de sus ojos, parecía estar a punto de llorar. Lo miré con incertidumbre, era como si de un momento a otro fuera a romperse en pedazos, o por el contrario, a sonreír y pedirme que volviera a dentro a ver el partido tranquilamente.

Recordé las palabras de Amanda: Punto número uno, ante todo ser su amiga. Y no sabía por qué, pero sentía que me lo estaba suplicando.

-          Entiendo que tuvo que ser duro. – le dije apretándole la mano. – Y si no te sientes con fuerzas para contármelo, no voy a insistir. Sé que apenas nos conocemos y que no tienes por qué confiar en mí pero, si algún día necesitas hablar… – Dejé que la frase flotara entre nosotros hasta que él sonrió, aunque fue una sonrisa increíblemente triste.
-          Gracias por entenderme, ten por seguro que si necesito hablar te tomaré en cuenta. Eres diferente.
-          ¿Diferente a quién?
-          A todo el mundo.

Me volvió a sonreír, pero esta vez sus ojos habían recuperado algo de luz y sus hombros ya no estaban tan alicaídos. Retiró su mano de la mía y la llevó hasta mi mejilla, aún la tenía fría pero tuve que esforzarme en no cerrar los ojos cuando la noté acariciando mi cara.

El silbido de un mensaje destrozó aquella escena. Matt dejó de tocarme y sentí rabia mientras cogía el móvil para ver qué inoportuna noticia se había cargado aquel instante. Poco tardó en desaparecer la rabia en cuanto lo vi. “Necesito verte. Estoy junto a la torre del reloj. Dime que puedes venir”. Matt me miró con curiosidad y debió ver en mi cara una disculpa anticipada.

-          Tienes que irte. – comprendió.
-          Sí. Creo que es urgente, lo siento.
-          Tranquila. – respiró hondo. – Ya no hace falta que nos conozcamos a marchas forzadas, tenemos tiempo.
-          Claro.

Esta vez fui yo la que se acercó a él para besar su mejilla. Noté que se tensaba un segundo, como si le hubiese cogido por sorpresa, pero luego se inclinó un poco para ayudarme a llegar a su rostro. Aspiré su olor y me dieron ganas de abrazarlo, pero me contuve, no creí que fuera buena idea. Al retirarme, me sonría con amabilidad, como si me agradeciera el gesto.
Era la primera vez que me parecía frágil y vulnerable, la primera vez que le daba algo de sentido a la opinión de David sobre él.



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