Había llegado
el viernes por fin. La primera semana había sido dura y ajetreada, pero no tan
terrible como me había imaginado. No falté a ninguna de las clases y encaminé
mis estudios organizándome al máximo, apenas había tenido tiempo de más. Casi
no había visto a Amanda durante lo que restó de semana, tan ocupada como
siempre, me había retransmitido su fallido intento de hablar con Eric entre
notas junto al teléfono y breves resúmenes cuándo casi me estaba durmiendo y
ella llegaba. Parecía como si a aquel muchacho se lo hubiese tragado la tierra,
sólo por los mensajes que le mandaba a su amigo Fred de vez en cuando, sabíamos
que estaba vivo. Mi Compañera estaba un poco cansada de la situación y se
estaba desanimando pensando en que él pasaba de ella, pero la noche anterior
encontré una foto de los dos en un cajón, se la puse en la mesita y al
despertarme esa mañana tenía una nueva nota. “Este fin de
semana aparece aunque tenga que ir a México a por él. Gracias. Besos”.
Tampoco había
hablado mucho más con Liliam. Nos cruzamos un par de veces por los pasillos,
pero sólo tuvimos tiempo de saludarnos.
Poner todo en
orden los primeros días era importante para empezar bien. A partir de ese fin
de semana, todo sería menos agobiante, hasta que llegaran los exámenes por
supuesto.
Aquella noche
había quedado con Liliam en el centro recreativo. Íbamos a comprar unas pizzas,
llevarlas a mi habitación y cotillear un poco la una sobre la otra. Había
llegado el momento de empezar a socializarme un poco.
Por la tarde me
tiré en la cama a leer un rato hasta que llegó la hora en la que había quedado
con ella. Me puse una sudadera roja de los Niners y me recogí el pelo en una
cola bastante cutre. Total, tan sólo iba a comprar comida para traerla al
dormitorio.
Cogí mi
cartera y mi móvil y tomé dirección al centro recreativo. Pasear por el campus
a aquellas horas era relajante. Cuando ya casi tenía enfrente el edificio de
cristaleras, alguien me llamó.
-
Eh, Rachel. – miré hacia la
derecha, de donde provenía la voz. El Sr. Richardson se acercaba a mí tan
sonriente como en la clase donde lo había conocido.
-
Sr. Richardson, ¿Cómo está?
-
Pues mal. Me siento como un
viejo cada vez que alguien me habla de usted. Como sigas así, vas a dejar de
ser mi alumna favorita. – bromeó con sus hoyitos.
-
Lo siento, de verdad, no me
acostumbro a tratarle como si no fuera mi profesor.
-
No importa. Terminarás
haciéndolo, es sólo cuestión de práctica. – asentí. – Así que... – se quedó
mirando mi sudadera. – Los 49ers eh, bueno, no están mal, pero…
-
Te lo advierto – le señalé
con un dedo. – no sabes dónde te metes si piensas discutir conmigo sobre
fútbol.
-
Vale, vale. – se rio. – sólo
iba a decir que… ¡los Niners son los mejores! – dijo con los brazos medio
alzados y aparentando estar intimidado.
-
Eso está mejor. – bromeé.
-
O sea, que además de la
filosofía, también te gusta el fútbol. – se echó hacia atrás con una mano en la
barbilla. – eres una caja de sorpresas.
-
Eso es una forma sutil de
decir que soy rara.
-
Más bien una especie en
extinción. – volvió a reír. – Pero créeme, es un punto a tu favor con los
chicos. – ¿En serio? Pensé. – ¿Sabes? Hay
reuniones en el comedor todos los domingos para ver a ese equipo tuyo. – señaló
el escudo de mi camiseta. – Si algún día te pasas, avísame, sería interesante
ver tu “filosofía” futbolística.
-
Claro, por qué no.
-
Espero que así sea. – de
nuevo sus hoyitos. – Pues no te entretengo más. Creo que esa chica de ahí te
está esperando. – me di la vuelta y vi a Liliam observándonos con su mirada
intimidante. – Y creo que no le está gustando demasiado esperar. – dijo en
bajito.
-
No te preocupes, no llego
tarde, ella siempre mira así.
-
Está bien, entonces, hasta
otra Rachel.
-
Hasta otra Señor… - arrugó
la frente y me miró expectante. – quiero decir, hasta otra, Peter.
Peter sonrió
complacido y se despidió con la mano tanto de mí como de Liliam. Luego volvió
por donde había aparecido.
Me giré hacia
Liliam que seguía mirándome con la misma intensidad, aunque en ese momento, me
pareció que sus ojos estaban cargados de curiosidad más que de otra cosa.
-
Ese es el famoso profesor
que está como un queso ¿no? – me preguntó con picardía.
-
¿Acaso no lo has visto? – me
burlé.
-
Sí, claro. – se quedó unos
segundos en silencio, observándome. – Vamos por la comida, luego me lo cuentas.
Liliam se puso
a andar dirección al centro recreativo sin aceptar que no había nada que
contar.
Compramos las
pizzas y nos dirigimos a la habitación. La verdad es que una vez que empezamos
a hablar, no paramos. Liliam tenía muchísimas anécdotas y cosas que contar.
Sentí que mi vida era un poco sosa al lado de la suya, pero a ella no pareció
importarle, me escuchaba con atención y parecía sentirse relajada allí conmigo.
Me explicó un
poco las costumbres de su país y que su familia tenía un negocio que regentaban
sus padres. Luego fue mi turno de explicarle sobre mi familia y mi ciudad,
también le hablé de mi elección por el periodismo y ella me contó lo mal que se
habían tomado en su familia su decisión por venir a América. Su padre se había
llevado un gran disgusto y estaba enfadado con ella. También me dijo que ella
estudiaba psicología y le confesé que me parecía una buena carrera para ella
porque estaba un poco loca. Se echó a reír a carcajadas y me afirmó que no era
la única que lo pensaba, pero que le gustaba tener ese punto de locura.
Me preguntó
por Amanda y sintió envidia cuando le respondí. Ella no había tenido mucha
suerte, su compañera le había dejado un mapa con las cosas más interesantes de
la Universidad señaladas, donde resaltaba en mayúsculas el casting para
animadoras. Y desde el segundo día que vio su cabellera rojiza entre las
mantas, no la había vuelto a ver.
Entonces llegó
el tema más interesante de la noche: Los chicos.
-
Está bien, Liliam, acepto
que después de lo de tu amiga y tu chico, no quieras ni oír hablar de ellos. –
la entendía perfectamente. – Pero no puedes generalizar. Y mucho menos cerrarte
al amor, tienes que olvidar todo eso y volver a disfrutar.
-
No pienso dejar de disfrutar
de los tíos. – habló con esa cara de superioridad con la que zanjó la discusión
de las torres inclinadas. – Pero no pienso enamorarme nunca más. Bueno, al
menos, hasta que cumpla los 40.
-
Me estás diciendo que si el
tío de tus sueños te aparece delante vas a soltarle algo así como “si me esperas hasta los 40, soy tu mujer”.
-
Claro. – se echó a reír con
una risa peculiar y me contagié. Estaba como un cencerro, pero me caía bien.
-
Entonces ahora mismo, ¿no te
gusta nadie?
-
A ver, eso de gustar es
relativo. No estoy muy interesada en nadie en particular pero… - puso cara de
pilla. – Si el morenito ese que he visto un par de veces por ahí tuviera ganas
de salir algún día…
-
¿Qué morenito? – me removí
en mi asiento, la cosa se ponía interesante.
-
Bah, ninguno. Seguro que es
un idiota como todos los demás. – intentó quitarle hierro al asunto.
-
Bueno, idiota o no, cuéntame
más sobre él.
-
No hay mucho que contar. –
se hacía la interesante. – Moreno, ojos negros, manos grandes – se mordió el
labio de abajo y me reí. – y… con algo de chulería
-
¿Chulería? Te gustan los
chulitos.
-
No, me gusta él. – dijo
espontáneamente. – Quiero decir que me gusta esa forma que tiene de vacilar con
los demás. – quiso arreglarlo. – Le he observado en el comedor, parece que la
gente le respeta, se lleva bien con todos y siempre está sonriendo. El otro día
le vi, casualmente, narrando un partidillo que habían montado unos cuantos en
el césped en un descanso. Me reí mucho con sus comentarios. – sonreía
tontamente al recordarlo.
-
Liliam. – carraspeé y
pareció despertar. – ¿De verdad quieres que me crea que has observado todo eso
de ese chico en una semana… casualmente?
-
Por supuesto. – aseguró
orgullosa.
-
Ya. ¿Y cómo se llama Romeo?
-
No tengo ni idea. – se
encogió de hombros con indiferencia. – tampoco es muy importante ¿no crees?
-
¿Ah no? - ¿Cómo no iba a ser importante el nombre del chico que te gusta?
-
Sólo me gusta para pasar un
buen rato, Rachel. – Sonó como si fuera evidente. - ¿Qué importa el nombre?
-
Si tú lo dices. - no la
creía en absoluto. Había estado observando a ese chico demasiado tiempo para
querer sólo un buen rato con él.
-
Lo digo. – concluyó tajante.
– Y ahora tú ¿Qué tienes con el profe buenorro?
-
¿Con Peter? – me reí. -
¡Nada! Por favor, Liliam, aunque esté buenísimo, es mi profesor.
-
Como si eso importara. –
Pues claro que importaba. Al menos a mí. – Entonces ¿de quién es?
-
¿El qué?
-
La patética declaración de
amistad eterna. – si me hubiese hablado en chino seguro que habría puesto la
misma cara. – La servilleta esa que está en tu escritorio metida en un
plástico. – miré al escritorio y vi la servilleta que Matt me había hecho
firmar en el Speedy Chicken. – Si la conservas tan bien y la mantienes tan
cerca de ti, algo tiene que significar. Aunque no haya podido descifrar el
nombre del primer garabato.
-
Matt. Bueno, en realidad
pone Matthew H. – dije orgullosa de leerlo con bastante claridad. – Y no es
nada patético. Quizás lo parece, pero para mí es importante.
-
¿Y cuando pensabas hablarme
de él?
-
Ahora, si tuvieras un
poquito más de paciencia.
Liliam
refunfuñó mientras tiraba los cartones de pizza a la basura. Se lavó las manos
y volvió junto a mí, que me había sentado en la cama para estar más cómoda. Me
prestó la máxima atención mientras le contaba toda la historia de mi vecino.
Tenía una opinión completamente distinta a todas las que me habían dado. Y su
cara cambiaba en un montón de expresiones a cada frase que yo decía. Desde
luego le estaba interesando mucho.
-
Y eso es todo. – terminé con
un suspiro. – Ahora tendré que esperar por lo menos hasta navidad, si es que
tengo suerte de que la pase en su casa porque el año pasado no fue así.
-
Primero, quita esa cara. No
se puede poner esa cara por ningún tío. Es poco sano. - ¿Qué cara tenía? – Segundo, eres la tía más
tonta que he conocido. ¿Nerviosa delante de un tío? ¿Sin hablarle durante
meses? ¿Años quizás? ¡Espabila Rachel! – alzó la voz indignada. – Desde luego
no hace falta que lo jures, tienes muy poca experiencia y te falta un montón de
picardía. Venga, ahora viene cuando me cuentas eso de nada de sexo antes del
matrimonio y con las luces apagadas, por supuesto. ¿En qué siglo vives?
-
No es eso, Liliam, para mí
el sexo no es un tabú pero… ¿qué pretendías que hiciera? ¿que me lanzara a su
cuello? Ya te he dicho que me muero de vergüenza.
-
¿Vergüenza? Chica eres mona
pero si sigues así te quedas soltera, fijo. – aseguró.
-
Amanda también me ha
insinuado algo así como que tengo que aprender a ligar. Aunque fue más sutil
que tú, claro. – me quedé pensativa. – No me creía tan inexperta. Sólo pensaba
que pasaba de ellos.
-
Pues te queda mucho por
aprender. ¿Qué pasa? ¿No tenías amigas o eran todas tan monjitas como tú?
-
No, mis amigas eran bastante
menos vergonzosas que yo, pero nunca me dijeron nada al respecto.
-
Pues entonces es que no
tenías amigas de verdad.
Estaba
pensando seriamente en su última frase cuando la puerta se abrió de par en par.
Miramos hacia ella y vimos a Amanda sujetando el picaporte y mirándome muy seria.
Cerró y se acercó a mí, tenía cara de pocos amigos, así que imaginé que por fin
había dado con Eric.
-
Has estado con él ¿verdad? –
asintió con seriedad. – ¿Y has hecho lo que estuvimos hablando? – volvió a asentir sin variar su gesto. –
entonces ¿no ha salido bien?
Amanda siguió
mirándome seria y muda, quise levantarme de la cama y abrazarla pero no me dio
tiempo. De repente, su cara cambió a una gran sonrisa y se tiró encima de mí
abrazándome sin parar de darme las gracias. Me estaba aplastando pero no me
quejé porque aquello sólo podía significar que habían hecho las paces y sentí
un gran alivio por ella. Cuando por fin se separó de mí, le vi los ojos
brillosos. Lo había pasado tan mal que era normal que estuviera emocionada.
Liliam nos miraba con cara de póker.
-
Problemas de pareja
resueltos. – Le resumí. Liliam asintió y Amanda sonrió de oreja a oreja al
escucharlo. – A ver, Amanda, ¿dónde demonios se había metido ese chico? – le
pregunté intrigada.
-
En su casa, en San
Francisco, con sus padres. – hablaba rápido y nerviosa. – A su madre la habían
ingresado de urgencias por el apéndice. Ha estado allí hasta que le han dado el
alta, pero no me lo dijo para no preocuparme. – suspiró.
-
¿Por qué no empiezas por el
principio? No me estoy enterando de nada. – Liliam se metió en la conversación
como si fuera lo más normal del mundo. Me quedé mirándola sorprendida y me reí.
-
Pues – Amanda la miró de
reojo unos segundos, luego me miró a mí y le asentí para tratar de transmitirle
la confianza que Liliam me daba. – Está bien, empiezo. – se sentó en su cama y
se aclaró la garganta. – Esta mañana cuando me dirigía a clase lo vi entrar en
la cafetería. Como creía que me estaba
evitando, decidí llevar a cabo un plan que se me ocurrió anoche. Me fui hasta
su taquilla y le escribí una nota que decía “A las 6 en el
gimnasio. Es tu última oportunidad”. Sé de su orgullo y estaba segura de que si lo retaba de esa
forma, aparecería, él no iba a permitir que fuera yo la que le diera el
ultimátum.
-
¿Y funcionó? – Le pregunté.
-
Pues claro. A las 6
clavadas. – se sintió orgullosa. – Yo estaba sentada en las gradas viendo
entrenar al equipo de baloncesto. Cuando oí que era la hora en el reloj digital
de un chico que había sentado a mi espalda, miré hacia la puerta y allí estaba,
apoyado contra el quicio, con la frente arrugada y mostrándome la nota. Me
acerqué a él a paso ligero y me lo llevé detrás de las gradas. “– Se supone que el que está enfadado soy yo ¿A qué viene esta
nota? – me dijo. Le contesté que él podía estar enfado todo lo que
quisiera, yo me había equivocado y lo sabía, pero que ya le había pedido
disculpas las suficientes veces como para que él reaccionara. Le dije que le
quería y que era muy importante para mí, tanto que me estaba volviendo loca. Él
sólo me miraba en silencio pero al menos había conseguido que me escuchara. Le
confesé que le entendía pero que había pasado demasiado tiempo y que tenía que
darme una contestación, o me perdonaba o rompíamos definitivamente pero no
podía seguir con esa incertidumbre. Me preguntó si de verdad quería romper con
él, entonces me eché a llorar como una tonta y le dije que por supuesto que no,
pero no podía soportar más su actitud y que haberlo estado buscando toda la
semana sin tener ni rastro de él me había hecho plantearme las cosas de otro
modo. “– ¿De qué modo? – me preguntó. “– Si ya no me
quieres dímelo y se acabó. No pienso alargar esto ni un minuto más. – Le contesté intentado parecer lo más fuerte que me permitía
mi voz.
Amanda se
quedó callada. Miraba a la pared como si estuviera viendo allí la escena.
-
¿Y…? – Preguntó Liliam desesperadamente
impaciente.
-
Pues, hizo añicos la nota y
me dijo, “– Es verdad, te equivocaste.
Pero también es verdad que te has disculpado lo suficiente. Y lo cierto es que
hace tiempo que te perdoné. Sin embargo tenía algo entre manos y prefería
tenerte apartada de mí un tiempo. – se acercó tanto a mí que me temblaron las piernas, me sujetó
por la cintura y me susurró “– ¿Cómo se te ocurre dudar de
que te quiera? – empecé a llorar otra vez
y él se sacó algo del bolsillo y me lo puso en la mano. “– No ha sido fácil para mí, y siento mucho haberte hecho sufrir de
esta manera. Espero que esto lo compense. – cuando miré
hacia mi mano vi dos llaves, una de color azul y la otra lila, nuestros colores
favoritos. “– Es evidente que una es para ti y la otra para mí, pero como
sabes que lo pierdo todo, mejor las guardas tú hasta que acabemos la
universidad. – le
miré sin entender nada. “– ¿Qué? Me ha costado dos semanas
convencer a mi tío para que dentro de un año y medio ese piso tenga un contrato
de alquiler con nuestros nombres, así que no pongas esa cara. – fue ahí cuando le comprendí, eso era lo
que tenía entre manos. Por darme esa sorpresa, se había resistido a perdonarme.
Sabía que no era normal que se llevase tanto tiempo así conmigo.
-
¿Y qué hiciste? – Le pregunté
como si le hubiesen dado al pause justo antes del final de una peli súper
romántica.
-
¿Pues qué voy a hacer? Me lo
comí a besos. – reímos las tres.
-
Y porque seguro que aquel
sitio era incómodo que si no… – sugirió Liliam con confianza. Ambas rieron con compenetración
como si se conocieran de toda la vida.
-
¿Estáis hablando de lo que
creo? – pregunté incrédula.
-
Oh, es verdad. Hay que tener
cuidado con lo que se dice que Rachel se nos asusta. – Liliam se burló de mí.
-
¡Oye! – no me sentó bien la
broma. – No soy tonta ¿sabes? Sólo que detrás de las gradas de un gimnasio
lleno de gente…
-
¿Acaso no sabes lo que son
las fantasías sexuales, Rachel? – siguió burlándose.
-
Déjala tranquila. – Amanda me
defendió con seriedad. – Claro que lo sabe, además, estoy de acuerdo con ella,
no es un sitio demasiado adecuado.
-
¡Sois unas sosas! – aseguró
con los ojos divertidamente entrecerrados. – Está bien, lo siento. Pero sea
como sea, Amanda, tienes que ayudarme con Rachel. Hay que espabilarla.
-
Ya sabe lo de Matt ¿no? –
Asentí. – Pues sí, hay que sacarla de fiesta y que ligue con alguien.
-
¿Con alguien? Será con
alguien que me guste.
-
Sí, claro. – aseguró Amanda.
– Echaremos un vistazo y el primero que te haga tilín será tu conejillo de
indias.
-
¿El primero? – no quise
sonar alarmada pero… soné alarmada y las dos se rieron. – No entendéis lo de mi
vergüenza ¿Verdad?
-
Creo que tiene que ver más
con tu inseguridad. – opinó Liliam. – No sabes qué hacer y te pones nerviosa,
por eso hay que practicar. – se quedó pensativa un segundo. – De verdad, no
puedo entender que te esté dando estos consejos cuando tienes dieciocho años.
-
Debo confesaros que me
estáis haciendo sentir imbécil. – les aseguré desanimada.
-
No digas eso. – Amanda se
levantó de su cama y se sentó a mi lado rodeándome con su brazo. – Eres guapa,
inteligente, tienes sentido del humor… eres un diamante en bruto, Rachel, sólo
hay que pulirte.
-
Le gusta la filosofía y el
fútbol... – dejó caer Liliam. Amanda la miró con los ojos entrecerrados. - ¿no
te ha contado lo del profesor Richardson?
-
No, ¿El qué?
Amanda me
lanzó una mirada acusadora. Y aunque intenté asegurarle que sólo eran tonterías
de Liliam, escuchó las teorías de la italiana con tanto interés que quise
odiarlas a las dos. Sin embargo, las observé cuchichear y burlarse de mí como
si hiciera años que se conocían. Apenas habían hablado desde que Amanda había
entrado por la puerta y ya se habían unido contra mí. Me reí con sus bromas, las
hipótesis que estaban montando eran un auténtico disparate, pero nos lo estábamos
pasando bien. Sólo llevaba una semana en el campus y me sentía mucho más a
gusto de lo que había imaginado. Amanda pareció leerme el pensamiento y me miró
sonriente, alargó su mano hasta la mía y la apretó unos segundos.
-
No te enfades con nosotras.
– le devolví el apretón negando con la cabeza. – Eres una chica especial.
Cuando oí esa
palabra un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me vi de pie en mi portal, con su
cara pegada a la mía mientras besaba mi mejilla. Sentí como se me encendía la
cara.
-
¿Qué te pasa? Te has puesto
roja. – observó Liliam.
-
No puede ser verdad. –
Amanda se rio. – Si una amiga te dice que eres especial y te sonrojas… o tienes
un problema demasiado serio con tu vergüenza o te gusta tu amiga.
-
¡No! – me reí. – Lo siento
Amanda, pero no eres mi tipo. – ella resopló aliviada. – Es que me he acordado
de Matt. – les expliqué. - ¿Recordáis que os he contado que me escribió una
carta? – Ambas asintieron. – Pues en la posdata me puso eso mismo, que yo era
especial.
-
¿Te puso que eras especial?
– Liliam se sorprendió. – Yo en ese mismo momento hubiese ido a Los Ángeles y…
- Me miró y se quedó callada un instante. - ¿No te has dado cuenta? Ese tío
quiere algo contigo. Los chicos no te dicen así como así que eres especial.
-
Era una carta de despedida,
Liliam. – Amanda nos bajó los humos a las dos. – Habría que ver el contexto,
aunque algo de razón sí que tienes… ¿Podríamos ver esa carta, Rachel?
-
Claro.
Me levanté de
un saltó y empecé a buscar la carta entre mis cosas. No estaba. Ni en los
libros, ni en las carpetas, ni en la maleta, ni siquiera entre la ropa. Habría
jurado que la llevé, no, estaba segura que lo hice. La leí la primera noche
cuando apareció entre mis papeles mientras ordenaba todo. Estaba empezando a
ponerme nerviosa, no podía haber perdido su carta. Las chicas me tranquilizaron
y me instaron a que esperara al día siguiente, con el cansancio y los libros
esparcidos por todas partes no había manera de encontrarla. Les hice caso, era
lo mejor.
Liliam se
despidió al poco rato y Amanda y yo nos quedamos a solas.
-
Me alegro que todo haya
salido bien con Eric. – le dije en voz baja cuando ya estábamos acostadas y a
oscuras.
-
Gracias. – en su voz se
notaba que estaba sonriendo.
-
Tengo que confesarte que me
has dado envidia. Ha sido muy bonito.
-
Eric es así. – suspiró. – Y
tú no te preocupes, encontraremos esa carta. Y si no, voy yo misma a Los
Ángeles y le pido que te la vuelva a escribir.
-
¿Por qué? – le pregunté
indignada. – Sí vas a Los Ángeles me llevas contigo y que me lo diga a la cara.
-
¡Así se habla! – se rio. – Vas
aprendiendo. Por cierto. – se puso seria. – Quiero que sepas que no hace falta
que nadie te de clases con un chico. Si eres romántica, lo eres y punto. Sólo
te daré algunos consejos para que venzas esa timidez, pero créeme, cuando estés
a su lado, sabrás qué hacer en cada momento sin que nadie te guíe.
-
Lo sé. Cuando por fin hablé
con él, me sentí segura de mí misma a cada instante.
-
¿Lo ves?
-
Sólo me ponía nerviosa
cuando se acercaba mucho. – le confesé.
-
Normal. – aseguró – Y… ¿No
te daban ganas de besarle?
-
Dios, no me lo recuerdes. –
sonreí. – tenía que obligarme a mirarle a los ojos en vez de a los labios. –
Amanda se rio. – Pero es que son tan carnosos y le quedan tan perfectos cuando
sonríe…
-
Rach. – me acortó el nombre
con confianza. – Voy a plantearme seriamente ir a por ese chico. Estás
coladita.
-
Sí, me gusta mucho, para qué
negarlo. Por eso me da aún más rabia cuando recuerdo dónde está y el tiempo que
me he llevado sin hablar con él. Soy una idiota.
-
Todo pasa por alguna razón,
estoy segura.
La
premonitoria frase de mi compañera fue lo último que flotó entre nosotras antes
de cerrar los ojos y quedarme dormida.
Todo pasa por alguna razón...yo lo tengo clarísimo. Hay personas con las que tienes una relación normal,de repente eso avanza y ya es más que una relación normal, es amistad. Por qué en ese momento y no antes??? Quizás lo sabremos cuando....
ResponderEliminarUn beso enorme Sofi
Yo creo en el destino y en que las cosas ocurren por alguna razón. A veces, cuando menos lo esperamos, todo cambia.
ResponderEliminarUn abrazo!