Diciembre
había entrado tan rápido como se había ido Noviembre. El ritmo en el Campus era
frenético y apenas me había dado cuenta de lo poco que le quedaba ya al otoño.
Llevar los
estudios al día era bastante duro y estresante, pero en realidad Eric tenía
razón, sólo era cuestión de aplicarse.
Respecto a lo social, mi amistad con Amanda seguía viento en popa, aunque entre los estudios
y su noviazgo, sólo nos daba tiempo para dialogar un rato cada noche y almorzar
juntas de vez en cuando.
Al contrario
que con mi compañera, tuve más tiempo para estar con Liliam. Nos había costado entendernos
al principio, pero cuando por fin lo hicimos, fue fácil afianzar lo que poco a
poco se convertía en una bonita amistad. Me reía muchísimo con ella, porque siempre
ideaba alguna contestación original o hacia el payaso de cualquier forma para
sacarme una sonrisa. Aunque seguía sorprendiéndome su carácter. Por poner un
ejemplo, un día en la biblioteca, un chico me había dado un papel con su número
de teléfono para que se lo pasara a ella. Tal como se lo di, lo miró y lo
destrozó.
-
“¿Hola, preciosa, llámame?” Por favor, quizás en tu próxima vida. – Miró al chico y le
sonrió con sarcasmo. Él se largó inmediatamente.
-
Era mono. – confesé.
-
Pues reconstruye los pedazos
y para ti. No me interesa lo más mínimo un tío que por su cara bonita piensa
que vas a llamarle. Al menos podría haber demostrado tener el interés
suficiente en mí como para traer el papel él mismo.
-
La verdad es que mirándolo
así… – acepté.
Lo que era
cierto es que Liliam tenía las cosas bastante claras, y cualquier chico no le
servía. Además, aunque lo negara, cada vez que hablábamos de tíos, solía salir
a relucir su moreno de manos grandes, que por cierto, no había vuelto a ver y
que solía buscar a veces con la mirada mientras creía que yo no me daba cuenta.
También había
tenido alguna que otra conversación con Peter fuera de clase. Una de ellas, fue
una noche en la que fui a ver un partido de los niners al comedor, convertido
en un mini pub deportivo para la ocasión. Allí se encontraba mi profesor y la
verdad es que pude comprobar que lo que dijo en clase tuvo su efecto. Estaba
rodeado de compañeros míos y otros chicos de segundo año. Me tranquilizó ver
que no era la única chica de la habitación. Algunas porque les gustaba el
fútbol como a mí, otras acompañando a sus chicos, y por supuesto, otras,
simplemente por Peter.
Mi profesor me
sonrió nada más verme y se acercó a mí sorteando obstáculos.
-
¡Has venido! – se
congratuló.
-
Juegan los niners ¿no?
-
Claro. – sonrió. – ven,
conozco un buen sitio.
Me llevó hasta
una parte dónde había sillones y banquetas. Estaba a tope pero encontramos un
par de huecos.
-
Va empezar. – dije
emocionada. – me encanta Sam. Nuestra mascota es el chico más guapo de la NFL
-
Vaya, sí que era verdad que
te gusta el fútbol.
-
¿Lo dudabas? – bromeé
haciéndome la ofendida.
-
No, en realidad no. –
sonrió. – sólo que tenía la esperanza de que te gustaran más los delfines.
-
¿Los Dolphins? ¿En serio?
Vamos, Peter. Están en la otra punta de Estados Unidos.
-
¿Y qué? Me gustan. – se
encogió de hombros. – Aunque la culpa puede que la tenga Ace Ventura. - bromeó
y no pude evitar reírme.
El partido se
puso emocionante nada más comenzar, y aunque eso hubiese sido suficiente para
acabar nuestra conversación, Peter consiguió que le prestara más atención a él
que al partido. Todo un logro. Lo cierto es que era un chico muy interesante, era
inteligente y tenía mucho sentido del humor. Pensé en lo que las chicas habían
estado hablando días atrás, pero la realidad es que hablaba conmigo como con
cualquier chica o chico que se le acercaba. Me sentía bien a su lado, cuando él
hablaba era como si mi timidez desapareciera, porque en realidad, no era una
situación que me produjera vergüenza alguna ni incomodidad. Hablamos de muchos
temas, descubrió que me gustaba escribir e insistió que debía enseñarle alguna
de mis historias. Siempre estaban bien los consejos de algún lector, y más si
era un profesor, así que acepté.
Cuando terminó
el partido le dije a Peter que lo había pasado muy bien, pero que volvía a la
residencia a descansar. Él se despidió de mí y siguió charlando con un grupo de
jóvenes en el que no desentonaba para nada.
Al fin pude
convencer a Lil y Amanda de que aquel chico sólo pretendía ser mi amigo, aunque
dudaba de que hubieran aceptado sólo para callarme.
Tampoco había
dejado de buscar la carta de Matt durante todo el mes. Pero ni con la ayuda de
Amanda la encontré, y eso que pusimos la habitación patas arribas. Estaba
desanimada, aquella carta era importante para mí, me gustaba leerla e imaginar
cuánto de especial era para él. También deseaba enseñársela a las chicas para que
me dieran su opinión porque el resumen que les hice me sonó muy soso comparado
con sus palabras, pero ya estaba más que claro que la había perdido.
Por las
noches, antes de dormir, cerraba los ojos y me concentraba en la imagen que
tenía grabada de él, siempre sonriendo, con esos ojos verdes llenos de extrañas
sombras pero maravillosamente penetrantes. No tenía su carta físicamente, pero
tenía una gran memoria y una bonita imaginación.
Esa tarde estaba
en la ventana de mi habitación, sintiendo como el aire frío me daba en la cara.
La nieve que había en la cima de las montañas que se veían detrás de la torre
del reloj, dejaban claro que el invierno estaba a la vuelta de la esquina. Me
abracé a mí misma.
Aquel día era
el cumpleaños de Liliam que llevaba toda la semana emocionada. Era la primera
vez que celebraba un cumpleaños fuera de Italia y estaba muy ilusionada con todos
los preparativos. Amanda le había pedido a Fred que nos consiguiera unas
invitaciones para algún lugar de moda cerca del Campus y el chico pensó que
sería mejor montar una en el propio campus. Tenía un amigo en una de las casas
de hermandad que estaban cerca del lago y le pidió que nos dejara hacer la
fiesta en los jardines traseros de la casa. El muchacho aceptó a cambio de
poder participar con sus amigos. El trató fue justo.
Amanda salió
de la ducha envuelta en una toalla celeste en ese momento.
-
Cierra la ventana Rach. –
dijo mientras tiritaba. – Vas a conseguir que coja una pulmonía.
-
Vaya, te has dado cuenta de
mi maléfico plan. – bromeé mientras la cerraba.
-
Quieres quedarte con toda
esta habitación para ti solita ¿no? Lo sabía. – sonrió. - ¿Por qué aún sigues
así? Hoy es tu gran noche.
-
No, Amanda, en serio, no
quiero ligar con cualquiera. Ya lo hemos hablado.
-
Lo sé. – se rio mientras se
vestía. – Era broma. Pero si alguno te hace tilín…
-
No hay quién pueda con
vosotras dos. – refunfuñé. – me voy a la ducha.
-
No te enfades. – me dijo
atrapándome con su brazo mientras intentaba cruzar hacia el cuarto de baño. –
Vamos a pasarlo genial. – me besó en la mejilla impregnándome del aroma de su
jabón de vainilla. – Ya lo verás. – terminó para dejarme seguir mi camino.
Amanda era la
persona más cariñosa que había pasado por mi vida. Siempre tenía un beso o un
abrazo para mí. Era detallista y generosa y cada día me alegraba más de poder
disfrutarla aunque fuera en pequeñas dosis.
Mientras me
duchaba, oí como Liliam entraba en la habitación como un huracán. Asomó la
cabeza por la puerta del baño.
- ¡Hola! ¡Ya soy más vieja y estoy más loca! – gritó y no pude más que sonreir y darme prisa.
Cuando por fin
estaba lista, salí y comprobé que Sarah se había unido al grupo. Las chicas se
quedaron mirándome como si no me conocieran de nada y me hubiera colado en su
habitación sin venir a cuento.
-
¿Quién eres tú y que has
hecho con nuestra amiga? – Dijo Lil con los ojos muy abiertos.
-
Guau, ¿de dónde has salido?
– preguntó Sarah.
-
Ahora está claro, esta es tu
noche. – aseguró Amanda.
Me eché a
reír. Sólo llevaba unos pitillos oscuros, una camisa blanca, tacones y chaqueta
negra, pero me había alisado el pelo y me había pintado un poco. Era normal que
no me reconocieran, no estaban acostumbradas a verme así, ni siquiera yo lo
estaba.
Cuando
estuvimos todas listas, nos dirigimos directamente al lugar de la fiesta. Los
chicos y los demás invitados estarían esperando.
Al llegar
comprobamos que Fred se había currado mucho el decorado, la música y la
ambientación. Había utilizado el jardín de la casa para la celebración. Todo
tenía guirnaldas y luces, y unos focos bastante potentes. En el centro había
colocado a un Dj aficionado pero con buena pinta y una improvisada pista de
baile, para terminar con varias mesas a los lados llenas de ponches y refrescos, canapés y pasteles. En
el centro de las mesas, la tarta de cumpleaños presidía todo. Él apenas conocía
a Liliam, pero creo que disfrutaba tanto montando fiestas que se empleó a
fondo.
No conocía a
la mayoría de chicos y chicas que había allí. Pero no era algo que me
preocupara después de ver la cara de satisfacción de Lil al observar todo
aquello. Poco a poco fuimos integrándonos en la fiesta y conociendo gente. Me
fue mucho más fácil con Amanda y Liliam allí. Mientras que mi compañera conocía
a la mitad de las personas de la fiesta, mi amiga italiana hizo por conocer a
la otra mitad.
De repente,
mientras estaba hablando con unos chicos de mi clase de gramática, Liliam llegó
como una exhalación y me tiró del brazo para sacarme del grupo.
-
Está ahí. – Tenía los ojos
muy abiertos y hablaba bajito.
-
¿Quién?
-
Él. Mi moreno, el de las
manos grandes.
-
¿En serio? ¿Dónde?
-
Detrás de mí, hablando con
Fred. Lleva vaqueros claros y camiseta blanca.
-
¿El alto y delgado de pelo
corto?
-
Sí, ese. – miró de reojo y
se volvió rápidamente. - ¡Mierda! Viene hacia aquí. Debe haberse dado cuenta de
que hablamos de él.
-
¿Qué dices? Eso es
imposible. – Era verdad que el chico se acercaba. Además lo hacía muy
sonriente. – Casi está aquí, compórtate con naturalidad y sobre todo, no seas
borde. – le aconsejé.
-
Lo intentaré.
Era la primera
vez que veía a Liliam nerviosa. Para que luego decía que no le interesaba
demasiado. Miré al chico disimuladamente y ya no pude apartar la vista de sus ojos,
me miraba de frente, justo a mí y sonreía de oreja a oreja. Llegó hasta
nosotras y se paró en seco frente a mí.
-
Hola Rachel. – dijo como si
nos conociéramos de toda la vida.
-
Perdona – no sabía quién de
las dos estaba más sorprendida – ¿nos conocemos? – pregunté intrigada.
-
Pues, no sé. Quizás sólo te
conozco yo a ti. – sonó misterioso pero parecía estar divirtiéndose.
-
Explícate. - le exigí.
-
Dime una cosa ¿Te has
adaptado ya? ¿Has conocido a gente nueva este primer mes? – miró a Lil de
reojo. – Parece que sí, me alegro. – me miró y sonrió de medio lado. – Aunque
te he buscado por el periódico del campus y nada ¿usas seudónimo o aún no te
han reclutado? – A Lil se le iban a salir los ojos de la cara.
-
¿Cómo sabes todo eso? – me
estaba empezando a asustar. Él se rio.
-
Espera un segundo. – se sacó
la cartera del bolsillo de atrás del pantalón, la abrió y cogió un papel muy
bien doblado. – Creo que esto es tuyo.
-
¿Qué es? – lo desenvolví y
me quedé a cuadros. Era la carta de Matt. - ¿Cómo tienes tú esto? – le pregunté
indignada. – Llevo un mes buscándola. ¿De dónde la has sacado?
-
Tranquila. – me dijo
mientras gesticulaba con las manos. – La tengo desde el primer día de clase.
Nos chocamos en las taquillas ¿Te acuerdas? – hice memoria y lo recordé.
¡Claro! Era el chico que tenía tanta prisa. – Se traspapeló con mis cosas. – se
encogió de hombros. – Y si además de haber un montón de chicas con tu nombre en
esta universidad, tú vas y te cambias de peinado…
-
Primero. – estaba muy
enfadada con aquel chico. – Es la primera vez que me aliso el pelo desde que
llegué. Segundo. No creo que haya tantas Rachel de primer año en periodismo, y
tercero… – si hubiera sido un tetera, habría echado humo. – ¿Con qué derecho
lees mi carta?
-
¿Y cómo querías que te
encontrara? – preguntó con tranquilidad. – Si quieres me la vuelvo a llevar y
hago como si no tuviera ni idea de lo que pone dentro. – acercó su mano a la
carta y la encogí con rapidez. Quizás tenía razón, pero me daba tanta rabia
saber que podría haberme localizado antes… Él sonrió como si me leyera el
pensamiento. – Oye lo siento ¿vale? Si me dejas te recompenso por la tardanza.
-
¿Y cómo vas a hacer eso?
-
Fácil. – iba de sobrado y me
ponía de los nervios. – ¿Una copa?
-
¿Una? – lo miré de reojo y
lo vi claro, iba a tener de su propia medicina. – ¿Acaso no ves que somos dos?
-
Bueno. – el chico miró a
Liliam con los ojos entrecerrados. – Tienes razón, serán dos copas.
-
Y un nombre. – le dije.
-
Está bien, y un nombre. –
sonrió. – Me llamó David.
-
Muy bien, David. Cómo ya
sabes cómo me llamo, te presento a mi amiga Liliam. – él la saludó con un
asentimiento de cabeza. – Y toda esta fiesta es para ella. Es su cumpleaños.
-
Entonces, felicidades. Iré por
las copas para celebrarlo.
David se
marchó a la barra después de preguntarnos qué beberíamos. Miré a Liliam
sonriendo ampliamente pero ella estaba seria.
-
Tu morenito de manos grandes
ya tiene nombre. – le dije mientras la golpeaba con el codo.
-
Siempre lo ha tenido, simplemente
no lo sabíamos.
-
¿En serio? – bromeé, pero
ella seguía seria. – Vamos Lil ¿qué es lo que te pasa?
-
¿No te has fijado? – me miró
con rabia, aunque no era por mí. – ni siquiera me ha mirado hasta que tú le has
insinuado que existía.
-
Estaba hablándome de la
carta, es normal, pero ha dicho que vamos a celebrar tu cumpleaños ¿no?
-
No le gusto. – dijo tajante
y desanimada.
-
Lil, sólo ha estado aquí un
minuto, dale tiempo.
-
Eso se nota en tan sólo un
minuto. – dijo mi amiga.
-
¿El qué se nota en tan poco
tiempo? – preguntó David al llegar a nosotras con las copas en la mano.
-
La música. – dije
espontáneamente. – Hablábamos del DJ. Liliam piensa que en un minuto se pude
saber si es bueno, yo creo que necesita más tiempo.
-
Un minuto es poco tiempo
para todo. – dijo sonriente. Tenía los ojos muy oscuros. – Pero se puede intuir
de que va el rollo. – concluyó.
Intenté sacar
varios temas para que ambos conversaran, sin embargo, sólo hablábamos él y yo.
Liliam estaba desconocidamente callada, tanto que incluso me dejó a solas con
él con la escusa de ir al baño.
-
Tu amiga es muy silenciosa
¿no? – preguntó él.
-
¿Liliam? – no puede evitar
reírme. – No, para nada. Más bien todo lo contrario.
-
¿Entonces? ¿No le está gustando
su fiesta?
-
Sí, pero creo que le ha
sentado algo mal. Lleva un rato así. Sólo que no quiere decirlo para no
estropearnos la diversión. – me inventé sobre la marcha.
-
Será eso porque antes
parecía un tsunami por la fiesta.
-
¿Un Tsunami? ¿Estabas
observándola?
-
Bueno… - era la primera vez
que vacilaba al responder. – Fred me dijo que ella era el motivo de la fiesta.
-
Ya. – me quedé mirándole pero
no varió su gesto sereno. – La verdad es que tienes razón, no es normal que
ella esté así. Si me disculpas, voy a ver si se encuentra bien.
-
Claro que te disculpo, pero
antes querría decirte algo. – le miré expectante. – Si quieres mi opinión, a
ese chico le molas. – fue lo más serio que dijo en toda la noche.
-
¿A quién? – miré hacia los
lados.
-
No está aquí. Al menos creo
que no. – sonrió otra vez. – Me refiero al chico de la carta. – me quedé
mirándole perpleja. – siento haberla leído pero ya que lo he hecho…
-
¿Y por qué crees que le
gusto? – era una locura pero necesitaba escucharlo.
-
Porque sí, por cómo te
habla. Hay sufrimiento en esas palabras, no sé por qué, pero lo hay. Y aun así,
demuestra dejar de sentirlo cuando te habla.
-
Te agradezco tu opinión pero
no he entendido nada de lo que quieres decir..
-
Yo tampoco lo entiendo muy
bien. – se encogió de hombros. – pero le molas. – aseguró. – Y ahora, será
mejor que vayas a buscar a tu amiga. Yo me voy a perder un poco por ahí ¿ok? Ya
nos veremos Rachel.
David se
despidió de mí levantando el vaso y se perdió entre la gente. ¿Sufrimiento? ¿En
qué lugar de la carta veía ese sufrimiento? ¿Y cómo era posible que demostrara
dejar de sentirlo cuando me hablaba? Pero si la carta estaba escrita a mí completamente.
Estaba claro
que ese chico se estaba quedando conmigo. La verdad era que había estado
hablando un rato con él y aún no sabía si me caía bien o mal, sólo que era
extraño.
Llegué hasta
el baño justo cuando Liliam salía de él.
-
¿Cómo te encuentras? ¿Estás
bien? – le pregunté.
-
Estoy bien. ¿Ya se ha ido? –
miró detrás de mí.
-
Sí. – me quedé pensando en
lo que me había dicho.
-
¿Qué pasa?
-
Nada, es que me ha dicho
algo muy raro sobre la carta, pero creo que estaba bromeando. – me quedé mirándola.
Aún estaba desanimada. – Escúchame. Luego hablamos de todo lo que quieras y te
quejas todo lo que te apetezca, pero ahora estamos en tu fiesta y quiero que la
disfrutes ¿de acuerdo? – parecía no estarlo, pero se me ocurrió algo. – ¿O es
que ese chico es tan importante como para detener la diversión de tu
cumpleaños?
-
¿Qué? ¡Si, claro! que se lo
ha creído. – despertó por fin. – Vamos a mover el esqueleto, nena. – dijo
mientras me arrastraba a la pista de baile.
Me sentí
orgullosa de conocerla lo suficiente como para conseguir un cambio radical en
su estado de ánimo. Era su fiesta y me negaba a que lo pasara mal por alguien que
ni conocía, además, era un engreído.
Amanda, que
había estado perdida por aquella marabunta de personas, apareció a ratos para bailar
con nosotras, aunque siempre le seguía su inseparable Eric. A veces daba la
sensación de ser su guardaespaldas. Era demasiado protector con ella para mi
gusto.
-
¿Guardaespaldas? – preguntó
Fred mientras se movía en un mareante vaivén de pasos. – Lo que parece es su
marido. Qué tío más plasta.
-
¡Déjalos! Sólo están
enamorados. – Defendió Sarah.
-
Eso no es amor Sarah, eso es
obsesión. – sostenía él sorprendentemente. – Algún día ella se dará cuenta y
todos sus sueños caerán al suelo y se romperán en mil pedazos.
-
¿Por qué dices eso? – le
pregunté. – A mí me parecen de las parejas más estables y bonitas que he
conocido.
-
No le eches cuenta, Rach. –
Sarah parecía enfadada. – Fred sólo está deseando que rompan para poder ir él a
consolarla. ¿No es así?
-
No tienes ni idea de lo que
estás hablando. – Fred la miró con rabia y salió disparado de la pista de
baile.
-
Oye Sarah, creo que te has
pasado un poco. – observó Lil.
-
Sí. – estuve de acuerdo con
mi amiga. - Y aunque tuvieras razón, no creo que Fred hable así de Eric sólo
por eso. Es su amigo y, equivocado o no, tendrá sus motivos.
-
Y vosotras qué sabréis. –
Sarah también se marchó indignada.
-
Si lo sé no digo nada. –
dije para mí en voz alta.
-
Hay gente que no sabe beber.
– Liliam le quitó hierro al asunto. – Oye, vuelvo en un segundo ¿vale? Me muero
de sed.
Asentí con la
cabeza y vi como se alejaba. ¿Qué acababa de pasar entre Fred y Sarah? Es
verdad que no los conocía demasiado, pero jamás había visto interesado a Fred
en Amanda. Y mucho menos habría pensado algo así de Eric. Si me hubiesen
preguntado a mí, no les habría dado la razón a ninguno, pues no entendía ni la
desconfianza de él, ni la crueldad de ella.
De repente, el
Dj cambió sutilmente de canción, aunque la reconocí enseguida. “In my pocket” de Mandy Moore, sonaba a
todo volumen sobre nuestras cabezas. Sus notas árabes me envolvieron hasta el
punto de cerrar los ojos e imaginarme bailando en casa, encerrada en mi
habitación con los cascos puestos. Me dejé llevar por la música y ni siquiera
me di cuenta de que alguien se acercaba a mí.
-
No me extrañaría nada que
tuvieras a más de uno en tu bolsillo. – me susurraron al oído. Abrí los ojos y
me di la vuelta para sorprenderme al ver que esas palabras había salido de
Peter. – ¡Guau! – me miró de arriba abajo. – Estás… impresionante.
-
No sé si darte las gracias,
Peter, o llamarle la atención – esperé un par de segundos. – Señor Richardson.
-
¡Uh! – se puso una mano en
el estómago. – eso ha sido un golpe bajo. – sonrió con los ojos vidriosos y las
mejillas rosadas. – En serio Rachel, estás muy guapa, aunque sea tu profesor,
he de reconocerlo.
-
Pues entonces… – era la
primera vez que me sentía avergonzada con él. – gracias.
-
No me las des, deja que te
invite a una copa mejor. – sonó tan directo que me lo tuve que pensar. - ¿No
dices nada?
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