Sólo tuve que
abrir los ojos para sentirme bien al día siguiente, ya que por fin tenía una
nota de mi compañera sobre la mesita. La había colocado junto al reloj para
asegurarse que sería lo primero que viera aquella mañana y había escrito en
ella: “Gracias por estar a mi lado. Cuenta conmigo
para ligarte a ese chico”. La busqué con la mirada por
la habitación tras leerla pero ya no estaba allí. Me erguí y miré hacia el
escritorio para echar un vistazo al calendario que había colgado sobre él, de
nuevo era viernes.
Aquellos días
había dormido poco y sentí la necesidad de una ducha bien fría y un buen café
con una magdalena antes de volver a la rutina. Me senté en la mesa
tranquilamente para degustar mi desayuno con parsimonia, era temprano y tenía
tantas cosas en la cabeza que disfrutar de aquellos minutos en silencio era una
tregua para mis neuronas.
Cuando me
levanté para fregar mi taza y tirar el papel del dulce a la basura, me fijé que
la pulsera de Amanda se había quedado en el borde del cubo sin querer caer. Me
agaché y la saqué, tenía la impresión de que mi compañera terminaría
arrepintiéndose de haberla tirado y quise guardarla por si acaso. La metí en el
cajón de mi mesita de noche con la esperanza de tener que devolvérsela pronto.
Iba de camino
a clases de castellano pensando en las ganas que tenía de volver a ver a mi
vecino. Todo lo que había pasado el día anterior estaba borroso, como si se
hubiese tratado de un sueño y en ese momento no pudiera ponerlo en pie. Necesitaba
volver a tenerlo enfrente para asegurarme de que todo había sido real.
Una vez en
clase, Liliam no paraba de susurrarme lo emocionada que estaba por haber
quedado con David aquella tarde. El chico me había pedido que no le contara
nada a mi amiga sobre nuestro encuentro la tarde anterior y aunque aquella fue
una promesa difícil de cumplir, preferí no abrir la boca. Sólo podía mirarla y
sonreír, se comportaba como una cría a la que sus padres habían prometido
llevar al zoo. Le hice un par de comentarios jocosos sobre su forma de actuar,
pero me echó una mirada tan despiadada que preferí esperar a estar fuera de
clase para seguir con el tema.
-
¿Por qué simplemente no aceptas
que ese chico te gusta y punto? – le pregunté mientras salíamos por la puerta.
-
Porque no es cierto. – alzó
su mentón con orgullo. – Me parece guapo, eso es todo.
-
¿Eso es todo? – la miré con
incredulidad.
-
Bueno, eso y que… – bajó la
voz y puso cara de pilla. – No me importaría nada sentir esas grandes manos
sobre mi espalda en algún momento. – me miró de reojo. – Y no, Rachel, no me
refiero a un masaje. – buscó mi reacción con media sonrisa, pero yo ya había
aprendido a ignorarla en ese tipo de comentarios. Resopló. – Si no te
escandalizas no tiene ninguna gracia ¿sabes?
-
Lo siento mucho. – ironicé.
– Pero sigo pensando que te gusta más de lo que quieres admitir. – me paré
junto a mi taquilla para soltar mis libros.
-
La que fue a hablar. – al
cerrar la taquilla vi a Peter justo detrás de Liliam. - ¿Cuándo vas a contarle
a ese tío que te trae loquita?
Observé como
Peter entrecerraba los ojos al escuchar a mi amiga para justo después mirarme
con curiosidad al saludarnos con sus particulares hoyitos.
-
Buenas tardes, señoritas. –
Lil miró hacia atrás sorprendida. – Espero no interrumpir nada importante. – no
apartaba los ojos de mí
-
Señor Richardson. – dijo Lil
ofreciéndole su mano. – Un placer conocerle oficialmente por fin.
-
Igualmente. – respondió
devolviéndole el gesto. – Imagino que tú debes ser Liliam, Rachel me ha hablado
de ti.
-
Seguro que no muy bien. – bromeó
mi amiga. – Sin embargo, sólo tiene buenas palabras sobre usted. – la pellizqué
disimuladamente por detrás.
-
Me alegro de que así sea. –
Peter sonrió agradecido. – Entre otras cosas porque venía a robártela.
-
¿Qué? – lo dijimos las dos a
la vez y él se echó a reír.
-
Lo que quiero decir es que me
preguntaba si te apetecía almorzar conmigo hoy, Rachel. Hace tiempo que no
hablamos.
-
Pues… – miré a Lil, que se
encogió de hombros.
-
Por mí no te niegues. – dijo
ella. – Comeré con Amanda.
-
Entonces… ¿estás libre? –
volvió a insistir mi profesor.
-
Supongo que sí. – le sonreí.
Sentir las
miradas de casi todos los presentes en el comedor no fue nada agradable.
Incluso Amanda me miró con recelo después de habernos encontrado en la puerta y
haberle contado mi nuevo plan para el almuerzo. No era fácil querer ser la
amiga del profesor cuando sabías que este estaba por ti y tu subconsciente te
hacía pensar que todos se habían dado cuenta de aquello. Por suerte, Peter tuvo
el detalle de buscar una mesa bien esquinada que me hizo sentirme más a salvo
de los curiosos ojos de mis compañeros y sobre todo de mis amigas. Recordé lo
que me había dicho el día de la fiesta y pensé que para él tampoco debía ser
fácil ser quién era y querer comportarse como un chico más. Le miré, iba
vestido tan elegante como siempre, con sus vaqueros perfectamente conjuntados
con sus zapatos y su camisa marrón remangada en los antebrazos. Su pelo había
crecido un poco y tenía una incipiente barba rubia que le hacía incluso más
atractivo de lo que ya era. No pude evitar pensar en que no hacía mucho, yo,
una simple alumna que no se consideraba nada del otro mundo, le había
rechazado. El me miró y sonrió, casi como si pudiese leerme el pensamiento.
-
Gracias por aceptar mi
invitación. Aunque no me has dado motivos para pensar lo contrario, tenía miedo
de que la conversación que tuvimos el domingo, nos hiciera retroceder en
nuestra relación de amistad.
-
No te preocupes, está
olvidado.
-
Tampoco era lo que quería
oír. – me quedé mirándolo de reojo, con el tenedor a medio camino entre el
plato y mi boca. – Que no me correspondas no significa que tengas que olvidar
lo que te dije. Fui sincero contigo y no me gustaría que te lo tomaras como un
comentario trivial.
-
Lo siento. – me sentí
avergonzada. – No pretendía…
-
Tranquila. – volvió a
sonreír para aliviarme. – Lo que quiero decir es que no fue algo pasajero. Si
te lo dije fue porque lo siento y eso no ha cambiado. – no pude sostenerle la
mirada y la posé en mi comida. – Pero lamentarse por lo que no tenemos es
despreciar aquello que poseemos.
-
Muy filosófico. – me esforcé
en mirarlo y me mostró sus hoyitos de nuevo. – Discúlpame, Peter, lo cierto es
que no sabía muy bien cómo manejar esta situación.
-
¿Quieres que seamos amigos?
-
Sí, claro.
-
Entonces simplemente,
trátame como un amigo.
-
Lo haré, no te preocupes.
-
Y qué tal si empiezas ahora.
– le miré con el ceño fruncido. – Podrías contarme por quién estás “loquita” – odié el
oportunismo de Liliam.
-
Ya lo sabes. – tenía el
presentimiento de que aquella conversación me haría sentir mal.
-
¿Tu vecino?
-
Sí. – respiré hondo. – Hay
novedades.
Peter entrecerró
los ojos y empujó su bandeja hacia un lado para colocar los codos sobre la mesa
e inclinarse sujetándose la barbilla entres sus manos. Parecía estar diciéndome
“Adelante, habla”.
Me escuchó con
atención mientras le contaba los últimos acontecimientos intentado tener tacto
con él. No quería restregarle cuánto me alegraba de haber encontrado a Matt
allí.
-
Entonces, irás a por él ¿no?
– me sorprendió tanto la pregunta que me quedé muda. – Rachel, ¿Vas a
decírselo? – insistió.
-
No, aún no. – fui sincera.
-
¿Por qué no?
-
Porque a penas le conozco,
porque tiene novia, porque no quiero estropearlo todo…
-
Ya, pero si no te arriesgas…
-
Quizás no sea tan valiente
como tú.
-
Rachel. – sonrió de medio
lado. – No te pongas a la defensiva conmigo. – dejó caer su mano sobre la mía.
– No creas que intento acelerarte para que te salga mal. Todo lo contrario, sé
aceptar cuando alguien me da calabazas. – sentí que las mejillas se me
encendían. – Y aunque no puedo negar que me gustaría que estuvieses hablando de
mí, si ese chico te hace feliz, me alegraría por ti.
No había burla
en su voz, ni duda en sus ojos, estaba siendo totalmente sincero y generoso.
Una oleada de calor me subió por el estómago, ningún chico me había mirado con
esa transparencia en mi vida. Sin embargo, en ese momento y casi como si
tuviese un radar instalado en mis sentidos, aparté la vista de Peter y vi a
Matt dirigiéndose a nuestra mesa. Llevaba puesto unos vaqueros oscuros y una
camiseta blanca con finas rayas negras que me recordaba a las camisetas de los
jugadores de beisbol. Retiré la mano inmediatamente de debajo de la de mi
profesor y él se quedó mirando la suya, vacía y abandonada, sonriendo casi
irónicamente. Me sentí mal, fatal, tal y como lo había presupuesto.
Antes de que
pudiera decir nada, mi vecino llegó hasta nosotros.
-
Señor Richardson. – era
estúpido sorprenderse porque un alumno conociera al profesor más famoso del
Campus, sin embargo, me sorprendí. – Veo que se rodea usted de buena compañía.
-
Hurley. – Era la primera vez
que oía a Peter llamar a alguien por su apellido. – Usted tampoco se puede
quejar.
Miré más allá
de Matt, con la amarga seguridad de encontrar a su pegajosa novia rubia. Sin
embargo, sólo encontré a David, vestido con pantalones anchos y camisa azul de
cuadros. Me guiñó un ojo muy sonriente y me di cuenta de que se había tomado en
serio lo de pegarse a Matt.
-
Hola Peter. – le chocó la
mano a mi profesor. – ¿Cómo estás, Rach? ¿Bien? – Le sonreí y afirmé con la
cabeza, me gustaba que David me hablara con tanta confianza. – Matt y yo íbamos
a ver a los Lakers.
-
David, tú no tenías que… –
David me miró abriendo mucho lo ojos, no supe muy bien qué significaba pero me
quedé callada.
-
Mañana, Rach, eso es mañana.
– Me miró sofocando una sonrisa y me fijé que tanto Peter como Matt nos
observaban con curiosidad.
-
Cosas nuestras. – dijo David
despreocupado.
-
Dime, Rachel. – Matt puso su
mano delicadamente bajo mi barbilla para que le mirara a los ojos y sentí como
se me aceleraba el pulso. - ¿Te apetece ver un poco de baloncesto?
-
Sí. – Ni siquiera sabía si
tenía otros planes pero contesté con certeza, no podía negarme.
-
Genial. – Sonrió soltándome
pero sin dejar de mirarme. – Y usted, Señor Richardson, ¿se viene?
-
No, lo siento. – me giré
hacia Peter, que miraba a Matt fijamente con las mandíbulas apretadas. – Tengo
cosas que hacer. – echó una ojeada hacia mí. Me sentía las mejillas encendidas
y un sentimiento de culpabilidad se me posó en el pecho, sabía que Peter
acababa de comprender que Hurley, era mi Matt. – Gracias de todas formas y
divertíos.
Se disculpó
brevemente y se marchó con su bandeja vacía en las manos. Le observé mientras
se alejaba y se perdía en un grupo de chicos y chicas que lo saludaban con
energía. Al mirar hacia delante, vi que David se sentaba en el asiento donde
antes había estado mi profesor con una sonrisa de oreja a oreja. Busqué a Matt
a mi izquierda pero ya no estaba.
-
Tranquila, sólo ha ido al
baño, enseguida vuelve. – dijo David mientras se balanceaba peligrosamente sobre
las dos patas de atrás de su silla.
-
Tú. – le señalé con el dedo.
– No estarás pensando en dejar tirada a Liliam ¿verdad?
-
Rach, Rach, Rach. – movía la
cabeza de un lado a otro con los ojos cerrados. - ¿Eres siempre tan impaciente
y tan desconfiada?
-
Sólo contigo. – le lancé una
mirada desafiante y divertida. – Además, sólo es una advertencia, no tienes ni
idea de cómo se las gasta Lil cuando está de malas.
-
Bueno – se puso recto y se
encogió de hombros. – Quiero conocerlo todo de ella, así que mejor que sea
primero lo malo.
-
Muy bonito, pero David…
-
Vamos Rachel, sólo es una
broma, no la dejaré tirada. – se puso una mano en el pecho y levantó la otra. –
Lo juro.
-
Más te vale.
-
Sólo tienes que ayudarme en
una cosita…
-
¿Qué tramas ahora?
-
Cuando acabe el primer
cuarto, tú finges que te llama Liliam y me recuerdas que he quedado con ella
¿vale?
-
¿Para qué?
-
Me estresa que todo lo
quieras para ya. – sonrió. – Dame un voto de confianza.
-
Llevas tres votos de
confianza y aún no me has demostrado nada.
-
Porque aún no ha llegado el
momento de demostraciones.
-
¿Demostraciones? – Matt nos
miraba de pie con la frente arrugada. Sus mandíbulas angulosas me parecían aún
más perfectas desde abajo. - ¿De qué habláis?
-
¿Tú de qué crees? – preguntó
David como si fuera evidente. – De baloncesto. Le preguntaba a Rach si de
verdad quería venir a ver baloncesto – Matt me miró con curiosidad – A las
chicas no os suele gustar el baloncesto.
-
No seas machista. – le miré
indignada. – Adoro el deporte. Prefiero el fútbol, sí, pero no me importa pasar
un par de horas viendo un espectáculo de mates y tapones como el de los Lakers.
-
Si David te hubiese visto
doblegar a tu padre cada vez que jugáis en vuestra canasta del garaje, no
hablaría así.
Me quedé
mirándolo con la boca entre abierta y los ojos llenos de incredulidad. ¿Me
había observado jugar con mi padre? ¿Sabía que siempre solía ganarle? Busqué en
David algún tipo de respuesta que sabía que no tenía, él sólo se limitaba a
levantar las cejas y sonreír de medio lado. Al volver la vista hacia mi vecino,
éste miraba a la mesa como si su mente estuviera muy lejos de allí.
-
Si lo qué te preguntas es
cómo lo sé. – comenzó sin desviar la mirada. – Sólo es que me gustaba veros
jugar desde mi ventana, me recordaba a cuando yo lo hacía con mi padre.
Por lo que yo
sabía, el padre de Matt había muerto joven, no sabía exactamente cuándo, sólo
que había sido poco antes de que ellos se mudaran a la casa de enfrente. Mi
madre me había contado detalles pero siempre decía que su madre era muy
hermética con el tema y prefería no preguntar demasiado.
Noté como sus
ojos, fijos en el mantel, se habían oscurecido hasta que su color se había
vuelto de un intenso verde botella. Tenía los puños cerrados junto a los
costados y apretaba fuertemente la mandíbula, aquella expresión ya la había
visto en él el día de mi cumpleaños, cuando creí que iba a estallar el vaso
entre sus manos. David lo miraba con seriedad, como si intentara leer lo que pasaba
por su mente.
-
Bueno, será mejor que nos
vayamos ¿no? – sorprendentemente Matt había borrado las sombras de su rostro y
hablaba con naturalidad e incluso una pequeña sonrisa. – Vamos a llegar tarde.
– dijo mirándonos a David y a mí aleatoriamente.
-
Tienes razón. – contestó el
otro chico mirando el reloj. – será mejor que nos pongamos en marcha.
Todos los
televisores de la sala de recreo emitían ya imágenes del Staples Center, dónde
la multitud rugía a pocos minutos de
comenzar el partido. El amarillo que recorría las gradas del estadio de los
Lakers, también coloreaba nuestro alrededor. Recordé que la primera vez que
había visto a Matt, cuando transportaba aquellos muebles, llevaba puesta la
camiseta de tirantas de nuestro equipo, dejando al descubierto el boceto de sus
perfectos brazos actuales. Después de haber llegado hasta allí en un extraño
silencio, el bullicio nos contagió y no paramos de hablar de baloncesto. Nos
habíamos colocado junto a la barra del bar, y con suerte, encontramos unas
banquetas vacías. Había poco espacio, pero teníamos un televisor justo en
nuestras cabezas así que, pudimos disfrutar del espectáculo mientras tomábamos
unos refrescos.
Me fijé en
Matt, que sonreía, gritaba y animaba como todos pero él parecía diferente, como
si se ausentase por momentos. Pensé que aquello era algo que seguramente también
había compartido con su padre en muchas ocasiones y quizás subconscientemente
le hacía recordarlo. Por suerte, no sabía lo que era perder a un familiar tan
cercano y por mucho que intentara imaginármelo, estaba segura de que era
bastante peor aún. Me dieron ganas de acercarme a él y abrazarle sin decir nada
justo cuando oí a David repetir por segunda vez.
- En serio, este cuarto se me ha hecho cortísimo.
Él carraspeó y
le miré con los ojos entrecerrados, me devolvía el gesto con expresión de
reproche y señalaba mi móvil disimuladamente con la barbilla. De repente se me
encendió la bombilla y recordé lo que me había pedido, cogí el móvil, puse una
melodía y la apagué como si alguien me estuviese llamando, me ausenté un minuto
y al volver le puse el teléfono en la cara a David.
-
¿No habías dicho que era
mañana?
-
¿De qué hablas? – preguntó
David muy metido en el papel.
-
Liliam acaba de llamarme. –
Matt nos miró con curiosidad. – Te está esperando hace quince minutos y te lo
digo de antemano, odia esperar.
-
Vamos Rach, sólo quería ver
el primer cuarto. – dijo como un crío que se estaba disculpando ante su madre.
-
A mí no me des
explicaciones, es a Lil a quién tienes que convencer.
-
Tienes razón. – miró a Matt
y luego de nuevo a mí. – No os importa que me vaya ¿verdad?
-
No, de hecho es lo más
conveniente para tu salud. – bromeé.
-
Por supuesto que no, David.
– Matt se encogió de hombros. – Si has quedado con esa chica, ve. No está bien
que la dejes tirada a las primeras de cambio.
-
No, no está bien. – amagó
una sonrisa. – Gracias por comprenderlo, nos vemos luego.
David dio un
salto y se coló entre la multitud con agilidad, desde lejos alzó sus pulgares y
me guiñó un ojo cuando Matt ya no le miraba. En ese momento comprendí que lo
había planeado todo para dejarnos a solas a Matt y a mí.
No estaba
segura de si tenía un plan b por si Peter llega a aceptar ir con nosotros,
hasta que caí en la cuenta de que David no sabía nada sobre los sentimientos de
mi profesor.
Cuando me giré
hacia Matt, éste se había vuelto hacia el televisor y seguía atento las
jugadas. Estaba concentrado, con una expresión tensa en su cara y aunque
suponía que se debía a la intensidad del partido, no podía quitarme de la
cabeza el comentario sobre su padre.
-
¿Has visto eso Rachel? –
preguntó mirándome de reojo. - ¡Qué tapón!
-
Sí, ha sido impresionante. –
me fijé en la reacción del público que enfocaba la cámara. – Aunque imagino que
en directo tiene que serlo mucho más.
-
Lo es. El año pasado el
padre de Rose nos consiguió entradas para un par de partidos. Conoce gente muy
importante y la verdad es que fue una pasada.
-
No sabía que a Rose le
gustara el baloncesto.
-
Y no le gusta. – negó con la
cabeza para acentuar sus palabras – Sólo se emociona cuando en los descansos
las cámaras buscan a las parejas para que se besen. – se acercó un poco más a
mí. – Nunca nos enfocaron. – me lo contó como si de un secreto se tratara y se
rio.
-
Lo siento. – intenté que no
se notara la ironía. – Hablando de Rose ¿Dónde está?
-
De compras. – lo dijo como
si fuera evidente. – No ha esperado mucho para remplazar su vestido. Incluso
creo que Liliam le hizo un favor. – sonrió sin ganas y miró de nuevo a la
pantalla. Estaba realmente raro.
-
¿Estás bien?
La pregunta me
había ardido en los labios desde que habló de su padre pero no había podido
expresarla antes, quizás por David o quizás por sus sombras, hasta que sentí
que era el momento perfecto. Matt se giró hacia mí y me miró a los ojos
asombrado.
-
¿Por qué me lo preguntas? –
me observó con curiosidad.
-
Porque desde que has
mencionado a tu padre antes, estás algo distraído.
-
¿En serio? – asentí con la
cabeza, algo dubitativa. – Normalmente consigo disimularlo. – después de
aquella respuesta, la sorprendida era yo.
-
¿Disimularlo?
-
Sí. No me gusta hablar de mi
pasado, así que cuando algo me trae recuerdos, intento que no se me note para
que nadie me pregunte.
-
Ah. – me quedé sin saber qué
decir. ¿Iba a responderme o no?
-
No te preocupes, estoy bien.
Sólo es un poco de nostalgia.
-
¿Seguro? – me atreví a
insistir. – Si quieres hablar del tema…
-
No, no quiero hablar.
Me cortó con
tanta sequedad y tan bruscamente que quedé paralizada delante de él, observando
cómo se giraba hacia el televisor y seguía el partido como si nada. La tensión
se había vuelto a instalar en su mentón y sus hombros. Me recordaba a un gato
agazapado con el rabo como un plumero y la espalda encorvada.
-
Matt, perdona, no quería
meterme dónde no me llaman.
-
¿Entonces por qué preguntas?
– dijo sin apartar la vista de la pantalla y apretando los dientes.
-
De acuerdo, ni una pregunta
más. – Me levanté del taburete, me ajusté la ropa y puse el dinero de mi bebida
en la barra. – Ahí te quedas, me voy.
No movió un
músculo su postura ni dijo nada, se quedó quieto concentrado en el televisor.
Sus palabras me habían sentado como una patada en el estómago, no creía
merecérmelas. Salí de la sala con pasos ligeros y la rabia metida en la
garganta ¿Por qué diablos me trataba así? Sólo me estaba preocupando por él.
Tenía ganas de volverme y gritarle, entonces pensé que podía estar equivocada y
haber creído que él era alguien que no era, ser una persona totalmente
diferente a la que me había imaginado, como había vaticinado Amanda. Pero pensar
aquello dolía, me quemaba por dentro y estuve a punto de echar a correr justo
antes de sentir una mano en mi hombro. Me di media vuelta y vi a mi vecino
cabizbajo, tenía los ojos cerrados y los hombros caídos.
-
Lo siento, no debía haberte
hablado así. – se disculpó.
-
Pues no, no deberías haberlo
hecho.
-
Soy un auténtico imbécil. –
retiró suavemente su mano de mi hombro. – Perdóname. – dijo mientras me miraba
a través de sus largas pestañas, como un crío arrepentido.
-
Matt, yo no pretendía…
-
Lo sé. – me cortó. – Rachel.
– su mano descendió buscando la mía y la tomó casi con miedo. Estaba sudorosa y
fría. – Si no me gusta hablar de mi pasado es porque duele y a veces, ese mismo
dolor me hace ser tan hermético que cuando alguien se interesa por mí, me pongo
borde. He tenido que soportar una pesada losa desde que él murió. – hablaba de
su padre y la tristeza era palpable. – Y he dejado de creer en muchas cosas y
muchas personas. – Tragó con fuerza, parecía estar costándole un mundo decir
aquello. – No quiero que eso me pase contigo.
La oscuridad
que se había apoderado de su mirada no había conseguido cubrir del todo el tono
vidrioso de sus ojos, parecía estar a punto de llorar. Lo miré con
incertidumbre, era como si de un momento a otro fuera a romperse en pedazos, o
por el contrario, a sonreír y pedirme que volviera a dentro a ver el partido
tranquilamente.
Recordé las
palabras de Amanda: Punto número uno,
ante todo ser su amiga. Y no sabía por qué, pero sentía que me lo estaba
suplicando.
-
Entiendo que tuvo que ser
duro. – le dije apretándole la mano. – Y si no te sientes con fuerzas para
contármelo, no voy a insistir. Sé que apenas nos conocemos y que no tienes por
qué confiar en mí pero, si algún día necesitas hablar… – Dejé que la frase flotara
entre nosotros hasta que él sonrió, aunque fue una sonrisa increíblemente
triste.
-
Gracias por entenderme, ten
por seguro que si necesito hablar te tomaré en cuenta. Eres diferente.
-
¿Diferente a quién?
-
A todo el mundo.
Me volvió a
sonreír, pero esta vez sus ojos habían recuperado algo de luz y sus hombros ya
no estaban tan alicaídos. Retiró su mano de la mía y la llevó hasta mi mejilla,
aún la tenía fría pero tuve que esforzarme en no cerrar los ojos cuando la noté
acariciando mi cara.
El silbido de
un mensaje destrozó aquella escena. Matt dejó de tocarme y sentí rabia mientras
cogía el móvil para ver qué inoportuna noticia se había cargado aquel instante.
Poco tardó en desaparecer la rabia en cuanto lo vi. “Necesito verte. Estoy junto a la torre del reloj. Dime que puedes
venir”. Matt me miró con curiosidad y debió ver en mi cara una disculpa
anticipada.
-
Tienes que irte. –
comprendió.
-
Sí. Creo que es urgente, lo
siento.
-
Tranquila. – respiró hondo.
– Ya no hace falta que nos conozcamos a marchas forzadas, tenemos tiempo.
-
Claro.
Esta vez fui
yo la que se acercó a él para besar su mejilla. Noté que se tensaba un segundo,
como si le hubiese cogido por sorpresa, pero luego se inclinó un poco para
ayudarme a llegar a su rostro. Aspiré su olor y me dieron ganas de abrazarlo,
pero me contuve, no creí que fuera buena idea. Al retirarme, me sonría con
amabilidad, como si me agradeciera el gesto.
Era la primera vez que me parecía frágil y vulnerable, la primera vez
que le daba algo de sentido a la opinión de David sobre él.
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