Por fin llegó
el gran día, como lo llamaba Matt. Ya desde muy temprano tenía un cosquilleo
especial en la boca del estómago, me moría de ganas de ver a mis padres, de
comer y dormir en casa, de pisar “mi” playa… Pero sobre todo, tenía ganas de
enseñarle a Liliam lo que había sido mi vida hasta entonces. Me dio mucha rabia
que Amanda no pudiera ir con nosotros, pero prometió que algún día haríamos una
escapada a casa juntas.
Le había
contado mis encuentros con David y Peter mientras hacíamos las maletas la noche
anterior. Ella creyó que haberle confesado a Matt las intenciones de mi
profesor me venía bien porque le había hecho ver que tenía competencia. Yo no
estuve muy de acuerdo, pero al fin y al cabo, si ella tenía razón tampoco me
iba a quejar.
Sin embargo,
de David prefirió no hablar. Sólo opinaría cuando él demostrara, para bien o
para mal, qué pretendía.
Las clases se
me hicieron realmente largas, anhelaba tanto que llegara la hora de comer que
no pude concentrarme en nada más que el reloj.
Me había
cruzado con Liliam en un cambio de clase y aunque tuve la esperanza de que por
un casual hubiese hablado con David, por su cara de dormida y sus pocas ganas
de decir más que monosílabos, imaginé que, un día más, el chico se había
rajado. Me preguntaba a mí misma cómo podía seguir teniendo esperanzas en él.
La próxima vez que me lo cruzara, le haría saber que ya había pasado suficiente
tiempo para que actuara y no iba a respaldarlo mucho más.
Por fin llegó
la hora de comer. La madre de Amanda vino a recogerla muy temprano y apenas
tuvimos tiempo de despedirnos justo después de la última clase. Así que, Liliam
y yo, habíamos comido juntas y a toda prisa, porque mi amiga había olvidado
varias cosas a la hora de hacer la maleta: el cargador del móvil, sus gafas de
sol y uno de esos libros de psicología en los que tantas veces se perdía y que,
extrañamente, eran los únicos que conseguían que pareciera una chica tranquila
y sosegada.
Cuando al fin
estuvimos listas tomamos camino a los aparcamientos con las maletas en mano. Justo
al llegar al pasillo que cruzaba los jardines de la entrada vimos a Peter, que
enseguida se ofreció para ayudarnos. Intenté negarme por todos los medios
posibles, pero me fue inútil. Cogió las maletas de ambas y se encaminó hacia
los vehículos.
-
¿Dónde está tu coche, Rach?
- No vamos en mi coche. – le
dije sabiendo de antemano la incómoda explicación que proseguía. – Vamos en
aquel.
Señalé el
Dodge de Matt, que descansaba su cuerpo en él con los brazos cruzados. Llevaba
pantalones negros y una camiseta roja que asomaba debajo de su sudadera de
gorro gris. Siempre me había encantado su aire desenfadado. Estaba segura que
él sabía que era guapo, era imposible no saberlo si alguna vez se había mirado
en un espejo. Sin embargo, siempre vestía de forma casual, sin preocuparse
mucho por su pelo alborotado y la perfección de toda su ropa. Cosa que, por
ejemplo, sí hacía Peter. Siempre elegante y perfecto. Sin una arruga y sin un
pelo más allá que el otro. Quizás fuera por su trabajo, pero mi profesor
siempre iba hecho un pincel.
Precisamente,
en Peter me estaba fijando cuando se volvió hacia mí con cara de pocos amigos.
-
No sabía que ibas con él. –
su tono demostraba bastante malestar.
-
También va a visitar a su
familia y vive en frente de mi casa, lo más lógico era que no gastásemos tanta
gasolina. – me encogí de hombros. – Además, fue idea suya.
-
Y tú encantada ¿no? – me
miró fijamente.
-
¿Por qué no iba a estarlo?
La verdad, no entiendo tu actitud. – estaba un poco indignada. – Si querías
parecer más joven lo has conseguido, porque ahora mismo diría que tienes unos… ¿doce
años?
Se me quedó
mirando medio sorprendido, medio enfadado. Liliam pasó por su lado y le cogió
las maletas de las manos.
- Tranquilo, también va la
señorita conejito de play boy. – le soltó retomando el camino hacia el coche.
-
¿Quién? – preguntó él.
-
Su novia. – le contesté con
sequedad y pasé de largo por su lado.
Supe que me
observaba mientras llegaba hasta el coche de Matt porque mi vecino miraba más
allá de mí cuando me acerqué. No quise girarme. Había veces que Peter era
maravilloso y otras que no había quién lo entendiera. Aunque por otro lado,
podía definir igualmente así a Matt, a Eric o incluso a David. Por lo tanto,
decidí que el problema era de los tíos en general.
Matt dejó su
cómoda postura para ayudarnos a meter las maletas en el coche justo después de
saludarnos con su maravillosa sonrisa.
-
Listo. Ya está. – cerró el
maletero de un golpe seco.
-
¿Y tu novia? – preguntó
Liliam con su habitual descaro.
-
Estoy aquí.
La voz sonó a
nuestras espaldas. Pero justo antes de girarme me fijé en Lil. Sus ojos habían
experimentado muchos cambios en apenas segundos. Al principio se habían
entornado para recibir a Rose con la más tierna y falsa de sus miradas. Un
instante después se habían abierto tanto como sólo ella podía lograr. Y por
último, se habían entrecerrado y llenado de rabia. Todo eso en menos de cinco
segundos.
Miré hacia
Rose y descubrí el motivo de la actitud de mi amiga. Justo al lado de la chica
de Matt, estaba David, con una sonrisa de oreja a oreja, vestido con pantalones
anchos de bolsillos a los lados y camiseta negra. Pero lo más significativo de
todo, era lo que llevaba en su mano. Una bolsa tan verde, tan militar y tan
petate, que era imposible que estuviera ayudando con el equipaje a su prima.
Lo miré con
incredulidad y su expresión también cambió. Se puso serio y negó con la cabeza.
Seguí la dirección de su mirada y vi sorprendida como Liliam, sin mediar
palabra, había abierto el maletero del coche y estaba sacando sus cosas.
-
¿Dónde vas? – le pregunté.
-
Exactamente a ningún sitio.
– me miró enfadada. – Prefiero quedarme sola en el Campus que ir con ese.
-
Lil, no me hagas esto. – le
supliqué en un susurro.
-
La culpa es tuya. ¿Pensabas
que no me iba a dar cuenta?
-
¿Qué? Yo no sabía que venía.
-
Eso es cierto. – dijo David.
-
Tú te callas. – le rugió
Liliam con un dedo amenazante y el equipaje en la otra mano.
-
¿Qué problema tienes con mi
primo, chica? – cerré los ojos al escuchar la impertinencia en la voz de Rose y
temí la peor de las furias en Lil.
- En realidad no te importa. –
respondió mi amiga con una tranquilidad sorprendente. – Pero te lo contaré, a
ver si así tu queridísimo primo se entera. Ninguno. No tengo ningún problema
con él porque para mí no existe. – Nada más contestar a Rose, cogió el camino
de vuelta.
-
Ups, eso ha dolido. –
murmuró David.
- ¿Pero qué te pasa? – le
pregunté indignada. - ¿Intentas batir un récord sobre meteduras de pata o qué?
-
Pensé que era una buena
idea.
-
Hazme un favor, deja de
pensar. – me giré hacia el coche enfadada y cogí mi maleta con rabia.
-
¿Te quedas tú también? – se
sorprendió Matt y sentí como su pregunta se me clavaba en el pecho.
- Amanda no está, no puedo
dejarla sola. – la impotencia se agarró a mi garganta. – Intentaré convencerla
para que vayamos el domingo y así ver a mis padres aunque sea unas horas. –
Matt parecía apenado y a su vez, Rose sonreía cruelmente.
-
No. De eso nada. – miré a
David sorprendida. – Dile que vuelva. Me quedo yo. Total, soy el único que
sobra.
-
Por fin dices algo
coherente. – Fue decirlo y arrepentirme.
-
Es lo menos. – agachó la
mirada y se me hizo un nudo en el estómago. Era extraña la empatía que sentía
por aquel chico.
-
Matt ¿Dónde vas?
Al oír la
pregunta de Rose, me giré hacia él y lo vi correr en dirección a Liliam. La
alcanzó casi saliendo de los aparcamientos, le dijo algo mientras le colocaba
una mano en el hombro y luego la escuchó atentamente. Ella parecía estar
quejándose, seguramente lo hacía, porque gesticulaba con insistencia. Cuando
terminó, mi vecino le contestó con tranquilidad, sin apenas moverse, mirándola
fijamente. Unió sus manos sobre el pecho, como si le estuviera pidiendo algo
por favor. Ella volvió a gesticular y él asintió una sola vez, pero con mucha
seguridad. Entonces mi amiga se encogió de hombros y Matt sonrió ampliamente.
Después, sorprendentemente, le quitó el macuto de las manos y volvieron juntos
hasta el coche.
Matt llegó
antes a paso ligero, me quitó mi equipaje con una sonrisa y metió los dos en el
maletero. Luego se volvió para coger los de Rose y David e hizo la misma
operación.
-
Venga, meteos en el coche
que vamos con retraso. – dijo con alegría.
Me fijé en mi
amiga, que venía con los labios apretados a un lado. No supe leer el
significado de su expresión.
Rose pasó
entre nosotras para ocupar el asiento delantero y Lil le echó una de sus
miradas de asco. Entonces miró a David y le advirtió.
- Escucha bien, chaval. No me
hables, no me roces, ni siquiera me mires ¿Entendido?
David asintió
con desgana y suspiró antes de entrar en el coche por la parte izquierda.
Liliam se acercó al vehículo justo por el lado contrario y abrió la puerta a la
misma vez que Matt cerraba el maletero. Le agarré por la muñeca antes de que se
fuera y se me quedó mirando.
- ¿Cómo la has convencido? –
le pregunté a mi vecino realmente asombrada.
-
Solo le dije que no podía
perderse los tiburones del acuario. Y funcionó. – me guiñó un ojo y le dio la
vuelta al coche para montarse en el asiento de conductor.
-
¿Te vas a quedar ahí todo el
día?
Liliam estaba
apoyada en la puerta esperando que yo pasara para quedar en medio de los dos.
No podía ni imaginar la hora de camino que me esperaba.
En cuanto Matt
sacó el coche del Campus y cogió la carretera general hacia Long Beach, empezó
el patio de recreo. Rose había puesto un disco, que sorprendentemente le
encantaba a Liliam y David había abierto un poco su ventana para que le diera
el aire en la cara.
-
Rach, ¿puedes decirle a tu
amigo que suba la ventana? No oigo la radio. – me quedé mirándola con
incredulidad.
-
Pues dile a tu amiga que no
lo voy a hacer. – contestó él. – Me mareo con facilidad y necesito tenerla
abierta.
- Dile que si se marea coja
una bolsa de plástico y nos deje a los demás escuchar música tranquilos. –
replicó Lil.
-
¿Cómo puedes ser tan
egoísta? – espetó él.
-
¿Egoísta yo? Es tu ruidito
el que molesta.
- ¡Basta! – les grité. Matt
parecía tan desquiciado como yo y paró el coche en el arcén. - ¿Cuántos años
tenéis? – les pregunté. – ¿Queréis dejar de hacer el idiota los dos?
-
Rachel, de verdad que me
mareo. – me explicó David.
-
Y de verdad, que yo no
escucho la radio.
-
Vamos a ver. – comenzó Matt
quitándose el cinturón y girándose. – Tengo que conducir y me estáis poniendo
de los nervios, así que vamos a solucionar esto. – se metió la mano en el
bolsillo y también rebuscó algo en la guantera. – Toma. – le acercó un móvil y
unos cascos a Liliam. – En mi móvil están todas estas canciones y muchas más.
Ponte estos cascos y nada de lo que haga o diga David te volverá a molestar. Al
menos durante el viaje. – resopló agobiado.
-
Gracias. – dijeron David y
Liliam a la vez.
Ni eso les
hizo gracia, los dos refunfuñaron y se giraron hacia sus respectivas ventanas. Rose
negó con la cabeza mirando al techo y Matt me miró por el retrovisor con media
sonrisa y yo se la devolví. Aquello había sido tan estresante como surrealista,
pero al menos conseguimos seguir con el trayecto tranquilamente.
Cerré los ojos
y me recosté sobre el sillón intentando relajarme. Era imposible. La música de
la radio, el aire de la ventana y los cascos a todo volumen de Liliam se
mezclaban odiosamente en mis oídos. Resoplé y abrí los ojos justo en el momento
en que Rose descansaba su cabeza en el hombro de Matt. Volví a cerrar los ojos
con fuerza como si pudiera borrar la última imagen que había visto. Entonces
noté que agarraban mi mano izquierda con suavidad. La miré sorprendida y vi
como David la sujetaba entre sus manos. Me volví instintivamente hacia Liliam
que se había dejado caer en la ventana y parecía estar dormida. Intenté retirar
mi mano pero él la sujetó con fuerza.
-
Tranquila. Te ayudaré a
relajarte. – me dijo comenzando a masajear la palma con sus dedos.
-
David…
-
Calla y cierra los ojos. –
me sonrió. – Y llámame Dave.
-
Dave. – le complací. – Tengo
que recordarte que estoy enfadada contigo.
-
Y tienes todo el derecho del
mundo. Al igual que yo tengo derecho a hacerte la pelota hasta que me perdones.
Así que recuéstate y relájate.
Le miré de
reojo pero le hice caso y me eché hacia atrás. Los estresantes sonidos seguían
allí, pero me concentré en los masajes que David estaba aplicando sobre mi
mano. Era cierto que tenía unas manos grandes y fuertes. La presión que hacía sobre
cada uno de mis dedos me ayudaba a desconectar. Poco a poco dejé de oír
aquellos molestos ruidos y me quedé dormida.
-
¡Chicos, acabamos de llegar!
La alegría del
grito de Matt se metió en mis sentidos y consiguió despertarme. Al abrir los
ojos me di cuenta de que había resbalado hasta el hombro de David que a su vez
se había quedado dormido contra la ventana y aún sujetaba mi mano.
Me incorporé y
al girarme a mirar por la ventana me encontré con la dura mirada de mi amiga,
que alternaba sus ojos entre los míos y mi mano izquierda. La retiré
rápidamente.
-
No es lo que crees. – le
susurré.
- Sé lo que es. - me aseguró
con los labios apretados en una línea. – Os he oído antes. No estaba dormida.
-
¿Entonces por qué me miras
así?
- Porque no entiendo cómo puedes
estar bien con él después de lo que me hizo.
-
Tampoco te hizo algo tan
grave.
Lil abrió los
ojos de par en par y miró hacia la ventana claramente herida. Puse los ojos en
blanco. Últimamente estaba soltando un montón de cosas sin pensar.
Quise explicárselo
pero David despertó y no pude decir nada más.
Miré a Matt
por el retrovisor del coche y su mirada estaba encendida de ilusión. Entró en
la ciudad por el camino más largo, intentando mostrar, a groso modo, los sitios
más significativos de Long Beach. El puerto, el Queen Mary, el acuario…
-
¡Dios! ¡Qué pasada! – dijo
David emocionado. – Ese es el circuito callejero de Long Beach. – Se echó hacia
delante y agarró por los hombros a Matt. – ¡tío, tienes que llevarme!
-
Te prometo que iremos al
próximo gran premio.
-
¡Sí!
Me quedé
mirándolos. Sabía que apenas habían hablado pero David ya había conseguido que
al menos parecieran amigos. Matt me había confesado que no creía en la amistad,
y quizás sólo tratara a David como tal por ser el primo de Rose, sin embargo,
el otro chico lo trataba como si fueran colegas de toda la vida. Conmigo había
hecho lo mismo, quizás era su táctica para ganarse la confianza de la otra
persona.
Intenté
explicarle a Liliam que en Long Beach teníamos una atracción llamada Góndola Getaway que imitaba a los
románticos paseos de su ciudad natal. Me miró con cara de suficiencia.
-
Nuestros canales son
imposibles de imitar. Al igual que las pizzas. Fuera de Italia podrás comer
miles, pero jamás tan buenas como en la Toscana, por ejemplo.
Se volvió de
nuevo hacia la ventana. Sabía que le hacía ilusión que allí, tan lejos de su
casa y con tantas diferencias, hubiera algo familiar para ella. Pero estaba
disgustada conmigo y no iba a tomarse bien nada de lo que le dijera.
Matt y yo, les
prometimos enseñarle Long beach más a fondo al día siguiente, ya que en aquel
momento lo único que queríamos ambos era llegar a casa cuanto antes y ver a
nuestras familias.
Al girar en la
esquina de nuestra calle, nos cruzamos con nuestro vecino Henry y el rugido de
su moto volviendo al barrio después del trabajo. Sonreí al recordarme escondida
detrás de las cortinas mientras observaba a Matt. No podía creerme que volviera
a casa en su mismo coche.
Matt hizo
sonar el claxon un par de veces cuando aparcamos frente a la puerta de su
garaje y casi antes de que saliéramos del coche, su madre ya había cruzado el
umbral de la puerta visiblemente emocionada. Salió corriendo hacia su hijo y se
abrazó a él como si llegara de la guerra. Sabía, por mi madre, que estaban muy
unidos, sobre todo a raíz de la muerte de su padre.
Me sorprendió
que me besara repetidamente para darme la bienvenida. Aunque se pasaba mucho
tiempo en mi casa y mi madre en la suya, nunca habría imaginado que me tuviera
tanta estima. Sin embargo, aún más sorprendente, fue que saludara a Rose de la
misma forma que a Liliam y a David, o sea, como una completa desconocida.
Me fijé en
Ashley, la hermana de Matt. Estaba apoyada en el quicio de la puerta y el único
saludo que dedicó a su hermano fue un pequeño levantar de cejas cuando sus
miradas se cruzaron. Justo después, se metió de nuevo en la casa. Recordé
nuestra conversación cuando creí que mi vecino me había dejado plantada, le
llamó imbécil. También me había fijado en que Matt apenas hablaba de ella. ¿Qué
les ocurría?
A mis padres
no les dio tiempo a llamarme porque en cuanto oí la puerta de casa abrirse,
corrí hasta ellos y los abracé. Mi madre se había cortado el pelo y se lo había
teñido. No estaba acostumbrada a cambios de looks en mamá pero debía reconocer
que estaba realmente guapa.
Papá había
engordado un poco, cosa que achacó en broma a la ansiedad de no verme, aunque
estaba claro que se debía a sus comilonas en el jardín.
Les presenté a
Liliam y mi madre la abrazó con ternura. Desde que le conté toda la historia de
mi amiga, siempre me preguntaba por ella y se preocupaba de que estuviera bien.
Al principio no lo entendía, pero supuse que se ponía en el lugar de su madre y
a mí en el de Lil. Imaginé a mi madre sin mí y a mí sin mi madre y me estremecí
al pensar en lo que podían estar sintiendo ellas dos.
Mamá se apenó
por no poder conocer a Amanda. Les tenía mucho cariño a las dos. Me había dicho
por teléfono que cualquiera que cuidara de mí, merecía su admiración y respeto.
Hubo un pequeño
problema a la hora de escoger dónde dormir. En casa de Matt sólo había un
colchón de más y en la mía dos, así que o David o Rose tenían que dormir
conmigo y con Lil, a lo que mi amiga se negaba en rotundo. La aparté de los
chicos para hablar con ella.
- No pienso dormir bajo el
mismo techo que alguno de los primos. – rugió entre dientes. – Ni uno, ni la
otra.
-
Pues tienes que elegir a
uno. – le dije.
-
También puedo dormir con
Matt. – me miró de reojo con media sonrisa.
-
Si así se acabase esta
estupidez…
-
Es broma, quiero dormir
contigo.
-
Pues entonces decídete.
-
¿Por qué tengo que elegir
yo?
- Porque eres la única
irracional de todos. Y la verdad, espero que elijas a Rose. No me apetece
imaginarlos juntos ahí enfrente.
- Está bien, tú ganas. – no me
dio tiempo a sonreír. – Pero sólo porque no quiero a tu amiguito cerca de mí. –
dijo la palabra “amiguito” sólo para recordarme que seguía molesta conmigo.
-
Liliam. – la agarré del
brazo antes de que volviera con los demás. – Sé que para ti es difícil
entenderlo, pero tienes que comprender que mi relación con David no tiene nada
que ver contigo.
- Soy tu amiga y él me ha
hecho daño. ¿Te parece que no tiene nada que ver?
-
Estoy enfadada con él por lo
que te hizo. Él es el primero que lo sabe. Pero me ha pedido disculpas y yo he
decidido aceptarlas.
-
Será eso. – dijo con rostro
apesadumbrado.
-
¿El qué?
-
Que conmigo aún no ha tenido
el detalle de pedir perdón.
-
Lo hará, estoy segura.
-
Demasiado tarde.
Lil echó a
andar hacia el coche y comunicó su decisión a los demás. David me miró con los
ojos entrecerrados, pidiéndome explicaciones. Me encogí de hombros sonriéndole,
ya le había ayudado demasiado, ahora le tocaba a él. Y la realidad era que prefería
tener a Rose durmiendo a los pies de mi cama que imaginarla en la cama de Matt.
Aunque llevaran saliendo un año y eso ya no debiera resultarme extraño, dolía
demasiado pensarlo.
Una vez
instaladas en mi habitación, corrí hasta mi cama y me tumbé boca arriba
extendiendo los brazos y las piernas. Liliam me miró sin querer sonreír, pero
terminó haciéndolo.
-
Te envidio. Ojalá pudiera
hacer eso en mi cama.
-
Ven aquí y dame un abrazo,
idiota. – le dije inclinándome hasta quedar sentada. – Deja los enfados para
cuando volvamos.
Se lo pensó un
instante para hacerse la interesante y luego saltó a la cama y me volvió a
tumbar dándome un abrazo.
-
Te perdono. – recalcó para
quedar por encima. – Pero la única idiota de las dos eres tú.
-
Patético. – Rose nos miraba
desde la ventana con cara de asco. - ¿Os vais a enrollar? Lo pregunto para
empezar a vomitar.
- Pues eso que no está aquí
Amanda. – Pensó en voz alta Lil y se rio al pensarlo.
-
Tú no tienes muchas amigas
¿verdad? – le pregunté indignada.
-
Las amigas no existen. Las
chicas somos envidiosas, deshonestas y traidoras entre nosotras por naturaleza.
-
Que va. – respondió Lil. –
No todo el mundo es como tú. – no pude evitar sonreír a escondidas.
- Por supuesto que no. Yo soy
más inteligente. – miró a Liliam con una maliciosa sonrisa. – Si mi amiga se
queda dormida en los brazos del chico que me gusta mientras le agarra de la
mano, jamás le daría un abrazo. – la miré con dureza y pensé en que fuera la
burrada que fuera la que iba a soltar Liliam, se la merecía.
-
Lógico. – respondió mi amiga
con sorprendente calma. – No tienes amigas ni sabes lo que son. Por eso no te
fías ni de tu sombra. – Lil se levantó de la cama de un salto. – Yo tenía una
amiga como tú ¿sabes? Era guapa y lista, aunque eso no significa que fuera
inteligente. – dio dos pasos hacia la rubia. – Y además era muy, pero que muy
zorra. O sea, un calco.
-
¿Qué has dicho? – Rose y
Liliam se acercaron peligrosamente.
-
¡Eh! Tranquilas. – corrí
hasta ellas y me puse en medio. – Es evidente que no nos caemos bien. Pero sólo
tenemos que compartir habitación un par de días, así que, comportémonos como
personas racionales y llevémonos lo mejor posible.
-
Eso díselo a tu amiguita. –
gruñó Rose.
-
Lo digo por todas
¿entendido? Se acabó la discusión.
Ambas se
apartaron de mala gana, no sin antes regalarse la última mirada felina y
provocadora la una a la otra. Iba a ser un fin de semana complicado.
Antes de cenar
quise darme una ducha y relajarme. Por suerte, Amanda y yo teníamos ducha en la
habitación del Campus, pero aun así, no había nada mejor que hacerlo en casa. También
estaba la opción de llenar la bañera y meterme en el agua hasta arrugarme, pero
ni tenía tiempo, ni tenía ganas de escuchar a mi madre y su discursito sobre el
ahorro de agua.
No quise
pensar en nada mientras el agua me caía por la cabeza. Me esforcé en dejar mi
mente en blanco durante unos minutos y lo conseguí. Al salir y rodearme con la
toalla, me senté en el borde de la bañera y respiré profundamente. Sentí como
me invadía una paz interior. Adoraba estar en casa de nuevo.
Empezaba
vestirme cuando mi madre llamó un par de veces a la puerta del baño. La dejé
pasar y me miró con ternura.
- Te has convertido en una
mujer preciosa. – me miraba por el espejo mientras me desenredaba el pelo.
-
Hace sólo dos meses que me
fui, mamá. Y hace un par de años que tengo el mismo cuerpo.
-
Lo sé, pero nunca te lo
había dicho.
-
Pues tengo que estar divina
en ropa interior y con estos pelos. – ironicé.
-
Cualquier amigo tuyo me
daría la razón.
-
¡Mamá! ¿por qué haces que me
imagine a mis amigos observándome medio en pelotas?
- Seguro que hay por ahí
alguno al que no le pondrías pegas. – sonrió con picardía.
-
En serio, me incomoda hablar
contigo de esas cosas.
- ¡Oh, vamos! Ahora que ya has
encontrado buenas amigas, abandonas las charlas con tu madre ¿No es así? –
fingió sentirse herida.
- No, no es así y lo sabes. Te
he contado todo lo que ellas saben. Sigues siendo mi amiga y no podrás quejarte
de que no te llamo para cotillear.
-
Eso es cierto. – sonrió. –
Pero quiero que me lo digas ahora, mirándome a los ojos. ¿Qué tal con Matt?
-
Bien. – carraspeó para que
me explayara un poco más. – Mamá. – solté el peine y la miré a los ojos. – Va
genial. Creo que nos hemos convertido en buenos amigos. Me trata de una manera
especial y aunque es un poco diferente a como había imaginado, cada vez me
gusta más. De hecho, creo que por fin puedo darte la razón, creo que estoy
enamorada.
- Eso ya lo sabía. – dijo con
seguridad. – Aunque ya era hora de que lo admitieras.
- Desearía decírselo. –
suspiré. – Ojalá encontrara el valor y el momento para explicarle lo que siento
por él. Me muero por saber que diría.
-
¿Y por qué no lo haces?
- Amanda cree que primero
tengo que ganármelo y yo pienso que es buena idea. Además está con Rose. Y la
verdad, no sé muy bien qué clase de relación tienen. Es extraña, pero si llevan
más de un año será por algo.
-
He estado investigando sobre
eso.
-
¡Mamá!
-
¿Es que vas a quejarte?
-
No pero…
- En el amor y en la guerra
todo vale. – me sonrió. - ¿Quieres saber lo que he averiguado?
-
Pues… ya que lo has hecho…
- Lo sabía. – se rio. – La
verdad es que no mucho. – la escuché mientras terminaba de vestirme. – Hace
poco que su madre sabe de ella. Es más, creo que no la había visto hasta hoy. –
eso le daba sentido a su saludo. – Matt no habla mucho de su vida sentimental,
pero por lo que he podido saber, hacía tiempo que no se echaba novia. Es más, a
su madre le sorprendió bastante que lo hiciera. Y mucho más ese tipo de chica.
Dice que está a la expectativa y que le gustaría hablar más del tema con él pero
es muy hermético.
-
No te imaginas cuánto. Y eso
que por lo visto soy su mayor confidente.
-
De eso también hablé con su
madre.
-
¿En serio?
- Sí. Me ha contado que Matt
habla mucho de ti últimamente, y que eso le gusta. Ya era hora que mi niño encontrara a alguien que quiera estar a
su lado de verdad, sin prejuzgarlo. Esas fueron
sus palabras textuales.
-
Presiento que algo malo le
ocurrió además de lo de su padre. – le expliqué. – Pero no consigo traspasar
ese muro que ha interpuesto entre la gente y su pasado. – dije con rabia.
-
Lo harás, estoy segura. –
pasó su mano por mi pelo húmedo y me besó en la frente. – Siempre has tenido
facilidad para colarte en el corazón de las personas, con él no será diferente.
Matt y yo
decidimos que el Speedy Chicken era un buen lugar para llevar a los demás a
comer. Y aunque Rose se negó en rotundo, Matt consiguió convencerla con una par
de palabras y de besos que preferí obviar. Se me hacía un nudo en el estómago,
no podía soportarlo.
Después de que
mi vecino saludara a todos sus ex compañeros, nos arreglaron una mesa casi a la
entrada y la llenaron de ricos alimentos para todos. Miré hacia la mesa en la
que comimos Matt y yo hacía ya unos meses. Estaba ocupada por otra pareja que
no paraba de hacerse carantoñas y darse de comer el uno al otro. Estaban siendo
muy cursis, pero si aquel día hubiese sido así para nosotros, me hubiese
sentido la cursi más feliz del mundo.
Liliam se
había colocado entre Matt y yo para no quedar sentada al lado ni de David y ni
de su prima. David estaba a mi otro lado, por lo tanto volvía a estar en medio
de los dos. Sin embargo, esta vez consiguieron comportarse como personas
normales y, sin dirigirse la palabra en toda la cena, optaron por darnos una
velada tranquila a los demás.
Rose, sin
quitar su cara de asco en toda la noche, estuvo de lo más cariñosa con mi
vecino. Él le correspondía a medias. A veces sí, a veces no. Desde luego, o él
era mucho más raro de lo que creía, o su relación era aún más rara.
Después de la
cena, volvimos a casa por el paseo que estaba precioso a la luz de las farolas.
Observé dolorosamente las manos unidas de Rose y Matt y le tuve una envidia
espantosa aquella insoportable chica. David pareció notarlo, se acercó a mí
obviando que Liliam estaba a mi lado y me pasó un brazo por los hombros.
-
Rach, no lo pienses. – me aconsejó.
– Es mejor no hacerlo, créeme. Hazme caso, cada vez que los veas así, piensa en
otra cosa, en otra persona.
- ¿Y en quién quieres que
piense? – extrañamente Peter pasó por mi cabeza y abrí los ojos sorprendida.
-
¡Bien! Sea quien sea, lo has
conseguido. – sonrió y se apartó de nosotras.
- ¿En quién has pensado? – me
preguntó Lil cuando David estaba lo suficientemente lejos de ambas.
- En Peter. – aún me parecía
increíble. – Tengo que admitirlo, él también me gusta más de lo que pensaba.
-
Pues a ese lo tienes fácil.
– dejó caer mi amiga.
-
Pero yo le quiero a él. –
señalé a Matt. – Y necesito intentarlo.
-
Y si no sale, tienes a
Peter. È perfetto. – dijo como
si acabase de descubrir algo transcendental para la humanidad. – Y yo que creía
que eras inocente en estos temas.
- Matt no es la razón por la
que no le hago caso a Peter. – le confesé. – Si descubriera que Matt no siente
nada por mí, tampoco estaría con Peter. No es mi segundo plato, simplemente hay
cosas que no puedo evitar pensar cuando lo tengo delante. Su edad, que sea mi
profesor, que vaya tan rápido y sea tan directo… me asusta.
-
Al menos te vas aclarando.
-
¿Y tú? – le pregunté mirando
a David de reojo. - ¿No te aclaras con él?
-
No tengo nada que aclarar.
-
Eso es porque no le das la
oportunidad de que te lo explique.
-
Lo habría hecho, pero no
vino a disculparse. – parecía realmente apenada.
- Creyó que si dejaba pasar el
tiempo se te quitaría el gran cabreo y le escucharías mejor.
-
¿Eso te ha dicho? – asentí.
- ¡Qué iluso!
-
Eso le contesté yo.
- Rach, no tengo ni idea de lo
que le pasó. Y si soy sincera, me tiene intrigada. Entre otras cosas porque me
gustaría saber si fue algo realmente importante o simplemente se rió de mí.
-
Lo que quieres saber de
verdad, es si está realmente interesado en ti. Pero te da miedo saberlo, tanto
si es que sí, como si es que no. ¿Me equivoco?
-
No.
- En serio, dale una
oportunidad. – me miró a los ojos. – No sé por qué, pero me fio de él. Fíate tú
de mí. Nunca te echaría a los leones adrede aunque Rose piense lo contrario.
-
Esa tía es… – resopló. – Mejor
me callo. – me miró medio indignada. – Te aseguro que me fio de ti más que de
mí misma. – le sonreí con agradecimiento. – Pero ese es el problema, que no me
fío de mí y no sé cómo voy a reaccionar.
- Déjate llevar, sé tú misma,
Lil. Sólo tienes que perder el miedo a volver a entregarte.
-
Rachel, la profunda. –puso voz
de locutor de radio. – Así voy a llamarte a partir de hoy. – empezó a reírse a
carcajadas.
- Pues Rachel, la profunda,
pasa de ti y de tus burlas y se va con tu amigo. A ver qué puede sacarle a él.
Avancé a paso
ligero hasta David, le agarré por la cintura y él me sujetó por lo hombros,
sorprendido, pero con una sonrisa. Miré a Liliam y le saqué la lengua. Sin
embargo, ella sonrió y recordé lo que acaba de decir, me fío más de ti que de mí misma. Le guiñé un
ojo desde lejos.
- ¿De qué va esto? – me
preguntó David. - ¿Intentas ponerla celosa para mí?
- Ella no se pondría celosa de
mí, Dave. – le miré para ver su reacción y él sonrió complacido. – Sólo quería
saber cómo estabas tú y qué diablos haces aquí.
-
Estoy jodido. – se encogió
de hombros. – Y estoy aquí por una idea que no ha funcionado. Pensé que se lo
tomaría mejor.
-
No te desanimes, aún queda
mucho fin de semana.
-
¿Tú crees? – me miró con los
ojos entrecerrados.
- Con Liliam todo lo que pueda
decirte puede volverse en tu contra, pero… Yo lo intentaría una vez más. Y así,
de camino, me demuestras que no te has estado quedando con nosotras todo este
tiempo.
-
Sigues molesta conmigo ¿eh?
- ¿Crees que me vendo por un
simple masaje de manos? – negó con la cabeza. – Hazme sentir orgullosa,
campeón. – le dije en tono jocoso mientras palmeaba su espalda
-
Lo haré.
Lo dijo tan
serio, tan seguro y con una mirada tan intensa, que le creí al instante.